Me estoy volviendo radikal / Manuel Medrano

PmedranoArtes1
Por Manuel Medrano

    En su tercera acepción dice la RAE que ser radical es “Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático”. Pues yo ni eso, con que no me tomen por tonto de baba me conformo, y para ello me gusta ir a la raíz de las cosas.

   Se acabó el “maravillar al pueblo”. Los candidatos políticos ya no son los mejores porque lo diga el partido, se lo tienen que demostrar a los ciudadanos de forma palpable.

   Se acabaron los creadores de opinión starlettes. Serás un gran actor o deportista pero, ¡leche! ¿Y qué diablos tiene eso que ver con que me crea tus opiniones políticas como si fuesen la Palabra de Dios?

   Se acabaron los prefabricados históricos: empezaste a tener responsabilidades públicas porque te las dio un preboste de la Transición. La Transición se acabó, tú estás acabado, las cosas evolucionan o mueren.

    Se acabó decir que somos democráticos porque votamos una vez cada cuatro años y nuestro aparato hace congresos. Y elige a dedo en los congresos a los que luego interpretan la voluntad del partido y del pueblo, siguiendo directrices de cuatro mataos bien situados.

   Y se va a acabar, prontito, lo de los candidatos públicos que, casualmente, tienen fuertes relaciones empresariales previas con el que hace las listas electorales que, evidentemente, los ha elegido por ser “los mejores” (¿para qué o quién?).

   Se acabarán, pero ya, los modos amiguistas de algunas entidades en las que el líder o la líder (estilo la serie “V”) designan a dedo a “los mejores” aunque sean antipáticos, soberbios y sinsustancia. Y se acabarán porque, si tú dices que este producto es tan bueno, pues cómetelo tú que a nosotros se nos indigesta.

    No se han acabado, pero se acabarán, los estilos tardofranquistas de algunos garitos en los cuales un grupito de caciquetes divide a quienes están dando el callo para perpetuarse en el chollo y, paralelamente, obtienen dineros de políticos paletos con la excusa y argumento de que controlan el cotarro.

    Se acabaron los inventos de salón, en todo, también en Cultura, que en provincias todo vale o valía con el erudito local exvendedor de pañales o panceta o lo que sea de gran referente, pero ya no.

    Y lo que no se acaba es la eterna disgregación de mis queridos colegas de las artes plásticas (y otras). Como me decía este verano un veterano periodista que cubría el asunto hasta hace unos años (y terminó muy harto), no hay manera de superar las divisiones entre Capuletos y Montescos, Montoyas y Tarantos, Abencerrajes y Nazaríes. Espero que eso cambie, como tantas cosas están ya cambiando, por pura visión práctica de supervivencia.

Artículos relacionados :