La libertad, un valor con atractivo tan universal (I) / Javier Úbeda


Por Javier Úbeda Ibáñez

      Nunca como hoy se ha proclamado tanto y con tanta fuerza la libertad como un valor supremo, y nunca como hoy también se ha conculcado tanto.

      Precisamente en nombre de la libertad se justifican hoy toda clase de ataques a la libertad y a los derechos fundamentales de la persona humana. Es el mismo hombre quien, al no asumir la responsabilidad que la libertad comporta, levanta las barreras o pone los obstáculos o impedimentos que se oponen a la felicidad propia y ajena en el seno de la sociedad.       

        La dignidad del hombre exige que viva en libertad. Por eso todo sistema político que garantice mejor la libertad será un factor de progreso. Pero si ese sistema no respeta los valores morales propios de la dignidad de la persona, la misma libertad queda frustrada, malgastada. Pues el sistema político no es un valor en sí mismo, sino un marco para que el hombre viva de acuerdo con su dignidad.

        Una sociedad sana se construye sobre el cimiento de la libertad. Pero luego hay que aportar materiales que no dejen a la intemperie la dignidad del hombre; soluciones que no dejen abierta esa casa de todos a los vientos del egoísmo, de la injusticia o de la degradación. Porque, aunque se edifique con toda libertad, si no se respetan los principios arquitectónicos fundamentales, la casa puede acabar hundiéndose hasta los cimientos.

        La libertad fundamenta una parte principalísima de la dignidad de la persona, que debemos siempre defender. Debe reconocerse al hombre el máximo de libertad, y no debe restringirse sino cuando es necesario y en la medida en que lo sea. Esta necesidad de limitar el ejercicio de la libertad externala interna no es propiamente restringible—, solo puede fundamentarse por el bien común rectamente bien entendido.

        Nadie nos puede obligar a pensar lo que no queremos, ni amar lo que odiamos, ni despreciar aquello que es lo más importante para nosotros.

        Pocos valores tienen un atractivo tan universal como la libertad. Esta palabra ha sido tan traída y llevada como el birdie en un juego de bádminton. El ideal de la libertad parece que jamás estará fuera de moda. Es difícil encontrar una campaña revolucionaria o una constitución nacional que no proponga la libertad como uno de sus máximos logros.

        La cultura occidental rinde homenaje a la libertad en todos los sectores de la civilización. Existen estatuas y naves espaciales que llevan su nombre, monedas acuñadas en su honor, champús y dentífricos que prometen más libertad a quien los compra.

        Los seres humanos son esencialmente libres, aunque estén en un calabozo o haciendo trabajos forzados en un campo de concentración.

        La libertad humana no se identifica con la libertad de pensamiento o con la libertad física, sino con la libertad de la voluntad —o libre voluntad— por la que gobernamos nuestras propias acciones. Un acto humano es un acto libre.

        Estrictamente hablando, los «actos del hombre» difieren de los «actos humanos». Acto humano significa un acto realizado con conocimiento y libertad, es decir, un acto específicamente humano. Algunas veces nuestras acciones son deliberadas y plenamente conscientes; otras veces actuamos inadvertidamente o incluso hacemos cosas de forma involuntaria. Cuando la cajera de la farmacia te devuelve accidentalmente el doble del cambio que te debía dar, no ha realizado un acto humano, porque no fue intencional. Pero si, al llegar a tu coche, te das cuenta del error y regresas para devolver lo que en realidad no es tuyo, tu acto es humano porque lleva impreso el sello de tu conciencia y libertad.

        La libertad humana incluye la libertad moral. En virtud de ella existen el bien y el mal, la virtud y el vicio. Un gesto de bondad para con tu hermano pequeño tiene valor y mérito porque es un acto libre. La libertad no es como un examen de matemáticas, donde se trata de «escoger» la respuesta correcta —una computadora lo haría tal vez igual o mejor que tú—. Tampoco se identifica con una pura espontaneidad para escoger entre diversas posibilidades sin valor moral, como hace un gorrión cuando «escoge» en qué árbol y en qué rama construir su nido. La libertad humana encuentra su máxima expresión cuando tiene que elegir entre varias cosas buenas y, especialmente, entre el bien y el mal.

        La libertad se aplica en este caso al hecho de estar libre de impedimentos o de interferencias externas para hacer algo. Es la acepción de libertad que más se emplea. Es la autonomía, en contraposición con el control externo. La libertad, aunque es un bien en sí misma, puede ser mal empleada. Cuando una persona pretende liberarse de toda responsabilidad y compromiso, comete un grave error, pues está tratando de evitar un ingrediente necesario para su realización como ser humano.

        Otro peligro de este aspecto de la libertad es la posibilidad de ser manipulados: pensando que somos nosotros los que decidimos, en realidad es otro el que decide en lugar nuestro. Podríamos preguntar si la gente de hoy goza de mayor libertad que la del pasado. Es cierto que hoy tiene más capacidad para moverse; cuenta con modernos medios de comunicación instantánea y de procesamiento de información. Posee, además, un dominio más amplio sobre el medio ambiente y es capaz de ejecutar tareas que las personas de unas décadas atrás ni siquiera hubieran imaginado.

        Sin embargo, en su vida personal, mucha gente se encuentra hoy confundida, insegura, incapaz de pensar por sí misma y de escapar del ruido, del bombardeo de imágenes y de sutiles mensajes generados por la sociedad y, especialmente, por los mass-media. Sus principios se ven atacados y encuentran poco apoyo cuando tratan de vivir coherentemente como seres humanos. En consecuencia, muchas de sus acciones, opciones y preferencias son determinadas por la moda, la opinión pública y las tendencias políticas. Esta manipulación se lleva a cabo con frecuencia impactando directamente nuestras emociones y evadiendo el proceso ordinario de una elección racional. Para asegurar nuestra libertad, debemos defender nuestra independencia de estas presiones externas.

        Tú eres el autor de tus acciones. Cuando vas al supermercado o hablas con tu vecino o visitas a un amigo en el hospital, estás ejercitando tu libertad en una serie de actos conscientes. Ahora mismo tú y yo estamos escribiendo nuestra propia historia. Esta dimensión de la libertad es la posibilidad, que se opone a la necesidad. La necesidad es aquello que no podría ser de otro modo. Los actos humanos jamás están sujetos a la necesidad, porque cada acto verdaderamente humano es libre. Las personas son libres. Las cosas son necesarias. Bajo esta luz, la libertad consiste en el dominio que ejerce una persona sobre sus acciones.

        Nuestra libertad abarca también la realización de un proyecto vital. Cada uno elige libremente lo que quiere ser en la vida. Una persona honesta es honesta por elección, no por obligación. Nos estamos refiriendo aquí a la autodeterminación, que es contraria al determinismo. Hoy día, como en el pasado, algunos sostienen que el ser humano se encuentra inexorablemente determinado por factores externos a su voluntad. Los que profesan el determinismo biológico señalan que nuestras decisiones están inscritas anticipadamente en nuestro código genético. Otros hablan de condicionamientos culturales y sociales, que determinan nuestra forma de pensar y de escoger.

        Hay que reconocer que estas posiciones tienen una pequeña dosis de verdad. Hay factores biológicos y sociales que influyen hasta cierto punto en nosotros. Pero esto no quiere decir que supriman nuestra libertad; aunque haya influencias externas, nuestras decisiones son nuestras. Resulta más cómodo culpar a otro de nuestras caídas, pero en el fondo sabemos que la responsabilidad es nuestra. Por esta misma razón, nuestras buenas acciones merecen recompensa, pues las realizamos libremente, aunque tengamos posibilidad de obrar diversamente.

        La libertad es algo más que un deseo. Es la capacidad para realizar ese deseo. Podrías querer, tal vez, no morir jamás, o tener dos metros de estatura, pero no podrás optar por esto porque no tienes el poder para realizarlo. Solo podemos escoger aquellas cosas cuya realización está dentro de nuestras posibilidades.

        La verdadera liberación consiste en algo más que quitar los escombros de nuestra pista vital o romper las cadenas que nos mantienen cautivos. Si descombramos la pista es para iniciar el despegue. Si desencadenamos a alguien es para que pueda vivir su vida y realizar sus sueños. Lo que pretendemos al librarnos de las constricciones es gozar de la libertad para actuar. La libertad invita a la actividad, a la consecución de una meta. Si tengo libre el viernes por la noche… implica que tengo libertad para hacer algo —se sobreentiende que queremos hacer algo—.

        La libertad exige compromiso, realización. Si tengo un par de horas libres el viernes por la noche, pero no hago nada, me parezco a esas gallinas acurrucadas en el gallinero, esperando algo que empollar. Queriendo aprovechar el tiempo, más bien pensaría: por fin tengo un par de horas libres, así es que puedo… seguir armando aquel modelo de aeroplano, terminar de leer El Quijote de la Mancha, escribir a la tía Sara. El dinamismo de la libertad se concreta en una decisión y en una actividad, las cuales se contraponen a la indecisión y a la pasividad. La libertad es libertad solo cuando se aprovecha para hacer algo, cuando se ejercita.

        En este nivel, lo contrario de la libertad es la pasividad y la falta de compromiso. En nuestros días se ha difundido el miedo al compromiso. Muchos deciden «no decidir», porque tienen miedo de optar equivocadamente. Esas personas se aprisionan voluntariamente en la cárcel de su propia inseguridad y temor al futuro. Por querer dejar abiertas todas las opciones, ellas mismas cierran las puertas de su plena realización como personas. Pretenden comer el pastel y conservarlo a toda costa, sin sacrificar ninguna de estas dos opciones. Podría formularse en estos términos el silogismo que respalda la moderna postura del no-compromiso:

  1. Lo más importante es ser libre.
  2. Si ejercito mi libertad (y me comprometo), limito mis opciones y disminuye mi libertad.
  3. Por tanto, no me comprometeré.

        La libertad humana no consiste en la ausencia de compromisos, sino en la capacidad para comprometerse y perseverar en ese compromiso. Nos realizamos cuando nos comprometemos libremente como personas y vivimos coherentemente los compromisos que hemos asumido. ¿Acaso una mujer ha perdido su libertad porque ahora tiene cuatro hijos? ¿Acaso ha encontrado un hombre la llave de la libertad perpetua porque a los 43 años sigue sin graduarse del bachillerato y sin buscar trabajo? Obviamente no. Como veremos, el hecho de desconectarnos de los demás, de evitar las ataduras del amor, de las amistades y de la responsabilidad, no es el camino para lograr nuestra realización personal. Es precisamente en la donación de nosotros mismos donde se realiza y completa nuestro potencial como seres humanos.

        Cervantes, en El Quijote, dejó escrito: «No hay en la tierra, conforme a mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida».

        O, de forma más aguda y completa, en estos consejos del Hidalgo a su escudero: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida».

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