Por Don Quiterio
Si la función de un documental social y de denuncia es abrir los ojos a los espectadores a nuevas realidades que, por desconocidas, no dejan de estar ahí, la realizadora zaragozana Laura Sipán consigue este propósito en su comprometido documento “Sobre la misma tierra” (2011).
La verdad, a veces, huele mal. Y, por ello, duele. Solo lo que duele importa. Tras realizar el cortometraje “El talento de las moscas” (2007), la directora deja de lado la ficción y se adentra en terrenos sociales en el que vuelve a jugar con la estética para plasmar su particular sello creativo.
Hay puertas abiertas de par en par a la impunidad, refrendadas por jueces, directores civiles, subsecretarios que son respetables padres de familia, leyes dispuestas a permitir los excesos. Hay toda una cadena de mando destinada precisamente a mantener el cesto podrido porque si las manzanas recuperaran su olor y su sabor original, el orden establecido se desmoronaría como un castillo de naipes azotado por un suave viento del norte. No se trata de una maldad cometida por un grupo de sádicos, que también, sino de un procedimiento estudiado para destruir la dignidad humana. La maldad es intrínseca desde el momento en que los objetivos son determinados por un grupo que intenta mantener las reglas del juego de un sistema favorable a sus intereses privados. Si nadie protesta, si la noticia no existe, los verdugos continúan implacablemente su tarea. La tarea de Laura Sipán, efectivamente, es denunciar estas tropelías cometidas hacia una parte del pueblo colombiano, olvidado y menospreciado, cuyo esfuerzo determinará sus suertes. El esfuerzo, sin embargo, no garantiza la victoria, pero da destino y sentido. Cuando dejas de esforzarte, la vida te golpea brutalmente. No hay nada que esté escrito pero, al menos, con el esfuezo uno vivirá de pie y con derecho a la esperanza. Que la vida vive mientras no muere la muerte. Y que es solo el principo.
Mientras tanto, y de un tiempo a esta parte, Colombia ha pasado de ser un país inviable a recibir alabanzas por su milagro económico. La estabilidad política alcanzada, las víctimas frente al narcotráfico y su crecimiento anual han sentado las bases de una nueva era. Ahora bien, el objetivo de los nuevos gobernantes sería resarcir a los cinco millones de colombianos afectados por la violencia de narcos, paramilitares y guerrilleros, muchos de ellos despojados de sus bienes y condenados a un éxodo de miseria. Con la aplicación (es un suponer) de la ley de víctimas y de restitución de tierras existen muchas dudas, porque, en realidad, no se sabe cómo pueden llevar a cabo la entrega a la población desplazada de las innumerables hectáreas de tierras abandonadas o robadas, muchas en manos de testaferros de los grupos armados. De hacerse, no falta el temor a que la restitución de tierras, por su complejidad, pueda crear una inseguridad jurídica que ahuyente la inversión agraria. Ni, por supuesto, el temor a un aumento de la conflictividad entre comunidades o los brotes de violencia. Y eso duele. Y huele.
De esta lucha por la tierra, del necesario impulso de la agricultura y del combate, al fin y al cabo, contra la pobreza, nos habla Laura Sipán en este importante documental social y de denuncia. Si existe algo que nos impide desistir de aquello que anhelamos, eso se llama esperanza. Y mucho de lo que se esconde tras esa palabra está en “Sobre la misma tierra”, donde lo humano es definitivamente divino. Con una cuidada y elegante realización, narrativa y cinematográfica, a la manera de un largometraje de ficción, Sipán consigue que el espectador sienta interés por este viaje, se emocione y conmueva, y hasta retrate las pequeñas debilidades humanas de los protagonistas.
En último término, Laura Sipán ha realizado un documental en verdad laborioso, encomiable y necesario, duro de ver, fruto de unas historias de compañerismo e ilusiones que traspasan la gran pantalla para llegar hasta el espectador y contagiarle de esperanza, con el reconocimiento del derecho a decidir libremente, a decidir qué se desea ser. Una población colombiana, en definitiva, menospreciada, olvidada, que vive en sus valles para proteger su identidad y sus rasgos culturales, que vive en unos territorios ricos permanentemente amenazados por la presencia de minerales y que la violencia es la mayor de sus amenazas. Una situación muy complicada por los intereses encontrados y que la cineasta sabe contar a través de los testimonios de cuatro personas. Cuatro historias para un documento que huele y duele. Como todo lo que importa.