Saura(s)


Por Don Quiterio

  Dos recientes documentales intimistas, ‘Trabajando con Carlos Saura’ y ‘Saura(s)’, abarcan la personalidad y la forma de trabajar del director oscense, responsable de títulos imprescindibles del cine español, desde ‘Los golfos’ (1959) hasta ‘Yo, don Giovanni’ (2009), pasando por ‘La caza’ (1965), ¡Peppermint frappé’ (1967), ‘El jardín de las delicias’ (1970), ‘Ana y los lobos’ (1972), ‘La prima Angélica’ (1973), ‘Cría cuervos’ (1975), ‘Elisa, vida mía’ (1977), ‘Deprisa, deprisa’ (1980)…

…, ‘El Dorado’ (1987), ‘La noche oscura’ (1988), ‘¡Ay, Carmela!’ (1990), ‘Goya en Burdeos’ (1999) o esa suerte de musicales iniciados con ‘Bodas de sangre’ (1980) y que se suceden sin parar, hasta bien entrado el siglo veintiuno (‘Carmen’, ‘El amor brujo’, ‘Flamenco’, ‘Tango’, ‘Salomé’, ‘Fados’, ‘Iberia’, ‘Zonda’, ‘Jota’…).

  ‘Trabajando con Saura’, en primer lugar, está realizado por su hijo Carlos Saura Medrano –autor del largometraje de ficción ‘Tú, ¿qué harías por amor?’, según la novela de Martín Casariego-, un viaje desde 2013 hasta 2016 que se sumerge en las diferentes esferas de la vida del cineasta y que ahonda en la mente del creador y en su lado más entrañable y familiar. Un documental algo academicista, por no decir esquemático e inseguro, sin grandes sorpresas en cuanto a narración, pero interesante en el recorrido del quehacer creativo del protagonista y la visión de la preparación de algunos de sus proyectos. Así, por la pantalla aparecen sus proyectos paralizados: un guion con Fernando Colomo, una danza india mezclada con el flamenco, el proceso de realización del ‘Guernica’ por parte de un Picasso interpretado por Antonio Banderas, un edificio de Renzo Piano con la fundación Botín, la figura de Felipe II o un musical de argumento con el bailarín azteca Isaac Hernández y que rinde homenaje a México.

  Mucho más conseguido resulta ‘Saura(s)’, un atípico documental del navarro Félix Viscarret, autor igualmente del documental ‘El canto del loco’ (2013), las series ‘Marco’ (2011) y ‘Cuatro estaciones en La Habana’ (2016) o los largometrajes de ficción ‘Bajo las estrellas’ (2007) y ‘Vientos de La Habana’ (2016). Se trata, en realidad, de un episodio de la serie ‘Cineastas contados’, cuyas sucesivas entregas vienen firmadas por Virginia García del Pino, Borja Cobeaga, Javier Rebollo, Jonás Trueba y Daniel Sánchez Arévalo, quienes se encargan respectivamente de Basilio Martín Patino, Enrique Urbizu, Francisco Regueiro, José Luis García Sánchez y Pedro Almodóvar.

  En ‘Saura(s)’, los siete hijos del maestro aragonés lo entrevistan y hablan con él de su carrera profesional. Parece que a Carlos Saura no le apetece recordar, pero luego se deja. Será porque no tiene tiempo. Pero guarda un montón de cosas. Saura es un archivo, todo un material compilado en cajas. Una persona, se podría decir, que le gusta mucho su trabajo, que se entretiene en soledad, en su taller, paseando, escribiendo, pintando, haciendo fotos. Parece como se sorprendiera de estar vivo a sus años, después de padecer una neumonía que casi se lo lleva al otro barrio. Para sus hijos, su padre es así. Tan misántropo y le adoran, aunque no estuviese presente, maldita sea, cuando debería haber estado.

  Viscarret, con mucha inteligencia –o con las sugerencias del propio Saura-, incide mucho en este aspecto, pero el autor de ‘Los zancos’ es un hombre profundamente generacional, que no expresa los sentimientos, a lo mejor para no sentirse cursi, como su adorado Luis Buñuel, quien no le dijo nunca un “te quiero” a su mujer Jeanne. Las mujeres de Saura, otro tanto. Y se le ha calificado de frío, distante, “alemán” –así le llamaba el calandino-, pero no es del todo cierto. Es, más bien, un guasón, un somarda, un tipo tan culto como disparatado, amable y seductor. Pero su tiempo es innegociable.

  Los hijos hablan de su padre y este va revisitando secuencias míticas de su filmografía en un plató donde las proyecciones, los reflejos y los recuerdos se van entremezclando de forma casi mágica. Y descubrimos a un ser generoso a sus ochenta y cinco años, siempre atento, que ha tenido que soportar muchas incomprensiones, muchas de ellas en su propia tierra, tan árida como un pueblo abandonado, como esa aldea de ‘Paraíso Alto’ a la que acuden, desarraigados, los visitantes suicidas.

  La cámara de Félix Viscarret persigue a Saura, indaga en su pasado, pero a este le gusta pensar que ese no es él, sino un personaje llamado Carlos Saura, y que todo es mentira. Siempre activo, a Saura le pone enfermo cuando la gente, esto es, habla de sentimientos a tumba abierta. No se los cree. Acaso es una falta de respeto a la intimidad. Es mejor no contar demasiado. Todo el mundo tiene una vida oculta y en su trabajo de cineasta lo hermoso es partir de cosas de su vida para modificarlas a través de la imaginación.

  El documental, fresco y original, se convierte en una especie de juego consentido del gato y el ratón, donde las conversaciones de Saura con sus siete hijos, fruto de cuatro relaciones distintas, y con su mujer, la actriz Eulalia Ramón, ayudan a Viscarret a lograr su propósito. La película pone el foco en cómo el cineasta ha compaginado su vocación artística con la familia, pero no hay nada blanco ni negro. Junto a su prole, Saura desgrana con desgana la vida y obra de un creador febril, que mira siempre hacia el futuro, que huye de la nostalgia y no ve nunca sus películas, salvo cuando no le queda más remedio. Y esto choca con los deseos de Viscarret de escarbar en sus recuerdos. En su caso, la admiración por el trabajo del retratado es incuestionable.

  Dos acercamientos, pues, a los temas más queridos del cineasta y guionista oscense: el tratamiento de la familia y el paso del tiempo. Un universo fílmico lleno de misterio y hechizo, sentimientos íntimos y juego. El cine como alfabeto, como identidad, pero también como precioso sueño. La representación como discurso moral.

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