Por Don Quiterio
Lucy Gallardo es la aristócrata Lucía de Nóbile en “El ángel exterminador”. Cuando Luis Buñuel la llama, en 1961, la actriz mexicana queda maravillada de que el mejor director del entorno –y fuera de él- se fije en ella para un papel que le marca de por vida.
Es, en efecto, “El ángel exterminador” una de las obras mayores en la filmografía del aragonés, una metáfora surrealista sobre el hombre y la sociedad, sobre la alienación de los individuos apresados por creencias y actitudes, sobre la vacuidad de las fórmulas postizas de convivencia, que constituye, en cierto modo, una prolongación de los grandes temas apuntados en “La edad de oro”, aunque ya con una madurez y lucidez ideológicas que hacen de la película una síntesis perfecta de toda la obra e ideario de su autor, cuyo guion original –de Luis Alcoriza y del propio Buñuel- lleva el expresivo título de “Los náufragos de la calle Providencia”, y es adaptado al teatro por José Bergamín.
Junto a Lucy Gallardo, intervienen un puñado de actores en esta obra coral de gran calado: Silvia Pinal, Enrique Rambal –en el papel de Edmundo Nóbile, patriarca de la mansión-, Jacqueline Andere, José Baviera, Augusto Benedicto, Luis Beristáin, Antonio Bravo, Claudio Brook, César del Campo, Rosa Elena Durgel, Enrique García Álvarez, Ofelia Guilmáin, Nadia Haro Oliva, Tito Junco, Xavier Loyá, Xavier Massé, Ángel Merino, Ofelia Montesco, Patricia Morán, Patricia de Morelos y Berta Moss. Todos ellos acuden a una cena elegante en la casona de los Nóbile y, al acabar la velada, estos invitados se dan cuenta de que no pueden abandonar el salón. Recluidos por la fuerza en aquel lugar, inician un verdadero proceso de degradación que deja al descubierto al ser primario y zoológico que lucha por sobrevivir y se olvida de todos los prejuicios y convencionalismos sociales, pulverizados de la misma forma que sus lujosos trajes y el mobiliario de la sala. Los invitados se alimentan gracias a unos corderos que consiguen atrapar, y recurren a toda clase de fórmulas –ceremonias mágicas, invocaciones masónicas, rezos-, en una serie de intentos para poner fin a aquella situación. Tras varios días de reclusión, deciden repetir los instantes finales de la velada, y, de este modo, consiguen salir de la casa. En la catedral de México, los invitados, ya recobrada su dignidad social, asisten a un solemne “Te Deum”, pero, al acabar, comprueban que ni los oficiantes ni los asistentes a la ceremonia pueden abandonar la iglesia. Finalmente, unos corderos entran en la catedral, sobre cuyo pórtico ondea la bandera de la peste…
Confiesa la Gallardo –de nombre real Lucía Elida Cardarelli, nacida en Argentina pero que desarrolla casi toda su carrera artística en México- que “Buñuel era un caballero y aprendí con él a desenvolverme en el cine con naturalidad, sin ese énfasis propio de las producciones aztecas, y siempre ensayaba con los actores, uno a uno, y él hacía el papel para que nos fijásemos cómo había que ejecutarlo, indicándonos dónde se iba a colocar la cámara y de qué manera teníamos que movernos. Paciente como pocos, no le gustaba nada la teatralidad a la hora de interpretar y utilizaba sus trucos para que las escenas tuvieran más riqueza. Todo un personaje, divertido pero demasiado disciplinado. No le gustaba nada que no le obedeciesen. Un día le pregunté qué significado tenía el sonido de unos tambores en ciertos pasajes de la película, y Buñuel me explicó que era una tradición de su pueblo natal, Calanda, en conmemoración de las tinieblas que se extendieron sobre la tierra en el instante de la muerte de Cristo. El hijo de Buñuel realizó un cortometraje titulado precisamente ‘Los tambores de Calanda’ en el que se recogen todas estas sensaciones”.
Ese redoble profundo e inolvidable aparece igualmente en otras películas del maestro, y de Carlos Saura, y de infinidad de documentales dedicados a su obra. Y, también, en “Laide de nuit”, un sorprendente mediometraje aragonés, agudo y divertido, dirigido en 1986 por Dionisio Sánchez y su “troupe” de “El grifo”, entre Zaragoza y el balneario de Panticosa, con guiños y referencias, precisamente, a “El ángel exterminador”, con esas acertadas e impagables escenas –el matrimonio de los aristócratas De Nóbile, los invitados de la alta burguesía, los corderos, la guardia civil…- rodadas en el casino del balneario. Ese mediometraje recoge el espíritu buñuelesco de manera tan precisa, en medio de los bellos y nevados paisajes panticutos, que el que esto escribe, un día, por deferencia del autor, entregó una copia a Javier Espada, director del festival de cine de Calanda, para que la programase en ese evento que se define como el certamen de “las películas que le hubiesen gustado ver a don Luis”. Pasado el tiempo, ni se ha proyectado, ni han devuelto la copia, ni nada de nada. Otro misterio por resolver. Seguro que esta historia le hubiese encantado a Buñuel. Y todo esto viene a cuento porque si existe un festival oficial que es un homenaje al director calandino, lo mínimo que se puede exigir es profesionalidad. Y la profesionalidad viene por recordar, también, la figura de Lucy Gallardo, la intérprete de “El ángel exterminador” fallecida en agosto en su residencia de Los Ángeles a los ochenta y dos años de edad. Y si en la última edición no pudo ser, aún estamos a tiempo para realizarle un homenaje en la siguiente. Y si es preciso, el que esto escribe, sin ningún interés, se compromete para ofrecer una introducción (o charla, o conferencia, o coloquio, o lo que sea) sobre la actriz y su encuentro con Buñuel en el México de 1961, a través del contexto cinematográfico de la época. Ahí queda el envite. Porque miras los periódicos y, ¡nada!, ni un puto obituario. Mala suerte es morirse, pero morirse en agosto lo es más. Nadie elige ni la forma ni el tiempo de su muerte, pero agosto es un mes fatal. Pero no nos vayamos por los cerros de Úbeda. Hagamos, pues, un poco de historia.
Lucy Gallardo, a los veinte años, hace sus primeras apariciones tras la cámara en las películas argentinas “Ángeles de uniforme” y “Todo un héroe”, ambas de 1949, pero su carrera propiamente dicha se inicia en México con “De carne somos” (1955), de Roberto Gavaldón. En realidad, esta etapa coincide con el hundimiento temporal del cine argentino, pasando a México una gran cantidad de artistas y técnicos de ese país. Se llevan a cabo obras notables de, entre otros, Juan Bustillo Oro, Julio Bracho, Alejandro Galindo, Ismael Rodríguez, Benito Alazraki o el español Carlos Velo. Pero los dos principales acontecimientos son la actividad del “Indio” Fernández y la incorporación del español Luis Buñuel. Sin embargo, en la década de 1960, este cine nacional demuestra su anquilosamiento industrial y artístico y se registra la inevitable decadencia de la vieja generación –Fernández, Bracho, Gavaldón-, un hibridismo progresivamente acentuado de los géneros y el descenso notable de las ambiciones, popularizándose una serie de pintorescos filmes terroríficos con el serial “Santo” y otras incursiones de dudosa trascendencia. Solo destaca durante este periodo la actividad de Buñuel –que logra con “El ángel exterminador” y “Simón del desierto” dos de sus obras más importantes y significativas-, la revelación de Luis Alcoriza con el excelente “Tiburoneros” y la aparición de iniciativas independientes como “En el balcón vacío”, filme rodado en 16 milímetros por Jomi García Ascot.
Mientras tanto, Lucy Gallardo participa en decenas de títulos desde largometrajes a series y obras teatrales grabadas para la televisión, hasta convertirse en un rostro muy familiar para el público de su país de adopción. Casada con el actor Enrique Rambal –protagonista, como digo, de “El ángel exterminador”, en el papel precisamente de esposo aristocrático de la actriz fallecida-, juntos forman un tándem considerado pionero en la historia de la ficción televisiva en México. Pero no por ello deja de trabajar en títulos de la cinematografía mexicana como “Bambalinas” (1957), “Desnúdate, Lucrecia” (1958), “El amor de María Isabel” (1971), “Santo contra la hija de Frankenstein” (1971), “Escuela de placer” (1984), “Crimen de ocasión” (1985). Su último filme, “30 days until i’m famous”, ya en Estados Unidos, lo dirige Gabriela Tagliavini en 2004.
Toda una personalidad del cine, la televisión y los escenarios, amiga de Buñuel e intérprete en “El ángel exterminador”, que los medios de comunicación españoles, aragoneses, zaragozanos, turolenses, no se han hecho eco de su desaparición (¿ignorancia?, ¿desidia?), y esperemos que el festival (o muestra, o certamen, o lo que sea) que dirige Javier Espada le dedique, al menos, el homenaje que merece. Dicho queda.