Viajando por los Andes: Salta-Uyuni (V)


Por  Eugenio Mateo Otto
Fotos Juan Mateo Piera

    Desde que llegamos al puesto fronterizo de Kasani, teníamos 432 km hasta Cuzco, con transbordo en Puno incluido Nos reímos cuando estudiamos los mapas, porque al final depender del autobús o tren en estas inmensidades andinas es cuestión de suerte.

Parte V (Cuzco, Perú)

    La lógica habitual no rige frente a las conductas, no siempre bien intencionadas, de algunas de estas gentes del altiplano. Si te quieren engañar lo hacen y hay que echar mano de la paciencia o de la resignación para no perder los papeles. La supervivencia es dura y nosotros, los turistas que nos acercamos a observarles, entramos en sus cálculos de mejorar con algunos pesos la vida cotidiana. Bien merece la pena algún disgusto a cambio del placer de conocer estas remotas tierras. Digo todo esto porque todavía existen almas cándidas cuyo concepto del mundo es angelical, ignorando que la necesidad hace al ser humano imprevisible.

   Casi es de noche cuando llegamos a Cuzco. Dormir, dormir es el único pensamiento. Todo lo demás no importa, ni siquiera haber llegado a la capital del imperio inca. Mañana, el despertar nos hará ver por qué la ciudad adoraba al Sol.

     Contemplando bajo las primeras luces de la mañana los tejados de Cuzco, o Cusco como la llaman no hace mucho, los pies invitan a recorrer los rincones de la ciudad, Patrimonio de la Humanidad desde 1983. Desde nuestra atalaya, contigua al hotel, la Plaza de Armas luce en todo su esplendor. Un poco más allá, la silueta maciza y colonial del convento de Santa Catalina. En menos que se tarda en contarlo, estamos frente a las joyas arquitectónicas de la Iglesia de la Compañía de Jesús y la Catedral, en la Plaza de Armas, tal y como la concibió  Francisco Pizarro en 1543, pero levantada sobre el mismo zócalo donde brillaban los palacios incas de antes de la conquista. Sin  embargo, durante unos años la nobleza incaica mantuvo la rebelión contra los españoles a través de Manco Inca, descendiente directo de los dos caudillos que desde Isla del Sol, de donde venimos, partieron para fundar esta ciudad como Thuantinsuyo. Con esta rebelión, fundó la dinastía de los Incas de Vilcabamba hasta 1572, cuando el último caudillo Túpac Amaru I fue derrotado y posteriormente ejecutado.

     La iglesia de los Jesuitas, comenzada en 1576, es la mejor muestra de barroco colonial de todo el continente americano y alberga una maravillosa colección de lienzos de la Escuela Cusqueña. Entre 1560 y 1664 se construyó la Catedral, de planta renacentista. No se nos escapa que los deseos de los jesuitas de demostrar su poder en las nuevas posesiones del imperio español, les llevaron a competir con la diócesis eclesiástica para disponer de un templo más airoso y espectacular. Desde mi punto de vista lo consiguieron.

     El emplazamiento del Convento de Santo Domingo se levanta sobre los vestigios del antiguo templo más poderoso del culto al Dios Sol, cuyo nombre es Coricancha (Quri Kancha) y que tenía todos sus muros recubiertos con láminas de oro. El actual convento es renacentista con una sóla torre barroca.
    
    La zona más visitada es la calle de Hatun Rumyyuq por la razón de que en el solar del actual Palacio Episcopal se levantaba el palacio del Inca Roca, alguno de cuyos muros conforman la calle con el estilo de construcción inca que pronto veremos en el Machu Picchu. La técnica de grandes sillares encajados de un modo casi mágico permiten admirar la famosa piedra de los 12 ángulos y todo el muro que la circunda

      El Barrio de San Blas acoge a artistas, artesanos y locales de venta de antigüedades, con empinadas calles y viejos caserones y palacios coloniales con espléndidas balconadas y aleros en madera que resisten el paso del tiempo con la dignidad de un pasado suntuoso, que se mantiene detrás de cada esquina del viejo Cuzco.

    La noche cusqueña tiene el rigor que sus 3.399 m de altitud imponen pero la hostelería es pujante. A los turistas se le recomienda no comer alimentos muy especiados para no caer bajo los efectos  del mal de altura, por aquí llamado soroche, pero como nosotros llevamos muchos días aquejados a ratos del famoso mal, que de broma no tiene nada, podemos sentirnos libres de la recomendación, no sin antes  haber tomado un mate de coca, que en todos sitios es la invitación habitual, de manera que buscamos una chichería o picantería, nombre popular de las cantinas tradicionales, en la que damos buena cuenta de un «Pepián de Cuy o Conejo», comida preparada con trozos de cuy (o conejo) fritos en abundante aceite, acompañado con un aderezo de cebolla, ají colorado y maní.  Acompañado de arroz y papas salcochadas. Y un «Olluco con carne«, estofado con charqui ó carne de llama. Picantes los dos, pero para eso está el Pisco.

(Continuará)

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