Viajando por los Andes: Salta-Uyuni (I)


Por Eugenio Mateo Otto
Fotos Juan Mateo Piera

      Desde el principio de este viaje quisimos hacerlo a ras de suelo, buceando entre la gente de cada país para aprender de su anonimato. No se trataba de turismo; más bien de búsqueda.

      Elegimos la frontera argentina con Bolivia porque cruzar Pocitos, nombre popular de Salvador Mazza, última ciudad del norte argentino, abre el paso hacia el delirio de las distancias. Nos esperan El Salar de Uyuni, La Paz, el lago Titikaka, Copacabana, varada en sus aguas; sobre todo, La Isla del Sol con la pequeña Challapampa. Después, si las fuerzas acompañan llegaremos al Perú para descubrir Cuzco y sus tesoros. Subir a Machu Picchu es el premio y la meta final.

    Hemos volado a Salta desde Buenos Aires. Es una ciudad grande pero apacible. Se fundó en 1582 por orden del Virrey del Perú. Es también el camino hacia Bolivia. Después de un paseo, nos metemos en un autobús para Villazón. Es de noche. Un cielo rojo nos despierta a un escenario al que el fuego amenaza desde una llamarada que llega para dejarnos descubrir que ya estamos en «Pocitos». La frontera. Al otro lado del último control está Bolivia. Es media mañana cuando el autobús se detiene en Villazón. El aire sabe a los tres mil cuatro cientos metros de altitud aunque mas bien se debería decir que agobia con la presión de esos mismos metros. Tenemos poco tiempo; nos espera un tren hasta Uyuni. Fotografiamos misceláneas ciudadanas y dejamos atrás la puerta del Potosí para recorrerlo al ritmo poco brioso de aquel tren andino. El vaivén nos sube y baja pasando por Tupiza a 2949 m para ascender por Atocha a 3658 m, sin parar de subir hasta los 3669 m a los que está Uyuni y su Salar. Hemos tardado casi 10 horas.

    Para llegar hasta el Salar de Uyuni es necesario tomar un todo terreno de los muchos que ejercen como guías. Montados en uno, conforme nos acercamos se nos llenan los ojos de luz. Una gigantesca alfombra blanca refulge al sol multiplicando sus efectos. Un mar de sal nos saluda. El mayor desierto salino del mundo con 10.582 km2, sobre un lago prehistórico de 40.000 años, llamado Minchin. Se dice que bajo nuestros pies nos soportan diez billones de toneladas de sal. Calculando que se extraen 25.000 toneladas año, podemos asegurar que habrá salmueras hasta el juicio final.

   Nos cabe el infinito en las miradas que se pierden en referencias imposibles. Pero como en todo mar, también en este con olas salinas hay islas. El reducto mas grande del pasado mineral tiene forma de pez; por eso le llaman Isla Pescado. Como vigías alertas, totems con espinas, los gigantescos cactus cardones se encaran con el mar que no les manda brisas. Sólo el volcán Thunupa asoma por encima del horizonte recordando la orilla. Sin embargo, no todo el mar está muerto: pequeños borbotones lanzan cortinas de humo para esconder el calor que aflora. Son las fuentes termales. Tambien visitamos el hotel pionero en estos lares: el Hotel de la Sal, construido totalmente de bloques de sal prensada. Pachamama, la diosa madre, nos reclama un ritual y dejamos un presente. Antes de irnos a navegar de regreso con el barco de ruedas de caucho, nos tiramos al suelo, cabeza con cabeza, sin darnos cuenta de que el tiempo pasa. En Uyuni, en el pueblo, calienta los motores un autobús que nos dejará en La Paz. Nos separan 546 km y 10 horas de viaje.

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