Por Don Quiterio
Fundador en 1959 del instituto cubano de arte e industria cinematográfica, creador de la cinemateca de Cuba y la revista ‘Cine cubano’, y director del festival internacional del nuevo cine latinoamericano, Alfredo Guevara acaba de fallecer en su ciudad natal de La Habana, todo un impulsor del cine de su país y, por extensión, del latinoamericano, que potencia el clima de creatividad artística en relación con la música, las artes plásticas, la literatura o la danza, y logra mantener una visión crítica, un influjo que sabe hacer valer sobre la cinematografía cubana.
Durante su primera etapa al frente del instituo cinematográfico, apadrina la creación del grupo de experimentación sonora en 1969, plataforma en la que se gesta el movimiento de la nueva trova cubana, en la que se integran notables músicos comi Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
Se mueve toda su vida entre los mundos del cine y la política, aunque en Cuba, la verdad, este segundo aspecto sobrevuela sobre casi cualquier actividad. Es el amigo más íntimo de Fidel Castro, una amistad que se fragua cuando ambos estudian en la universidad de La Habana en la segunda mitad de la década de 1940. “Durante los primeros años de la revolución hubo en el país”, en palabras de Guevara, “un clima muy convulso y muy inseguro porque estaban todas las fuerzas ahí presentes y se hacían estallar bombas en los cines. Con el propósito de frenar estos atentados, se puso a administrar los cines nacionalizados a experimentados revolucionarios que habían hecho detonar explosivos durante la insurrección contra Fulgencio Batista. En realidad, cuando Fidel triunfó, lo primero que hizo fue localizarme para decirme que no me ocupara del cine, mi gran pasión, y me encomendó la tarea de organizar el equipo –en el que estaba el Che Guevara- que gestara las nuevas leyes revolucionarias que cambiarían radicalmente la sociedad cubana”.
Durante su exilio en México, Alfredo Guevara se hace íntimo de Luis Buñuel, con quien colabora en varios guiones, y es su ayudante de dirección y asistente de producción en el rodaje de ‘Nazarín’ (1958), esa adaptación de la obra de Galdós que logra trasplantar, con acierto, los problemas manchegos a las tierras mexicanas y anticipa muchos aspectos de la genial ‘Viridiana’, donde la sobriedad, el humor negro y la fuerza narrativa nos adentran en la figura de un sacerdote, que extrema su pobreza hasta el punto de ser perseguido como un delincuente. Para Guevara, “Buñuel fue mi maestro. Esa personalidad tan fuerte, tan intensa, tan rica espiritual e imaginativamente, me marcó para siempre”.
Su encuentro con el gran guionista Cesare Zavattini, figura fundamental del cine neorrealista italiano, resulta igualmente fundamental: “Desde muy jovencito, siendo yo miembro de un cineclub de La Habana, Zavattini había visitado Cuba y habíamos entrado en contacto. Digamos que me adoptó y empezamos una relación”. Después lo reencontró en México: “En el país azteca, Zavattini y Buñuel me marcaron desde todo punto de vista, también éticamente, y con ellos aprendí cómo hacer cine, por qué hacer cine y para qué hacer cine”.
Se autodefine como un “comunista libertario” y relata al abogado, periodista y profesor Julio César Guanche la importancia que en su adolescencia y juventud tienen los ecos de la guerra civil española: “Tras el derrumbe de la república, en nosotros también influyó mucho la llegada de los refugiados españoles. No se trata solo de los profesores españoles que llegaron a Cuba: vivimos el legado de la república en todos los terrenos”.
Otra de sus experiencias cinematográficas es asistir en diversas tareas al mexicano Manuel Barbáchano, productor de un cine independiente de calidad, cuya primera producción es el filme del cineasta Benito Alazraki ‘Raíces’, con el que inicia la corriente del cine independiente mexicano, que abre esperanzadoras perspectivas para la cinematografía nacional, al acercarse con ojos diferentes a su realidad social, uno de los más valiosos antecedentes del nuevo cine latinoamericano. La obra de Barbáchano se vincula a grandes maestros como Luis Buñuel, para quien produce esa excepcional y brillante obra que es ‘Nazarín’, pero también a jóvenes talentos, cineastas independientes que han encontrado con su apoyo un espacio para expresarse. Al mismo tiempo, ha sido presidente de ‘Clara films mundiales’, empresa productora y distribuidora, una de las más antiguas de América latina, que posee un importante acervo de películas de Luis Buñuel, Fernando Fuentes, Emilio Fernández y otros notables autores de la cinematografía azteca.
Guevara también participa, con Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea, en el cortometraje ‘El mégano’, documental de denuncia sobre los horrores de la represión del gobierno de Batista, mostrando la miseria de los mineros en las zonas pantanosas y que es confiscado por la policía. Este antecedente del denominado nuevo cine cubano le sirve a García Espinosa, después de la revolución, para ser nombrado por Alfredo Guevara vicepresidente del ICAIC y de allí aparece un grupo de cineastas tan relevantes como Santiago Álvarez, Fausto Canel, Octavio Cortázar, Roberto Fandiño, Jorge Fraga, Alberto Roldán, Enrique Pineda Barnet, Manuel Octavio Gómez, José Massip, Eduardo Manet, Guillén Ladrián, Óscar Valdés, Pastor Vega, Humberto Solás…
A partir de ahí, Guevara participa, en mayor o menor medida, en todos los proyectos de Espinosa, como los cortometrajes ‘La vivienda’, ‘Sexto aniversario’, ‘Patria o muerte’ o ‘Un año de libertad’, para desembocar en el primer largometraje del nuevo cine cubano, ‘Cuba baila’ (1961), sátira de la burguesía media y de los medios políticos bajo el régimen de Batista, a través de los apuros económicos de una familia para que su hija pueda asistir a un importante baile de sociedad. Su siguiente largometraje, con guion de Zavattini, es ‘El joven rebelde’ (1962), premiado en Karlovy Vary, en la que se muestra la evolución de un campesino rebelde.
Ensayista y miembro del consejo ejecutivo de la Unesco, Alfredo Guevara, calificado como “patriarca de la cultura cubana” por sus incondicionales o de “responsable de hacer cumplir la censura y participante en las purgas políticas culturales” por los anticastristas, tiene mucho que ver, en última instancia, con la eclosión del llamado nuevo cine latinoamericano, que da, en el plazo de pocos años, algunas obras maestras, aparte de otras muchas que reflejan un estimable nivel de búsqueda y experimentación, y, cosa muy importante, sabe reflejar, con notable fidelidad, la ebullición política y social del momento.
Ahí están, para demostrarlo, cineastas argentinos y bolivianos, brasileños y chilenos, colombianos y mexicanos, peruanos y venezolasnos. La lista se hace interminable: Leopoldo Torre Nilsson, Manuel Antín, Fernando Ayala, Fernando Birri, Juan José Jusid, Rodolfo Kuhn, Lautaro Murúa, Fernando Solanas, Raúl de la Torre, Jorge Sanjinés, Carlos Diegues, Anselmo Duarte, Paolo Gil Soares, Ruy Guerra, Nelson Pereira dos Santos, Roberto Pires, Glauber Rocha, Miguel Littín, Raúl Ruiz, Helvio Soto, Carlos Álvarez, Julio Luzardo, Luis Alcoriza, Felipe Cazals, Alberto Isaac, Alejandro Jodorowski, Arturo Ripstein, Sergio Véjar, Manuel Chambi, Armando Robles Godoy, Mario Handler, Ugo Ulive, Margot Benacerraf, Clemente de la Cerda, Ciro Durán, Jesús Enrique Guedez, Román Chalbaud…