Crónica de una visita a la VIII Feria de los vinos de Aragón en el barrio de Montañana.

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Por Eugenio Mateo

     Una vez más asistimos a la cita con la Feria de los Vinos de Aragón en el barrio zaragozano de Montañana. La de este año es la octava edición y echar la vista atrás presupone una inquietante sensación de  déja’ vu que nos susurra lo fútil del tiempo.
El paseo hasta la puerta del pabellón municipal trae voces y sabores que aún están recientes y sin embargo han pasado años desde la primera visita. Hoy, domingo, los coches llenaban el improvisado parking en un solar enorme y el cierzo enviaba los humos de sus chimeneas papeleras hacia los vecinos de Villamayor. Ha habido veces que el detritus volante me ha recordado al olor de la tortilla de patata, pero para poder hablar con propiedad debería ser residente permanente del barrio, entonces no haría bromas con las tortillas. Siguiendo con la crónica, en los tres días de feria la asistencia de visitantes ha superado a la de las anteriores ediciones y a mediodía el ambiente de «vermú» generalizado que hemos vivido esta mañana tiene un «no sé qué» especial. Podría serlo un carácter de fiesta popular de culto al vino, pero un culto reverenciado en el saber beberlo, educador de aromas y matices. La variopinta mezcolanza de hortelanos y pijos, de jóvenes y viejos, de guapas y de feos. Los maridajes de vinos sorprendentes con  tapas de todas las texturas. Los encuentros en el chin-chin de las copas y la boca llena. La exaltación de la amistad y las miradas de vidrio en algunos ojos. Montañana, por unos días, se hace presente en la megalópolis que desde el sur trae sed de vinos que llevan sol de vegas y secanos.

      Vinos de Aragón de todas las comarcas y todas las denominaciones. Algunos, de bodegas con ilusión de artesano; otros, con cuota de mercado. Todos, excelentes. Me gusta imaginar una denominación de origen Aragón, todos los bodegueros juntos con la marca, haciéndola tan variada como reconocible a los foranos. Potente. Por imaginar me veo pidiendo un aragón, como el que pide un rioja o un ribera por la piel de toro; quizá se cumpla, -¡quién sabe!- creo a pies juntillas que sería bueno pero tal ilusión escapa a mis posibilidades. De momento, es hora de la cata. Empezamos con un somontano, Laus Tinto Roble, de tres variedades de uva, Merlot, Cabernet y Tempranillo con una elaboración muy refinada a la vez que compacto en boca. El vino sólo es refugio de modorras y se impone un breve paseo hasta el pabellón de maridajes -como si la pitanza necesitara de eufemismos- en donde tenemos la misión irrenunciable de probar las tapas de Lafajarda Casual Food – no se asusten, no es un fast food-  Azuzena Fajardo es una natural del barrio con un gran olfato para la hostelería. Tiene un bar de tapas en un sitio emblemático de Zaragoza que gestiona con su hija Gabriela y ofrece una panoplia de tapas que ya la querrían muchos de la calle del Laurel; bajo ese nombre tan american se esconde una familia que sabe sacar el secreto a lo breve de un bocado.

    No fue fácil llegar a la barra y habían agotado alguna de sus especialidades como las Gabrielitas pero en aquel extremo del mostrador nos juramentamos para resistir todos los embates de los hambrientos como nosotros y probar los Fajardetes y un croquetón de edulis. La segunda cata fue otro somontano un Meler Crianza 2005, con Cabernet y Merlot, con un especial aroma a frutos rojos. Acompañaría a la cazuelita de garbanzos con marisco que es otra de las especialidades de Lafajarda que se están haciendo famosas por el Tubo.

     Con la boca dispuesta a emociones más fuertes, bebemos vino del desierto que se llama Sed y que elabora la bodega DCueva, en la Lanaja monegrina y ardiente. La Garnacha, Cariñena y Syrah confabuladas en un vino distinto y sugerente. Recuerdo el pan con vino que me daba mi abuela aquellas tardes monegrinas en la cercana Robres pero este Sed es sabia artesanía. Con la propia sed calmada el  montadito de tortilla con ensaladilla y salsa rosa previene de desiertos. De Cretas, tierras del Matarraña, ha venido la bodega Mas de Torubio. su Xado tinto roble es un Garnacha y Cabernet Sauvignón sabroso y especiado. Nada mejor que media cazuelita de lentejas con foie de acompañante. También probamos quesos del Mesón de Montañana y un montadito de crema de jamón en el Mil sabores. La paella de ternasco de Pastores pasaban peligrosamente cerca en las manos de algún anciano y el techo de la carpa soportaba los decibelios como si no fueran con él. Para refrescar, un delicado Laus Flor de Merlot rosado, cristalino y amable que nos dejó probar los piquillos de Azuzena con bechamel de morcilla para remontar un «vermú torero» que en menos que canta un gallo nos hará estar, como por ensalmo, en el año próximo.
Mas info:  http://www.barriomontanana.es/feriadelvino/bodegas/
 http://www.barriomontanana.es/feriadelvino/maridajes/
Fuente: http://eugeniomateo.blogspot.com.es/2014/04/viii-feria-de-los-vinos-de-aragon-en-el.html

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