Sólo se trata de vivir /Jorge Álvarez


Por Jorge Álvarez

    Buen día, espero que haya disfrutado de sus vacaciones. Escribí, cambié y actualicé no menos de tres comentarios.


   Pero en ellos hacía una catarsis sobre la situación terminal en la que nos debatimos los argentinos. Y los borré. Usted no podría entender que en solo nueve meses el valor de la moneda haya desaparecido. Sí, el peso falleció y no vale nada como la moneda de Venezuela, como el marco alemán tras la Segunda Guerra.

    Entonces me dije me tengo que aferrar al humor para poder contarle algo que viví en mi juventud, en casa de mis padres. Le pido que me ayude y retrocedamos en el tiempo. Hasta el momento en que no había telefonía celular ni redes sociales. ¿Se acuerda? Bien, hoy tomando distancia se dará cuenta que había otra vida. Ni mejor, ni peor. Simplemente otra a la que los jóvenes les parecerá digna de un museo.

   No sé ahora pero antes conseguir que nos instalen el teléfono era como tocar el cielo con las manos. Negro, grande, pesado y a disco. Costaba marcar los números porque había que introducir el dedo índice en el hueco de cada número y realizar un giro hasta alcanzar el tope. Griiiiiic-tac, griiiiiic-tac era el sonido que se repetía al discar. Imponente, sobre una mesita alta, en el comedor o en el living, ese teléfono era un objeto de culto. Sin identificador de llamadas el propietario no tenía otra opción que atender cada vez que sonaba de manera estridente. Pensar en volver a usar uno de ellos hoy es como retroceder a la época de las cavernas.

   En casa, y sin saberlomi madre inventó el buzón de voz ya que era la encargada de atenderlo. Al llegar y hacer la pregunta de rigor “¿llamó alguien?” el buzón de voz humano respondía sin inmutarse “sí. Varios”“¿Dejaron algún mensaje mamá?” era la consulta. “No. Querían hablar con vos. Y uno, con tu padre”. Hoy me doy cuenta que era como interrogar a un agente secreto con años de entrenamiento para soportar torturas. No había forma de sacarle más información. Ella podría haber trabajado en la CIA o en el FBI ocupando un cargo jerárquico.

   Tampoco era que me hablaba todo el mundo. En esa época podías atender tranquilo porque nadie te ofrecía servicios que no querías tener ni necesitabas. Eso es lo que añoro porque hoy te llaman los Bancos, tarjetas de crédito, servicios de internet, telefonía o consultoras, etc. Hoy sigo teniendo teléfono fijo conectado a un router así tener wifi en toda la casa. Pero para recordar a Dorita, mi madre, no lo tengo conectado al contestador de llamadas.

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