“Amatar”, cortometraje de Miguel Ferrer


Por Don Quiterio

    Ya desde el título, “Amatar”, sabemos que estamos ante una gamberrada, una suerte de broma o parodia de las invasiones cinematográficas al modo de la ficción científica del clásico de Don Siegel. Aquí, en esta producción (o lo que sea) del 2012, la acción discurre en la comarca del Matarraña, donde una especie de caracoles arrasa el lugar.

 

     Claro que la diferencia es sustancial. Lo que hace Miguel Ferrer en esta su primera incursión fílmica, estrenada recientemente en la filmoteca de Zaragoza, es un juego somardón, decididamente cutre, que se sirve de una historia de babosas para poner patas arriba (o abajo) cierta intelectualidad mal entendida, mientras lugareños y foráneos, sorprendidos, investigan tamaño misterio. Y para ello utiliza unos subtítulos en castellano repletos de faltas de ortografía, entrevistas al más puro estilo (pseudo) surrealista, desenfoques asumidos (o no), gandules fallos de raccord, planos mal casados, chata animación por ordenador, efectos especiales de andar por casa, “mojinas” interpretaciones “escozías”… Y así hasta donde queramos.

    Todo, en efecto, está sin pulir y todo es lo contrario al matiz sosegado y al dominio concienzudo del lenguaje. Vamos, una auténtica tomadura de pelo, pero, al parecer, hecha a conciencia. Ahí, precisamente, radica su encanto.

   “Amatar” ofrece unas directrices estilísticas que gravitan en medio de la indefinición genérica y es cine amateur en el más amplio sentido del vocablo, puramente casero, realizado para quienes han participado de forma desinteresada en el proyecto y se quieran ver rodeados de amistades y familiares. Tampoco tengo muy claro el papel que ha de jugar la crítica especializada ante una propuesta de este tipo, más cercana al ejercicio con estudiantes que a otra cosa.

   Una gamberrada muy divertida. Y muy mal hecha. A partir de ahora, Miguel Ferrer se convierte en el Ed Wood turolense. Que se abstengan, pues, los puristas.

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