Ecozine, quinta edicion


Por Don Quiterio

     “La aldea de los pueblos indígenas aislados está lejos y apartada, olvidada del mundo, en la soledad del gran bosque. Alli no se acumula nada, se vive de la generosidad de la naturaleza que desde tiempos inmemoriales les alimenta, les protege y les abriga. Aquí, sin embargo, el mayor deseo es acumular y, para tal, destruyen vidas, agreden la naturaleza y exterminan los animales….»

    «…No amparan la generosidad y el respeto común o con las demás especies. Letrados y soberbios en sus togas, creen estar por encima del bien y del mal, mientras se nutren de frívolas vanidades y desmedida arrogancia. Poder y dinero son sus ambiciones ilimitadas, y, para lograrlos, la granujería, las mentiras, el engaño y el robo son plenamente válidos. Es cierto que los medios de comunicación tienen un papel importante en la divulgación y en la comprensión del problema, pero solo el cinema, que supera los límites del espacio y el tiempo, puede tocar, con la magia de su encantamiento, nuestros sentimientos y producir la gran transformación que nos permita, cual milagro, compartir con los hijos del bosque la dicha de la vida”.

   Con estas palabras, que cifran el sentido y la ambición de esta quinta edición del festival internacional de cine y medio ambiente de Zaragoza, Sydney Possuelo, reconocido defensor de los pueblos indígenas que habitan en la Amazonia, presenta un certamen en el que producciones de cuarenta países cuentan historias, mitos y experiencias para mantener vivo el recuerdo de los orígenes, de los dioses y de las tradiciones. Unos valores que no se cuentan en términos económicos, porque el dinero y la plusvalía no tienen cabida en esos universos. Ecozine, en efecto, marca un frente de protección etnoambiental para garantizar la vida y los derechos humanos de los pueblos en aislamiento, y de los impactos negativos del desarrollo y la deforestación de los bosques. Por eso, Sydney Possuelo cree que todos deberíamos unirnos y garantizar ese derecho para que los últimos pueblos indígenas autónomos de La Tierra no desaparezcan.

  Se encuentra, asimismo, la medida de un logro a tener en cuenta que, a primera vista, no parece tal y, por tanto, resulta mucho más meritorio. Se acabaron las lentejas, como antes se acabó la ensalada o las croquetas de bacalao y pollo. Pero el festival sigue su curso, como el agua en la corriente, con una sección específica que recoge el legado de la controvertida exposición internacional celebrada en Zaragoza en 2008. De esta forma, se han programado filmes producidos en España, Brasil, Tanzania, Perú y Uruguay, realizados por Sonia Llera, Damiá Puig, Eduardo de la Cruz, Alba del Campo, Lala Severi o Walter Tournier, en los que el agua canta historias silenciosas para reflexionar sobre pasados oscuros, los últimos ríos salvajes o soluciones de bajo coste para la mejora de su calidad bacteriológica. El aumento de las sequías, que está detrás de muchas crisis alimentarias, ha hecho afinar en las técnicas para aprovechar este recurso básico. Nuevas presas están en el proyecto en África para aprovechar mejor los grandes caudales de sus ríos, pero detrás suelen estar grandes empresas extranjeras con proyectos de escaso impacto en la soberanía alimentaria. Los científicos prefieren investigar en sistemas de riego por goteo, bombeo con energía solar y plantas potabilizadoras móviles que están ayudando a sacar adelante pequeños huertos. La vuelta a la diversificación agrícola, después de décadas de agricultura intensiva, a instancias de los colonizadores europeos, será el mejor método, según los expertos, para lograr la soberanía alimentaria en todo el globo.

   Esta cita internacional del cine y el medio ambiente se compone de casi un centenar de películas de cuarenta países, con actividades paralelas donde el protagonista único y absoluto es la fusión entre el arte y la naturaleza. Cuenta con ocho secciones, de las que una es competitiva, ‘Encuentro 2012 de realizadores audiovisuales’, en la que se han seleccionado, entre cortos y largometrajes, treinta y ocho películas de España y Alemania, de Brasil y Argentina, de Estados Unidos y Francia, de Perú y Guatemala, de Finlandia e Italia, de Serbia y Reino Unido, de Grecia y Turquía, de Palestina y Canadá, de Mozambique y Polonia: “À galinha que burlou o sistema” (Quico Meirelles), “Apaga la luz y verás” (Tim Dabringhaus), “S” (Sunjha Kim), “Basura cero, un mundo sin desperdicios” (Martin Depaoli), “Berriro igo nauzu” (Carlos Rodríguez), “Between two rivers” (Jacob Cartwright y Nick Jordan), “Bonsai” (Óscar Martín), “Centipede sun” (Mihai Grecu), “Cerro de Pasco” (Álvaro y Diego Sarmiento), “Christmas” (Sancho Ortiz de Lejarazu), “Deli waste wars” (Leah Temper), “El castigo” (Nelson Fernandes), “El disfraz del cielo” (Javier Marco Rico), “El oro o la vida” (Álvaro Revenga), “El tomate tenía un precio” (Juan Ángel García Pérez), “Hombre máquina” (Alfonso Moral y Roser Corella), “Intercanvi” (Toni Bestard), “It’s okay to call it odd” (Anna-Sofia Nylund), “La décima onda” (Francesco Colangelo), “La luz en el espejo” (Sonia Llera), “La soledad de la luna” (Javier Marco Rico), “Lab animal kingdom” (Pierre-François Gaudry), “Le bonheur, terre promisé” (Laurent Hasse), “Life after growth” (Leah Temper), “Mbandu and the mountains of the moon” (Natasa y Lucian Muntean), “Nadie está mirando” (Vicente Domínguez Cerdán), “Nahuas, 20 años después” (Marc Gavaldà, Edu Alter y Jordi Salvadó), “Oil story” (Pete Bishop), “Raw material” (Christos Karakepelis), “Remaining birds song” (Erdem Simsek), “Sacred stones” (Muayad Alayan y Laila Higazi), “Second hand” (Isaac King), “Sobre la misma tierra” (Laura Sipán), “Sobre ruedas” (Óscar Clemente), “The change” (Fabián Ribezzo), “The end the world” (Chris Downs), “The trip” (Bartosz Kruhlik) y “This is nost real” (Gergely Wootsch).

   Ecozine, en efecto, trata del compromiso y la resistencia con trabajos sobre el cuidado de la naturaleza y el ecosistema, que apuesta por la cultura y el esfuerzo, donde el cine es una pasión y el medio ambiente una preocupación. Un festival independiente y valiente, penetrante y especial, porque versa sobre luchas que no son cómodas y brinda un reconocimiento a toda una generación que tuvo que cerrar su casa, a la que inundaron los pueblos y pagaron un dinero escaso. Y que destaca por el estreno de cintas como “Yasuní, el buen vivir” (Arturo Hortas, 2012), en torno a una reserva en la Amazonia ecuatoriana, o “Ensayo de una revolución” (Pedro Sara y Antonio Labajo, 2011), alrededor de unas alternativas pacíficas a un sistema en declarada crisis. Además de proyecciones, el certamen ofrece exposiciones de fotografías, de carteles, conferencias y talleres en distintos escenarios: centro de historias, centro musical Las Armas, sala Luis Galve del auditorio, centro de urbanismo sostenible, fórum de Fnac y filmoteca de Zaragoza.

   Precisamente con la colaboración de la filmoteca, cuyo departamento de difusión y exhibición dirige Leandro Martínez, la muestra también ofrece dos ciclos dedicados a Japón y al marqués de Villa-Alcázar. El primer ciclo programa películas de recentísima producción en las que se reflexiona sobre los últimos desastres naturales y sobre la necesidad de buscar alternativas al exceso de confianza en la cultura científica y en las economías de mercado. La amplitud del terremoto, el posterior tsunami y el accidente de la central nuclear de Fukushima que golpean Japón en 2011 ha sido una lección para todo el planeta. Así lo demuestran los filmes de Masaki Kobayashi (“Fukushima hula girls”), Jojyu Matsubayashi (“Memories of the lost landscape”), Kensaku Kakimoto (“Light up Nippon”), Akatsuki Otaka (“Snow after the day”) o los colectivos “The sound of the waves” (Ryusuke Hamaguchi y Ko Sakai) y “3’11 a sense of home films” (Víctor Erice, Isaki Lacuesta, Jonas Mekas, Kazuhiro Soda, Ariel Rotter, Apichatpong Weerasethakul, Jia Zhang-Ke, Catherine Cadou, Kaori Momoi, Shunji Dodo, Zhao Ye, Takushi Nishinaka, Wisut Ponnimit, Leslie Kee, Joon-Ho Bong, So Yong Kim, Toyoko Yamasaki, Mohd Naguib Razak, Pedro González Rubio, Steven Sebring, Patti Smith y Naomi Kawase).

    En cuanto al cilo dedicado al marqués de Villa-Alcázar, de nombre real Francisco González de la Riva y Vidiella (1885-1967), nos encontramos con un ingeniero agrónomo que contribuye a la creación cinematográfica del ministerio. Desde 1935 en el que realiza “Abonos y semillas” hasta 1963 con “Oro líquido”, el marqués llega a dirigir cerca de setenta cortometrajes documentales sobre temas relacionados con agricultura, viticultura, sericicultura, ganadería y la pesca fluvial. Testimonio en muchos casos de prácticas agrarias, ganaderas, forestales y oficios en algunos casos desaparecidos, sus filmes destacan por el valor etnográfico, antropológico e histórico: “El barbecho” (1941), “La repoblación forestal” (1942), “Lana de España” (1943), “El escarabajo de la patata” (1945), “Industrias lácteas” (1946), “Abejas y colmenas” (1948), “Madera de España” (1949), “Las dos cenicientas” (1951), “Fertilidad” (1953), “Riego seco” (1954)…

    Al mismo tiempo, y junto a estas proyecciones, Ecozine programa una sección para la familia, una sección para los jóvenes, una sección de cooperación y una última denominada “Enfocados”. Con ello, la pretensión es contribuir a crear unas relaciones internacionales más justas y solidarias sobre la base de un modelo social más equitativo a escala mundial, tratando de incidir en las causas que originan las desigualdades, injusticias y el empobrecimiento de los pueblos desde una visión y actitud crítica respecto al sistema actual dominante. Unos trabajos, en fin, producidos entre 2005 y 2012, en distintos formatos (spots, cortos, medios, largos) y en diversos géneros (documental, animación, ficción, ensayo), que ahondan en múltiples temáticas: el consumo excesivo, los alimentos modificados genéticamente, el recliclaje de basuras, los residuos generados por las obsesiones modernas, el efecto de la máquina en la naturaleza, las multinacionales, el envenenamiento por productos tóxicos, los recicladores, la globalidad, la experimentación animal, la relación del hombre con el petróleo, las decrecientes poblaciones de aves, el desplazamiento, la hambruna…

    Pocas escenas provocan más angustia que la de ver la mirada vacía, profundamente triste de un niño que aún no sabe andar y se está muriendo de pura hambre. Esta primavera, solo en el Sahel africano, un millón de criaturas está abocada a sufrir una desnutrición severa que podría acabar con su vida. La sequía, los conflictos de Mali o Libia, la especulación con el precio de los alimentos, biocombustibles y otros muchos factores políticos y financieros manejados a miles de kilómetros se están conjugando para que este año, sin ir más lejos, se produzca una nueva y brutal crisis alimentaria en África subsahariana, en México, en Corea del norte. Los expertos coinciden en señalar que no faltan alimentos en el planeta, ni siquiera para los futuros nueve mil millones de habitantes para 2050. De hecho, un tercio de la producción global se sabe que acaba en la basura. El problema es que no está donde debe. Por ello hay que producir “in situ” y ahí se puede aplicar la tecnología, pero con cuidado porque en un siglo hemos perdido el noventa por ciento de la biodiversidad agrícola. ¿Por qué ya no se habla tanto de cambio climático? ¿Se puede abordar el cambio climático y crecer económicamente a la vez? ¿La credibilidad de la comunidad científica se ve dañada? ¿Funcionaría mejor centrarse en tecnologías verdes o apostar por límites de emisiones? ¿Qué balance hacemos de la lucha contra el cambio climático? ¿Hay que ser optimista de cara a los próximos quince años?

    A mi modo de ver, incluso a los que no creen en el cambio climático, sí existe una preocupación por el precio de la energía, la seguridad, la escasez de agua, la producción de alimnetos, el envejecimiento de la población. Y todos estos desafíos llevan a los mismo: a ser más cuidadosos con las reservas finitas o escasas, a ser más eficientes. Hay que confiar en que la genta asuma estos desafíos. Si no logramos concienciarlos, la culpa será de todos. Antaño, es cierto, el mundo era un lugar amplio e inacabado, con numerosos espacios vírgenes en los que aún se aventuraban los exploradores y los misioneros, territorios con vastas selvas tropicales y densos bosques de coníferas, desiertos infinitos, ríos largos y caudalosos en cuyas aguas cabía imaginar que incluso desovaban en su soledad los machos. Aun con sus inevitables penurias, la vida era entonces agradable y misteriosa. La vegetación se reproducía con más velocidad que el fuego que la calcinaba, la mar no pudría los peces y todo parecía entonces tan fértil que hasta tendríamos el pensamiento de que una mujer podría concebir hijos sin necesidad de tener sexo. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Somos el último eslabón de la cadena? ¿Cuánto debemos y cuánto valemos? ¿Por qué las cabras no tienen úlcera?

   Esta cita demuestra, una vez más, que cine y compromiso social no tienen por qué andar peleados. El cine no sirve para cambiar el mundo, pero sí para intentar mejorarlo. A lo largo de las proyecciones han pasado por las pantallas técnicas, medicinas, guisos, costumbres, juegos, juguetes, creencias, herramientas, máquinas, dichos, manjares, apodos, pesos, medidas, islas, decenas de aldeas y pueblos, bosques y ríos, especies de pájaros, insectos y serpientes, peces un poco especiales, variedades de moluscos, de plantas no del todo idénticas, tipos particulares de frutas y verduras. Se hace desvanecer, por decirlo de algún modo, en la noche de los tiempos, a legiones de geógrafos, misioneros, papas, obispos, descubridores, entomólogos, padres de la iglesia, literatos, militares, políticos, santos, dioses y demonios.

   Con todo y con eso, y con la participación de la cantante Carmen París, embajadora de la sección ‘Cine y agua’ que apela a recuperar la conexión con la madre tierra y acaba su intervención con un fragmento del tema ‘Agua que ha de correr’, la gala de clausura se cierra con la proyección de “Ensayo de una revolución”, con la presencia de uno de sus directores, Antonio Labajo, y las películas galardonadas recaen en los trabajos realizados por Laura Sipán, Laurent Hasse, Álvaro Revenga, Juan Ángel Pérez García, Quico Meirelles, Fabián Ribezzo, Alfonso Moral y Roser Corella.

   Cuando salgo de las sesiones de esta quinta edición del festival internacional de cine y medio ambiente de Zaragoza, mientras cruzo las calles nocturnas, me voy concentrando en el mundo de la verdad que se esconde en las películas vistas. Y ya en casa, al escribir estas líneas, me ratifico en algo que cada día tengo más claro: a la hora de crear, lo que cuenta en esta muestra no es la realidad, sino la verdad. Acaso por eso me atraigan tanto los exploradores, los detectives, toda esa clase de husmeadores que se excitan en cuanto sienten que la huella de la presa se intensifica. Y esto es lo que hace el director del certamen, Pedro Piñeiro, husmear y localizar piezas cinematográficas que sirvan para hacernos reflexionar sobre nuestras vidas en un paraíso maltratado, acaso, ya, unos paraísos perdidos. Lo decía muy bien, en el prefacio, Sydney Possuelo: “Solo el cinema, que supera los límites del espacio y el tiempo, puede tocar, con la magia de su encantamiento, nuestros sentimientos y producir la gran transformación que nos permita, cual milagro, compartir con los hijos del bosque la dicha de la vida”. Pues eso.

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