Javier Barreiro entrevistó a José Larralde

Por Javier Barreiro

    Tras Atahualpa Yupanqui y Jorge Cafrune –los dos ya idos- Larralde es el mayor cultivador del folclore sureño argentino.

     Aunque él se califique tan solo de guitarrero y escribidor, la alta calidad de sus creaciones, su honda y majestuosa voz, la fuerza y el sentimiento de su guitarra y la conciencia cívica de que siempre ha dado muestra le otorgan un lugar máximo en la valoración de los amantes de esta vertiente de la cultura popular argentina.


     Por esos inexplicables fenómenos del mundo de la edición discográfica, su casa de discos descatalogó su obra y hoy es muy difícil encontrar en España sus grabaciones, que van pasando de mano en mano entre los aficionados y los coleccionistas. En la Argentina su situación es también de casi total marginación, dada su postura refractaria a cualquier clase de componenda. Larralde, escamado con todo, no concede entrevistas. Esta la logramos demostrándole que lo conocíamos y lo queríamos. Fue el 26 de diciembre de 1988.

-Su apellido parece vasco. Hábleme de sus orígenes familiares.

-Mi padre era navarro y vino de España allá por el 18. Vino solito, a los catorce años. Empezó a trabajar en Avellaneda con Barceló, un caudillo que había aquí. Como tantos vascos, hacía de boyero, llevaba la leche de las estancias a los hospitales o donde le decían. Luego, por razones que desconozco, marchó al interior y, como tenía mucho conocimiento del campo adquirido en su niñez y también acá, pues Avellaneda era entonces medio campo, como todas las orillas de Buenos Aires, le pusieron de encargado. Allí, en la estancia San Lorenzo, conoció a mi madre que trabajaba de cocinera. Se casaron y allí nací yo, en un pueblo que se llama Huanguelén, al sur de la provincia de Buenos Aires, el 22 de octubre de 1937. Eso ya es, geográficamente, pampa. Mi madre es hija de árabes pero no le vayas a decir “turca” porque se enoja.

-¿Cómo recuerda su niñez?

-Me crié en un hogar pobre, no humilde. A veces se confunden las cosas: se dice humilde porque parece que pobre fuese una mala palabra. Me crié en un hogar pobre porque mi padre, después que se fue de esa estancia por razones particulares, puso una sociedad con un primo, también vasco, recién venido de España y parece que no le fue muy bien.

     Entonces las sociedades se hacían de palabra, no hacían falta papeles. Pero no vamos a profundizar en eso, vamos a respetar a los muertos. Mi padre quedó en yanta, en la vía, y le comenzó a ir peor, peor… Tuvo que hacer de todo. Luego compró un carrito y compraba fierro viejo, huevos, cuero… y lo trataba de vender en el pueblo. Y así nos fue criando a mi hermano y a mí, en medio de una pobreza terrible pero común en aquella época. Nosotros igual éramos felices porque no sabíamos qué era la pobreza; yo me enteré qué era la pobreza cuando empecé a comer seguido, todos los días. Cuando uno vive de esta manera cree que la vida es así, además uno nace en un lugar y no se da cuenta de que el mundo no es ese lugar hasta que empieza a caminar.

-Sin embargo, la visión del mundo que reflejan sus canciones no es idílica…

-Por supuesto, el hombre es feliz hasta que empieza a conocer otra cosa y empieza a tener otras metas y ambiciones, cuando uno quiere llegar un poco más allá sin estar preparado, porque no ha sabido prepararse o, más frecuentemente, porque no le han dejado. El hombre siempre busca metas pero no sabe por dónde tiene que ir y tampoco conoce dónde está parado; sobre todo esto le pasa al hombre que no tiene cultura, mejor dicho, al que no tiene educación. Cultura tenemos todos. ¿No es cierto? Pero muchos estamos mal informados y peor educados.

-Usted es un cantor de difícil catalogación pero lo que es obvio es que no tiene nada de urbano. ¿Cuál ha sido su vinculación con la música y el mundo camperos?

-Yo no soy un folclorista, tampoco soy un cantor nacional ni un artista –artista es Miguel Ángel- ni cantor ni payador. Yo soy un guitarrero y un escribidor. Ni siquiera un escritor. Aunque escribo desde chico nunca llegué a pensar que podría ser un hombre conocido. Otras personas desahogan sus penas o alegrías con un vaso de vino, o se van a las carreras… Yo, por razones de trabajo, siempre viví muy en soledad, además, las estancias están aisladas hasta de esos pueblos en los que no hay más que boliches.

-Pero ¿cómo llega su vinculación con la música?

-La música siempre acompañó al hombre en cualquier medio. Desde chico me acompañaba con una guitarra para cantar las cosas que hacía yo o que hacían otros pero nunca pensé que eso podía tener alguna importancia. He escrito cantidad de cosas que he tirado o he roto. No era lógico guardar algo que no servía para nada. Yo era peón de campo cuando apareció en mi pueblo Cafrune, del cual tengo el mejor de los recuerdos. Sin conocerme tomó una obra mía, que no sé de qué manera llegó a sus manos, la cantó, la grabó y puso en el disco. Fue “Permiso” y la cantó sin saber quién era yo, que tampoco sabía que él había grabado, hasta que me empezaron a decir todos: “Che, Cafrune te grabó un tema”. Un día lo escuché por radio y me quería morir, no lo podía creer. Esto fue en el 64 ó 65. Después lo conocí personalmente, me pidió otras obras… Pero todo esto es muy largo porque mi vida en los más de cincuenta años que tengo es muy apretada, sucedieron muchas cosas en el mismo día. Yo, a los veinte años ya me había recorrido medio país, que mira qué es grande, tiene cinco mil kilómetros de largo. Como, además, está muy despoblado, cuando fracasa una cosecha todo el pueblo se queda sin trabajo, lo mismo los albañiles, los mecánicos… porque el que mueve el dinero es el hombre del campo. Entonces, cuando ocurría eso, agarrábamos la guitarra y salíamos a probar suerte alternando el trabajo, el vagabundeo y la guitarra. Pero, si de día encontrábamos trabajo, de noche, lo mismo íbamos a los boliches a cantar.

-Desde la perspectiva de un español, tanto lo que usted está contando como el mundo que describe en sus canciones parece de otra época.

-¡No, no! Es un mundo real, actual aunque esté muy disfrazado por las grandes ciudades, aunque el país es otro. Esto les sucede no sólo a ustedes que viven fuera sino a mucha gente de aquí que no conoce más de veinte kilómetros a la redonda o conoce sólo Mar del Plata y Córdoba. Conocer el país es sufrirlo, vivirlo, amarlo y no se puede amar lo que no se conoce, principalmente, lo que no se sufre. Para amar una cosa hay que sufrirla, hay que llorarla, hay que sangrarla.

-Usted ha dicho que no era demasiado consciente de su pobreza, sin embargo, su canto se erige en correa de transmisión de la voz de los desfavorecidos. ¿Cuándo y de qué modo surge su sentimiento social?

-Yo creo que nunca canté en representación de nadie, yo tiraba la bronca por una situación que me perjudicaba y en la que también se reflejaba la situación de los que me rodeaban. Yo no conocía lo que pasaba en las grandes ciudades. Trabajaba en una estancia y me encontraba con que nos mataban de hambre, que no nos alcanzaba la comida. Venía una sirvienta con una fuente y nos daba una papa a cada uno. Luego había una botella llena de sopa y tomábamos un trago cada uno, como quien toma vino. Luego nos pagaban con vales que había que gastar allí. Y no hablo de 1800, tengo cincuenta y cinco años, cuando cayó Perón yo tenía dieciocho años, estoy hablando del cincuenta y cinco para arriba. Entonces yo hacía estas cosas sin pensar que eran importantes, pero sí como un desahogo. También escribía cosas románticas pero lo social interesó más a la gente porque apareció en un momento en que existía una demanda por ese tipo de cosas. Los que las hacíamos, como Cafrune, Horacio Guarany o yo mismo, salimos a flote, aunque no éramos nadie.

-En la Argentina usted es ampliamente conocido, se escuchan sus canciones y se venden sus discos pero casi nadie sabe nada de usted, se dice que no prodiga apariciones públicas ni declaraciones, que es muy difícil entrevistarle ¿Qué hay de cierto en todo eso?

-Hay un poco de cierto y un poco de novela. Hay gente que nunca me vino a ver y que dice que yo soy un tipo difícil. Por supuesto, yo soy un tipo difícil para cierto periodismo, hay gente a la que rehúyo y trato de no tener ni siquiera un contacto físico, porque sé que son unos chantas. Ha venido gente a hacerme una nota sin saber quién soy porque ese día tenían que tapar un agujero en su revista. De una revista importante de Buenos Aires me mandaron a un tipo especialista en turf para entrevistarme. ¡Eso es una falta de respeto! En estos casos yo lo echo a la mierda y, como lo echo a la mierda, me llaman loco y yo tengo la echada a la mierda muy fácil. Desgraciadamente o por suerte, yo sigo viviendo como cuando tenía veinte años. No hago concesiones, vivo como se me antoja, respetando lo que es vivir en sociedad pero vivo una vida totalmente ajena a lo que es el ambiente artístico porque no creo en el ambiente artístico ni creo en el artista. Te decía antes que artista es Miguel Ángel, nosotros somos guitarreros y cantores y escribidores aunque haya alguno que por escribir una zambita se crea académico. Un escritor es Borges o Sábato: yo escribo algunos versos que a veces tienen rima y a veces no. Intento anotar en un papel lo que siento y la rima es una cosa técnica a la que a veces llego o en la que a veces me estrello. Yo tengo sexto grado y me lo dieron para que me fuera de la escuela porque ya era medio grande y era más importante ayudar a la casa. El estudio era una cosa de lujo, era lo mismo que tener una heladera. Eso se creía que era una cosa de bacanes. Con el tiempo, la gente fue aprendiendo otras cosas.

-Hábleme de su relación con otros cantores.

-Vivo apartado, no trabajo en festivales y el contacto con ellos es escaso. Soy amigo de todo el mundo; conocido, más bien. A veces decimos “queridos amigos” porque no somos enemigos. Nos respetamos pero no tenemos relación de comer juntos, salir…

-¿Qué significa para usted Atahualpa Yupanqui?

-Es el eslabón entre aquello que no tenía propiedad intelectual, no se escribía, no se grababa, no se cobraba, y lo que tenemos hoy. Si Atahualpa no hubiera existido, yo no estaría cantando o, mejor dicho, cantaría otra cosa. Él y algún otro fueron los que, con los payadores, fueron trayendo los ritmos de otros tiempos y nos abrieron el camino aunque todavía no hayamos hecho un estudio profundo de la música nacional; todavía hay una gran parte de ritmos indígenas por descubrir. Atahualpa, además de ser un gran poeta, era músico y un gran escarbador de la verdad. Hay gente que dice: “Atahualpa, mirá qué pifia, ahí metió mal un tono”… Pero yo me quedo con esa pifia de Atahualpa porque esa es la verdad. Yo en el mundo he visto viejos de noventa años cantando cosas desconocidas y con los dedos todos torcidos afinando la guitarra de una manera que yo nunca pude afinarla o cantar una milonga y uno quedarse helado, llorar escuchándoles. A mí ¡qué me va a venir un tipo que estudie en un conservatorio, diciendo que esto está mal, si el del conservatorio pudo estudiar gracias a Atahualpa y a la gente como él…!

-¿Y Jorge Cafrune?

-Yo conocía al “turco” desde muy joven. Somos de la misma edad, tendríamos unos veinticuatro años. Él andaba guitarreando por allá, por mis pagos porque ya era muy conocido en el interior cuando en Buenos Aires no se sabía quién era. Él empezó al revés de todo el mundo que desde Buenos Aires se catapulta hacia el interior. Cuando ganó un concurso cantando una zamba, empezaron a conocerlo en la capital y, como siempre, cuando vieron que era bueno y no se sabía de donde había salido, comenzaron a tirarle mierda, a decir que era colaboracionista y qué sé yo. Cafrune hubiera podido ser discutido por mil cosas menos por colaboracionista. Se puede decir que era muy mujeriego, que le gustaban las fiestas, que le gustaba el vino, los amigos, quedarse hasta las cinco de la mañana, que, a veces, su compostura no era la correcta como hombre público o porque le echaba a la mierda a cualquiera, si no le gustaba. Y a mí me parece que eso es muy correcto porque yo hago lo mismo con la diferencia de que yo no bebo, pero él hacía lo mismo cuando iba normal. ¿Colaboracionista un hombre que fue el primero en cantar las “Coplas del payador perseguido” cuando todavía Atahualpa no lo había grabado? Cuando cantaba “El orejano”, que es un vals de Rafael J. García, un uruguayo: “Yo sé que en el pago me tienen idea porque a los que mandan no les cabestreo…” Habla de que a su hijo lo cría infiel porque no cree en los que andan pinchando el cielo y es de lo más fuerte, de lo más violento con los curas y con todo. Yo no sé si a un hombre así se le puede llamar colaboracionista. Y a mí me ayudó mucho y tuvimos peripecias paralelas. Cuando llegué por primera vez a Buenos Aires fui a ver a un hombre que tenía un programa folclórico que se oía mucho en el interior, a ver si me dejaba cantar alguna cancioncita. Era peón y empecé a trabajar en una fábrica barriendo, soldando lo que me decían porque yo he hecho de todo en la vida. Fuimos un domingo a la mañana a Punta Lara, el pueblito donde vivía y lo encontramos cortando pasto. Le dije quién era y me dijo: “Ah, usted es el prohibido, usted no sabe el escándalo que tuve en la radio, me quisieron quitar el programa porque puse un disco suyo grabado por Cafrune”. Era “Permiso”, o sea que yo estaba prohibido cuando era peón y no sabía lo que era la radio y Cafrune lo mismo estaba totalmente prohibido en la radio.

-En España corrieron versiones muy diversas sobre la muerte de Cafrune. Parece que él iba a caballo con un muchacho, haciendo un recorrido en peregrinación para cumplir una promesa y fue arrollado por un camión. Se dice que si fueron los militares, que si se trató de un montaje.

-Sé positivamente que fue un accidente porque desde el primer momento me tocó estar con él: entre un grupo de amigos que prepararon el velorio y el día anterior de que él partiera a caballo estuvimos hablando porque él quería llevarme a España y yo le desaconsejaba su viaje a caballo. Le dije: “Te vas a meter en la ruta. Te va a llevar un camión por delante”. De todos modos, él salió sin avisar a nadie y, luego, desde la Panamericana cambió de ruta para acortar camino. Por otro lado, la camioneta esquivó a su compañero pero se llevó por delante a Cafrune porque era una carretera de una sola dirección y ellos iban por el medio. A esa hora, medio de día, medio de noche y con el sol de frente. Además, el de la camioneta se podía haber matado porque, al llevar por delante a un caballo, este se te viene encima del parabrisas y te aplasta, mientras el jinete lo normal es que salga por los aires y se aguante con el costalazo pero Cafrune, con todo su peso, se reventó. Hay métodos más fáciles para matar a un hombre. Si hubieran sido los militares, yo es el que más a gusto lo hubiera dicho. Ocurre que la segunda mujer de Cafrune, la española, no sé qué cosas contó. Cuando el accidente, estuvo acá con nosotros, se le prestó toda la colaboración habida y por haber –esto que te estoy diciendo es muy triste y muy feo pero, en honor a la verdad y a mi amigo, lo tengo que decir- se le pagó para que pudiese volver a España. Y aquí estuvo muy contenta con nosotros, que llevamos todo el jaleo del velorio, que organizamos el entierro, que le pagamos el cajón porque el turco no tenía un peso, ya que está todo en litigio por el problema de su separación y ella estaba contentísima con nosotros, lloraba, lloraba, incluso me regaló el estuche de la guitarra de Cafrune como recuerdo porque no sabía como agradecerlo. Cuando se fue de acá, leí en una revista unas declaraciones de ella: que si al marido lo habían matado, que si le habíamos tratado mal. Yo digo: “este es el agradecimiento de la vaca empantanada”. Nosotros no queremos que nos lo agradezca pero tampoco que vaya a mentir. Por respeto al marido y a los hijos que tenía con ese hombre, tenía que haber sido más decente. Tengo testigos de esto. Si vos querés, te los nombro y te los traigo.

-No, me imagino que a usted no le falta crédito.

-Entonces eso es una de las cosas que más me duele y mucho más me duele el asunto del colaboracionismo. Me parece absurdo.

-De Alfredo Zitarrosa ¿Qué me dice?

-No tengo amistad con él. Me parece un gran autor, tengo discos. Pero es uruguayo y, personalmente, no lo conozco.

-¿Y Horacio Guarany?

Es buen tipo. Más que un gran cantor es un gran decidor de las cosas. Tiene su método, que será discutible pero cada uno hace lo que se le antoja. Algunas cosas, algunas de sus formas yo no las comparto pero eso es problema de la conducta de cada uno.

-Facundo Cabral tuvo durante un tiempo su éxito en España pero no parecía un dechado de autenticidad.

-Claro, él hace una cosa muy personal ¿no? No tiene nada que ver con la música nacional o con lo que llamamos folclore. Con lo que hace Guarany, Mercedes Sosa, Yupanqui o yo mismo. Son cosas diferentes.

-En una de sus grabaciones aparece una payada con un tal Mataco Soria. Precisamente en el disco que reproduce los temas de la película Santos Vega, que en España no se vio.

-Tuvieron esa suerte. Rafael Obligado, al escribir Santos Vega, quiso extraer la síntesis de los payadores, reflejar en él la esencia de su conducta y forma de vida. Pero la película fue un plomazo. Yo me fui a la mitad porque me aburrí y además no la entendía porque una cosa es lo que filmamos y otra lo que después hacen los técnicos en la moviola. La película que armaron yo no la entendí. Mataco Soria es un muchacho que anduvo con Cafrune durante muchos años, desde que hicieron el servicio militar juntos en Salta. Es un hombre que sabe de caballos y esas cosas y nos hicimos muy amigos, incluso me acompañó en varias giras por el interior, él haciendo música del Norte y yo del Sur.

-Su discografía es muy extensa. ¿es usted un autor torrencial o son necesidades de su casa de discos?

-En otras épocas grabé lo que se me antojó pero ahora hace tiempo que no lo hago. En los veintidós años que llevo en la empresa he hecho veintiséis “larga duración”. Hay colegas con menos tiempo que llevan cincuenta grabados. Yo fui haciendo un promedio de disco y medio por año, más o menos, de acuerdo a mi necesidad de mostrar lo que iba haciendo. Y eso, contando con que mucha obra nunca va a ser grabada, va a parar al fuego. Pero hace cuatro años que no grabo. El último disco salió hace dos años pero estaba grabado anteriormente. Ahora las empresas hacen refritos, compilaciones, trampas, en una palabra, les ponen un título para atraparle y usted se da cuenta que ha comprado un disco con canciones que tiene desde hace doce años.

-Pero ¿por qué ha dejado de grabar?

-Porque a nadie le interesa lo que uno hace. La empresa no sólo debe grabar el disco sino darle la difusión que merece esa obra; no va a grabar el disco para dejarlo ahí tirado. Las empresas grabadoras contratan a los artistas simplemente para que ese artista no vaya a otras empresas y moleste desde la competencia. Te contratan, te hacen grabar, te tiran debajo del mostrador y luego te dan un montón de excusas. Yo estaba en la RCA, que cambió varias veces de dueño. Después fue Ariola, ahora mismo no sé qué es; en este momento no sé quién tiene mi obra, quién la maneja, los contratos son leoninos y uno se tiene que aguantar con que su obra la difundan como quieran, la manejen como quieran o la tiren a la basura.

-Eso pasa en todo el mundo, creo.

-Pero es una cosa espantosa y yo no paso por ahí. Y un día dije: “Esto se termina”. No por mí sino por respeto a una zona de mi país que no merece que se basuree. Por eso no quiero grabar más. Por otro lado, por parte del estado no hay ninguna calentura para que se pasen los discos argentinos. Guarda, que yo no estoy hablando de decretos, como hace mucha gente. A mí me dolería mucho que un disco mío se pase por decreto. Se tiene que pasar por convicción porque la gente que pasa discos –ellos se llaman disc-jockeys y son pasadores de discos, ¿no es cierto?- se interesen por poner música nacional. Nosotros hablamos mucho de invasión –no sé si en España pasa lo mismo- pero no nos invade nadie. Nosotros nos dejamos invadir: en la calle vas a ver muchachos con camisetas en las que todo está escrito en inglés, que yo no entiendo un carajo de esto. Pero no vienen de Inglaterra, ni de Estados Unidos, las fabricamos acá. Entonces los cabrones somos nosotros, no podemos decir que nos invadan. Luego hablamos de nacionalismo y hablamos de Patria y es mentira. El argentino todavía no tiene sentido de lo que es verdadero nacionalismo y eso hay que corregirlo desde las autoridades, no por decreto sino incentivando (desde los medios de comunicación que, casi todos son del estado, y, justamente, los que no son del estado son los que más música nacional pasan) lo nuestro.

-¿No hay una parte de complejo de inferioridad en todo esto?

-Claro, recién empezamos hace unos años a caminar con esta democracia medio destartaladita que tenemos y que esperemos que con el tiempo la vayamos armando pero nos va a costar mucho porque nosotros ni caminamos sobre un millón de muertos, como los españoles, ni se pasó un hambre tan desesperante como que se pasó en Biafra. Luego, también hay gente que tiene mucho y el país da para vivir bien pero, además de estar mal administrado, cuanto tuvo este país se le robó: 60.000 millones de dólares andan por ahí y a nosotros no se nos dio nada, se nos quitó y eso desmoraliza. Acá, la corriente, los trenes, los teléfonos, los aviones andan mal. Pero ningún cable se coloca solo. Los colocamos nosotros y los colocamos a desgana porque estamos desmoralizados, no hay incentivo y sabemos que hemos sido expoliados. Y esto es un círculo vicioso. Si los hombres hacemos las cosas mal, van a seguir andando mal las cosas. Empecemos por poner bien los cables, por cuidar los teléfonos y por no andar siempre echando la culpa al golpe, a las multinacionales y a los que estuvieron atrás o al lado.

-¿Cuál es la situación de un cantor en la Argentina de hoy? Usted me ha dicho que no quiere grabar más ¿dónde y para quién actúa? ¿Cuál es su labor en estos momentos?

-Trabajo en el interior, voy a clubes, a teatros. Pero el trabajo no abunda y yo tampoco soy un hombre fácil, por ejemplo, no trabajo en festivales. Necesito conversar con la gente, explicarles el porqué de una canción, contarles historias. Lo mismo que el que me viene a ver necesita que el cantor conozca sus preocupaciones, su trabajo. Yo les hablo del trabajo que acaban de dejar para venir a verme y el hecho de que alguien escriba una canción ya es un incentivo para ese hombre, sabe que alguien se preocupa por él, que alguien le está dando el valor que le corresponde e, incluso, dentro de esta canción va insertada un poco de fuerza para que se haga valer y que le diga al patrón “Escúcheme, o me paga o me voy porque paso hambre”.

    En mi canto siempre hay rebeldía porque yo siempre fui un hombre muy difícil. Tan es así que los antiguos patronos –casi todos eran ingleses- me decían que yo era anarquista, que sublevaba a la gente pero simplemente porque hacía números y veía que no nos pagaban ni la miseria que estaba acordada. Pero se extrañaban cuando llegaba al escritorio diciendo: “O me paga más o me voy”. Ellos te echaban cuando querían pero se extrañaban de que uno tomara la iniciativa… Con mis canciones o con las de Yupanqui, con lo que hace Guarany y otra gente se está abriendo una ventana y, si la gente sabe que has trabajado de peón, incluso cuando tenía discos grabados que no me los compraba ni mi mamá porque no me conocía nadie y estaba prohibido por un lado y por el otro, te escucha con más atención. Yo quiero decirle a la gente que puede vivir no con más dignidad, porque eso se tiene siempre, pero sí con más humanidad, es decir, siendo dueño de uno mismo. Yo podré pasar hambre pero será mi hambre y como yo quiera. Yo quiero ser dueño de mi hambre. Eso es democracia, libertad… pero muchos te llaman anarquista y así lo explican todo.

-La literatura gauchesca, dejando aparte la obra genial de José Hernández, es muy rica en lo lírico, en lo épico y hasta en lo cómico ¿hasta qué punto se ha inspirado en ella?

-Si te tengo que decir la verdad, yo leí el Martín Fierro ya de grande. Nunca tuve acceso a la literatura de nadie. A mi pueblo llegaba un periódico por semana. No había radio. La literatura era un lujo en el ambiente que me crié, algo supérfluo. Leían los cajetillas, los que estudiaban medicina, el jefe de estación, el gerente. A nosotros leer nos parecía una cosa estúpida. No me acostumbré a leer de chico y ahora me cuesta mucho. Me fatigo con lo que no son cosas sueltas.

-¿Cómo valora usted la música argentina por antonomasia: el tango y la figura de Gardel?

-Eso es lo máximo que tenemos nosotros. De Gardel no se puede hablar porque es caer en palabras de todos los días. Es lo mismo hablar de Gardel que si me preguntaras qué pienso de San Martín o de Belgrano o de Artigas. Está de más hablar de Gardel. Gardel es la nacionalidad, el sentido del ser argentino junto con el himno y la bandera. Él era un artista, un cantor pero mucha de nuestra personalidad como argentinos se la debemos a él, principalmente, hablando del hombre de la ciudad.

-¿Cómo definiría su carácter?

-Podrido.

-¿Y su filosofía de la vida?

-Creo en los hombres. A pesar de lo que conté, a pesar de todo lo que nos sucede no sólo a los argentinos sino a toda América, sigo creyendo en el hombre. Si el hombre es culpable de un montón de cosas, también ha sido la solución de un montón de otras. Siempre hablamos de que esto es el acabose y, si nos remontamos a la Historia, después de todas las ruinas, de todos los acaboses, de todas las vejaciones, de todos los estropicios, el mundo resucitó. Y acá estamos quejándonos otra vez y tratando de empezar otra vez. Eso es lo importante de la vida: empezar de nuevo todos los días sin fijarnos metas lejanas. Si cuando me despierto estoy vivo y suelto ¿qué más puedo pedir? Soy un hombre feliz, Dios me ha dado más de lo que merezco, posiblemente, Dios me está dando un premio a mí que no le alcanzó a dar a mi padre, por ejemplo. El pobre murió con una mano atrás y otra delante, aunque yo, más o menos, ya había empezado a comer seguido y le podía arrimar un peso para que viviera más cómodo sin tener que matarse trabajando como lo hacía. Todo lo que me está dando Dios a mí de más es lo que no le pudo dar a mi viejo. Soy feliz, agradecido pero, cuando hablo de mi viejo, me dan más ganas de llorar porque quisiera tenerlo conmigo.

-¿Cuál fue su situación durante la dictadura? Recuerdo que en las tiendas no se encontraban sus discos?

-Por lo general las dictaduras no publican un acta diciendo: “Fulano está prohibido”, no llega el escribano público y le extiende a uno el certificado sino que las prohibiciones son muy sutiles. Son mejores las prohibiciones directas porque, cuando aparece un papel firmado por alguien que dice: “Tal tema no se debe pasar porque es subversivo o porque atenta a las buenas costumbres o por lo que sea”, uno sabe a qué atenerse. Pero, habitualmente, se valen de otros medios como mandar a la policía a pedir la documentación a los que asisten al teatro donde uno está trabajando. Entonces, la gente se dice: “cada vez que venimos a ver a Fulano, todo este despelote”. La gente deja de venir y eso es una forma de prohibirte. A mí me pasó muchas veces el recibir una orden de arriba diciendo en el último momento que no se podía hacer el espectáculo. No se aducía ninguna razón, no se sabía quién lo firmaba, nadie venía a decirte con un par de pelotas: “Yo te prohíbo”.

      Solamente no podías trabajar. Mi peor época fue la del último peronismo, la de la Triple A, porque en esa época de los militares sabíamos que había que meterse el dedo en el culo y taparse la boca pero en la etapa precedente había una aparente libertad. Pero te la daban en cuanto te descuidabas. Yo andaba de un lado a otro del país e iba siempre armado, para llevarme alguno por delante si es que me ocurría algo. Se me ocurrió irme a mi pueblo. Allí soy como un indio. Lo conozco todo. Pensaba: “me escondo en las lagunas y no me encuentra ni Dios, además, al que viene lo voy a ver a dos leguas y me voy a poder defender”. La mañana en que llegué habían reventado a un profesor de veinticinco balazos, dos horas antes. ¡En un pueblo como el mío, que está en el culo del mundo! Allí habían ido a matar gente. Me rajé de ahí, me fui por la costa, anduve metido en los médanos con mi mujer a cuestas. Y así vivimos en esta época, muy mal. Menos mal que no tenía chicos en esos momentos. Después vino el golpe militar y fue el acabose, no sabíamos dónde meternos, siempre con la idea de que yo de acá no me voy. Yo llegué con mi mujer a fabricar ropa. Comprábamos cuero de descarne y hacíamos polleras, ayudándonos del sacabocados y con materiales rudimentarios. Luego, mi mujer iba vendiéndolas por los pueblos.

-¿Y sus derechos de autor?

-No vivimos con los derechos de autor. Por seis meses de derechos de autor acabo de cobrar 19.000 australes (unas 140.000 mil pesetas en la época en que se hizo la entrevista). Tenía que cobrar 41.000 pero como os adelantan préstamos porque no nos alcanza la plata, no podemos vivir de esto. Yo tengo trescientas y pico obras mías, usted dice que en España tengo un nombre pero no cobro un peso. Creo que por un convenio entre los dos países. El día que me toque ir a España, si me toca ir, porque no pueda vivir ya aquí, iré a lavar copas pero no a cantar.

-¿Usted se hizo la casa?

-Sí, sí, trabajé de albañil, me ayudó otra gente. Pero soldé caños, mezclé cemento, hice de albañil, de peón y de lo que hizo falta. Pero no me quejo porque he mandado a la escuela a mis hijos y no me falta para comer. La compañía grabadora también cobra muy poco. Yo, con todos los discos que vendo en la Argentina, en Uruguay, en Europa vengo a sacar 4.000 australes por mes. Nosotros no podemos vivir del disco ni de los derechos de autor, si acaso rockeros como Charly García, que acaba de cobrar casi medio millón de australes, conste que yo no reniego de eso, ojalá todos cobren esa plata. La música nacional es para nosotros el último orrjón del tarro. Suponete que vos sos un matrimonio con dos pibes. A vos te gusta Troilo, a tu señora le gusta Yupanqui, a tu hijo le gusta Palito Ortega o Charly García. Entonces vos, si sos un hombre que tienes un sueldo ¿qué comprás primero? El disco de tu hijo, no vas a comprar el tuyo ¿cierto?

-Recientemente oí que usted andaba próximo a los comités radicales de Avellaneda pero ¿cómo es su vida cotidiana?

-Mi mujer es radical hasta los huesos aunque el padre de mi mujer era socialista de Palacios. Cuando Palacios murió, el socialismo acá desapareció. Si acaso quedaron algunos socialistas líricos, después, el socialismo se tergiversó y mi mujer se pasó al radicalismo, en el que ya figuraban su madre y toda la familia. Cuando Balbín –el anterior jefe de los radicales- tuvo problemas con Perón, se refugiaba en casa de los parientes de mi mujer, en Saladillo. Mi mujer sí está metida en política, yo no. Soy amigo de algún importante miembro del partido radical pero en la parte íntima, no política. Al hombre se le conoce cuando no viene a vender nada. Luego llevo una vida normal con la diferencia de que me gusta el campo y la guitarra. Los que tocamos la guitarra de oído le sacamos un sonido diferente. Yo no puedo tener una digitación que no he aprendido de chico. Justo ayer vi en televisión a Paco de Lucía y me pareció un monstruo. Para mí o para el paisano de acá que te acompaña a cantar, la guitarra es un complemento donde uno se apoya para cargar de profundidad el sentimiento. Si en esta conversación contigo yo hubiera tenido una guitarra en la mano y hubiera estado haciendo algún acorde, el tono hubiera sido diferente, sería menos agresivo, más profundo, a lo mejor, vos lo ibas a entender más fácil porque yo te estoy diciendo cosas a vos como si vos tuvieras la culpa.

-Agradezco ese tono porque viene desde lo hondo.

-Pero a mí no me gusta. Se puede hablar desde dentro con más reconocimiento y quizá se podría decir mucho más sin ser tan agresivo.

-No, ya me ha dicho bastante.

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