Los universitarios partidistas / J. L. Bermejo


Por José Luís Bermejo Latre
Profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Zaragoza

    En su artículo publicado en Heraldo de Aragón el 11 de noviembre de 2011 titulado “La Universidad”, Chaime Marcuello ofrece una visión de la Universidad de Zaragoza con la que pretende arrojar luz sobre el proceso electoral del que saldrá su próximo rector.

 

     Coincido con él en la necesidad de arrojar toda la luz que se pueda, desde distintos puntos, no sólo sobre el momento de cambio de gobierno, sino sobre la organización en su conjunto.

    La Universidad española en general, y la de Zaragoza en particular, padece grandes males porque reproduce a escala las dinámicas y los efectos perversos del sistema político y administrativo ordinario.

    El más grave de ellos es el sectarismo de los implicados en la política universitaria, sectarismo que se manifiesta en un modo de gobierno y gestión basado en la exclusión (en el actual mandato, dos minorías asociadas excluyen a la mayoría). Es legal y legítimo, pero no es inteligente –y la inteligencia es lo que caracteriza precisamente a la Universidad-, que haya “partidos” universitarios y que éstos no puedan formar un gobierno proporcional e integrador que tome decisiones asistido por una representación asamblearia. La Universidad, a la que en ocasiones se la denomina “Academia” en honor a sus orígenes platónicos, debería funcionar como tal: una corporación de profesores iguales en deberes y obligaciones, sólo distintos en derechos en función de sus condiciones profesionales, méritos, logros y experiencia. Y entre tales deberes y obligaciones se cuenta el participar en el gobierno y gestión universitaria hasta donde sus capacidades lo permitan, y a partir de allí recurrir a los oficios de los mejores técnicos especialistas…

    El sectarismo no tendría sentido si los universitarios en general, y los profesores en particular, no se vieran tentados de gobernar (gestionar es el eufemismo que se emplea en el entorno académico) impelidos a ello por una nietzscheana “voluntad de poder” y por un estímulo académico (hoy la gestión universitaria es premiada por las administraciones educativas con complementos retributivos, méritos para el currículum y reducciones de la asignación docente). Muchos universitarios –profesores, gestores y estudiantes- suelen contemplar el gobierno universitario bien como una trinchera desde la que pelear por su partido político, su sindicato o su asociación de estudiantes -léase también su partido o su sindicato-, o bien como un refugio al cual acogerse para poder descansar de las trabajosas y poco reconocidas tareas docentes. Un somero repaso de la nómina y trayectoria de los participantes en tareas de gobierno académico revela las íntimas relaciones entre política ordinaria y política universitaria y, en todo caso, una patente profesionalización de las carreras gestoras de muchos profesores.

    Sobre otras dolencias que aquejan a la Universidad espero poder opinar en una serie de próximas publicaciones. Anuncio que no serán pocas.

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