Por Jesús Soria Caro.
La poesía es la belleza perdida que la historia derrotó. Se impone la realidad tal y cual es, pero siempre existió la opción de que otra verdad hubiera sido posible; la de lo poético.
Aristóteles establecía que la historia contaba lo que había pasado y la poesía lo que debería haber sucedido. Así sucedió con Sony Liston, su vida fue un combate ganado a la leyenda, pero una derrota contra sí mismo, contra la gloria y la autodestrucción.
Su dura infancia es peor que cualquier relato de picaresca española y del mundo victoriano retratado en las novelas de Dickens; el de los suburbios de Londres donde la industrialización y la miseria condicionaba su vida que fue difícil ya desde la niñez. Sus padres, semi-esclavos en una plantación sufrieron una vida marcada por el trabajo sin descanso y la miseria:
La infancia es un gato con hambre,
y también un disfraz subversivo.
Y el hambre se acomoda en las esquinas,
en la infancia y sus cómplices.
Es una amenaza,
un peligro que cruza las calles,
que intimida la blancura de la tribu.
Y Sony Liston lo sabe (Conde, 2020: 22).
Sus progenitores tuvieron veinticuatro hijos. Una vida sin posibilidades que es el punto de partida de la marginación y la violencia, cuyo camino será vulnerar la ley. Así retrata poéticamente Conde estos orígenes tan duros:
Asiste al colegio, soporta el
escarnio y la mofa, tiene tragaderas.
Encuentra un empleo, es solo una
tregua en lo oscuro que pronto se
desvanece, porque en Sonny, la
honradez es frágil como una media,
es un portal sin luz donde todo está
permitido y lo ajeno es para él algo
irrenunciable (Conde, 2020: 23).
A todo esto, se une el conflicto racial en Estados Unidos, donde la gente de raza negra todavía tiene limitados sus derechos. Su historia está determinada por su origen, por la marginación y la precariedad en la que viven los afroamericanos considerados “subciudadanos” con escasos derechos. Su primer triunfo abre la gloria de leyenda que se cerrará de la misma manera que el rival venido a menos al que derrota. Él pasados unos años será lo que es ahora su primer contrincante; alguien venido a menos, vencido por la corrupción del boxeo y de sí mismo:
Obtiene la libertad condicional en el
cincuenta y dos, y llegan las primeras
victorias, la cintura desatada, el gancho
de izquierda, lo ascendente.
En el cincuenta y tres, año en el que
se modifica la Convención sobre la
Esclavitud en la sede de Naciones
Unidas, Sonny Liston debuta como
boxeador profesional; su rival, un púgil
decrépito y cansado de insomnios
llamado Don Smith. En treinta y tres
segundos lo arroja a la lona.
Aquí comienza la leyenda (Conde, 2020: 25).
Le destruirán sus contactos con la mafia, el amaño de combates en los que se deja vencer y participa de las apuestas contra sí mismo. Su labor de esbirro del hampa recuerda La ley del silencio, en la que el personaje de Marlon Brando también fuera del ring hace de matón ajustando deudas con los que no devuelven los préstamos, ambos son agentes de la corrupción, peones de los bajos fondos:
Allí, Sonny es la mano obediente que no
perdona, el azote de los sindicatos en los
muelles, el apremio en las moratorias.
Displicente con las rameras, Sonny
es la consigna, un peón de los bajos
fondos (Conde, 2020: 27).
Sonny era el mito que ganaba el favor de las masas. Era un antihéroe (expresidiario y rodeado de malas compañías, consumiendo alcohol y sustancias prohibidas). Sin embargo, en el ring sus pies burlaban las danzas de la muerte y sus puños golpeaban el rostro de la eternidad, a esta le había marcado en la mirada su furia:
No hay dudas en el directo, en la
pegada contundente. Es todo un
hallazgo en la televisión, la centralita
se colapsa, las llamadas se suceden,
aumenta la audiencia. Sonny tiene el
favor del público, el éxito en sus manos.
Pero el éxito es una mujer hermosa
y delicada, una mujer escurridiza que
pasa de largo y cambia de acera. El
-éxito es como la noche, efímera y
canalla, y se malgasta en ginebra con
falsos amigos (Conde, 2021: 31).
José Antonio Conde nos brinda con acierto la posibilidad de crear una analogía entre el mundo del boxeo, la biografía del poeta anteriormente citado y la vida y su round definitivo: el de la derrota de la poesía y sus otros caminos no posibles. Así llegará el k.O final de la imposibilidad de otra realidad: la delincuencia, la mafia, el camino del alcohol; todo lo alejó de su grandeza, de su poder físico y su técnica como púgil:
Filadelfia, ciudad de costumbres,
avispero sin humo, antesala de las
letrinas donde los capos se reparten
la bolsa, los porcentajes del combate.
Para Sonny la calderilla, los saldos, el silencio (Conde, 2020: 29).
Cada puñetazo en el ring era un golpe en el que devolvía a la vida el dolor, los golpes que esta primero le había asestado. “El gran oso”, como así le definían, era rentable para la mafia y los otros boxeadores temían pelear con él, lo que limitaba su carrera como boxeador. El oso fue un juguete del poder oscuro de la mafia. El golpe de efecto que lo derrumbó en la lona de su vida es un misterio, pero se sugiere poéticamente que lo más oscuro del poder movió los hilos de su tragedia:
Hay tipos duros que aparecen por casa,
tipos con gabardina y percutor,
bucaneros que bajan las persianas,
que miran de reojo
el abordaje y los impagos.
En la penumbra,
el vencimiento y el castigo
un galope indómito entre los brazos,
y el caballo se disuelve en la sangre
alcanza la elegía.
Lo demás son chisme, folclore, trolas. (Conde, 2020: 50).
Hay vidas que son poesía, la realidad da golpes en el cuadrilátero del destino. Existe la posibilidad de que, con un gancho de “sueño”, de “poesía”, haya combates que cambien ese resultado. Sin embargo, tarde o temprano el silencio de lo posible con sus golpes de lo real derrota en cualquier apuesta a los deseos de lo imposible. Esta es la historia de Sonny Liston, campeón del mundo, pero k.O en los golpes de la existencia.
Conde, José Antonio (2020): Cuenta atrás, Los libros del gato negro, Zaragoza.