Mario Vargas Llosa: Los cuentos de la peste (análisis de la representación teatral del día 19 de febrero y del texto literario).

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Por Jesús Soria Caro.

      El 19 de febrero  acudimos a la representación de Los cuentos de la peste en Madrid, obra que supone la puesta en escena de la adaptación de El Decamerón de Boccaccio. Mario Vargas Llosa ha escrito una versión que asume la esencia del texto original, en la que selecciona algunos cuentos y nos retrata un hecho histórico como fue la llegada de la epidemia a Florencia, con esta se desencadenó una liberación sexual que rompió todas las imposiciones religiosas opresoras.

     La plaga fue entendida como el Final del mundo, así lo proclama el Conde Ugolino, personaje-anfitrión que modera la intervención de todos los participantes: “vi cruzar el cielo de Florencia al cometa que según el obispo Ranieri anunciaría el fin del mundo (Vargas Llosa, 2015: 47). Idea que es el resultado de una religiosidad opresora ya que alude a que la peste es un castigo divino, lo que entronca con uno de los temas principales abordados que es la represión moral de la iglesia respecto a las necesidades naturales, entre las que el sexo ha sido a lo largo de muchas épocas la más perseguida. Uno de los múltiples ejemplos lo encontramos en la actitud de Boccaccio, que cuando le preguntan si se ha masturbado alguna vez, dice que una vez se encendió sexualmente al ver la copulación entre dos arañas, pero al excitarse -ante tan ínfimo estímulo- se metió en agua helada para reprimir su impulso sexual, lo que representa el excesivo rigor moral de la época.

    La obra teatral arranca con la lectura de un texto por parte de Mario Vargas Llosa que supone una introducción narrativa a los personajes y a los acontecimientos que les han llevado a recluirse en Villa Palmieri, retiro en el que mediante los cuentos pretenden crear un laberinto de sueños que se adentren en la imaginación, recorriendo lo más oculto de sus deseos carnales para que la peste no pueda llegar hasta ellos. La realidad debe ser corregida desde lo soñado, en cada una de estas nuevas realidades que crean los personajes con sus cuentos se niega su identidad social, se crea una nueva en la que emerge el yo libre silenciado por las normas sociales, fabulando así un alter ego que haga posibles sus deseos, incluso los que culturalmente son tabúes. Esto sucede en la escena inicial en la que La condesa de la Santa Croce se crea una identidad nueva y relata cómo su hermano la liberó de un rapto y consumó sexo con ella (lo que supone una fantasía sobre el incesto), relatando posteriormente como ocho amantes la raptaron, sometiéndola en algunos casos a castigos, lo que a ella le resultó placentero (pasaje con tintes sadomasoquistas). La puesta en escena en el inicio de la obra nos presenta a todos los actores cubiertos totalmente por una capa, casi como si fueran miembros de una logia. Es el rito de inicio de las sesiones que van a dar lugar a esas jornadas, en las que los cuentos que cada uno de ellos comparta con el resto, van a ser un viaje de huida de la muerte hacia la libertad de la fantasía. Así cuando dialogan sobre la tragedia de muerte que asedia la ciudad, Boccaccio, que es uno de los reunidos en la villa, afirma: “Volvamos a la fantasía donde estamos a salvo” (Vargas Llosa, 2015: 75), también la Condesa de la Santa Croce rogará a Ugolino que le ayude a escapar de su vida, de la cercanía del final: “Cuéntame un cuento, entonces, Ugolino. A ver si haces el milagro y consigues sacarme de donde estoy” (Vargas Llosa, 2015: 81).  Aquí ya no hay lugar para los tabúes y las negaciones morales sobre lo carnal, ya que las fabulaciones de todos lo que participan del encuentro parten de la libertad, todas las pasiones sexuales no encuentran límite moral. Es el apetito por la vida y los placeres del cuerpo, la sed de la piel, del orgasmo que trasciende la putrefacción de la carne debido a la peste que está aconteciendo a pocos kilómetros en la ciudad. La dirección de Joan Ollé es magistral, la selección de los actores también. Junto a Mario Vargas Llosa, que representa como actor el texto por él escrito, también se encuentran Aitana Sánchez Gijón, Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente. Es destacable la elección del decorado, compuesto de forma minimalista por círculos, maderos, tierra… Se suprime el tablado y los actores ocupan una amplia zona de la planta del suelo que en otras representaciones es parte de la ubicación de los espectadores. Todo este efectismo crea una sensación cercana a lo natural, a ese lugar alejado de la ciudad en el que se reúnen a narrar y soñar, pero también próximo al espacio natural a los deseos anterior a que la civilización censurara y reprobrase el sexo convirtiéndolo en una conducta social para preservar a familia y la sociedad, pero persiguiendo lo lúdico, el placer y la liberación total de la libido.

    Todos los espectadores que estuvimos en la obra el 19 de febrero nos encontramos con algo sin precedentes en las representaciones anteriores, ya que pudimos asistir al encuentro con actores, directores y el equipo de producción. Entre los temas que se trataron y las preguntas planteadas destacamos las siguientes:

–          Uno de los asistentes preguntó a Mario Vargas Llosa como había osado atreverse a participar como actor, ya que le falta formación. El premio Nobel recordó como Dickens en la parte final de su vida recorrió Estados Unidos y leía sus propias novelas. Se han encontrado notas que son cercanas a las acotaciones inherentes al teatro, por lo que dramatizaba su propia obra en la lectura. En su caso afirma que es un experiencia similar, que consiste en  lograr que un personaje que has fabulado cobre vida a través de tu dramatización; es como dar vida emocional y física a un ser creado en tu invención.

–          Otro de los asistentes destacó la fuerza que tiene la obra no sólo por la buena selección de cuentos adaptados sino por la escenografía. Joan Ollé (el director) destacó la labor realizada por el escenógrafo Sebastià Brosa, quien logra con el minimalismo una fuerza de sugerencia atávica, el hombre y sus deseos naturales se muestran de forma cercana, sin la medición de decorados, de artificios. Los personajes se desnudan de sociedad y sólo queda el cuerpo de sus deseos sin los disfraces morales.

–          A los actores se les plantea dónde han encontrado mayor dificultad en su actuación ya que cada personaje no solo representa al noble que acude a Villa Palmieri, sino que cuando sus compañeros narran una de sus fábulas estos dan vida a esos nuevos personajes con sus representaciones. Los actores aluden a la dificultad de saltar de un personaje a otro, de cambiar de registro, es casi como un juego de cajas chinas, no con una narración dentro de otra sino con un personaje dentro de otro.

     En lo referente al texto literario la edición preparada por Mario Vargas Llosa destaca por el prólogo elaborado por el autor, el cual constituye un tratado de erudición histórica y un excelente análisis del sentido moral de la obra originara, de El Decamerón de Boccaccio, obra en la que se ha inspirado para crear la mencionada adaptación.  Hay que destacar la fuerza narrativa de las historias seleccionadas, la belleza en la creación de metáforas, en los diálogos de los personajes. Otro aspecto destacable de esta es el carácter de metaliteratura que tiene toda la composición. Los personajes inventan a otros personajes para escapar de lo real, es decir, la ficción se inventa a sí misma como fuga de la vida, como superación de sus negaciones. Así sucede con uno de los cuentos iniciales. Pánfilo cuenta que sus padres, al ser hijo ilegítimo, lo abandonaron en un convento pero le hicieron pasar por niña. Él lo mantiene en secreto y Filomena se enamora de él y tienen una relación amorosa. Posteriormente otro personaje modifica su relato e inserta un nuevo nivel de narración dentro del anterior ya que nos descubre que no es real el cuento inicial, ya que eran hermanos y todo el mundo conoció el escándalo de su unión. Esta proyección ad infinitum da lugar a una técnica cercana a las cajas chinas, pero no solo hay una ficción dentro de otra sino que los personajes cuando otro narra su historia representan lo que este cuenta con diálogos, lo que crea la misma sensación, es decir, un personaje que a su vez se adentra o recrea a otro personaje. Todo esto sugiere un planteamiento ontológico de duda: ¿somos irreales en un mundo en el que ilusoriamente creemos que es realidad? Pudiera ser, como Borges anunciaba, que tal vez somos el sueño, la ficción de algo superior –pero también irreal como nosotros- que nos sueña.

     En cuanto a la materia narrativa, los cuentos son la puerta hacia lo prohibido, la entrada de la libertad en la mansión del deseo, fuera de la cárcel de la religión, de la moral y de lo social. La trama de cada relato juega con la libido reprimida de quienes en su vida cotidiana veían cercados sus apetitos carnales. Pero todos saben que es ficción lo que permite esta liberación total, al regresar a sus aposentos por la noche nadie ha pecado, sí que lo hacen los personajes pero no ellos. Lo más sucio, lo reprobable, todo está permitido ya que como anuncia Boccaccio, cuando lo preguntan si tiene remordimientos por las consecuencias morales de sus actos, no es así, porque: “lo sentiría si fuera verdad lo que estoy contando. Pero como es mentira, no.” (Vargas Llosa, 2015: 101). Junto a todo esto está la idea de la muerte que los libera de cualquier principio moral, es una oportunidad para apurar lo deseado aunque este sea el resultado de lo imaginado. El personaje que crea Filomena que ha transgredido el incesto, también es consciente de que la peste puede ser el final de sus vidas, por eso afirmará: “Ahora ya no hay pecados ni en Florencia ni en el mundo. Ahora todo está permitido” (Vargas Llosa, 2015: 96).

     Uno de los relatos principales que recorre de forma transversal el resto de las fabulaciones es el que declama el Conde Ugolino que es un anciano que relata su amor por una joven. Sobornó a sus padres para que fuera suya. En la noche de bodas la contempló desnuda, la segunda noche la quiso hacer suya pero ella le tenía asco. Como castigo hizo que copulara con el ella el monstruo Barbanto, un ser deforme con una verga descomunal. Luego siente un desconsuelo sin alivio porque le gustaría que ella le amara, pero le rechaza y le humilla, lo que da lugar a una relación de sumisión masoquista. Él la cubriría de regalos y ternura pero también: “le alcanzaba un látigo para que ella le flagelara, se humillaba hasta lo indecible para que ella olvidara lo ocurrido. La condesa paladeaba cada segundo el exquisito placer de la venganza” (Vargas Llosa, 2015: 208). El propio Ugolino en una de sus intervenciones deja traslucir que ella tal vez es el cuerpo de lo imaginado: “¿Sabes que estás muy linda esta mañana? Más que todos los días y más que todas las noches desde que te inventé.” (Vargas Llosa, 2015: 246). A lo largo de todo el relato se nos cuestiona si ella es real o es el fantasma de sus deseos, lo que refuerza toda la ilusión que recubre a los personajes y que también es extensible a la vida y a los espectadores, ya que también nosotros nos podemos creer sombras chinescas del tiempo y de un cuerpo de temporalidad cercado por las sombras finales de la desaparición.

     La obra que toma como tema central la peste y la liberación sexual, como nos explicó el autor en el mencionado encuentro posterior a la representación, supone una inflexión en la forma de ver la realidad de Boccaccio, ya que dejó de escribir su experiencia como lector, para pasar a ser ya no la del escritor que ha experimentado vidas al leer sino la del poeta que experimentó emociones al vivir. Mario Vargas Llosa asume la intención inicial de Boccaccio, el exorcismo del miedo, de la muerte y de la culpa mediante lo imaginado. La huida de la verdad más oscura, tanto en la realidad física de la muerte como en la opresión moral. Hay una fuga de la verdad en la exploración sexual que se produce mediante los cuentos que exaltan el placer, la picardía erótica y la diversión sin cerrojos morales. Estos cuentos del sexo les otorgan, como afirmó el premio Nobel, un valor ontológico: la justificación de la vida, más allá de la negación de sus placeres. Su reclusión en la villa es la creación de un espacio no social, un refugio fuera de la civilización y sus leyes del bien y del mal, en este y a través de la fantasía se transgreden las leyes sociales y morales del sexo.

 BIBLIOGRAFÍA:

VARGAS LLOSA, Mario (2015): Los cuentos de la peste, Madrid, Alfaguara.

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