Un árbol en el camino / Guillermo Fatás

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Por Guillermo Fatás.

     El Tribunal Constitucional ha usado treinta y cinco folios para concluir que el parlamento de Cataluña, como cualquier otro autonómico, ha de actuar dentro de la ley. Esta prevé el itinerario que debe seguir quien desee cambiarla. Parece una clase de primer curso de Democracia y Derecho.

    El actual presidente de la Generalitat será recordado por su tenacidad en cumplir los planes de sus rivales independentistas y del modo que estos prefieren: a las bravas. El Estado de derecho, que es la plasmación jurídica del sistema democrático, implica y significa que las autoridades están  obligadas a actuar de acuerdo con las leyes. Juran cumplirlas y hacerlas cumplir y por eso no es aceptable que un gobernante diga que hará las cosas “o sí o sí”. Si el gobernante ignora la ley, abre una veda irresponsable.

     Eso lo habían  entendido bien destacados dirigentes del franquismo. Aún ataviados con la camisa azul de raíz falangista, comprendieron que, muerto el general Franco, España apenas tenía otra opción racional que ser una democracia parlamentaria en el seno de la Unión Europea. De acuerdo en esto con los opositores más firmes al régimen, se propusieron ahorrar quebrantos al país llevándolo de la dictadura a la democracia por vía legal. La mayoría de la gente entendió la operación, cuyo asombroso y ejemplar resultado, hoy olvidado, cuajó en una llamativa sesión parlamentaria  en cuya mesa presidencial estuvo la comunista Dolores Ibarruri  y entre los ministros, el franquista Gutiérrez Mellado. Es decir, la encarnación del “¡No pasarán!” antifascista (en realidad una frase antialemana  del general Nivelle, en 1916) y un militar que hizo la guerra infiltrado en el Madrid republicano.

Política o ley
    Hay secesionistas que proclaman hoy la “preeminencia de la política” , en tono despreciativo para las leyes. Es una forma insensata de subvertir  el orden democrático. Cuando se da esa oposición, la democracia la resuelve legalmente. Democracia no es solo votar, opinar, manifestarse, asociarse. Democracia son reglas plasmadas en leyes. Entre 1976 y 1978 se hizo mucha política, pero siempre ley en mano: frente a los asesinos etarras y ultras, de derecha e izquierda, a los militares golpistas y al búnker; y, además, con leyes que eran caducas o provisionales. Fue una salida eficiente, aunque no todos lo entendieran.

El esclavo de Pericles

     El presidente Mas es como un antiguo caso ateniense de doble personalidad. Pericles, el famoso gobernante, tenía un esclavo sonámbulo. Por el día no tenía nada de particular. Pero durante las noches andaba por los tejados como si tal cosa, afrontando inconscientemente un descalabro mortal. El narrador de la anécdota dedujo que el mundo no es lo mismo, aunque de hecho no cambie, ni aun para una misma persona. Depende de los momentos o etapas de su vida. El esclavo aquel vivía en un mundo distinto según estuviera dormido o en vigilia, actuando insensata o cuerdamente. Artur Mas, al revés que aquel griego, es un burgués común en la penumbra y, bajo los focos, un osado debelador del Estado de derecho y retador con la ley.

    ¿Será posible que todo le dé lo mismo?, se preguntas muchos. El “president” avanza aparentemente en línea recta para intentar derribar el muro de la Constitución democrática a base de golpes propinados con su cabeza y las de sus seguidores, propios o prestados. Pero, en el camino, introduce quiebros. Unos días no hay Constitución que valga –“O sí o sí”- y otros se busca maneras de “sortear escollos”. Lo ha integrado todo , el sí, el no y el pero en un discurso en el que cada cual acaba oyendo lo que prefiere: sea la voz de Junqueras  y su herramienta callejera –la Assemblea  Nacional Catalana-, sea la de Duran i Lleida (quien, a su vez, es polifónico).

Un árbol en el camino

    Hay un camino lógico, y homologable con el de cualquier sociedad democrática, para intentar el fin que se proponen los secesionistas: adaptar primero la ley a la pretensión. Luego, habrían de intentar un objetivo político que ya sería legal. Eso dice el Tribunal Constitucional. Una comunidad autónoma no puede convocar un referéndum para decidir sobre su integración en España porque “los ciudadanos de Cataluña no pueden confundirse con el pueblo soberano”.

    Toda decisión del poder está, sin excepción, sujeta  a la Constitución y no hay espacios libres de ella. Se protege así, además, el principio democrático. Procedería, pues, modificarla, según las previsiones legales, que no excluyen de la reforma ningún aspecto. Dicho de otro modo: el referéndum de autodeterminación puede hacerse si la posibilidad se llega a incluir legalmente en la Constitución. No antes.

    El filósofo Pirrón tenía fama de actuar de modo poco razonable  con tal de no dar el  brazo a torcer. “Cuando pasea, si se le interpone un árbol, no aceptará rodearlo. Pues, según su teoría, no puede estar seguro de que exista en realidad”, decían, en son de chanza. A Mas no debería caberle duda: el árbol erguido en medio del camino que está andando es el roble de la Constitución. Necesita rodearlo, no embestirlo.

 

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