Tribunales y urnas / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
Publicado en el Heraldo de Aragón
  

    Los tribunales de EE.UU. van actuando contra algunas marcas finacieras que dispararon la agobiante crisis, tarea que puede ayudar a restablecer la confianza y que en España no tiene visos de llevarse a cabo.

 

     Lehman Brothers era una banca ladrona y es deber de la justicia llevarla a los tribunales por robo. En Goldman (¡qué nombre!) sabían que endosaban a sus clientes títulos podridos, basura envuelta en papel dorado. Se ha probado que robaban a ciencia y conciencia. Pero, si bien la crisis se manifestó en 2008 (no para la Moncloa), el banco no fue denunciado por el órgano inspector hasta abril de 2010. El fallo, en la vía suave de lo civil, ha implicado una multa de 500 millones de dólares, cantidad digerible para una corporación que, en bolsa y aunque depreciada, vale en torno a 57.000 millones. A Goldman Sachs, “honorable firma”, la condenó la justicia en julio del año pasado por vender a sabiendas mercancía averiada.

    ¿Por qué otras grandes casas que hicieron lo mismo no han recibido la correspondiente sanción, mercantil, civil y, acaso, penal? Se trata de un asunto moral, pero también técnico: si no hay castigo, se incumplirá un requisito de saneamiento y ello prolongará la agobiante situación financiera. Porque no basta con declarar la quiebra y administrarla para restaurar la salud del sistema. Este requiere que quien la haga, la pague. La impunidad no es una buena salida en una crisis de confianza y credibilidad.

     Lehman se atiborró de hipotecas basura, poque renunció a los principios de la higiene capitalista que enriquecieron a sus fundadores, a mediados del siglo XIX. De golpe, el valor en bolsa de la compañía cayó un 95%. Visto hoy, resulta esclavecedor. Y también es instructiva la altanería de sus directivos: “Somos muy grandes como para que nos dejen caer”. Pero algunos sí cayeron y, con ellos, mucha gente infeliz. Los restos del naufragio de Lehman se los quedó Barclays por cuatro cuartos y el juez administrador acaba de aprobar un plan de indemnizaciones a los perjudicados por valor de 65.000 millones de dólares. Parece mucho, pero solo es un quinto de lo adecuado.

    Detrás del montaje, cuyos riesgos conocían inventores, surgió un intrincado andamiaje de sustentación de la mentira. La avidez de lucro se llevó por delante toda templanza. Entraron en el juego las aseguradoras de riesgos. La mayor, AIG, se condujo como la banca más ávida: cobraba por asegurar cualquier cosa, productos financieros intrincados, opacos y engañosos. Hasta que, a finales del verano de 2008, se hizo patente (pero no en la Moncloa) un ingente agujero de 25.000 millones de dólares. Al poco, el Tesoro de EE.UU. tuvo que inyectarle 180.000 millones y el valor de la compañía ha caído un 75% desde entonces.

    Hay más historias bancarias que no conviene olvidar. Una es la de los dos bancos hipotecarios arqueotípicos de EE.UU., que llevaban los curiosos nombres de Freddie Mac y Fannie Mae. Abreviando, sus negocios eran comprar y vender hipotecas y refinanciar créditos inmobiliarios, operando con bancos, empresas y particulares. Estas dos bancas pasaron de valer 106.000 millones a menos de 2.000. El Tesoro hubo de inyectarles 145.000 millones para que la fiasco no se llevase por delante a medio país.

   El capitalismo ortodoxo admite, incluso reclama, un cierto nivel de basura, pero funciona mal si la porquería es tanta que satura los conductos. La importancia de las acciones judiciales estriba en dos puntos: aplican el castigo al autor del fraude inescrupuloso y, a la vez que condenan al culpable, exoneran al inocente que trabajó con las sustancias venenosas en la creencia de que eran saludables. Eso aporta confianza, que es el gran déficit actual. España estuvo un año cantando la excelencia del sistema y es dudoso que se vayan a emprender a fondo los arreglos decididos de la alta morosidad, la sobrevaloración de activos, las hipotecas vitalicias y los desahucios en serie, que no tienen culpable.

    Quienes dijeron que todo esto eran cosas lejanas y sin eco en nuestros lares fueron lerdos. De modo que la cosa está clara, al menos en estos dos puntos: contra los ladrones, tribunales; y contra los lerdos, urnas; que están al llegar y al alcance de cualquier ciudadano.

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