‘True colors’, cortometraje de Ricardo Huerga


Por Don Quiterio 

  “La historia es el esfuerzo del espíritu para conseguir la libertad”, dejó escrito Hegel. El filósofo alemán creía que la razón era el motor del progreso. El zaragozano Ricardo Huerga mira y va más lejos: lo individual…

   …se impone sobre lo colectivo, la parte sobre el todo, el género sobre lo universal, la identidad sobre la igualdad. El mundo se ha fragmentado en miles de causas que enfrentan a los hombres y los empequeñecen frente a las grandes utopías que movilizaban a las sucesivas generaciones. Las utopías ya no significan nada, el lenguaje está contaminado, la retórica sirve a la manipulación, el espectáculo ha desplazado a la esperanza. Ahora se pelea por un ‘selfie’ o por cinco minutos de popularidad. O por vestir a la última moda. La realidad es volátil y cambiante, es líquida, por decirlo con Bauman. Nos importa más que nos arreglen la acera de nuestra casa que el drama de los refugiados que huyen de Siria. A fuerza de mirar al suelo, maldita sea, hemos perdido el hábito de contemplar el cielo.

  En ‘True colors’, el nuevo cortometraje del profesor Ricardo Huerga, un grupo de estudiantes de bachillerato repiten la voz del eco. El que copia lo hace siempre fijando la vista en la carcasa, la apariencia externa, la piel monda y lironda. Lo importante está oculto, detrás, agazapado en el proceso. De esto se da cuenta la protagonista (excelente Alicia Isla) y decide parar hasta que sus compañeros de fatigas (Alejandra Pallarés, Paula Sánchez, Karina Soro y Simón Gracia) se den cuenta de lo equivocados que están. El alma, la esencia, no se ve. Por eso se mezcla la vida con las figuras de cera. La confusión, si no estamos atentos, se impone. Y también si lo estamos. No hay escapatoria posible. Todo se confunde, la realidad convive con el sueño, la mentira con la verdad, la máscara con la piel desnuda. Vivimos, en efecto, un mundo que prioriza lo banal. La protagonista es alguien capaz de combinar la buena educación y la amabilidad con la dignidad necesaria para expresar un desacuerdo.

  Da miedo un mundo sin arrugas, sin cicatrices, sin manchas. Sin sangre, sin sudor, sin lágrimas. Sin nada. Las cicatrices son contenedoras de una memoria, un espejo en el que más tarde o más temprano uno acaba mirándose de nuevo. Son como esos fantasmas con lo que se convive, pero que nunca desaparecen. Uno se acostumbra a vivir con ellos. Uno, casi es inevitable, se habitúa a la tensa elasticidad de ese repliegue de piel herida. Ricardo Huerga está dotado de esa veracidad (o audacia) de quien pone al servicio de lo que se ve la mecánica de la inteligencia. Su corto tiene personalidad, como todos los que ha dirigido hasta la fecha. Y su propio ritmo, calmado, pero sin pausa. Son imágenes mimadas. Son narraciones absorbentes. Ahí está, para demostrarlo, ‘Enredados’ (2013). O ‘Un minuto más’ (2014). O ‘Una historia de ruido’ (2015). O ‘Link!’ (2016). Una filmografía de muchos quilates, en fin. Y que tiene por objeto fomentar la mirada crítica en la adolescencia y la responsabilidad personal o social.

  Ahora lo vuelve a demostrar en una era del narcisismo exagerado, donde buscamos continuamente la aprobación del otro mediante exhibicionismos varios. Hasta que la protagonista de ‘True colors’ dice basta. No quiere seguir una dinámica en la que no está de acuerdo. Fuera prejuicios. Fuera máscaras. Porque día a día nos enfrentamos a la necesidad de tomar acciones para conseguir resultados, objetos, seguridad. Hacer implica tomar una decisión que nos acerque a una resolución deseada de los problemas que se nos plantean en la cotidianidad. Y algo que parece espontáneo y directo, objetivo y lógico, puede convertirse en un vericueto enrevesado cuando la inseguridad nos atenaza. La protagonista se llena de una ansiedad que, incluso, le da vergüenza. “¿Cómo no puedo resolver algo tan sencillo?”, parece preguntarse. Lo que nos lleva a los versos de Octavio Armand: “Que se vean las cicatrices, el tremendo / esqueleto escarmentado, las costuras, / los aullidos enrollados en la lengua. / Aquí el filo de un perfil, dijiste; / allá el escaso aliento del origen, / el vino exacto de las causas”.

  Quizá de una manera mágica en la cabeza jugamos a ser otra persona que queremos ser, pero igual que lo fue para nosotros cuando éramos niños, niñas, el juego de cambiar, de construir una fachada nueva, es la antesala de la consolidación de nuestra decisión. Algo que nos recuerde nuestra fuerza para dar el siguiente paso, que empiece a caracterizar el escenario real, interno y externo, en el que desarrollaremos una nueva faceta. Se entra en la adolescencia experimentando timidez y rabia, con gesto indiferente y desesperadas ganas de gustar. El tiempo de la juventud entremezcla miedos, deseo y prisas. La adolescencia es pasión e impaciencia. Un tiempo en el que la desmemoria y la ceguera configuran una sociedad irresponsable y clasista. ¡Ah, los jóvenes, tan vanidosos ellos, tan ingenuos al mismo tiempo!

  Ricardo Huerga reflexiona sobre una sociedad que premia la estética antes que el interior, que promulga la ocultación de las deficiencias. Una sociedad llena de máscaras que esconde su auténtica identidad. Una sociedad del conocimiento inmediato, en la que anunciantes publicitarios están encantados, porque, al saber exactamente lo que busca el cliente, se centran en el objeto buscado. El despotismo de las grandes redes publicitarias es ilustrado y finge que nos devuelve el poder. Pero el contrapoder todavía no se ha inventado. Nos venden felicidad, sí, pero con ella sucede lo que decían nuestros ancestros: si quieres ser rico serás un desgraciado; si haces las cosas bien, el dinero vendrá solo.

  True colors’, en efecto, pone en valor la lucha de uno mismo en contraposición con lo que nos quieren vender, más cuando el público es más manejable, más inmaduro, en proceso de formación. Hay que dejar atrás las absurdas preocupaciones por las insustanciales apariencias. Hay que luchar contra los complejos y ser fuertes. Y, sobre todo, hay que estar atentos a los tentáculos de la manipulación. La protagonista se da cuenta del engaño y no quiere participar de un círculo de felicidad engañosa. Ella está en este mundo para hacer lo que tiene que hacer, sin imposiciones, y a hacerlo bien, para no convertir su vida en una ficción.

  ‘True colors’ está elaborado en su conjunto por los dinámicos alumnos del zaragozano instituto de enseñanza secundaria Pedro de Luna. Para llevar el relato a buen puerto, Ricardo Huerga dirige y coordina un equipo en el que cobran valor e importancia tanto las actrices (y los escasos actores) como la fotografía y la banda sonora, además del guion, el montaje y el vestuario, erigiéndose en el trabajo con más diálogos de la filmografía de su autor. Con el tema de la imagen personal, que tanto preocupa y tanto hace sufrir, en muchas ocasiones, a los jóvenes, estos “colores verdaderos” se abren con el fotograma de un tranvía en su discurrir para dar paso a las escenas del quiosco con las revistas de moda y del culto al cuerpo, el bar de las amigas, el móvil de última generación, las complicadas relaciones familiares (la hermana, Estrella Beltrán, y la madre, Reyes Izquierdo, en un extraño plano de espaldas), el dormitorio como recogimiento o refugio, y el camarero (interpretado con gracia por Rodrigo Torrejón) que se une y manifiesta por la liberación de los convencionalismos. Fuera pelucas.

  En realidad, Ricardo Huerga habla de las dictaduras comerciales, de la propaganda, del negocio, de la sociedad de consumo. El hecho de que decidan por ti, que te digan lo que te tiene que gustar y lo que tienen que ser tus costumbres. Es importante resistir todo aquello que no nace de ti, que te venga impuesto. Hay que saber elegir, sin imposiciones. Si llevas una ropa que sea porque es cómoda, no por estar de moda. El grupo de adolescentes -cuatro chicas y un chico- que protagonizan ‘True colors’ se da cuenta, en última instancia, que es terrible ser joven sin ideales. Es tan terrible un joven sin ideales como un adulto que no sabe que los ideales son capaces de pasar por encima de las personas si no los controlas. Vivimos en esa lucha entre la dominación y la libertad o el criterio personal. Y si el mercado forma parte de la libertad de la gente, el peligro es el exceso, la manipulación y las ventanillas de acceso. Decididamente, Hegel se equivocaba: la historia no progresa hacia la racionalidad sino hacia la nada.

  Título original: ‘True colors’. Nacionalidad: España. Año: 2017. Producción: Ricardo Huerga, Rodrigo Torrejón, Marina Mercadal, Francho Nueno, Fernando Bernués y Nuria Aldana. Dirección: Ricardo Huerga. Guion: Guillén Buil, Inés Serrano, Simón Gracia, Ángela Ontiveros, Fernando Bernués, Sara Yagüe y Santiago Mené. Fotografía: Ramón Regal, Inés Serrano, Iker Salvatierra y Daniel Romance (en color). Música: Ramón Regal y Daniel Romance. Sonido: Francho Nueno, Iker Salvatierra y Alonso Gabarrús. Iluminación: Iker Salvatierra y Simón Gracia. Secretaria de producción: Irene Fabre. Montaje: Ricardo Huerga y Ramón Regal. Script: Estrella Beltrán y Ana Aguar. Ambientación: Inés Serrano y Laura Beltrán. Cáterin: Inés Serrano y Alicia Isla. Vestuario, maquillaje y peluquería: Alicia Isla, Alejandra Pallarés y Paula Sánchez. Intérpretes: Alicia Isla, Alejandra Pallarés, Paula Sánchez, Simón Gracia, Karina Soro, Reyes Izquierdo, Estrella Beltrán, Rodrigo Torrejón, Daniel Romance, Tiziana Novoa, Francho Nueno, Marina Mercadal, Nuria Aldana, Ángela Ontiveros, Laura Beltrán, Inés Serrano, Fernando Be. Duración: 9 minutos y 47 segundos.

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