Josefina Marco, ejeana de abril


Por Don Quiterio

Siempre he creído que la función principal del cine –y de las artes y las letras- es liberar al individuo de los ropajes de lo moral, mostrar al ser humano desnudo.

También creo que el mejor documental de entrevistas, el reportaje puro y duro, es el que indaga, el que rastrea, el que saca a la luz vivencias personales o colectivas, íntimas o ajenas, y pueda explicar, si así lo requiere, un periodo histórico generalmente intoxicado por intereses encontrados a la existencia de unas personas que siempre han querido vivir en paz, consigo mismas y con los demás, que nunca entendieron cómo consignas políticas o financieras pudieran acabar con los seres queridos, con sus terruños de la gran promesa, con una forma, al fin y al cabo, de vivir.


Eso hace Josefina Marco Campos, memoria de la segunda república en Ejea de los Caballeros y una de las protagonistas del cortometraje documental “Ejeanas de abril”, recientemente fallecida, a los noventa y un años de edad, en la capital de las Cinco Villas. Su testimonio lo recoge Tasio Peña en esa película realizada en 2006, junto al de María Lacasa, Concha Borao y Juana Blasco, una suerte de homenaje a esas cuatro mujeres ejeanas, nacidas a principios de los años veinte del siglo pasado, que se ven abocadas a un exilio interior y exterior tras el golpe militar de Franco, quien declara el estado de guerra para “salvar a España de la ruina, de la iniquidad y de la desmembración”. Todos sabemos que una guerra encierra, junto a sus episodios heroicos, un legado inasumible de vileza, ignorancia, salvajismo y vergüenza.

Ejea huele a agonía en abril de 1936. Muchos republicanos, durante las primeras semanas de aquel fatídico mes, logran escapar del cerco enemigo, unos cruzando los Pirineos, otros a través de los puertos levantinos embarcados en pequeñas naves pesqueras. Personas desesperadas que se amontonan en busca de una escapatoria que pueda salvar de la muerte a los vencidos, desafiando a las tropas franquistas, lo que Max Aux llama “los españoles rotos”. Estas “presas de Franco” es buena munición para la memoria histórica y el espectador se da cuenta de la gravísima complicidad de la iglesia (que no de los cristianos) en la maldad dictatorial de aquella época. Y si los falangistas están en vías de extinción –o eso creemos-, los de negro, ay, siguen ahí, montando universidades y azuzando el odio.

Cuatro mujeres, como tantas otras, que viven la segunda república de niñas y son unas adolescentes cuando estalla la guerra civil, y con las que se pretende recuperar la memoria histórica, reconocer y hacer justicia histórica, para no olvidar, para mostrar a las generaciones sucesivas las atrocidades de una guerra, de cualquier episodio bélico. Cuatro mujeres que recuerdan las conquistas sociales que desaparecen con la dictadura (el divorcio, el derecho al voto, la despenalización del aborto), la represión que se ceba con los maestros, los fusilamientos del veterinario de Farasdués o del padre de Juana Blasco, los desaparecidos, cómo los ricos se apoderan de los pobres… En fin, toda una serie de vivencias personales, emotivas y dolorosas, en homenaje a unas mujeres republicanas, y que la cámara de Tasio Peña refleja con discreción y elegancia, con palabras y silencios.

Cuatro mujeres defensoras a ultranza de la educación como motor de cambio social, pero, tras la derrota de la república, la docencia se ve obligada a ejercer en las aulas de Franco y, afirman, “según de qué temas hablara el maestro lo podían meter en la cárcel”. Cuatro mujeres a las que habría que añadir una quinta, Salomé Ezquerra, protagonista de otro cortometraje documental realizado dos años después, con el que Tasio Peña establece una suerte de díptico sobre la memoria histórica. En efecto, “Salomé” es otro conmovedor relato que nos introduce en la figura del padre de esta mujer, alcalde republicano de Sobradiel asesinado a sangre fría en plena plaza del pueblo, que pasará a la historia como otro ejemplo de barbarie, y del que su familia, infructuosamente, sigue buscando los restos. “No, no he perdonado a ninguno de los culpables”, afirma la protagonista, “ni estoy dispuesta ahora ni nunca a perdonar a ninguno, a menos que hayan demostrado (en los hechos, no de palabra) haber cobrado conciencia de las culpas y los errores del fascismo y que estén decididos a erradicarlo de sus conciencias y de la conciencia de los demás. En tal caso sí, una no cristiana como yo está dispuesta a seguir el precepto judío y cristiano de perdonar a mi enemigo. Pero un enemigo que se rectifica ha dejado de ser un enemigo”.

Una época, además, en la que la mayoría de los expolios se convierten en tragedias. La ausencia de una casa, las vacas o sus camiones reducen a las familias en los pueblos a la más absoluta miseria. “Nos dejaron con el único amparo del cielo”, repite una y otra vez Salomé Ezquerra. Su padre es arrebatado de la familia por la guardia civil, en plena noche, y nunca más se vuelven a ver. A los dos meses, un cacique del pueblo se enorgullece frente a la viuda: “Yo tuve el gusto de darle el tiro de gracia a su marido. Y que sepas que si no os mato a vosotros es porque soy católico”. Antes de la cuatro de esa tarde tiene que abandonar el pueblo con sus seis hijos. La mayor, Salomé, tiene catorce años. Y atrás dejan su casa, una tienda de comestibles, tierras de cosecha y una prensa de vino. Salomé lleva años tratando de reclamarlas. “Nos dejaron en la calle, sin nada. No quiero recompensas, sino lo que es mío. Me robaron a mi propio padre y todo cuanto él había conseguido. Lo uno no me lo pueden devolver, lo otro no quieren. ¿De verdad debería olvidar cuando me han despojado de todo?”, pregunta incrédula.

Cuando las tropas fascistas entran en los pueblos allá por 1936, por la fuerza y sin miramientos, da comienzo la represión, el miedo, el exilio, el hambre, la humillación para el bando republicano. Si el relato de los perdedores permanece aún hoy en día silenciado, más gravosa es todavía la situación en el caso de las mujeres. Por ello y con objeto de dar voz a las experiencias de aquellas mujeres que viven la república y sufren la guerra, la derrota y las consecuencias de esta, Tasio Peña impulsa la realización de “Ejeanas de abril” y “Salomé”, unos testimonios a través de las conversaciones de cinco mujeres que son la columna vertebral de estos documentales. Así, ser mujer o viuda de un combatiente es motivo suficiente para ser rapadas, untadas en aceita de ricino y ser paseadas de esa guisa.

Yo no sé, en cualquier caso, si es bueno estar a favor o en contra de la memoria histórica. Lo que sí sé es que el recuerdo puede ser amigo de la justicia, raramente lo es de la paz. Uno prefiere la paz, la piedad y el perdón, aunque sabe del triste destino de quien las propusiera para acabar con la carnicería de la guerra civil española. Hemos de respetar el dolor de quien ha vivido el horror, propio o de los suyos, pero la función primordial de la historia no es hacernos revivir el pasado, sino explicarnos qué ocurrió y por qué. La culpa es personal y nuestros hijos jamás habrían de ser considerados culpables de nuestros crímenes. Sí, mucha sangre derramada, pero nada se seca antes que la sangre. ¿Es bueno olvidar? Dice el poeta que la memoria es la facultad de acordarse de lo que, con frecuencia, quisiéramos olvidar.

Tarde o temprano, y porque todo se mueve en nuestro derredor, será preciso abordar las condiciones de la imagen al hablar de la memoria, de la memoria colectiva y de la memoria de los demás. En esa digestión de imágenes, testimonios, relatos, se habrá de cocer nuestra capacidad de convertir el pasado en historia. Se trata de un ejercicio que no puede ni debe dejarse de lado, sino que supone un nuevo y crucial espacio de trabajo, de debate, de compromiso. Acaso habría que relativizar el pasado y condonar los errores porque se cometen en una época de angustia, de caos, de furia, en un tiempo histórico en el que, tal vez, ni siquiera existe un solo español que no sea culpable de su inocencia.

Sea como fuere, estos dos documentos suponen un emotivo acercamiento a las mujeres del bando vencido en la guerra (in)civil española, unos conmovedores relatos que poseen la fuerza del mazazo y que suponen, para el atónito espectador, una bajada a los infiernos de la barbarie. Son mujeres que sobreviven en la postguerra, entra le esperanza y el temor, entre la ilusión y el terror. Tasio Peña muestra su capacidad para el trazo de personajes, para el dibujo cariñoso y atento, y muestra las desgraciadas historias y tristes odiseas de unas familias, las trágicas vivencias de quienes estuvieron en este conflicto bélico. Este díptico pinta el retrato de una infancia o adolescencia que la guerra parte en dos. Tantas exigencias, tanto afán de futuro, tanta pasión por conocer y por entregarse a la vida no tardan en verse frustrados. Franco y un grupo de militares se rebelan contra la república para acabar con todos esos cambios que están abriendo España a la modernidad. Estas mujeres, como tantas otras, pierden en sus tierras a sus seres queridos, fusilados o desparecidos. No hay película de ficción que pueda reemplazar el valor de estos testimonios filmados. Escasean las películas dramáticas sobre estos temas y este tipo de documentales vienen a ocupar ese espacio.

Conquense de nacimiento (El Provencio, 1961), pero zaragozano de adopción, Tasio Peña es uno de los más significativos realizadores en activo del cine aragonés, si es que existe el considerado cine aragonés. Se inicia en el cine amateur a mediados de la década de 1980 con dos cortometrajes de ficción en súper-8 milímetros, “850” y “Zamora Gómez”, y es miembro fundador de una agrupación cuyos componentes son Mariano Bernal, Isidro Pérez, Elena Uruén y Marisa Gaspar. A partir de 1988 empieza a trabajar en vídeo, sistema que ve con más posibilidades, dado su menor coste y su mayor capacidad para la grabación espontánea de las secuencias. En estos trabajos, divertidamente irreverentes, ajusta su manera de entender el cine, un reflejo de la realidad de un mundo basado en la vida de piso, la televisión, la violencia, la música, las relaciones, la amistad, el amor y situaciones límite de las que extrae un humor ácido y sangriento. Son una suerte de crónicas domésticas (“Pasiones Túrmix”, “Retrato conyugal con fregona” y “Los butaneros van al cielo”, tríptico realizado entre 1992 y 1996) en la línea de la parodia cáustica en las que apuesta por la total independencia creativa. El cine de Tasio Peña, plagado de guiños cinéfilos y de parodias genéricas, se caracteriza por un humor sarcástico y mordaz, pero no por ello descuida la factura de sus obras, llenas de intuiciones y de valores fílmicos (ritmo, planificación, montaje). Ahí están, para demostrarlo, unos cuantos cortometrajes realizados a finales del siglo XX y principios del XXI: “Temperamento”, “Maruja sangrienta”, “Abrasiva”, “Corazón violento”, “Ragazza de mis entrañas”, “Frigocalorías”, “El día en que todos fuimos Chaplin”, “Los jueves, comida”… También colabora con los cineastas Antonio Tausiet y Jesús Lou en la realización de los cortometrajes documentales “Juguetes animados del cine” y “El olivo de los deseos”, producidos en 2003 y 2005, respectivamente. En sus últimos trabajos se decanta por el cine de animación, tanto en “cortinillas” realizadas expresamente para las jornadas de cine mudo de Uncastillo como, pongamos por caso, su socarrona serie “Don Pelayo”.

Pero sus documentales sobre la memoria histórica destacan, por su trascendencia, sobre el resto, porque son imágenes en las que se refleja la historia de los pueblos, de un pueblo. La memoria colectiva es la piedra angular del conocimiento. Una memoria que en numerosas ocasiones es víctima del olvido interesado, la manipulación, o la exaltación con fines patrioteros, demagógicos y electoralistas. Se dice que quien la pierde está condenado a repetir los mismos errores. Por eso, es tan importante mantener siempre viva esta frágil herramienta. Robar la memoria es arrancar el alma de un pueblo. Los que aman las dictaduras, los que consagran su existencia al sometimiento de los otros, ya hablemos de naciones, razas o clases, lo primero que hacen es robarles el alma, adueñarse de su memoria, reescribir su historia.

Verdad, justicia y reparación. Tres derechos que las víctimas del franquismo no han visto satisfechos. Si echamos una mirada atrás, ¿se han satisfecho alguno de esos tres derechos? Ahora, Josefina Marco se ha ido, pero su recuerdo perdurará, para siempre, en las imágenes de “Ejeanas de abril”, todo un homenaje a unas mujeres que reivindican, desde la discreción y el dolor, las desapariciones de sus seres queridos y que se ven abocadas a un exilio interior y exterior tras el golpe militar de Franco. Ese hombre.

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