ZARAOCULTA: «En el barrio judio de Zaragoza» / Miguel A, Yus


Por Miguel Ángel Yus

   Ocurrió en el barrio judío de Zaragoza, barrio judío de estrechas y jeroglíficas calles, callejones de estrechos portales, estrechas tiendas, estrechas perspectivas y estrechos futuros.

 

    Era un niño, un niño judío, un judío niño, cincuenta metros de judío, niño circuncidado, más cincunquedado, pero también dado al circo. Sus padres lo vendieron a un circo ambulante de gitanos, a cambio de una cafetera oxidada.

   Acompañado de la mujer jirafa, dos monos y una cabra, recorría Europa.

 

   El niño, el niño, el judío niño, como sucede a los de su especie, no estaba satisfecho: ni el cariño de la mujer jirafa, ni las monerías de los monos, ni el amor de la cabra era suficiente. Él, el niño, el niño judío, el judío niño, tenía un deseo, un deseo secreto, que conocían todos. Quería poseer una espada, una espada de plástico, una espada de plástico azul.

   El niño, el niño judío, el judío niño, cuando no se sorbía los mocos, o se beneficiaba a la cabra, buscaba, buscaba por todas partes, incluso en las tiendas, buscaba una espada, su anhelada espada de plástico azul. Un día, un día cualquiera, en una letrina cualquiera, encontró una espada de plástico azul, espada que desteñía el color azul y el niño, el niño judío, el judío niño, se volvió azul. Azul, azulete entre mujeres jirafa, monos y cabras, haciendo el mono y la cabra, el niño, el niño judío, el judío niño azul, tenia cincuenta años y ya no tenia la espada de plástico azul.

   En un cambalache que creyó afortunado, en el barrio judío de Praga, un chamarilero se llevó la espada y, a cambio, le enseñó a pintar cuadros, con niños, niños judíos, judíos niños, manchados de tinta azul de desteñida espada de platico azul. Abandonó a la mujer jirafa, a los monos y a la cabra y, solitario, con hambre y frío, se dedicó el resto de su vida a pintar cuadros con niño, niño judío, judío niño azul.

   Uno de estos cuadros con niño, niño judío, niño azul desteñido de una espada de plástico azul, colgaba de la mugrienta pared de una vieja taberna cualquiera, en un puerto cualquiera. El cuadro fue ganado en tramposa partida de dados por Hermes, un marinero cualquiera. Por caminos que a veces no son invisibles, Hermes y su cuadro de niño, de niño judío, de judío niño azul, llegaron al barrio judío de Zaragoza. Barrio de estrechas y jeroglíficas calles, callejones de estrechos portales, estrechas tiendas, estrechas perspectivas y estrechos futuros.

   Con la intención de vender el cuadro, entró Hermes en un cuchitril de buhonero, que tenía colgado un letrero que casi no se veía, “Quiteria, fundado en 1516”. En el estrechísimo local se encontraban objetos extrañísimos de todo el mundo. De propietario un niño, un niño judío, un judío niño, azul desteñido de una espada de platico azul. Un niño exactamente igual al del cuadro. Hermes, sin decir nada, salió a la calle, miró el cuadro y una tela blanca sin pintar, le devolvió la mirada.

Artículos relacionados :