El fin de la monarquía / Max Alonso


Por Max Alonso

 Mauregato fue uno de los primeros reyes del reino de Asturias que destronó al joven rey Alfonso II y se colocó el de rey.

    No tuvo mucha suerte porque poco tiempo después fue asesinado y acabó volviendo al trono Alfonso II. Al efímero Mauregato, al que no se le debe el nombre de maragatos, como algunos se empeñan, se le deben tradiciones como las de las cien doncellas, que se comprometió a pagar anualmente al califa cordobés para compensarle por su ayuda para destronar al joven rey y apoderarse del trono. Acciones como las de Mauregato no eran extrañas. Los nobles acostumbraban a pelearse para ocuparlo a la menor ocasión. Para acabar con esta inestabilidad se propusieron en aquellos tiempos de la Alta Edad Media reconocer el derecho hereditario en los hijos de los reyes para sentarse en el trono.

   Fue una convención adoptada en los jóvenes reinos para garantizarse seguridad y sosiego. Ahora claramente estamos en otros tiempos. Remontándonos tan solo al siglo XIX nos encontramos con un rey que de ser conocido como el Deseado pasó a ser el rey Felón por la traición que hizo al país, que después de haberse dotado de una Constitución progresista, tras la guerra de la Independencia, nos volvió  a sumir en el Absolutismo. No corrimos mejor suerte con su hija, coronada como Isabel II, que si por algo destacó fue por su vida licenciosa, en la que superó a su propia madre. Encabezó el reinado más corrupto de la historia, aventajando en eso a su padre.

   Obligada a ir al exilio con la llegada de la I República su nieto Alfonso XIII acabó de la misma manera tras unas elecciones que trajeron la II. Su bisnieto Felipe Sexto llegó al trono cojeando, pues se desposó con una divorciada, lo que implicaba una traición al matrimonio canónico católico de la tradicional España, atentando contra la esencia de la familia tradicional en la que se basa la herencia, aquella que fundamentó la sucesión monárquica y que fue causa precipitante para la abdicación y el exilio de Eduardo VIII en el Reino Unido.

   Por detrás ha llegado su padre que de rey que salvó la nueva Constitución y la seguridad que esta propició al país durante tantos años, se desmelenó cuando se fue a cazar elefantes y tuvo que abdicar el trono en su hijo. Luego se ha sabido que en la historia de los elefantes andaba por medio una amante que no sólo resultó ser una falsa princesa y una aventajada traficante de euros, sino que aspiró a convertirse en reina consorte y se quedó con los euros sucios de los que el amante real se afanaba y le propiciaba.

    De momento así va la historia última de la monarquía española, con el cuñado del monarca Felipe VI en la cárcel,  por apropiarse de dineros que no eran suyos, y con  su padre el rey Emérito exiliado por similares razones, como ha señalado el sin vergüenza de Puigdemont para huir, como él, de la justicia. Para remate se fue de espantada, con ‘nocturnidad y alevosía’, en  un fabuloso jet privado con  destino al hotel más caro del mundo, como en los cuentos de mil y una noches, sin que se sepa cómo los financia cuando le cortaron sus ingresos oficiales, ni si se someterá a la justicia si esta le llama.

    Con todas estas cosas parece cerrase el ciclo, del principio al fin de la monarquía,  que se iniciara en el joven reino de Asturias para asegurar la monarquía y garantizar la tranquilidad del reino, cuando ahora es la misma monarquía la que anda encadenada  por los escándalos y la corrupción y  por el excesivo amor a los dineros ajenos. Por eso el ciclo se acaba   y se agota.

    La propaganda podrá sostener con descaro que el sistema es mejor por más barato que las presidencias del estado que vendrían por la República. Semejante falsedad caerá por sí misma. Como la posición de un buen amigo, tan grande como ignorante, que repite eslóganes fascistas, con lo que se identifica con la monarquía,  afirmando que todo lo que trajo la II República fue malo.

  Con la ayuda de la propia familia real descubriremos muy pronto esta falsedad y tendremos que optar por el sistema democrático, que al menos nos permitirá prescindir de quien no se lo merezca y con un coste menor y más transparente. Es verdad que todos los problemas que asolan al país no son atribuibles a la familia real pero esa sensación de escándalo y corrupción de personas e instituciones van a encontrar en su caída, está cayendo por sí misma,  el final de ciclo, con perspectivas más limpias y regeneradoras de una etapa nueva.

Fuente: http://astorgaredaccion.com/art/25997/el-fin-de-la-monarquia

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