Entrevista a José Joaquín Beeme

 ENTREVISTA A JOSE JOAQUIN BEEME 

Por Norberto Luis Romero
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José Joaquín Beeme: «Es posible que algunos de los relatos de «Los que rugen» me haya ahorrado un psicólogo»

En modestas versales

    ¿Quién nos manda, ahora que todos miran para otro lado, armar libros al viejo estilo audiovisual: ojos táctiles, oídos del silencio? ¿A santo de qué nos rompemos la cabeza estudiando papeles, colores, texturas, formatos, ilustraciones, tipografías, impresiones, cosidos y hasta envíos consonantes? ¿Adónde van a parar nuestras “plaquettes” sino, suponiéndote, caro lector, benevolencia, al estante de los raros o muy raros? ¿Qué apaga las horas robadas a la fiesta y a la noche, las bibliotecas y los rastros fatigados, las pruebas y los ajustes manuales, la combinación insólita y el hallazgo fortuito en la soledad del taller?

   Estos interrogantes pueden leerse en el Blog de José Joaquín Beeme, zaragozano con vocación humanística y espíritu renacentista, licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza, funcionario y apasionado saltimbanqui, cartelista de cine, escritor y editor, radicado en Varese, al norte de Italia, desde 2002, donde trabaja para el Centro Común de Investigación de la Comisión Europea. Y es en el pequeño pueblo italiano de Angera, a la orilla del Lago Mayor, junto a un castillo habitado por fantasmas, donde ha levantado “La Torre degli Arabeschi”, una microeditorial en la cual “seguimos el capricho de las letras y profesamos una fe de secta en la palabra impresa, en su terapéutica antes o después del derrumbe, sabedores de que olemos a moho antiguo y a diminuto gusano de pergamino. ¡Qué nos importa a nosotros! Y si nadie, al final, acoge la invención, mayor nuestra gratuita hidalguía, nuestro ardiente coloquio con las sombras”.

   Y de su diálogo ardiente con las sombras, en esa Torre a merced de las inclemencias editoriales, de los luminosos best-sellers, de los nubarrones de letras virtuales y los vientos barredores de folios, surge un puñado de colecciones —cada una con original a impronta—, ideadas, confeccionadas, ilustradas, impresas y encuadernadas artesanalmente por José Joaquín Beeme. Pero no son los libriccini la única pasión de este hacedor y buscador de tesoros, también el cine, los monstruos, el cómic, la poesía, los viajes, las barricadas, los aforismos, cuanta singularidad asome una punta entre la bruma será materia de disloque y juego, de rotura y armado, de exposición a los cuatro elementos de su imaginería e imaginación, de sus malabares y abracadabras, de su curiosidad destripajuguetes.

P: En tu página web una frase abre las puertas de la Torre: “La escritura o la vida”, ¿o ambas cosas?

R: En realidad se trata de una equivalencia, de un binomio difícil o de un camino de ida y vuelta. Por decirlo con Julián Ríos, “escrivivimos” en la utopía de que todo lo vivible puede reducirse a palabras, y todas las palabras pueden llevarse a la vida. El conflicto no está resuelto (primum vivere, deinde filosofare), pero la maldición del lenguaje es casi inseparable de nuestra respiración.

P: En un cuarto privilegiado de tu Torre, o entre los numerosos cuartos de juego que se reparten por distintos laberintos, se aloja un mago de los heterónimos. De su chistera salen libros, pero de muy diversa índole, aunque todos con un común denominador: el entusiasmo, la fidelidad a ti mismo, el amor por la palabra dicha e impresa, por la imagen, el color, las texturas… ¿Quién eres realmente?

R: “Uno, nadie, cien mil”, escribió Pirandello: nos describía a todos. Bolaño el de los mil oficios y (sobra coma) a la postre, novelista, ¿quién demonios era? De los heterónimos —y de Pessoa, y de Cortázar, y de Max Aub— soy devoto, y hasta publiqué un libro firmado por mis otros yoes que se titulaba precisamente así, Heteronomías: en la portada están Arcimboldo y Svankmajer, dos príncipes del collage de personalidades.

P: Eres de Zaragoza y vives en el norte de Italia desde hace años construyendo esta Torre. ¿Cómo nace “La Torre degli Arabeschi” y con qué objetivos?

R: En España combatí la batalla editorial con Unaluna —presentaciones mil, cursos propedéuticos, ferias extenuantes, libreros desorientados, distribuidores hienas—, pero cuando en 2004 puse en pie La Torre decidí caminar por el margen del negocio. Inspirado en ilustres ejemplos de “microeditoria” italianos, de cuyos artífices me honro en ser amigo (Casiraghy, Weiss, Fiorin), mi primera idea fue extender la telaraña de mis gustos en todos los campos artísticos, siempre alrededor de un texto —que nunca es pretexto— porque ésa es quizá mi seña de identidad.

P: ¿Pero cómo se sustenta esta Torre y dónde están sus arcas?

R: En un mundo donde todo es (mesurable) en dinero, y lo contrario simplemente no existe, una ventolera como ésta raya en el romanticismo o la locura. Bien, sea. Admitamos que el peaje funcionarial, hoy por hoy, arma el tinglado de mi teatro, pero yo he coqueteado con el filo en tiempos decididamente más bohemios. No obstante mis orígenes obreros, o quizá por eso mismo: nunca he dejado de ser un bracero de la cultura.

P: Son siete las colecciones que cultivas, pero unas parecen más prolíficas que otras.

R: Algunos títulos son de larga gestación, porque requieren búsqueda paciente de información, porque no me he cruzado con el material adecuado para materializarlos o, sencillamente, porque espero la versión definitiva de un amigo poeta que no acaba de decidirse.

P: Tú eliges a los autores, pero también los autores te eligen a ti en cuanto conocen la microeditorial.

R: 2009 ha sido el año en que esto segundo ha empezado a producirse, junto con una mayor atención en los medios y diversas propuestas expositivas. Siempre he creído que primero hay que desarrollar un trabajo de corredor de fondo, callado, ferviente, muy a conciencia, y a lo mejor el tiempo —que también mata muchos proyectos, si no se cree del todo en ellos— termina por darte la razón.

P: ¿Quiénes han entrado en la Torre y han quedado atrapados en sus estancias?

R: Las criaturas más bizarras. Desde poetas como Giménez-Frontín, Guinda, Vilas, Grande, Petisme, Ungaretti o el mismo Pasolini, del que traduje unos inéditos, hasta paladines de la narrativa breve fantástica como Buzzati, Boccaccio, Pilar Pedraza, Olgoso o tú mismo; desde viajeros altruistas a cinéfilos militantes; desde escritores antitaurinos, o antibelicistas, hasta ensayistas o cantores del silencio… Todos me han fascinado, primero, como lector; sólo después he pensado en editarles, en hacerles vivir en otra casa o bajo otras vestiduras.

P: ¿Dónde reside el beneficio de ambas partes, con libros que no se venden?

R: Supongo que en disponer de una rara avis dentro de la bibliografía del autor, y, por mi parte, en atesorar un “museo imaginario” sólo que un paso más allá de Malraux. Todos somos coleccionistas, y ésta es una de mis principales compilaciones librarias (otra está formada por ejemplares únicos). De todas maneras, aunque yo no intervenga en ello, mis libros se han vendido en festivales de la literatura o se han subastado para causas benéficas.

P: Una vez terminado un libriccino, y en manos del autor del texto, ¿cuál crees que es su destino final?

R: Es el autor quien distribuye, por tanto espero que su trabajo y el mío vayan a parar a buenas manos, es decir, a lectores cómplices o que sepan apreciar la naturaleza rebelde, a contracorriente, de una plaquette deliberadamente fuera de la industria editorial y más cercana, por vocación, a una galería de arte en movimiento. A partir de ahí surgen reseñas, artículos, cruce de palabras que multiplican la siembra original.

P: ¿Se produce una retroalimentación entre el autor de los textos y tú como editor, hacedor, artista, encuadernador, etc., una vez terminado un libro?

R: Sin duda crece la amistad, o nace: la carambola me lleva a nombres o rostros cuya mano todavía no he estrechado. Dado mi consustancial minimalismo no repito autores, pero sucede a menudo que nos embarcamos en nuevos proyectos aunque no sean bajo la sombra de La Torre.

P: Conservas tres de los treinta ejemplares, ¿qué haces con ellos, porque quien te conozca sabrá que no vas a guardarlos en un cofre bajo siete llaves?

R: Las exposiciones son un buen modo de ofrecer una visión comprensiva y tridimensional de esta, más que torre, ya ciudad de libros. También los talleres o las charlas que las acompañan. Muestro también las ilustraciones que integran cada libro, en muchos casos con tantos originales distintos como ejemplares. Después de dos exposiciones apenas clausuradas, una en el Montefeltro (Las Marcas) y otra en el Lago Mayor, estoy preparando una monográfica en San Marino y, hacia la primavera, me han invitado a participar en la creación de la Vila del Llibre en Bellprat, Barcelona.

P: Numerosas inquietudes te rondan la cabeza y dirigen tus manos, es evidente ante la multiplicidad creativa que te caracteriza, ¿Cuáles son tus preferencias o cómo las ordenas dentro de tu quehacer diario?

R: Trabajo paralelamente en varios libros, de manera que cada título se encuentra en diversos grados de evolución. También como lector soy picoteador simultáneo de manjares heterogéneos: diccionarios, tebeos, catálogos, cartas, epigramas, cuentos mínimos, memorias… Tener fechas, compromisos, ayuda.

P: Me gusta imaginarte trabajando en tu estudio, rodeado de materiales e ideas, inquieto, bullendo la cabeza, como un alquimista perdido entre atanores y retortas, consciente de que está en sus manos fraguar el oro. ¿Es realmente así?

R: Perdido seguramente no, pero sí es verdad que nado en un cierto caos y no veo forma de remediarlo. Soy radicalmente incapaz de concentrarme en una sola cosa: tal vez por eso no cuajé como investigador y la única oposición que hice la gané de chiripa y con no poca osadía. ¿Cómo se puede estar vivo y no amarlo todo?

P: Papeles, tintas, tipografías, grabados, texturas, colores, cerámica, pigmentos, telas, materias diversas cobran bajo tus manos una delicia para los sentidos de los amantes de los libros: vista, tacto… olfato, oído y gusto, ¿has experimentado con estos últimos?

R: Dos ejemplos: los papeles del poemario Grande è superbia los embebí en esencia de yerbas aromáticas, y estoy preparando una edición bilingüe de nuestras jarchas que contendrá un minicedé con un solo de saxo, a cargo del músico de fusión Ermanno Librasi. Los libros comestibles los veo sólo como acicate para una performance, quién sabe…

P: La imagen que trasmites a través de tu correspondencia, de esa pequeña entrevista que está en internet, por tus propios libros, etc., es la de un hombre feliz, comprometido con ideales políticos, el arte, el cine y sobre todo con el sentido creativo y lúdico de la vida. Tú mismo te defines como un hombre cuyo niñodiós todavía juega.

R: Yo he elegido esta máscara: detrás hay el mismo dolor universal. Pero que ética y estética van juntas es para mí un hecho indudable que sólo niegan los cínicos (y haciéndolo revelan un hondo sentido moral). Luego está la práctica, más que la teoría, del juego: los grandes creadores que me han conmovido lo han hecho, además, con una punta de humor que despojaba de credibilidad las verdades supuestamente absolutas. El descrédito de la realidad y sus ideólogos, en el más puro estilo surrealista, es mi objetivo último.

P: Salimos de La Torre degli Arabeschi, o creemos estar fuera de ella cuando en realidad, gracias a los numerosos vericuetos y espejos no hemos hecho más que entrar, porque José Joaquín Beeme nos confunde con sus múltiples trompe l’oeils y no nos cuenta que, como en el infierno de Dante, pero por muy diferentes placeres, quien se adentra en La Torre no puede abandonarla.

R: Pero si también mis caminos están trazados sobre el mar (y al cabo, nada os debo…). El trampantojo puede ser pirotecnia visual pero también nueva invitación al juego, a la brossa poética, al imperio de los sentidos. Y si por azar alguien queda atrapado en uno de mis anillos de humo, espero al menos que sea el del Paraíso: hay otros mundos, pero bullen todos en éste.

 Publicada en: http://www.literaturas.com:80/v010/index1009revista.asp 

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