Colchón de púas: ‘Alfonso Vidal y Planas, el loco»


Por Javier Barreiro

      Capítulo dedicado al escritor gerundense de mi libro Cruces de bohemia (Vidal y Planas, Noel, Retana, Gálvez, Dicenta y Barrantes), Zaragoza, UnaLuna, 2001, pp. 21-49, aportando algún  dato nuevo y actualizando la bibliografía.            

 En sus ojos castaños arde un claro destello

del amor al humilde, de que su alma está henchida;

y en su pálido rostro, varonilmente bello,

puso un rictus profundo de tristeza la Vida.

¡Pobre artista exaltado, tan noble como un niño,

que solloza sus penas en el antro del Mal,

y que andando entre fango, como el cándido armiño,

mantiene terso y puro su espíritu cordial!

Son sus horas de angustia; con su saña felina,

al pasar, implacables, le clavan una espina

en su carne sensible que trasciende amargura.

Mas la dulce esperanza de un futuro glorioso

le permite ir cubriendo su camino penoso

con las sedas lucientes de su hermosa locura.

 (Vicente S. Medina)

      Alfonso Vidal y Planas aparece por doquier en las obras de su época pero, salvo José Fernando Dicenta (1976) y Claire Nicolle Robin (1995), nadie ha escrito sobre él con cierta extensión en los últimos sesenta años. Su vida es un auténtico melodrama pero gira -acorde, esperpentual y absurda- al compás de las vicisitudes de la historia social de su tiempo. Conocedor de todas las espeluncas de la España negra en su juventud, triunfador en el teatro, penado en Santoña durante la “Dictablanda”, activista político y exiliado, es uno de los autores más prolíficos y más descabalados de su tiempo.

     Loco es la palabra en torno a la que se mueve su vida y obra. Aparece en el título de muchos de sus libros, es el nombre que da a su periódico más famoso, pese a los cuatro únicos y casi inencontrables números que sacó. Así se autocalifica y así le motejan habitualmente sus contemporáneos que, al mismo tiempo, reconocen que se trataba de un alma bienintencionada. Una especie de exaltado de buen corazón, un místico anarquista y cristiano[1], con pujos de redentor pasional, nervios débiles y cabeza confusa.

     No debe de haber otro escritor del siglo XX español con más signos de exclamación en su obra. La intensidad no la logra, como sería lo canónico, con el estilo sino con la tipografía y el latigazo de los asuntos que toca. Los títulos de sus obras nos eximen del escolio. En su favor, el que esos temas no eran buscados con el afán publicitario de atraer morbo sino intensamente vividos: novelas de la cárcel, novelas de la guerra, novelas del hampa, de la prostitución, del terrorismo… Necrofilia, sadismo, extorsión, tortura… Ningún exceso falta en la vida de este buen hombre que tuvo la suerte y la desdicha de atravesar casi todos los estados.

     Nacido en Santa Coloma de Farnés (Gerona) el 1 de febrero de 1891[2], de ascendientes leoneses y catalanes, por parte paterna y materna respectivamente, tuvo siete hermanos de los que poco sabemos. Su padre era teniente coronel y, con Alfonso recién destetado, sus progenitores marcharon a Barcelona quedando el rorro al cuidado de la abuela. A los ocho años le enseñaron una fotografía del autor de sus días y le dijeron que había muerto. Después, lo llevaron a Barcelona para conocer a su madre, con la que sólo pasó cuarenta y ocho horas, e ingresar inmediatamente en el Colegio de Huérfanos de María Cristina. Como allí costeaban la carrera a los hijos de jefes, ingresó en un seminario[3]. Poseído de furor místico, se disciplinaba, amén de acometer el cilicio y el ayuno, pero, al comenzar el estudio de la filosofía a los catorce años, perdió la fe y se fugó. Volvió con la abuela, que ya estaba medio lela, y un tío suyo le recomendó al coronel de un regimiento de Barcelona y le dio unos duros para el viaje. No quiso cambiar la esclavitud clerical por la militar y sentó plaza de golfo. Cargó maletas y fardos y se inmiscuyó en la hez social. A las putas, sin embargo, las llamaba señoritas y los hombres le otorgaban protección porque les explicaba geografía, astronomía y les recitaba versos. Pronto, publicó su primer artículo en El Noticiero Universal y se vio inscrito en los sucesos de la Semana Trágica. En uno de los tumultos, un guardia le plantó cuarenta sablazos. “Creo que por no verle más me vine a Madrid”, diría años después a López Pinillos.

     En la capital, y sin un duro, se introduce en la bohemia. Cuando no dormía en los indescriptibles cubículos de la Corredera Baja[4], pasaba la noche en el café Colonial, donde Marcelino, un camarero asturiano, le fiaba y hasta llegó a prestarle dinero propio[5]. Tanto lo volteó el hambre que sentó plaza de soldado hasta que, a los tres meses, escapó. Lo trincaron y estuvo en la cárcel de Huesca antes de ser remitido al cuartel. Allí, alguien le quitó las botas y Alfonso se resarció arrebatándoselas al cabo de escuadra. Una vez descubierto, lo metieron en un calabozo y lo empaquetaron para el regimiento de Melilla, donde estuvo tres años. Parece que participó en las batallas del Gurugú y del barranco del Lobo. A su vuelta publicó en España Nueva feroces artículos contra el ejército que le llevaron a Consejo de Guerra y a pasar otro año en prisiones, pese a la campaña en favor de su indulto encabezada por Mariano de Cavia. Al salir, “escribí otra insensata diatriba que me llevó otra vez a la cárcel (…), y perdí la cabeza, y realicé varias cosas malas”.

    En la trena escribe al obispo y El Correo Español le da la oportunidad de que se retracte. Lo hace, descargando en Serrano Anguita, redactor de España Nueva, la culpabilidad de sus desmanes. Puesto en libertad, se le proporciona una plaza en El Debate con cincuenta duros al mes y destino en el Ayuntamiento. En el periódico clerical conoció al sinuoso publicista Luis Antón del Olmet, prolífico y aceptable escritor pero famoso por su chulería y cualidades de chantajista. Lo de venderse al mejor postor era, desde luego, incluso más habitual en el periodismo de su tiempo que en el actual y tampoco Vidal y Planas escapó a estas costumbres. Sin embargo, no era El Debate el lugar propicio para dar cauce a las exaltaciones del enteco periodista catalán.

   Así, deja los bien remunerados momios, publica El rancho de la cárcel y vuelve a dedicarse al periodismo venal. El sultán Muley Hafid, tan presente en los ambientes aristocráticos y varietinescos del Madrid de la Gran Guerra, le regala un suntuoso reloj lo que desata la campaña de sus enemigos políticos. Los “jóvenes bárbaros” de Lerroux lo atacan en Los Testaferros. Alfonso reacciona virulentamente. Parece que la embajada alemana, le financia la edición de El Loco, feroz libelo antilerrouxista del que salieron cuatro números[6]. En él se leen perlas como ésta:

     Voy a obligar a esos desnaturalizados, engendrados por el ano de la madre que los escupió (…) Tú, bárbaro lerrouxista, que escribiste mi nombre dignísimo para cubrirlo de oprobio con tu pluma, fuiste expulsado de tu casa por tu onceno padre (…) cuando habías metido la cabeza entre las ancas de rana de esa bestia que te echó al mundo y le lamías con tu lengua lo más íntimo y recóndito de su cuerpo…

  Tras una nueva temporada entre rejas que describirá en Tristezas de la cárcel, en 1917, acogido por Luis Antón del Olmet y Basilio Álvarez, se incorpora a El Parlamentario[7], con redacción en la Carrera de San Jerónimo. Sostenido por Sánchez Guerra, tal diario estaba subvencionado con fondos del Ministerio de la Gobernación. A pesar de ello y de su postura a favor de los aliados, chantajeaba a los políticos a cambio de bombos y se vendía al mejor postor. También mosconeaba por la redacción Pedro Luis de Gálvez. Vidal, tras una campaña contra las casas de juego, arremete contra los prestamistas. Uno de ellos, Julián Veguillas, se presenta en el local del diario acompañado de dos “apaches” que abren la cabeza al exaltado currinche. El director, Olmet, le saludaba, después, cuando lo veía con la vendada testuz: “¿Qué hay, baturro?”.

    Vidal y Planas empezaba a gozar de una relativa fama esdrújula: famélico, excéntrico, peripatético del sable, hiperestésico adicto a los burdeles, donde, además de dar cauce a su lujuria, encontraba apósito para sus pujos de redentor. Romero de Torres lo reprodujo en un lienzo como una réplica a su Musa gitana. Según Cansinos, Vidal hubo de empeñar, en Veguillas y por unas pesetas, dicho cuadro del pintor cordobés.

   Pronto, funda otro libelo, España Republicana[8]. Al verse amenazado por la ley, huye disfrazado a Portugal. Se hospeda en el Palace, colabora en el bilingüe O Mundo, edita la revista A Península Ibérica que, gracias a los comerciantes españoles de Lisboa, le produjo diez mil pesetas en dos números y, amnistiado a los siete meses, regresa a Madrid con un dinero que, ayudado por la cohorte bohemia, se pulió en quince días. Poco después fundó El Soviet, del que sólo sacó un número (19-XII-1918). En él escribe: “¡Bienaventurados los miserables que sufrimos honda sed secular de todas las cosas! Porque correrán ríos de sangre… ¡y beberemos!”. Varios de sus elementos procedían de las Juntas recién expulsadas del ejército[9]. También, por entonces, editó otro periódico, La linterna, del que salieron dieciocho números.

    Entretanto, y tras una ilocalizable publicación de su primera juventud, había editado El rancho de la cárcel, en el que ya anuncia su estilo entre sensiblero y desgarrado, su incapacidad para salir del autobiografismo en la narrativa y su justificada pero hiperbólica, como todo en él, autoconmiseración. Hay también una solidaridad visceral con los desdichados y un rechazo frontal ante las arbitrariedades del poder. La obra, que preanuncia muchos temas en los que insistirá en sus abundantes novelas de cárcel, le proporcionó alguna buena crítica. Madrid era, al fin, un poblado en el que quienes revoloteaban por las numerosas redacciones de prensa se conocían como vecinos. Aparte de la dedicatoria a los próceres periodísticos Miguel Moya y Roberto Castrovido, sendos capítulos del libro están dedicados a Prudencio Iglesias Hermida, Antonio Casero, Javier Bueno, Ramón Rubio, Carlos Miranda y Joaquín Dicenta, todos bien conocidos en el ambiente.

   Poco después, publica La odisea del legionario Adolfo Torres, herido en la guerra, libro escrito en tres días por necesidad económica y del que, en sus primeras páginas y como para desanimar al lector, promete olvidarse cuando cobre. La obrilla enlaza su antibelicismo con la simpatía por la causa francófila[10] y, entre otros curiosos comentarios, defiende a Baroja, anticlerical y germanófilo, “porque cree que Alemania es la única nación que puede aplastar a la Iglesia”. Un torero. Curro Posadas es otro librillo de cincuenta y siete páginas, escrito sin duda por encargo y para recoger unos cuantos duros. Aunque se declara enemigo de la fiesta, la “vida trágica y gloriosa” (?) de este tauricida casi incógnito le parece interesante. No lo demuestra así el texto, totalmente soslayable.

     Empieza, a partir de aquí, la época creativamente más consistente de Vidal y Planas con Tristezas de la cárcel (Confesiones de Abel de la Cruz), Memorias de un hampón y Santa Isabel de Ceres, novelas tremendistas y llenas de intensidad, personales y vividas, aun cuando siempre asome la oreja melodramática. La primera se vendió algo, lo que hizo que Fernando Fe le tomase quinientos ejemplares de Memorias de un hampón. Cansinos, que tenía un criterio ambivalente acerca del gerundense, escribió con justeza en 1918:

    Si (…) sentís la nostalgia de los broncos graznidos de los cuervos (…) debéis leer a Alfonso Vidal y Planas (…) esta brava voz (…) alcanza aún trémolos más desgarradores y se matiza de un lirismo más íntimo y pungente (…) tiene un vago dejo de ruiseñor en los clarores de este escritor demagógico que es también un poeta romántico.

    En La Correspondencia de España, el diario en que aparecieron estos juicios, se reprodujo también una elocuente nota acerca de la recepción de sus excesos:

  1. Vidal y Planas ha sido festejado estos días con un banquete, al que han asistido prestigiosos escritores. El escritor rebelde ha recibido su primera consagración en ese convite, que ha autorizado con su presencia una parte de la burguesía literaria. En adelante su obra deberá lógicamente redimirse de sus estridores literarios.

   Ni el cultivo del periodismo ni su relativo éxito como escritor ni algunas pesetas que le enviaba un su hermano teniente coronel le bastaron, sin embargo, para huir de la arrastrada bohemia. Son los años de sus aventuras con Gálvez, Dorio, Seijas, Vicente del Olmo… La reproducida anécdota con Pedro Luis en el café de Lisboa se la cuenta él mismo a López Pinillos: cenan juntos creyendo cada uno que invita el oponente. Ninguno tiene dinero y Alfonso escribe una carta a un amigo pidiéndole cincuenta pesetas. Gálvez se ofrece a llevar la misiva pero cobra los diez duros y no vuelve. Alfonso pasa la noche en la Dirección General de Seguridad. Poco después, el escritor catalán dice perdonarle y le da el nombre de una víctima segura para el sableo: el designado es un comandante, muy generoso pero sordo, al que hay que llamar muy fuerte de la campanilla para que abra. Era algo que sacaba de quicio al militar, que terminó tirando a Gálvez por las escaleras.

     Es ilusorio intentar comprender la España de este tiempo sin tener en cuenta cómo el barro y la modernidad convivían en una amalgama que hoy resulta difícilmente explicable. Estos hombres que, contra su conveniencia y frente a palizas y persecuciones, sostenían con sinceridad las ideas más avanzadas en lo social, no tenían inconveniente en apuntarse a la picaresca y el latrocinio. Un día dormían en las zahúrdas más mugrosas de Madrid y al otro podían compartir lecho con una cupletista de alto copete. El reloj de lujo y el gabán de pieles del domingo iban el lunes a la casa de empeños. Falta una historia del Monte de Piedad, esa institución tan fundamental de la España entre 1850 y 1950. Algunos, como Gálvez, incluso podían acometer, por necesidades alimenticias, un folletín barato y, al rato, componer un poema de vanguardia.

   Vidal, evidentemente, no estaba capacitado para esto último. Isabel de Ceres, la obra que, para bien y para mal, le proporcionó mayor notoriedad era un melodrama bastante casposo, aunque no exento de cierta fuerza, al menos en su primera versión novelística: León, ex-hospiciano, hombre joven y fuerte, de oficio pintor, es protegido por don Dimas, que le ayuda a sobrevivir y le invita a sus juergas. En una de ellas, conoce a una puta (Isabel, Lola, de nombre de guerra) que ha caído en el arroyo por las taimadas asechanzas de señoritos y chulos. Decide protegerla y estabilizarse con ella pero don Dimas, al que pide ayuda económica, no se la otorga. En un golpe de audacia, consigue dos mil pesetas en una sala de juego que, a la sazón, estaba prohibido. Al salir, le atrapan los guardias, le quitan el dinero, le dan una somanta y lo llevan ante el juez. El falso testimonio de los policías hace que el magistrado determine procesarlo. En la celda se encuentra con Abel de la Cruz.

   Por su parte, la Lola huye del prostíbulo y decide ayudar a León subvencionándole una celda de pago, visitándolo todos los días y convirtiéndose en puta independiente para obtener ingresos con los que sufragar tales dádivas. Sin embargo, en una de las ocasiones en que lo visita, al salir, le está esperando el Cataplum -el chulo del que ha huido-, que le raja la cara. Ella, desfigurada, decide seguir ayudando a León pero ya no se considera digna de ser su compañera.

L    eón sale del trullo a resultas de las gestiones de un abogado, novio de una amiga de Lola. Por encargo de ésta, le entrega un sobre con quinientas pesetas y le comunica que su protectora se encuentra en el Hospital General. Va a verla y ella le pide que se vayan a vivir juntos. Se instalan modestamente y León va alcanzando el éxito como pintor. Se le propone hacer el retrato a la hija de un millonario y, al poco, el padre le ofrece casamiento con ella. Piensa en rechazar la oferta pero duda: entonces encuentra a Abel de la Cruz, evidente contrafigura de Vidal y Planas[11]. Se emborrachan y León lo lleva a su casa. Allí, con la locuacidad propia de su estado, cuenta a Isabel lo que ha pasado pero le promete que seguirá con ella.

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   Sin embargo esta Santa Isabel de Ceres, arrastrando su complejo de culpa y queriendo facilitar el camino a quien la redimió, le deja una carta comunicándole que no lo ha querido nunca y que a quien verdaderamente ama es al Cataplum. Se coloca en un burdel de la calle Ceres, pero no puede soportarlo y se degüella mientras está llamando a su puerta Abel de la Cruz. Por su parte, León y Sagrario, la hija del millonario, se casan.

    La obra es torpe, llena de previsibles adjetivos y pomposas parrafadas. Los acontecimientos no siempre están justificados y los personajes son arquetipos sin perfiles. Sólo en cierto pintoresquismo y en la relativa sordidez de lo que se relata anida el interés. Por otro lado, está llena de paja y consabidos escolios aunque se critique el sistema social, policial y judicial. Vidal y Planas aparece totalmente preso en la vieja contradicción: resulta patético censurar el sistema utilizando lo peor y más viejo de su retórica.

     Sí que la obra es ilustrativa para penetrar en la enfermiza e hiperestésica psique del autor. Como es notorio, la obra se inspiraba en la propia experiencia de Alfonso, quien había sacado del prostíbulo a Elena Manzanares a la que, desde entonces, convirtió en su mujer. Incluso para la mentalidad de la época la cosa resultaba, al menos, pintoresca y dio lugar a no pocos diretes. Sin embargo, si hacemos caso a Cansinos[12] -no siempre fiable-  a Elena la conoció en un burdel de la calle San Marcos, donde lo llevó Olmet una noche de juerga tras el éxito de la obra teatral, lo que desmentiría el hecho de que se inspirara en ella. Sea como fuere, este drama hizo conocer el éxito a quien tan mal preparado estaba para él. El mismo Cansinos cuenta como Muñoz Seca le sugirió la idea de adaptar Santa Isabel de Ceres al teatro y en el café El Gato Negro le corregía las escenas rechazando las ofertas de colaboración que le proponía Alfonso.

     En la obra teatral cambian los nombres de algunos personajes -por ejemplo, el Cataplum es el Niño de Vélez- y toma más protagonismo Abel de la Cruz, cursi tremebundo. Aquí el encuentro de León y Lola es totalmente increíble. Al no poder haber escenas en la intimidad del lecho, como sucede en la novela, ciertos diálogos quedan totalmente desprovistos de anclaje.

     Se incorpora una escena en la que Abel, ante un alguacil del juzgado, emprende un desmesurado, patético, tópico y pasional canto a Cristo, no perdonando la obviedad: “La misma ley vela por la impunidad de aquellos que la infringen”.

    El final cambia respecto a la novela: El día del homenaje al pintor, Abel lleva a León al prostíbulo donde se ha refugiado su novia (aquí todo sucede en la misma jornada: la propuesta de matrimonio, la duda de ella, la carta, la escapada, el reencuentro…). Le comunican que al chulo lo mató la policía, con lo que siembra en León la duda. Cuando le dicen que allí una a la que llaman: “Cicatriz”, ella, al oírlo, se degüella.

     El drama es resueltamente malo, sin los paliativos que pueden ponerse a la novela. Sin embargo, tras un estreno de prueba en el Teatro Cervantes de Sevilla el 7 de enero de 1922, se exhibió en el madrileño teatro Eslava con un desmesurado éxito popular, pese a que la mayor parte de la crítica[13] le fue esquiva. Sin duda que el carácter escandaloso contribuyó al triunfo de la obra y, también, el montaje de Martínez Sierra que, a falta de otras gracias, era un muy eficaz director escénico. Se representó ciento dos veces seguidas, lo que, en una época en que la oferta teatral era tan diversa y las carteleras se renovaban constantemente, constituía una cifra asombrosa.

   A menos de un año de su estreno, había producido veinte mil duros[14] a su autor quien los dilapidó a modo, viviendo como un duque[15] y, al parecer, repartiendo el monto, mitad por generosidad, mitad por ostentación, entre sus cofrades de la pirueta.

     La audacia de mezclar a una santa con una mercenaria del amor de la tan denostada calle Ceres era cuando menos una irreverencia, más si se piensa que el protagonista, con el que tanto se identificaba el escritor, recogía evidentes ecos de la figura de Cristo y su relación con Magdalena. Y, aunque no resultara nada original, pues desde el Romanticismo el tema de la vindicación de estas mujeres había sido lugar común en la literatura[16], estaba en el aire. Incluso, la obra fue adaptada al cine dirigida por José Sobrado de Onega, que había participado en rodajes en Los Ángeles y, luego, con el seudónimo de “Focus” haría crítica en El Sol. Entre los intérpretes principales estuvieron Aurora Redondo (Isabel) y Manuel Luna (El Niño de Vélez), que tan dilatada carrera desarrollarían en el cine español. Los exteriores se rodaron en el cabaret Parisiana y la cinta fue estrenada en noviembre de 1923.

   La relación entre Vidal y Olmet había sufrido ciertos vaivenes a raíz del éxito de aquél y del periplo por provincias de Santa Isabel de Ceres, representaciones en las que ambos alternaron como directores escénicos[17]. En dicha gira se había incluido ¡Mala madre!, obra del bilbaíno, de parecida catadura folletinesca y prostibularia. Fruto de este contacto fue la idea de escribir una obra conjunta, El señorito Ladislao[18], que se estrenó en el mismo Eslava el 8 de noviembre de 1922. Con poca fortuna, pues sólo llegó a las nueve representaciones. En El Parlamentario, Olmet arremetió contra la crítica, que había sido muy adversa.

 

      Entretanto, Alfonso Vidal había escrito Los gorriones del Prado, obra con la que se proponía reeditar el éxito de su estreno precedente y que, aunque un tanto gemebunda, constituía un texto más considerable. Al tiempo, Olmet, que había terminado El capitán sin alma, quiso saltarse en la programación del Eslava a su anterior subordinado. Martínez Sierra[19] se decidió finalmente por la obra de Vidal que, pese a la escenografía de Sigfredo Bürmann, fue un fracaso pateado el día de su estreno (15-II-1923). Vidal echó la culpa a Olmet, pensando que había organizado el pateo, y achacó el resentimiento de la crítica a lo que éste había escrito a raíz del estreno de El señorito Ladislao. Además, el 2 de febrero Olmet había estrenado en La Latina ¡Responsables!, que estaba teniendo gran éxito. Por otra parte, los desocupados atizaban el rencor y el resentimiento del neurasténico Alfonso con comentarios malévolos.

       Esto es lo que dicen los memoriosos. El hecho es que desde el estreno del Los gorriones del Prado al asesinato de Olmet por parte de Vidal pasaron dos semanas. Éste se produjo la noche del 1 de marzo de 1923 en el saloncillo del Eslava. La noche anterior al crimen ambos autores y Elena habían quedado en el café de Platerías. Alfonso llevó a Antón del Olmet el primer acto de una comedia cuyo desenlace encontraba difícil y éste accedió a colaborar de nuevo con él. Se trataron con la cordialidad de siempre. Hacia las dos y media de la tarde del día siguiente, Vidal se presentó en Eslava donde se ensayaba El capitán sin alma. Al poco, una actriz oyó un disparo. Avisó a sus compañeros y en el gabinete de autores encontraron a Olmet tirado sobre un diván y a Vidal, con una pistola en la mano y aspecto ausente. Reconoció inmediatamente su crimen y trasladaron al herido, que murió poco después en la Casa de Socorro. En el trayecto sólo pudo decir a uno de los actores que le acompañaban: “¡Vázquez, mátame! ¡Mátame, que me ahogo!”. La bala le había entrado por el sobaco izquierdo atravesando, de arriba abajo, los pulmones y el intestino.

Es de suponer la impresión que causó el hecho. Las versiones menudearon por doquier y ni entonces ni durante el juicio ni después hubo una explicación definitiva.

Luis Antón del Olmet era un tipo peligroso. De mucha fuerza física, gran capacidad de trabajo y ningún escrúpulo. Capaz de dirigir El Debate y El Parlamentario casi seguidamente, de escribir en el mismo año una obra bolchevique y otra empingorotando a Alfonso XIII, el rey chulo. Nacido en Bilbao en 1886, había casado con Mercedes Aznar, sobrina de un ex-presidente del Consejo de Ministros y ministro de Marina en la fecha del crimen. Olmet llegó muy joven a diputado y jefe de prensa del Ministerio de la Gobernación. Amigo, como buen prócer, de los placeres de la gula y el sexo, aunque también gran trabajador ya que a sus treinta siete años había publicado alrededor de cien obras, su bravuconería y agresividad -fue uno de los duelistas más temidos en una época en que no faltaban[20]– eran entonces un signo de hombría.

     Un año después, Vidal y Planas dio por escrito su versión de los hechos en la octava novela corta que publicaba desde el penal:

    Fui a Eslava a pedir un palco y a preguntar por el Sr. Olmet para suplicarle que me devolviese un acto que le había entregado la noche anterior. He de advertirle que el Sr. Olmet y yo regañábamos amistosamente con frecuencia. Entonces él me insultó y yo me atreví a contestarle, y él me abofeteó y me agarró con violencia por el cuello, mientras injuriaba a mi madre y me decía que mi novia era cosa suya. Yo le llamé entonces miserable, y saqué la pistola, para asustarle y lograr así que me temiese y soltase. Pero sus manos de atleta me ahogaban, y yo le advertí, como pude, noblemente: ‘Suelta o disparo’. Y él me soltó para desarmarme y matarme con mi pistola, y me cogió la mano que empuñaba el arma cuando yo iba a disparar al aire. Y salió el tiro -el primero, el único que de mis manos ha salido-. Cuando él retrocedió, yo salí despavorido, y, como creía que la bala no le había tocado ni herido, dije no sé qué palabras en mi lógica exaltación. Pero cuando el actor de Eslava D. Ricardo de la Vega me aseguró que el señor Olmet estaba malherido, yo me horroricé y pedí perdón a todos[21].

   Luis Araquistain, en artículo aparecido al día siguiente del suceso, achaca el crimen a la impotencia del débil ante el fuerte, que siente que la violencia desorbitada es su única salida. Vidal y Planas adujo que Olmet le provocó, le insultó y le cogió del cuello. Para defenderse, sacó una pistola[22] que había comprado hace siete meses, y, entonces, Luis soltó una de sus manos del cuello para asirle la muñeca que sostenía el arma, lo que hizo que se produjera el disparo. La coartada, aunque con visos de verdad, consistía en las habituales humillaciones sufridas por Alfonso, incrementadas por el hecho de que Olmet le hostigaba continuamente a causa de sus antiguas relaciones como cliente del prostíbulo en que figuraba Elena a la que, además, seguía acosando. Para dar mayor fuerza a su relación y por consejo del abogado defensor, el 16 de marzo, Elena y Alfonso se casaron en la cárcel Modelo, oficiando como padrino el director de La Novela de Hoy, Artemio Precioso[23].

  El 13 de mayo de 1924, más de un año después del crimen y con el jurado recién suprimido por la Dictadura, se abrió el juicio con gran expectación. Como fiscal actuó el señor Escosura y como acusador privado, Antonio Teixeira[24]. El defensor fue Alberto Valero Martín[25], también prolijo escribidor de pujos socializantes y un tanto demagógico, pero que actuó como defensor de varios escritores durante la época primorriverista. El fiscal pidió quince años y el acusador cadena perpetua. La defensa, la absolución. Vidal y Planas declaró, lo que no había hecho antes[26], que Antón del Olmet le espetó que se entendía con su mujer y aquello lo sacó de sí aunque el disparo fuera fortuito. Los peritos adujeron que se trataba de un hiperestésico con desviaciones psíquicas pero no un enfermo mental.

E    lena Manzanares, por su parte, contó que fue Antón del Olmet, quien le ofreció protección cuando a los catorce años debía ganar el sustento de su familia. Luego, le presentó a Alfonso diciéndole que le podía sacar mucho dinero. Pero ella se enamoró de él y eso ofendió el amor propio de Olmet, que quiso repetidamente reanudar las relaciones, cosa que Vidal y Planas supo. Al oír tales revelaciones Alfonso lloraba desesperadamente. Finalmente, la sala lo condenó a doce años y un día y a indemnizar con cien mil pesetas a los herederos. No consiguió el acusador privado su propósito de embargar los derechos de la obra de Vidal en la Sociedad de Autores.

     Alfonso fue engayolado en el penal de El Dueso en Santoña y, allí -protegido por Artemio Precioso, que le ofreció la excelente tribuna de La Novela de Hoy- escribió abundantemente justificando su crimen por el ultraje a su amada y achacando su condena a toda clase de conjuras. Sin embargo, en parte deprimido y en parte orgulloso, al principio no quiso que se pidiera el indulto[27]. Incluso, en sus escritos, sublima la cárcel. Allí, ayudado por la popularidad de su caso, fue muy bien tratado, y hasta engordó[28]. En sus novelas de la prisión, además de justificar su caso y defender a los penados, da buenas muestras de su temperamento místico, hiperbólico y vehemente. La conmiseración por todos los seres, la simplicísima inocencia de sus asertos y los nervios a flor de piel delatan la sinceridad de su actitud[29].

    Los modelos literarios de Vidal y Planas, según sus propias afirmaciones, tenían evidentes ecos religiosos. Aparte de Shakespeare, con el que es difícil encontrarle alguna concomitancia, iban de la Biblia a San Juan de la Cruz, pasando por Jorge Manrique. Por  otra parte, su megalómano sentido social le hacía proclamarse heredero del Juan José de Dicenta. También gustaba de compararse con Dostoievsky, a lo que el malévolo Cansinos aduce que sólo podía hacerlo por la epilepsia.

    Después de tres años y cuatro meses de internamiento, fue indultado en julio de 1926, después de una fuerte campaña en su favor. Artemio Precioso había sido el primero en pedir su indulto en el prólogo a La gloria de Santa Irene (12-XII-1924) y lo volvió a solicitar formalmente en LaSanta desconocida (4-VI-1926). Según sus contemporáneos, Alfonso salió de la cárcel sano, fuerte y rozagante porque, dada su fama y el dinero que manejaba, en la prisión se le había dado trato de favor, hasta el punto de correrse juergas en su celda. Se volvía a reunir en El Gato Negro y allí contaba a los contertulios que la Sociedad Protectora de Animales le había propuesto dirigir su periódico, El amigo del hombre.

      Pese a estos pujos filozoicos, dos novelas anteriores contra los sádicos que maltratan a las putas, La noche de San Juan y La conversión de don Juanito, publicadas en La Novela de Noche, fueron denunciadas por escándalo público y no les alcanzó el indulto promulgado a raíz del viaje transoceánico del Plus Ultra. El escritor fue condenado en primera instancia a cinco meses de arresto, nueve años de inhabilitación y mil pesetas de multa[30].

Por una razón u otra[31], se trasladó a Barcelona, donde momentáneamente siguió luciendo su estrella. En una entrevista afirma que gana unas cinco mil pesetas mensuales, de las que dos mil se las sigue proporcionando Santa Isabel de Ceres, La Novela de Hoy le aporta unas mil quinientas y el resto lo saca de obras teatrales y otras colaboraciones. Tiene novelas traducidas al checoslovaco, al alemán y al inglés. Para probarlo, entrega a su entrevistador, Artemio Precioso, un ejemplar en inglés de A hombros de la adversidad.

    Cierto es que, entre Madrid y Barcelona, siguió publicando abundantemente hasta 1934, aunque durante la República su ritmo de edición disminuye, tal vez por su inmiscusión cada vez mayor en el sindicalismo. No corrige sino que incrementa sus desmanes emocionales y estilísticos y buena prueba son novelas como Expendedurías de carne humana y Mujeres malas. En la última, desarrollada enteramente en un burdel en el que don Juanito, un cliente, golpea de continuo a las pupilas entre risotadas, tiene al menos la honradez de pedir perdón al lector por su demencia.

    Durante la guerra, en Madrid, hizo valer su vieja pertenencia a la CNT y sacó de las checas, especialmente en la de Fomento, a muchas personas. Ángel Pestaña lo llamó para dirigir El Sindicalista, ubicado en la antigua redacción de La Época, pero, al parecer en desacuerdo con muchas de las cosas que sucedían en retaguardia, sólo quiso ser corrector. Todavía publicó el que sería su último libro español, Bombardeo sobre Madrid. Junto a su mujer, Elena, se integró en el viaje que llevó al país azteca a 451 niños, a bordo del vapor francés Méxique, desde Burdeos a Veracruz, en cuyo puerto desembarcaron el 7 de junio de 1937.  Fueron dos de los dieciséis adultos que acompañaron en el barco a los llamados “Niños de Morelia”, huérfanos de guerra, acogidos por el presidente Cárdenas y alojados, luego, en la ciudad de Morelia, donde se les dio educación, aunque los resultados no fueran muy positivos.

   Aún no acabada la guerra, marchó con Elena primero a París y después a América. En Nueva York dio lecciones sin saber apenas inglés. En 1944 y junto a José Rubia Barcia, colaboró con Buñuel en el Departamento de Doblaje al español de la Warner. Contra toda previsión lógica, poco después se doctoró en metafísica por la Universidad de Indianápolis y dio algunas clases en las de Frodham y Los Ángeles (Escuela Preparatoria de la Universidad Autónoma de la Baja California), al tiempo que escribía en algún periódico pero sin salir de una  precaria situación económica. La reacción conservadora deparada por la guerra fría provocó que el gobierno estadounidense dictara una orden de deportación por el crimen cometido hacía treinta años. Así, fue expulsado y hubo de recalar en Tijuana, donde poco después, ganó la cátedra de Literatura Española y Filosofía elemental en el Instituto Juan Diego de Tijuana. Es cierto que engordó y ya no volvió a incurrir en sus antiguos desaliños. En Méjico colaboró en revistas literarias y regresó a las prensas para publicar tres libros, tras veinticinco años de silencio. Sainz de Robles, el primero que lo incluyó en diccionarios y antologías, mantuvo correspondencia con él y en Raros y olvidados nos informa de que en agosto de 1965[32] murió de “larga y muy dolorosa enfermedad soportada con asombroso estoicismo” Se trataba de un cáncer.

      La más larga avenida de Tijuana lleva su nombre. Como si el destino de Alfonso permaneciese unido al crimen, que es por lo que ocasionalmente se le recuerda, raro es el día que el nombre de la avenida no aparece en los periódicos mejicanos por los asesinatos que se cometen en ella. En cambio, ninguno de sus tan numerosos libros ha sido reeditado.

NOTAS

    [1] “…creo en Dios, soy humanófilo y no soy liberal”. Odisea del legionario Adolfo Torres…, pp. 101-102.

    [2] En una entrevista fechada en 1922 afirma no saber la edad que tiene porque jamás ha sacado cédula personal, pero se sitúa “alrededor de los treinta años, uno menos o uno más” [Precioso, 1922: 7-8).

    [3] En Cuatro días en el infierno (p. 40) afirma que fue en Toledo. Un año antes había dicho al mismo Artemio Precioso que fue fraile agustino en El Escorial y torero en capeas.

    [4] Hay excelentes descripciones del que era conocido como “dormitorio de Han de Islandia” en Memorias de un hampón. Para una descripción objetiva pero igualmente impresionante, V. Antonio Pagador, “Casas de dormir” en Piltrafas del arroyo, Madrid, Leopoldo Martínez, 1902, pp. 45-50.

    [5] Zamacois [1936: 72].

    [6] Gómez Aparicio [1974] afirma que la autoridad, visto el primer número, impidió su continuidad. Realmente, entre el 19 de Septiembre y el 10 de Octubre de 1915, se publicaron cuatro números de los que sólo he podido ver el primero y el último. Su desaparición se debió a razones económicas.

    [7] Sobre la redacción de este periódico, aunque oculte lo que a continuación se expone, habla extensamente en sus memorias Zarraluqui (1968).

    [8] En el primer número del semanario ofrece a los oprimidos esta tribuna “… de la que pueden disponer con entera confianza, sea cualquiera su credo político y el asunto a tratar”.

    [9] Gómez Aparicio [1974: 212-215].

    [10] Alfonso no estuvo en la legión, como en más de una ocasión afirma Cansinos. El personaje de Adolfo Torres, que en algunos aspectos es una contrafigura del novelista, afirma que, al estallar la guerra, se hubiera alistado en el ejército francés, pero los tribunales militares lo tenían en la cárcel a través de la ley de jurisdicciones. Es decir, la misma situación en que se hallaba Vidal.

    [11] Probablemente, el seudónimo, ya utilizado en su novela citada, El pobre Abel de la Cruz, es un recuerdo de “El pobre Lelian” de Verlaine.

    [12] Cansinos Asséns [1975: 74].

    [13] Enrique de Mesa, que conocía bien los ambientes tratados por el autor, se burló sin piedad de ella en su comentario.

    [14] Precioso [1922].

    [15] Se trasladó al Hotel París, comía en los restaurantes de moda, se desplazaba en coche acompañado de parásitos y pecadoras de postín y usaba ropa interior de seda.

    [16] Cruz Casado [1997].

    [17] Cuando la compañía de Alfonso Tudela representaba en Almería el drama, la bella actriz Conchita Robles fue asesinada en escena por su esposo, que se suicidó seguidamente.

    [18] La obra, un drama socio-rural, elemental, facilón y tremebundo, tuvo, sin embargo, éxito en Zaragoza, plaza con fama de difícil, que las compañías utilizaban para sus probatinas antes de estrenar en Madrid.

    [19] Aparte de confiar en repetir el éxito de Santa Isabel de Ceres, el aprecio del esposo de la abnegada María Lejárraga debía ser sincero porque llegó a declarar: “Nunca tuve envidia de las obras de los demás. La única que me entristece no haberla escrito es Los gorriones del Prado“. (Borrás [1968: 168]).

    [20] Sería ilustrativo que alguien se atreviera a historiar seriamente estos episodios en los que tuvieron tan destacado protagonismo gentes como Enrique Gómez Carrillo, Prudencio Iglesias Hermida, Benigno Varela, Luis de Armiñán, Rufino Blanco-Fombona o El Caballero Audaz, por espigar unos famosos entre cientos.

    [21] Papeles de un loco, p. 8.

    [22] En septiembre de 1917, cuando fue agredido a resultas de sus campañas en El Parlamentario, su comentario: “No llevaba el revólver”, hace pensar que lo usaba regularmente. A Artemio Precioso le confiesa que lo llevaba siempre, Papeles de un loco, p. 7.

    [23] La tragedia de Cornelio, p. 8

    [24] La actitud de éste fue acremente censurada por Artemio Precioso en el prólogo a La gloria de Santa Irene, mientras que el propio Vidal escribió otra novela corta, Malpica, el acusador, en la que, sin referirse a su juicio en concreto, retrata muy negativamente al personaje. Sin embargo, su informe, que fue editado por la viuda de Antón del Olmet, es de una gran brillantez argumentativa.

    [25] Con no demasiada ética, Valero Martín utilizó su propia obra literaria para dar su visión del caso, llegando a estrenar, en vísperas del juicio y en colaboración con su defendido, una obra de teatro, ¡No matarás! (V. Bibliografía), en la que se daba su versión de los hechos. La Prensa resumía así el argumento: “El melodrama en cuestión es una apología del crimen. Un sacerdote se pasa la obra predicando ‘no matarás’, y al final(…) le sacude un tiro a un prójimo y le manda bonitamente al otro mundo”. Del mismo modo, la mayor parte de los periódicos reprobaron la utilización del caso en la escena. Otra obra de las mismas características -e igualmente vapuleada por los reseñistas, tanto por su oportunismo como por su entidad artística-, El otro derecho, escrita por el acusado en colaboración con el compinche José Simón Valdivielso, se había estrenado días antes en el Price.

    [26] Lo anticipa en la entrevista previa a Papeles de un loco, publicada un mes antes del juicio.

    [27] “¿No me han condenado en justicia, según los hombres? Pues no quiero deudas: que hay perdones que ofenden más que el castigo injusto. ¿Salir? ¿Para qué? Aquí está la paz, el aislamiento, el trabajo… Fuera sólo está la intriga, la mala pasión, la envidia, la deslealtad, la inquietud…” Malpica, el acusador, p. 6.

    [28] “Vidal y Planas cuenta a nuestro colega El Liberal que durante su permanencia en el penal de El Dueso su actividad literaria le producía dos mil pesetas mensuales. Cuando entró en el penal pesaba 57 kilos. Al salir pesa más de los 70. Saca también de El Dueso una técnica literaria nueva. Ya ven ustedes que el presidio es menos temible de lo que se dice. Hasta provechoso y saludable resulta…”. Sin firma, “El espejo indiscreto. Ventajas del presidio”, Heraldo de Madrid, 28-VIII-1926, p. 1.

    [29] Entre cientos de escritos y declaraciones, uno cualquiera: “…diga usted a todos que cuando hago daño lo hago sin querer; pero que el bien lo hago conscientemente… Los hombres, sin embargo, castigan mi inconsciencia y no tienen en cuenta las obras de mi religiosa y buena voluntad. Dios juzgará las justicias…” Montero Alonso [1925: 5].

    [30] Álvaro Retana en La ola verde, la obra que escribió con su seudónimo de Carlos Fortuny para demostrar que, pese a las denuncias que había sufrido, él no era el novelista pornográfico por antonomasia de su generación, se refiere con gracia y agudeza a estas novelas del gerundense:

Inteligencia natural que vibra sin orden ni concierto. Ningún otro escritor aparece como él, tan desigual en su obras, tan incoherente y siempre tan sugestivo y personal. Se produce con un misticismo estrafalario, colindante con la pornografía aun en aquellas producciones que no tienen carácter licencioso (…) Un novelista que describe en parecida forma ya advierte a sus lectores que está como para que le aten. Porque se puede poseer una inteligencia vivísima, una gran inquietud espiritual, unas dotes grandes de narrador colorista y una fantasía exuberante -nada de esto discutimos a Vidal y Planas- y estar también más loco que una espuerta de gatos” (149-150). “(…) ninguna obra de Vidal y Planas obedece a un plan fijo y está desenvuelta con método y circunspección. En cualquiera de ellas se trunca inesperadamente la acción para ceder el puesto a una divagación innecesaria, se precipita el desenlace, o sobra algo, si no falta. Hay una carencia de ilación lastimosa, y el estilo, de un característico ardor pasa a increíbles graciedades 163).

    [31] Hubo de cumplir pena de destierro de la capital.

    [32] Gregorio Sanz, Diccionario universal de efemérides de escritores de todos los tiempos, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, da el 22 de Agosto de 1966 como fecha de su óbito en Tijuana.

  1. también: https://javierbarreiro.wordpress.com/2016/01/03/vidal-y-planas-en-el-campo-de-romanos/

   OBRAS

La leyenda del monje ingrato -Episodio religioso fantástico erótico y sentimental de la Edad Media- (poema), Madrid, s. f. (h. 1905). 38 pags.

Sangre y miseria (Crónicas publicadas en España Nueva).

El rancho de la cárcel (Confesiones de Angel Malo), Madrid, Sociedad General Española de Librería, s. f. (1915). Editado también con el nombre de La vida de la cárcel (Confesiones de Ángel Malo), Madrid, El Recreo del Viajero, s. f. (1915).

Odisea del legionario Adolfo Torres herido en la guerra. La barbarie de los hombres, Madrid, Imp. Juan Pueyo, 1915.

Un torero. Curro Posadas. (Manojo de impresiones sentimentales), Madrid, Imprenta Artística Sáez Hermanos. 1916.

Tristezas de la cárcel (Confesiones de Abel de la Cruz), Madrid,   Juan Pueyo, 1917.

Memorias de un hampón, Madrid, Juan Pueyo,  1918.

El muchacho español, 1918. (Citada por Cejador).

La tragedia del loco que quiso ser bueno, Madrid, Pueyo, 1918. Prólogo de Ángel Samblancat.

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La ventera de Ansó, (zarzuela en dos actos en colaboración con Antonio Ballesteros de Martos y música de R. Martínez Valls y Pascual Godes Tenats, estrenada en Barcelona el 12 de Diciembre de 1919). No consta su publicación.

Bombas de odio, Madrid, Mundo Latino s, f. (1922).

Santa Isabel de Ceres (tragedia popular en cinco actos estrenada en el Teatro Eslava el 7-I-1922 y, anteriormente, en Sevilla), Madrid, La Novela Teatral nº 308, 15-X-1922. / Madrid, El Teatro Moderno nº 96, 9-VII-1927. / Barcelona, Ed. Cisne, 1936. /Buenos Aires, Lib. Bonnati, s. f.

El amigo del ataúd, Madrid, La Novela del Domingo nº 1, 10-XII-1922. Ilustraciones de Solís Ávila.

Los pistoleros, Madrid, La Novela Gráfica nº 9, 22-X-1922. Ilustraciones de Solís Ávila.

El señorito Ladislao (drama en colaboración con Luis Antón del Olmet) estrenado en el Teatro de la Zarzuela el 8-XI-1922, Madrid, Establecimiento Tipográfico de J. Amado, 1922.

La casa de Pepita, Madrid, La Novela de Hoy nº 31, 15-XII-1922.

El pobre Abel de la Cruz, Madrid, Biblioteca Hispania, s. f.  (1923).

La Papelón, Madrid, Biblioteca Hispania, 1923.

Los gorriones del Prado, (drama en cinco actos estrenado en el Teatro Eslava el15-II-1923 y, anteriormente, en Zaragoza), Madrid, Ed. Tip. Artística, 1923. / Madrid, La Novela Teatral nº   376,3-II-1923. / Madrid, El Teatro Moderno nº 155,11-VIII-1928.

Mercedes Expósito. El cabaret “El Averno, Madrid, La Novela Corta nº 378, 3-III-1923.

El patio de la primera, Madrid, Los Contemporáneos nº 742,12-IV-1923.

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La camisa fatal, Madrid, La Novela Semanal nº 96, 11-V-23.

El alma de monigote, Madrid, La Novela Corta nº 390, 26-V-1923.

Los locos de la calle, Madrid, La Novela de Hoy nº 65,10-VIII-1923.

El incendiario, Madrid, La Novela Corta nº 360, 29-X-1923.

-La tragedia de Cornelio, Madrid, La Novela de Hoy nº 82, 7-XII-1923.

Papeles de un loco, Madrid, La Novela de Hoy nº 100, 11-IV-1924.

El otro derecho (drama en colaboración con José Simón Valdivielso estrenado el 7-III-1924 en el Teatro Price de Madrid), Madrid, La Novela Teatral nº 392, 25-V-1924.

Los amantes de Cuenca, Madrid, La Novela de Hoy nº 125,3-X-1924.

¡No matarás! (drama en colaboración con Alberto Valero Martín, estrenado en el Teatro de la Zarzuela el26-III-1924), Madrid,  La Novela Teatral nº 412, 1924.

La gloria de Santa Irene (Sol de milagro), Madrid, La Novela de Hoy nº 135,12-XII-1924.

Cielo y fango (Novela realista y espiritual contra las lujurias atroces), Barcelona, Maucci, s. f. (1925)/Madrid, Atlántida, s.   f. (¿1925?).

La virgen del infierno, Barcelona, Antonio López Librero, Col. Diamante, 1925. (Incluye ¡Le pasa a cualquiera! y Los amantes  de Cuenca).

El manicomio del Doctor Efe, C.I.A.P., s. f. (1925). 2ª edición:   Madrid, Renacimiento, 1931. (Incluye Cuatro días en el infierno,   El incendiario, Un pobre loco y La tragedia de Cornelio).

Noche de San Juan, Madrid, La Novela de Noche nº 20, 15-I-1925

Castigo del cielo, Madrid, La Novela de Noche nº 25, 31-III-1925.

Malpica, el acusador, Madrid, La Novela de Hoy nº 154, 24-IV-1925.

¡“La Voz”, que ha salido ahora…!, Madrid, La Novela de Hoy nº 163, 26-VI-1925.

La novicia cupletista, Madrid, La Novela de Noche nº 35, 1-IX-1925.

Brasa de sol, La Novela Semanal nº 217, Madrid, 5-IX-1925.

¡Le pasa a cualquiera!, Madrid, La Novela de Hoy nº 186, 4-XII-1925.

Una noche en el cielo, Madrid, La Novela de Noche, 1926.

A hombros de la adversidad, Madrid, Atlántida, 1926.

El ángel del portal, Madrid, La Novela de Hoy nº 197, 19-II-1926.

La santa desconocida, Madrid, La Novela de Hoy nº 212, 4-VI-1926.

La vuelta al mundo desde mi celda. De las confesiones de Teófilo Mas, Barcelona, La Novela Nueva, 1926. (Contiene, también: Odia el delito  (Recuerdos del pasado), pp. 45-59.

Una casa bien (comedia en dos actos y un epílogo), estrenada en el Teatro Goya de Barcelona, el 17 de septiembre de 1926.

-¡Yo no he sido, señor juez! (aguafuerte en un acto y tres cuadros, estrenado en el Teatro Victoria de Barcelona el 17 de diciembre de 1926).

La conversión de don Juanito, Madrid, La Novela de Noche nº 43, 30-XII-1926.

El demonio juega…, Barcelona, Pegaso, 1927.

El santo que se condenó, Madrid, La Novela de Hoy nº 244, 14-I-1927.

El gallo de Santiagón, Madrid, La Novela de Hoy nº 270,15-VII-1927.

La hija del muerto, Madrid, La Novela de Hoy nº 285, 28-X-1927.

La Virgen del infierno, (tragedia en tres actos y un prólogo estrenada en el Teatro Victoria de Barcelona en versión catalana de Enric Lluelles el 3-VI-1927 y en el Teatro Fuencarral el 30-XII-1927), Madrid, El Teatro Moderno nº 123, 14-I-1928.

El tiro por la culata, Madrid, La Novela de Hoy nº 301, 17-II-1928.

Los reptiles del Prado, Madrid, Los Novelistas nº 10, 17-V-1928.

-La siesta, Madrid, La Novela de Hoy nº 317, 8-VI-1928.

El pobre loco, Madrid, La Novela de Hoy nº 330, 7-IX-1928.

Yo, García y un viejo de Logroño, Madrid, Los Novelistas nº 25,   30-IX-1928.

Yo, García y un viejo de Logroño, Barcelona, Maucci, s. f. (¿1928?). (Incluye Yo, García y un viejo de Logroño, La hija del muerto, “La Voz” que ha salido ahora, Un pobre loco, La tragedia   de Cornelio, ¡Le pasa a cualquiera!).

A Santa Teresa de Jesús y otros poemas, Madrid, Los Poetas, 1928.

La Nochebuena en el penal, Barcelona, s. f. (¿1927-1930?). (Incluye La Nochebuena en el penal [El gallo de Santiagón con el título cambiado], La gloria de Santa Irene, Los amantes de Cuenca, La Santa desconocida, El santo que se condenó, Malpica el acusador, El ángel del portal).

La Nochebuena en el penal, Barcelona, Ediciones Bistagne, La Novela para Todos nº 9, s. f. (¿1927? ¿1930?).

Premio de Educanda, Madrid, Los Novelistas nº 64, 30-V-1929.

Don Juan, monstruo. Don Juan, caballero, Barcelona, Imprenta Costa, s. f. (1930).

La vida, el deseo y la víctima, Barcelona, Ediciones Adán y Eva, Tip. Catalana, s. f. (1930).

El loco de la masía (farsa tragicómica de símbolos en tres actos, adaptación de La vida, el deseo y la víctima, estrenada en el Teatro Goya de Barcelona el1-X-1930), Barcelona  Tipografía Catalana, J. Pagés, s. f. (1930). / Madrid, El Teatro Moderno, La Farsa nº 317,16-X-1931.

Las alas del sátiro, Madrid, Renacimiento 1931.

Gente maleante, Barcelona, La Novela del Amor, 1931.

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Mujeres malas, Barcelona, Biblioteca Iris nº 4, 1931.

La tragedia del loco que quiso ser bueno (drama en tres episodios), Madrid, El Teatro Moderno nº 322, 21-XI-1931.

Cena de pobre, Madrid, La Novela de Hoy nº 511, 14-III-1932.

Los domadores de la vida (novela por entregas en ocho cuadernos), Madrid, Castro, 1933.

El perro que subió al cielo, Madrid, Los 13 nº 12, 23-V-1933.

Rosa Morena. (Memorias de una “virgen”), Barcelona, Ediciones Adán y Eva, 1933. Ilustraciones de Opisso.

Las niñas de doña Santa, (Paseo del corazón por la mala vida, en un prólogo y tres actos estrenado en el Teatro Cervantes de Madrid el 10-X-1933). Madrid, La Farsa nº 331, 13-I-1934.

Yo fui caballo (revelación), Madrid, El Cuento Nuevo nº 4, 1-XI-1934.

Don Cascabeles (tragicomedia), estrenada en el Teatro de las Cortes de San Fernando (Cádiz), el 29 de junio de 1935.

Espíritus (comedia dramática) estrenada en el Teatro Calderón de Valladolid el 15 de mayo de 1936.

-Bombardeo sobre Madrid, Madrid, 1938

Cirios en los rascacielos y otros poemas (Poemas del destierro, de Yanquilandia y de la muerte), Tijuana, Ediciones Grillo, 1963.

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