Verborrea mortal / Manuel Medrano

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Por Manuel Medrano

    Siempre he admirado el Arte de la Palabra, la Oratoria con estilo, pedagogía y enjundia. Pero estoy empachado. Llevo varios años soportando, cada vez peor, discursos, debates, tertulias y pseudorazonamientos escritos que, desde mi punto de vista, pueden resumirse en lo siguiente: “no tengo ni idea y no soy capaz de ofrecer resultados palpables”. Eso vienen a decirnos la gran mayoría.

    Si no me gustasen las Artes Plásticas, Audiovisuales, Musicales, Escénicas y Cinematográficas, que me encantan y son mi principal afición, me hubieran empezado a interesar ahora. Por lo que tienen en sí mismas, en su esencia y lenguajes, de transmisión directa de un mensaje, a la razón o al corazón, al sentimiento y a la emoción. Mueven tu pensamiento, tu espíritu, provocan algo, positivo o negativo, pero algo real.

    Pero la palabra, ese don que unos consideran divino y otros, los no creyentes, una característica muy especial de nuestra especie, está siendo corrompida por el uso. No sirve para transmitir argumentos, razonamientos, sentimientos, opiniones. Sirve para distraer de lo que hoy nos debería interesar, es decir: plantear proyectos que conduzcan a obtener resultados, y que se obtengan óptimamente esos resultados.

    La culpa de esto es de todos. Hemos perdido el espíritu crítico (y autocrítico). Gana el insulto, la descalificación, el sofisma y el cinismo. Ganan los mercenarios de la palabra, aunque no tengan ni idea del asunto que importa ni sepan cómo obtener… resultados.

    Se analizan los sucesos sociales, políticos y económicos. Pero demasiados “analistas” (y un buen puñado de cargos políticos entre ellos) tienen otra función: arrimar el ascua a su sardina. Lo mismo da porqué pasan las cosas, cómo pueden evitarse las negativas y potenciarse las positivas, o intentar ver más allá de los próximos dos, tres o cuatro años. No, lo que importa es que YO quede como detentador de la verdad y, si es posible, el adversario quede como un mentiroso manipulador.

    Así que cada vez veo menos debates, tertulias y entrevistas y leo menos artículos de análisis social y político, porque voy seleccionando de forma muy estricta lo que entra a través de mis ojos al cerebro. No quiero que me lo atonten.

    Por no soportar, cada vez soporto menos y me produce más alergia incluso la farragosidad de textos que versan sobre temas culturales, críticas y comentarios, o las prolijas presentaciones que persiguen el lucimiento del presentador antes que el buen conocimiento de lo presentado.

    Pero no me he vuelto un ermitaño intelectual. Sigue habiendo oro molido escrito y hablado y, como ejemplo, citaré el de mayor pureza, el metal precioso de las conversaciones y los pensamientos de los amigos de verdad y de la familia. Es mi bastión irreductible, que impide que muera por verborrea.

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