Con el tío «Jess» en Zaragoza / Don Quiterio

ESCALOFRIO EN LA SERIE B DEL CINE ESPAÑOL
Por Don Quiterio

   Dice Homero que los dioses tejen desgracias para que las generaciones futuras tengan algo que cantar. Ya apenas quedan héroes de bronce como Aquiles ni mujeres con el temple de Andrómaca, mirando a Héctor a los ojos al borde de la despedida final. Lo más parecido a un héroe homérico que he conocido ha sido el cineasta Jesús Franco, que estuvo en Zaragoza para inaugurar la exposición que sobre la serie B en el cine español se ofrece en el Centro de Historia y que se puede visitar hasta el seis de febrero.

 

 
     A pesar de la presencia de esas bandas culturales que operan al amparo del poder, pude hacerme hueco –entre codazos- y llegar hasta nuestro héroe de la serie B española. Con estos satélites y moscones disfrazados de “intelectuales” me apuesto, con todos ellos, una cena en Casa Emilio a que no han visto –entre todos- ni tres películas de las casi trescientas que componen la filmografía del popular “Tío Jess”, como le conocen las nuevas generaciones de fans. Me dirijo, pues, hacia nuestro protagonista y le digo que soy redactor de “El pollo urbano”, a lo que me contesta, agarrándome: “Os conozco. Los del pollo sois unos cachandos y unos libertinos de cuidado”. Empezamos bien. Ya me he ganado su confianza y, de paso, ahuyentamos a las bandas de siempre. Y él, en su silla de ruedas, más contento que unas castañuelas, con una gorra con el logo playboy, sus ochenta años entre pecho y espalda, su mirada viva y penetrante, su orgullosa pornofilia…


     “Siempre me han tratado de maldito y pornógrafo”, afirma Jesús Franco, “porque me gusta mezclar el sadismo, el voyeurismo y el fetichismo. En esos géneros hay una implicación de la inteligencia, y no es sólo una cosa de animales de bellota, como el follar por follar. Me gusta todo aquello en lo que entre la creatividad, que es lo que considero que debe ser el cine erótico, por ejemplo: una superación de lo real. Cuando veo las secuencias de un porno normal, a mí es que me deja más frío que la puñeta y me entran ganas de irme a un convento… a follarme una monja”.


     La carrera fílmica de Jesús Franco es una de las más pintorescas e insólitas de nuestro cine. En su primera época, a partir de 1961, aborda diversos temas, pero fundamentalmente desarrolla el de terror (“Gritos en la noche”, “La mano de un hombre muerto”, “La muerte silba un blúes”, “El secreto del doctor Orloff”…). Se aprecia en ellas una gran admiración por el cine americano, una no despreciable cultura y cierta capacidad creativa en la narración cinematográfica, que se estrella ante nefastos guiones con increíbles situaciones, abominables diálogos y personajes inconsistentes. A partir de 1966 muchas de sus películas se realizan y exhiben fuera de nuestras fronteras: Francia, Italia, Alemania, Suiza, Holanda, Luxemburgo… Y con las películas van apareciendo los pseudónimos, que forman, cuantitativamente, un conjunto que me atrevo a pensar que es único en el cine mundial: Jess Frank, Robert Zinnermann, David Khune, Clifford Brown, Frank Hollman, Toni Falt…

    Continúa realizando filmes del género de terror, pero a partir de 1970 con el añadido de desnudos cada tres o cuatro escenas. El número de películas que realiza es impresionante, pudiendo llegar a diez por año. Y con una temática única, mezcla de cine erótico y terror, ficción científica o aventuras. La simple lectura de sus títulos proporciona una idea bastante exacta de su contenido. “Los productores”, dice Franco, “querían películas de bajo coste para estrenar en los cines de barrio, de doble sesión, y yo se las daba. Todavía no había acabado una y ya estaba preparando la siguiente. Creo que la más veloz la hice en tres días. Siempre he sido muy rápido. El secreto está en no dormirte en los laureles, no repetir tomas inncesarias y conocer bien a los actores con los que trabajas. El ejemplo está en Lina Romay, mi compañera de fatigas artísticas… y de las otras (risas)”.


    Realizador, actor, músico, guionista y productor, Jesús Franco reivindica el valor del cine de serie B, término que él se niega a reconocer: “¿Qué quiere decir B? ¿B de bonito? ¿B de borracho? ¿B de bodrio? ¿B de basura? ¿B de barato? ¿B de qué? Simplemente es cine, un espectáculo para divertir. Las únicas clases de películas que conozco son las buenas y la malas”. Este inclasificable cineasta, de quien Tarantino se ha reconocido admirador, ha trabajado con Orson Welles, Christopher Lee, Jack Palance o Klaus Kinski: “El cine hay que hacerlo con tripas y corazón, y mientras hay sentimiento o divertimento funciona. Todo lo demás son tonterías. Ahora falta riesgo para atreverse a hacer cosas. Con la crisis económica que han inventado cuatro ya sirve de excusa para paralizar todo. Es patético el sistema de distribución y exhibición español. Somos el país que menos películas europeas, suramericanas e independientes norteamericanas estrenamos. En Zaragoza mismo es increíble cómo han dejado morir las salas míticas del centro para convertirse en negocios de mal gusto, y todo con la permisividad del poder público”.

    Sin tapujos y sin pelos en la lengua, Franco comenta: “Yo lo único que quiero es que me dejen hacer lo que me dé la gana. No quiero la fama ni el reconocimiento. Es una gilipollez. Si el premio Goya me lo han dado porque me ven viejo y han querido darse prisa antes de que la palme… pues lo tienen verde, porque pienso seguir rodando”. Y añade: “El cine actual es una mierda. Que salgan cinco mil vampiros de las paredes me da igual. Yo quiero uno pero que me lo crea. Ese es el problema, que la gente no sabe qué hacer y entonces hacen bobadas. Hay una falta de ideas y es porque se toman demasiado en serio a sí mismos y no piensan en los demás y a eso se une que hay una ignorancia supina”.

    El cine de serie B que se realiza en aquel momento en España no era una opción porque era muy difícil hacer cine y vivir. Si uno pretendía sacar la realidad de alrededor, difícilmente se podía vivir del cine. En cambio, haciendo un cine de género de terror se podía vender la película en el mundo entero. Un género, el del miedo, que aún triunfa hoy en día, por la condición del ser humano. Franco lo tiene claro, más allá del género B o como se quiera denominar: “Todos sabemos que estamos rodeados de algo que no conocemos. Y si de verdad llegamos a pensar en el sentido de nuestra existencia nos sentimos desvalidos, porque realmente no conocemos nada. Sin misterio y sin miedo a la muerte no te diviertes para escapar de él y, de ahí, el interés por las películas de miedo. El cine, en fin, es un espectáculo para divertirse. Así nació y así sigue. ¿Por qué hay que darle tanta importancia?”.

    Amante de las criaturas de la noche, Franco hizo partícipes de su pasión a varias generaciones de cinéfilos de los más variados confines del planeta. Acaso víctima del secular prejuicio español ante la fantasía, Franco ha sido mucho más apreciado en el extranjero. Piedra angular del “fantaterror” español, la “edad de oro” de este género se inicia en la década de 1960, para satisfacción de los amantes de la sesión contínua y el programa doble de las barriadas. Y es que el cine de serie B español empieza a meter miedo con el género fantástico, con un cierto terror que empieza a desarrollar cierta convergencia con los lugares comunes del cine erótico de la época para potenciar el escalofrío con la descarga libidinal. Atrás quedaron las películas imperiales de Cifesa, el folclore popular o las comedias y dramas invadidos de beatería, para encontrarnos a sus representantes más destacados en autores como Jesús Franco, el padre y héroe de este raro mundo habitado por extraños personajes, censo de celuloide formado por muertos vivientes, mutantes alienígenas, vírgenes hemoglodependientes, sádicos doctores…


    A su lado, compañeros de fatigas como Eugenio Martín con “Hipnosis” (1962), Enrique Eguiluz con “La marca del Hombre Lobo” (1968), Narciso Ibáñez Serrador con “La residencia” (1969), León Klimovsky con “La noche de Walpurgis” (1971), Armando de Ossorio con “La endemoniada” (1974), Javier Aguirre con “El jorobado de la Morgue” (1972), Carlos Aured con “Los ojos azules de la muñeca rota” (1972), Paul Naschy con “El huerto del francés” (1978), Juan Piquer Simón con “Misterio en la isla de los monstruos” (1981), Jorge Grau con “No profanar el sueño de los muertos” (1974), Santos Alcocer con “El enigma del ataúd” (1966), Eloy de la Iglesia con “El techo de cristal” (1971), José Luis Madrid con “Jack, el destripador de Londres” (1971), Miguel Madrid con “Necrophagus” (1971), Francisco Martínez Celeiro con “Escalofrío diabólico” (1970), Vicente Aranda con “La novia ensangrentada” (1972), Lara Polop con “La mansión de la niebla” (1972), Alfonso Balcázar con “La casa de muertas vivientes” (1972), José María Elorrieta con “La llamada del vampiro” (1973), Manuel Caño con “Vudú sangriento” (1972), José Ramón Larraz con “La muerte incierta” (1972), Claudio Guerín con “La campana del infierno” (1973), José Luis Merino con “La orgía de los muertos” (1973), Juan Fortuny con “Las ratas no duermen de noche” (1973), Pedro López Ramírez con “El pez de los ojos de oro” (1973), Julio Salvador con “La tumba de la isla maldita” (1973), Jorge Luis Gigó con “La perversa caricia de Satán” (1972), Julio Bosch con “Exorcismo” (1974), Julio Pérez Tabernero con “Las alegres vampiras de Vogel” (1974), Angelino Fons con “La casa” (1974), Alejandro Martí con “El secreto de la momia egipcia” (1972), José Ulloa con “El refugio del miedo” (1973), Francisco Macián con “Las bestias no se miran a los ojos” (1975), Juan Luis Buñuel con “Leonor” (1975), Francisco Ariza con “El paranoico” (1975), Miguel Iglesias con “La maldición de la bestia” (1975), Carlos Benito con “El jovencito Drácula” (1975), Mariano Ozores con “Brujas mágicas” (1981), Silvio Balbuena con “Escrito en la niebla” (1981), Sánchez Álvaro con “Pájaros de ciudad” (1981), Sebastián D´Arbó con “El ser” (1982), Juan José Porto con “Regreso del más allá” (1982), Ignacio Ferré Iquino con “Secta siniestra” (1982), Ramón López Bello con “Espiderman ya no vive aquí” (1985),. Antonio Blanco con “La matanza caníbal de las garrulas lisérgicas” 1993), Eduardo Marín con “Luces y sombras” (1997), Javier Millán con “Persus, la semilla humana” (2000), Pedro Temboury con “Karate a muerte en Torremolinos” (2003), Ricardo Ribelles con “El barón contra los demonios” (2006)…

     “Berlanga me dijo un día: para hacer cine sólo se necesitan dos cosas, una cámara y libertad”. Esto dice Jesús Franco. En efecto, la llamada serie B otorgó la libertad creativa a muchos realizadores que sólo tenían una cámara. Lo que nadie suponía es que este cine, que se pretendía como un viaje hacia ninguna parte, llegaría al destino más codiciado por la industria: el espectador. Se convirtió, así, en un género muy popular, con una alta capacidad de fidelización y casi hipnótico para algunos espectadores, creando una subcultura y estética propias, significativamente apreciable, trascendiendo lo meramente cinematográfico.

 

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