La mejor fotografía / Mª José Hernández


Por Mª José Hernández

   Hay impresa en mis entrañas una fotografía que nunca fue y que ya nunca será. Y sin embargo es una de mis fotografías más queridas.

    Esa, que al recordarla me emociona y me perturba, porque de haberla realizado hubiera sido, quizá, la última en la que él apareciese conmigo. He repetido cientos de veces en mi cabeza los movimientos que hubiera debido hacer para llegar al punto y momento exactos, he recordado mil veces la frase que nunca dije, y he posado tal cual aparece en mi retina, sonriendo y abrazando al que se fue.

   Y después de tanto tiempo sigo pensando que los motivos para no hacerla fueron los más absurdos e inflexibles de una mente (la mía) equivocada por las apariencias.

   Aterido de frío en un día desapacible y sin embargo feliz para todos nosotros, sentado en un rincón de la tan animada fiesta, quedaba en él, sin embargo, el porte que siempre tuvo, digno de mirada recia, orgulloso de su pasado y aún más de su presente, con toda la familia alrededor. Y sin embargo, cuando contemplo esa fotografía, la mayor desolación se apodera de mí. Hasta el encuadre, la luz y el mobiliario sugieren soledad, esa con profundas raíces en el desasosiego de no saber y de no entender.

   De no entender como se escapa la vida, de no saber cuando llega el momento de marchar, con las manos vacías hacia un lugar que algunos, la mayoría, temen.

    Sólo él sabe cuánto le costó llegar ahí, guardando sus pocas fuerzas durante semanas para estar presente en ese instante. Fugaz como lo es todo en la vida y sin embargo, imperecedero para él, y solo por eso, se merecía esa fotografía, para dar testimonio del esfuerzo enorme de llegar a una fiesta cuando, casi ya, él se marchaba.

   Y fue así, a partir de ese momento, cumplido su ansiado cometido, se dejó marchitar a cada hora, a cada día que pasaba, esperando y deseando ahora sí, dejar ya todo a un lado y descansar.

   Huelga decir que si volviese a nacer esa fotografía ahora estaría en mi estante. Pero no, ese hueco material, lo lleno cada vez que miro la fotografía con el recuerdo de ese momento perdido, y es tan profunda la pena que necesito tiempo para sobreponerme.

   Entonces me pregunto si acaso debe ser así, la falta y el vacío que me produce no tener una última fotografía con mi padre, me hace revivir sus últimos meses, y aún más allá, pensar en toda su vida, creando, de esta forma, todo un homenaje.

    Por eso, esta fotografía que nunca existe es la mejor de todas cuantas poseo.

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