Compromiso para todos los gustos / Guillermo Fatas


Por Guillermo Fatás

Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial de Heraldo de Aragón

Hubo un tiempo en que se enseñaba a los niños que “el alma española es naturalmente católica”. No era, pues, raro que se afirmase que el Compromiso de Caspe significaba “el triunfo de la concepción española de la vida que harían prevalecer en Trento nuestros teólogos”, movidos por “la fe en la existencia de un Dios Justiciero”.

 Igual de sorprendente es que alguien lo viera como una inicua traición a la nación catalana, una mentira, una infamia, una farsa urdida por el “odio a los catalanes”. El odio es una gran fuerza anímica, asentada como doctrina en grandes obcecados como Luis y Sabino Arana (odiamos porque nos odian, vienen a decir). Incluso una pluma aragonesa certificaba “el odio con que Castilla quiso destruir este reino” de Aragón.

El catalanismo exaltado condena la “iniquitat” de Caspe. Al hacerlo, y puesto que los tres compromisarios catalanes apoyaron lo allí acordado, debe tacharlo de traidores. Y los tacha. Uno, gran prócer barcelonés (Gualbes), votó como sus pares aragoneses y valencianos. WEl segundo, arzobispo (Sagarriga) , dudaba entre otros dos pretendientes. Y solo el tercero (Vallseca) optó por el candidato que aún atiza la añoranza independentista. Para colmo de traiciones, los tres catalanes asumieron como propia la decisión general y la subscribieron consignando que la apoyaban sin restricciones, “ómnibus et singulis”, todos y cada uno.

El ardoroso historiador Ferran Soldevila los tildó de malos patriotas, legalistas de conciencia escrupulosa, vacilantes, divididos y débiles ante el triunfo de un “rey forastero”. Horror de horrores: el “pretendent catalá” resultó expoliado “pels seus connacionals”.

Es un mal común y a Sabino Arana, que disparataba sin freno sobre historia vasca, le ocurría lo mismo, como le escribía a uno de su cuerda: “Es tan desfavorable el juicio que la mayor parte de los actos trascendentales realizados por nuestros antepasados en el curso de la historia merecen, con acerbo dolor de mi alma, y tan terrible la calificación que a los actos les daría (…) que tiemblo cada vez que me siento inclinado a tratar la historia de mi patria. Cuanto más avanzo en edad, más aumentan ante mis ojos el número y la gravedad de los yerros históricos de nuestra raza y de sus defectos y vicios, en el pasado como al presente: de tal manera que sus buenas dotes se eclipsan tras las malas condiciones que la deshonran”.

Esta dolencia psíquica retrospiciente no depende de ser vasco, catalán o aragonés, sino del grado y clase de nacionalismo que se padezca. Así, el admirado maestro catalán Jaime Vicens pensaba que lo que se vio en Caspe era, sobre todo, cuán “tullida y malograda” estaba la oligarquía feudal catalana y cómo su candidato “no supo suscitar entusiasmos entre las poblaciones burguesas” de litoral.

Antonio Ubieto, aragonés documentado, directo e ingenioso, señaló la almendra del asunto jurídico, sin teologías ni tragedias: los vericuetos de Caspe tuvieron como fin mayor buscar un heredero no tanto a la Corona, sino al rey de Aragón, país en que las mujeres transmitían el derecho a reinar, al revés que en Cataluña. Y a eso resultó ajustada la solución final que todos firmaron y celebraron.

El jurista, diputado y compromisario Berenguer de Bardají lo había dicho claramente, en nombre del parlamento aragonés, el lunes, 4 de enero de 1412, medio año antes del acuerdo: si el asunto se demora y se complica, los aragoneses usarán de su preeminencia y libertad como “qui son cabeça de los otros regnos e tierras de la Real Corona de Aragón”.

Un interesante político, activista y escritor irlandés, Conor Cruise O`Brien, que conocía bien los padecimientos crónicos del alma nacionalista, escribió con acerado sarcasmo que, de entre quienes oyen voces ancestrales, llevan siempre las de ganar los que oyen las más fuertes: es la amargura del pasado como combustible del presente. Porque una de las claves del nacionalismo son sus mórbidas y cansinas melancolías.

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