De «Borradores» y otras soledades / Don Quitero


Por Don Quiterio

    Y el rumor se hizo pedrada. Lo que desde las pasadas semanas corría de boca en oreja como corren las cosas que corren (malos toreros y ladrones) se hizo, al final, realidad. Dura realidad. “Borradores”, por cuyo plató ha pasado parte de la excelencia cultural de nuestros días, cambia de formato. Y no solo de director, que ya es grave por ingrato, sino de sentido.

    El responsable y presentador del programa cultural durante cinco años, el periodista y escritor Antón Castro (Arteixo, La Coruña, 1959), siempre tan discreto y generoso, deja su puesto por imperativo de los recortes, por decirlo de un modo “políticamente correcto”. Lo que ha sido un foro de la cultura en nuestra comunidad, por el que han pasado escritores y pintores, fotógrafos y escultores, dramaturgos y arquitectos, actores y cineastas, diseñadores y periodistas, editores y filósofos, músicos y toda suerte de gentes del espectáculo, de aquí y de allá, se transforma en un nuevo ciclo sin más explicaciones.

    Y esto es lo grave. Quizá dramático. Desde que Antón Castro se hiciera cargo, “Borradores” se ha ofrecido como una referencia de las artes y las letras aragonesas, un modélico ejemplo de información y reflexión. Intenso unas veces; exclusivo, otras, y siempre necesario. Tanto para la ciudad como para los espectadores y los propios artistas. Un espacio, en fin, de libertad, de ceremoniosa serenidad, de alto talento y de bajo presupuesto, que inicia su andadura un día en la primavera de 2006, cuando el escritor gallego invita al programa a Eduardo Laborda con ocasión de su exposición pictórica en torno al simbolismo barroco; a Carlos Saura para hablarnos de sus proyectos cinematográficos, y a Miguel Mena y Fernando Sanmartín disertando, como no podía ser de otra manera, sobre literatura, esa incitación al desconocimiento de la realidad adversa mediante la fuerza y las posibilidades de la imaginación. La literatura como fin, en efecto. El fin y el principio. O el principio y el fin, con ese revelador y amargo “hasta siempre”, en ese último programa de un frío día de enero de 2012, con la presencia del escritor Javier Romero, que nos habla de su primer libro de cuentos, “El día en que Bunbury fue Elvis y Eva Amaral le hizo los coros”, con el que gana el premio Isabel de Portugal de narración; y la de Gervasio Sánchez, uno de los fotorreporteros españoles más reconocidos que comenta su exposición “Desaparecidos”, un recorrido por toda una historia universal de la infamia: el secuestro, la tortura y la aniquilación en los Balcanes, en Colombia, en Chile, en Iraq y, entre otros lugares, en España, tanto en León como en Cetina.

   A partir de ahora me declaro apóstata de Aragón Televisión. Pero apóstata del todo. Opto, pues, por olvidarme, salvo contadas excepciones, de la cadena del ente público autonómico a la hora de buscar información o entretenimiento. Las pretensiones de borrar de un plumazo a una parte significativa de esta comunidad deviene en una televisión cada vez más alejada de la realidad, de la ciudadanía a la que se dirige. La intelectualidad sometida del atribulado y afligido individuo. La pretensión de una cultura del control sobre el ser humano, representada por la ideología de sus interesados e injustos criterios morales. El mundo dictado y adiós a “Borradores”. Las convenciones establecidas y borrón y cuenta nueva. Las relaciones burocráticas y cal y toneladas de tierra encima, que el dolor es como el yogur: caduca con el tiempo.

   La idea, al parecer, es dar un servicio que ya nos dan la Iglesia y sus pastores. Por tanto, ¿para qué tenemos que pagarlo? Y mientras se golpea nuevamente a la cultura, los “recortadores” (que no de reses bravas) se ponen la chaqueta del guardia y están tumbados al solete leyendo el “Marca” tan ricamente, que es realmente lo que les mola. En tiempos de crisis y decadencia, el faro que alumbra el camino acentúa su ritmo adusto y monótono, ansioso y depresivo. Se pretende imprimir una actitud lóbrega y de resignación en la sociedad a la que se dirige. Ya lo decía Flaubert: “La necedad no es la ignorancia, sino el no pensamiento de las ideas preconcebidas”.

   Esto es lo que hay y, a veces, hay que joderse, sí, pero eso no significa arrojar la toalla. Con un sillón y un invitado, Antón Castro proponía una actitud abierta ante la vida, las ideas y el compromiso, desde la creatividad y la actividad. Un sitio por el que han pasado personajes de todo tipo y catadura para entender la cultura contemporánea en Aragón y, por extensión, en todo el mundo. La lista sería interminable. Y el sillón por el que pasaron tantos culos, ay, se queda vacío. Pero no solo eso. Sus análisis para entender qué hace moderno al arte moderno se han convertido estos años en cita obligada para cualquiera con una cierta sensibilidad, para el simple sentido común. Las cosas con sentido dan satisfacciones. Y pedradas.

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