Por Natalia Asunción
Los peros. Esos terribles traidores.
Cuando comienza la frase, solemos alegrarnos de lo que empezamos a escuchar. Y llega el “pero” y el giro inesperado: todo lo dicho anteriormente no sirve de nada. Hay un “pero”.
“Eres un buen candidato, pero…” “Eres una chica guapa, pero…”
Y el más manido de los peros: “no soy racista, pero…”
Ahí quería llegar. Al “no racista, pero…”
Está claro que aparte de ser una persona positiva (aunque te salga el cinismo por los poros) ahora está de moda una serie de atributos, como cuidarse, leer, amar a los animales, no ser racista, etc.
Pero la cabra tira al monte. Y antes o después, esos supuestos atributos caen por su propio peso.
Fumo desde los doce años. Yo más bien ya respiro tabaco. Y sí, intento cuidarme en lo demás. Da lo mismo. En cualquier juego de lógica yo, no me cuido. Así que cuando la gente habla de cuidarse, de hacer deporte y esas cosas, yo contesto: ¿Habéis visto la última de Almodóvar?”
Pero en el tema del racismo, desde muy corta edad yo me declaro anti racista.
Nací así, no sé. Quizás aquellos veranos en la playa con niños de múltiples países, puede que mi curiosidad o mis lecturas.
El caso es que me da absolutamente lo mismo donde haya nacido cada cual. Bueno, ni siquiera me da lo mismo. Me da mucha curiosidad y me encanta que me hablen de sus cosas, de la cultura de su país o de su etnia. De algún modo para mi es viajar.
Y no comprendo por qué mucha gente odia al extranjero, como si el vecino del quinto fuera mejor persona por haber nacido en Cáceres. En fin. Incomprensible.
Además, odiar implica un gasto energético importante. Gastemos esa energía en otras cosas. Yo qué sé. En leer el pollo urbano.
Pero odiemos los peros.