Solo se vive una vez: Del marido de la peluquera al romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más…


Por Don Quiterio

  Adiós, para empezar, al marido de la peluquera, como era conocido coloquialmente desde su intervención en 1990, junto a Anna Galiena (¡esa cara de placer mientras ella le lava sensualmente la cabeza!), en la mítica y amargamente divertida película de Patrice Leconte.

   En su dilatada carrera profesional, el francés Jean Rochefort estuvo a las órdenes de Luis Buñuel -‘El fantasma de la libertad’ (1974), en uno de los surrealistas personajes-, Bertrand Tavernier, Claude Chabrol, Philippe de Broca, Pierre Granier-Deferre, Yves Robert, William Klein, Pierre Schoendoerffer, Luigi Comencini, Ted Kotcheff, Jaime Camino, Robert Altman o Fernando Trueba. En su filmografía, de casi doscientos títulos, abundan más los roles secundarios que los principales. Con Terry Gilliam no tuvo suerte y el rodaje de la versión del clásico cervantino se tuvo que interrumpir por mil y una desgracias.

  De este sinfín de calamidades sabe mucho el amigo Félix Zapatero, que fuera asesor de producción en tierras aragonesas, y en cuyo troupe se encontraban Dionisio Sánchez, Félix Artigas, Pedro Lucea, David Ruiz, Pedro ‘el Brujo’, Manolo ‘el Mulato’, David Angulo, Alberto Pagnusat, Carlos Calvo y otros compañeros de fatigas, muchos de ellos integrantes del grupo ‘El Grifo’, que ‘chupaban’ plano al lado de Johnny Depp. Por esto mismo, a Rochefort también se le conocía como el hombre que nunca fue Quijote. En el 2000, maldita sea, una hernia discal lo apeó  para siempre de Rocinante y todos los caballos. Una decepción, en efecto, que nunca superó del todo. De aquello solo quedan algunas imágenes que nos permiten verlo ataviado con la armadura y a lomos de Rocinante y que el documental ‘Lost in La Mancha’  (2002) mostró. Con su inconfundible bigote, y su rostro afilado, asimétrico, Rochefort presentía la visita de la muerte: “Hay momentos en que incluso estoy contento pensando en su llegada, porque el cuerpo me lo pide y, a veces, también la cabeza”.

  Riguroso e intratable, soberbio actor, grandullón de voz poderosa, sin pelos en la lengua, quien mejor ha proferido insultos en la pantalla (y también fuera de ella), el argentino Federico Luppi viene de los bajos fondos arrabaleros, fiel a su ascendencia italiana, de familia humilde. Decide instalarse en España a partir de 2001, cuando la economía argentina estalla por los aires. Ha trabajado con cineastas como Rodolfo Khun, Héctor Olivera, Eduardo Mignogna, Guillermo del Toro, Adolfo Aristarian, John Sayles, Marcelo Piñeyro, Mario Camus, Miguel Bardem, Mariano Barroso, Antonio Hernández o Agustín Díaz Yanes. Su único filme como director lo realiza en 2005 con ‘Pasos’, la historia de tres parejas durante la transición española, un filme tan sobrio como esquemático en lo dramático y con algunos subrayados en lo ideológico. Se trata de un guion de su esposa, la riojana Susana Hornos, y pone los diálogos –básicos en el relato- en manos de sus buenos intérpretes. Luppi visitó en varias ocasiones Zaragoza, ciudad en la que participó en un encuentro con alumnos de la Escuela Municipal de Teatro, donde precisamente estudió su mujer y allí la conoció. Un año después, en 2006, protagonizó en el Principal ‘El guía del Hermitage’, junto a Ana Labordeta, y dos antes de su fallecimiento vino al Mercado con ‘El reportaje’ y en la Mozart recibió el premio Augusto del festival de cine de la Inmortal.

  Títulos como ‘Pajarito Gómez’ (1965), ‘El romance del Aniceto y la Francisca’ (1967), ‘La Patagonia rebelde’ (1973), ‘Tiempo de revancha’ (1981), ‘No habrá más pena ni olvido’ (1983), ‘Plata dulce’ (1982), ‘La vieja música’ (1985), ‘Sol de otoño’ (1996), ‘Un lugar en el mundo’ (1992), ‘Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto’ (1995), ‘Martín (Hache)’ (1997), ‘Cronos’ (1993), ‘Éxtasis’ (1995), ‘La ley de la frontera’ (1995), ‘Caballos salvajes’ (1995), ‘Hombres armados’ (1996), ‘Lisboa’ (1999), ‘Lugares comunes’ (2002), ‘El espinazo del diablo’ (2005), ‘El laberinto del fauno’ (2006), ‘La bolsa de piedra’ (2002) o ‘Incautos’ (2003) dan muestra de un actor que imponía su personalidad a las películas de las que formaba parte. Sus dos últimos filmes, ambos de 2017, han sido ‘Nieve negra’, de Martín Hodara, y ‘Necromicón, el libro del infierno’, dirigido por Marcelo Schapces y basado en el terror de Lovecraft. “Yo no temo a la muerte, me da lástima dejar la vida”, solía decir en recuerdo de ‘El crimen del capitán Sánchez’, aquel episodio dirigido por Vicente Aranda de la serie ‘La huella del crimen’.

  Precursor de un dudoso género caracterizado por las escenas de violencia y sexo, Umberto Lenzi, que utilizaba a veces el seudónimo de Hank Milestone, ha sido un prolífico realizador italiano que tocaba todos los géneros, desde el ‘spaghetti western’ al bélico, pasando por el cine de capa y espada, el de caníbales, el ‘giallo’ o el de siniestros enmascarados fuera de la ley como ‘La máscara de kriminal’ (1966), que tuvo su continuación dos años después en ‘Los cuatro budas de Kriminal’, con fotografía del zaragozano Emilio Foriscot.

  Y un recuerdo póstumo para Rafael Esteban, nuestro Rafa de ‘El pollo urbano’, el fotógrafo que cubría con sus instantáneas todos los eventos de esta revista que este año cumple cuarenta, de la que fue eslabón primordial. Las cosas, sin él, ya no serán lo mismo. Dicen que nadie es imprescindible, pero Rafa lo era. Al menos, para el que esto escribe. Fue mi compañero de fatigas. Cubrimos infinidad de preestrenos cinematográficos, muestras, festivales, conferencias, exposiciones y todo lo que se terciase. Hacíamos un equipo perfecto, indestructible. “Rafa, ves yendo, que luego llego, y acuérdate de disparar, antes de que se vayan, a fulanito y a menganito”. Y ahí me esperaba. Siempre con una sonrisa (socarrona) en la boca y la cámara a punto. Clic, clic, clic. Gran aficionado al mundo de los toros, del que conocía todo – y a todos-, con el cine taurino no podía. Era muy mediocre, decía. Solo salvaba, o le gustaban, ‘Los golfos’ (Carlos Saura, 1959), documento desesperado sobre la frustración juvenil, y ‘El espontáneo’ (Jorge Grau, 1964), relato seco, cortante, con unos personajes eficazmente encuadrados en el entorno y un desenlace estremecedor. Con Dionisio Sánchez, uno de los pioneros del audiovisual en Aragón, colaboró en la mayoría de sus proyectos documentales.

  Termino de escribir estas líneas y voy a coger mi Mercedes (de los de antes, blanco, como el que cantaba Kiko Veneno) para llevar a mi hija al colegio. Me lo consiguió no hace mucho el propio Rafa, un fanático de estos coches. Ya no viajaremos juntos.

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