El gozo de vivir según los griegos / Max Alonso


Por Max Alonso

    El historiador de las religiones Mircea Eliade señala que “desde la perspectiva judeocristiana la religión griega parece haberse formado bajo el signo del pesimismo. La existencia humana aparece como algo efímero y sobrecargado de miserias.

    Homero compara a los hombres con “las hojas que el viento abate en tierra”. En su posterior interpretación se ha llegado a la enumeración de males como la pobreza, las enfermedades, los duelos, la vejez, etc., afirmando que “No hay un solo hombre al que Zeus no le envié sus males por millares” y que “los hombres son criaturas de un día” que viven como las bestias sin saber por qué camino llevará el dios a cada uno hacia su destino.”

    A este propósito se cita el caso de una madre que pedía al dios que otorgara a sus hijos el mayor regalo y el dios lo otorgó haciendo que los dos niños fallecieran al instante, sin sufrimiento alguno. Por esto Teognis, Píndaro y Sófocles proclamaban que la mayor suerte para un humano era la de no haber nacido o una vez nacido morir cuanto antes. Sin que la muerte resolviera nada, pues no representaba la extinción total y definitiva.

   Para Homero la muerte implicaba la existencia posterior disminuida y humillante en las tinieblas infraterrestres. Hasta el extremo de que el fantasma de Aquiles, evocado por Ulises, afirma que prefería ser esclavo en la tierra, en vez de reinar sobre todos los muertos.

    Por otra parte, el bien que se hubiera hecho en la vida quedaba sin recompensa y los que sufrían torturas por toda la eternidad -Ixión, Tántalo, Sísifo, etc.- era por haber ofendido a Zeus, no por otras razones. En este sentido se cita la suerte de Menelao, que no descendió al Hades, sino que fue llevado directamente al Elíseo, porque al casarse con Helena se había convertido en yerno de Zeus. Destino que le estaba reservado a otros héroes, por la única razón de ser privilegiados.

    Esta concepción pesimista se impuso cuando el hombre griego tomó conciencia de la precariedad de la condición humana. El hombre para ellos no es ‘criatura’ de una divinidad, como para otras religiones arcaicas y para las tres monoteístas. No cabe por tanto que sus oraciones le procuren una cierta intimidad con los dioses y sabe que su vida está decidida por el destino, la ‘Moira’, la suerte o la porción que le ha sido asignada hasta la muerte. La muerte queda ya decidida en el momento de nacer y la duración de la vida estaba condicionada por el hilo que hilaba la divinidad.

   El mismo Zeus era el que determinaba las suertes y el dios podía modificar el destino, como lo hizo con su hijo Sarpedón. Cuando Hera le hace ver que semejante gesto tenía como consecuencia la anulación de las leyes del universo, es decir de la justicia, Zeus le da la razón. Lo que equivale a reconocer su supremacía sobre la justicia o la ley divina.

    La justicia, como señalaba Hesíodo, es lo que distingue a los hombres de los animales salvajes, por lo que el primer deber de los hombres es ser justos y rendir el debido respeto a los dioses. Los dioses no hieren a los hombres sin motivo, cuando estos se mueven dentro de los límites de la justicia, pero el ideal del hombre es la excelencia, ‘areté’, y un exceso en su búsqueda puede degenerar en orgullo desmesurado e insolencia. La ‘hibris’ o desmesura y su consecuencia, la ‘ate’ o irreflexión son los medios por los que se realiza por héroes y reyes la ‘moira’ o porción de vida otorgada a estos al nacer como demasiado ambiciosos o extraviados por el ideal de la ‘excelencia’.

     En definitiva, el hombre no dispone nada más que de sus propias limitaciones, que vienen de su propia condición humana y en particular de su ‘moira’. La sabiduría comienza con la conciencia de la finitud de toda vida humana. Hay, pues, que sacar provecho de todo cuanto ofrece el presente: goces materiales y ocasiones para demostrar la propia valía. Esto es vivir en plenitud y con dignidad en el presente. Este ideal, nacido de la desesperanza, será modificado con el tiempo en el ámbito de posturas filosóficas tan dispares como Platón y su propuesta de sacar provecho de los fracasos sobre el sometimiento del hombre a la represión de los instintos naturales y Nietzsche y sus postulados para escapar de las limitaciones del conocimiento.

    Esta visión trágica condujo a una revalorización paradójica de la condición humana. Puesto que los dioses les obligan a no traspasar sus propios límites el hombre alcanza la sacralidad de la condición humana.  El hombre descubre así y lleva a su perfección el “gozo de vivir” por la experiencia erótica y las experiencias estéticas y la participación colectiva en juegos y competiciones deportivas, así como espectáculos, banquetes, danzas y demás.

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