Ignacio Mayayo:»El ojo atónito»

   

    Nuestro amigo, fundador del Pollo Urbano y pintor excepcional, Ignacio Mayayo expone  en las salas  de la Fundación Caja Rural del Jalón , calle 4 de agosto  de Zaragoza una colección de 37 extraordinarios lienzos que obligan, necesariamente,  a realizar una visita    para disfrutar las obras de este preclaro pintor aragonés del que dice Javier Barreiro: «A Mayayo, afortunadamente, no hay que explicarlo. Presenta su mirada, plana y certera, y todo fluye en el receptor, que se revela cómplice en el gusto, en la forma y en el estilo del maestro. Es lo bueno y lo malo que tiene la cosa: esto hace que Mayayo le guste a todo el mundo, lo que lo convierte, a la vez, en admirado y sospechoso».

Por Titina Putina  

                             MAYAYO. ARTE MANUAL y ARTE MENTAL

                                  MAYAYO. ADMIRADO Y SOSPECHOSO

                                       MAYAYO. A LA VERA DE GRACIÁN

                                          MAYAYO. MIRAR POR DENTRO

                                                                                                                 Javier Barreiro.

 

    Cuando Mayayo llegó de sus altas Cinco Villas con su surrealismo natural y virtuoso, al punto me pareció un tipo que combinaba la insensatez consustancial en el artista con una sensatez rural y sobreargumentada. Poco ha cambiado mi impresión con el tiempo aunque ahora sobreargumente menos. Poco ha cambiado también la exquisitez, solidez y competencia en su trabajo, más propia de un artesano antiguo que de un artista moderno.

     A Mayayo, afortunadamente, no hay que explicarlo. Presenta su mirada, plana y certera, y todo fluye en el receptor, que se revela cómplice en el gusto, en la forma y en el estilo del maestro. Es lo bueno y lo malo que tiene la cosa: esto hace que Mayayo le guste a todo el mundo, lo que lo convierte, a la vez, en admirado y sospechoso.

    Pero yo creo que nada de esto lo desequilibra. Probablemente, se trata de un superviviente de la sociedad agraria, lo que le permite comprender la fascinación de mucha gente por las novedades que nos agreden continuamente. Decía un famoso periodista que, cuando era niño, las únicas máquinas que conocía eran los cepos para cazar fuinas, las norias para sacar agua de los pozos, que no estaban movidas por las ninfas, como pretendía Homero, sino por burros. Y eso le permitía comprender la fascinación de los demás por las máquinas que proporcionan tabaco, refrescos y hasta condones. De la misma manera, Ignacio vive tranquilo en este universo digital, cibernético, o como se diga, pero, a la hora de maquetar, él prefiere dibujarlo.

     Esa sensación de equilibrio que emana tanto del personaje como de sus dibujos me recuerda muchas veces a Baltasar Gracián. No sé si alguna vez se lo habré dicho. Es posible que tanto el literato como el pintor llevaran dentro un volcán pero nadie puede dudar de la exactitud de sus percepciones. Traeré a cuento unos cuantos apotegmas del genio de Belmonte de Calatayud para demostrar cómo se adecuan al artista de Layana.

    “Hartazgos de aplauso común no satisfacen a los discretos”. Viene a cuento por lo de gustar a todo el mundo. Así, decíamos antes lo de “admirado y sospechoso”. Por supuesto, Mayayo no se fía y, recordando otra máxima gracianesca: “Nunca embarazarse con necios”, sabe que, del incompetente, es preferible el rebuzno que la aprobación y que más vale el aplauso de un ilustrado: “Los sabios hablan con el entendimiento, y así su alabanza causa una inmortal satisfacción” (Gracián de nuevo), que la ovación de todos los seguidores de Jorge Javier o Pedrerol. Y eso, por supuesto, es aplicable a la vida diaria. “Tratar con quien se puede aprender” proclama la máxima número 11 del Oráculo manual y arte de prudencia. Y no hay más que decir.

    Pero es que el conspicuo jesuita también nos sirve para glosar la práctica del oficio por parte de nuestro protagonista: “Lo fácil ha de emprenderse como dificultoso y lo dificultoso como fácil”. No hay mejor receta para el artista, al que su virtuosismo hace a menudo demasiado confianzudo. Y, además, completarlo con la sentencia número 231: “Nunca permitir a medio hacer las cosas”.

     Nunca sabremos los profanos lo que está a medio hacer y lo que está terminado pero el artista sí debe saberlo. Como debe conocer que no todos los que miran han abierto los ojos ni todos los que miran ven. El ojo atónito puede serlo por estremecimiento, por falta de tono o por ignorancia.

    Mayayo presenta ahora ante nuestra mirada sobre todo una serie de paisajes campestres, con inclusión de algunos urbanos y de otros, que participan de ambos adjetivos, a los que podríamos llamar interurbanos. Media docena de escenas domésticas que, como los estupendos retratos, rebosan aire velazqueño. Cuatro escenas de interiores que resultan ser tanto un homenaje a los maestros, como ensayos de habilidad técnica. Y, para recorrer casi todo el espectro de la tradición pictórica, dos bodegones “botánicos” y un desnudo. Siempre, la sensación de exacta frialdad de sus paisajes frente a la calidez de la presencia humana.

     Y permítaseme, para terminar, un postrer consejo gracianesco: “Mirar por dentro”. El viejo asunto de la realidad por detrás de la apariencia. Así como los artistas no gustan de mostrar sus obras en embrión, la observación superficial es proclive a la mentira y el desengaño. La verdad no llega sino con el Estudio, el Trabajo, la Humildad y el Tiempo. Mayayo parece saberlo, se amista con la Naturaleza, que no es otra cosa más que tiempo y vive retirado en su interior, hamacado por la estima de sabios y discretos.

EL OJO ATÓNITO

 Pepe Cerdá     

 

   Leí hace tiempo en un libro de Jean Baudrillard titulado “Le complot de l´Art” una conversación entre Dubuffet y Gombrowicz en la que éste afirma que: “…nuestra admiración por la pintura es la consecuencia de un largo proceso de adaptación que ha operado durante siglos sobre nuestro modo de ver…”.Según Gombrowicz, se podría afirmar, a partir de lo dicho en el libro,  que la propia pintura ha “creado” a su receptor, a su admirador.

     Me gusta mucho esta idea. Desde entonces me acompaña.

     Naceríamos con la capacidad de admirar la pintura.

      Cuando el antropólogo Claude Levi Strauss afirma en su obra “Lo crudo y lo cocido” que cocinar nos hace humanos; que cocinar es, en esencia, sacar el estómago fuera del cuerpo para consumir los alimentos pre-deglutidos; nos indica el camino para pensar que pintar es, de algún modo, “cocinar” lo visto. Que pintar consiste en comprender, en deglutir lo visto. Se podría afirmar que el bisonte de la cueva de Altamira está “cocinado” y el real, el de afuera de la cueva está “crudo”. Aquél pintor primigenio cocinó en su cabeza los elementos sustanciales que conformaban el bisonte visto y lo figuró en el techo de la cueva usando unos instrumentos y sustancias similares a los usados por un pintor de hoy.

    Todos los niños, nacidos pintores,  de todas las culturas dibujan y pintan. Algunos de esos niños continúan haciéndolo el resto de sus vidas.

   ¿Pero en qué consiste eso de pintar o dibujar?. Generalmente no se plantea esta pregunta por sabida, por obvia. Pero a mí no me lo parece. Después de darle muchas vueltas tan sólo puedo responder que:

pintar es un modo de ser hombre que tan sólo unos pocos ejercitan.

 

       Paul Valery, íntimo amigo de Degás con el compartió mil y una conversaciones sobre pintura, dice que: “Pintar es olvidar el nombre de las cosas”. Y dice muy bien, porque pintar es asombrarse ante lo cotidiano, porque un pintor pinta: cuando ve, cuando mira, cuando embadurna y cuando ve pintura de otros pintores. Podría decirse que cuando menos pinta es cuando pinta. Cuando pinta ya debe de estar todo sabido de antemano. Cuando pinta tan sólo “pasa a limpio” el mundo ya traducido a pintura en su cabeza.

    Ignacio Mayayo, al que conozco desde siempre, es un pintor sincero; pinta con el esfuerzo de superarse y estudia para conseguir un máximo de perfección. Para él, un pintor no es más que un conocedor extraordinario de su oficio; del oficio de pintar. Esto que parece elemental y que desprecian muchos, es lo que a Ignacio Mayayo le trae de cabeza.

    Ignacio, como los sabios, ha empeñado su vida en lo único sensato: el Arte. El Arte entendido como medio y fin a un tiempo. El gusano no sabe por qué segrega seda, ni el caracol por qué se desliza sobre baba. Ignacio no sabe ni qué, ni porqué, ni para qué pinta. Sabe que hacer es la forma correcta de pensar. Que la reflexión sin acción es fuente de grandes males del alma. Que el humano cree saber cosas que en realidad siente y cree sentir cosas que en realidad sabe, que todo proceso educativo es cercenador y represivo y que la vida es muy corta para dedicarla acosas serias.

 

Ignacio Mayayo: «El hiperrealismo es el ‘heavy metal’ de la pintura y no me gusta»

Por Antón Castro

¿Por qué ‘El ojo atónito’? ¿Obedece al deslumbramiento del hecho de pintar del natural?

      El título de la exposición, ‘El ojo atónito’, pertenece a la idea, como explica el pintor Pepe Cerdá en su introducción en el catálogo, de que «la pintura es la consecuencia de un largo proceso de adaptación que ha operado durante siglos sobre nuestro modo de ver». La actitud de pintar es asombrarse de lo cotidiano, el pintor pinta cuando mira, cuando ve pintura, cuando viaja, cuando encuentra algo que le fascina, de forma que cuando pinta solo «pasa a limpio» el mundo ya traducido a pintura en su cabeza.

¿Qué busca en la pintura y qué encuentra Ignacio Mayayo?

     En la pintura se busca, y a veces se encuentra, y al fin acaba siendo una forma de estar en la vida. En mi caso, creo que haría lo mismo en una isla desierta. En este intento de comprensión de lo que te rodea todo puede ser trasladado a pintura. Cuando pinto de alguna manera busco la obra maestra, ya sé que esto suena un poco pedante, pero allí está mi atracción por los maestros del pasado, pintores muy grandes a los que solo rascarles la suela del zapato ya resulta difícilmente accesible. Yo intento seguir aprendiendo y me divierto.

    «Cuando pinto de alguna manera busco la obra maestra, ya sé que esto suena un poco pedante, pero allí está mi atracción por los maestros del pasado»

¿Es, sobre todo, Ignacio Mayayo un pintor de la naturaleza?

    Me considero un pintor naturalista en el amplio sentido, pues como tema de mis cuadros utilizo la naturaleza, tanto la del entorno o paisaje como la naturaleza humana. He dividido la exposición en dos partes: una sala con cuadros de paisaje, en los que para mí el fundamento es la luz, y otra sala con temas de figura.

¿Qué le da el paisaje? ¿Intentar fijarlo en el lienzo es un desafío o una imposibilidad?

      El paisaje es el tema que siempre está allí, puedes tomarte todo el tiempo que quieras para interpretarlo; sus variaciones según la época del año o la luz son incontables. Para fijarlo, o transportarlo al lienzo, se precisan multitud de trucos para representar el follaje o las hojas de los árboles, trucos para las nubes, para simular la profundidad del horizonte, etc. El pintor de paisaje que más me ha fascinado siempre es Joseph William Turner. Además de su gran técnica y memoria fotográfica, manejaba los trucos como un auténtico prestidigitador, de tal manera que a veces un cielo tormentoso parece un ‘turner’. Esta sabiduría es inatrapable, y no se aprende en ninguna escuela. Así que cuando pintas un paisaje acabas haciendo algo que se acerca y se aleja de lo que ven tus ojos. El cuadro no es el territorio.

Siempre le ha gustado pintar retratos. ¿Sabe qué quiere captar?

     Siempre me interesó mucho la figura humana, el retrato. Cuando pintas a alguien en un cuadro, aunque sea un figurante de una escena, lo estás retratando. En los retratos estás fijando a la persona en el tiempo, supongo que por el valor icónico que tiene la pintura hecha a mano sobre la fotografía. Así, por puro mecanismo psicológico, pensamos en qué viejo era Leonardo da Vinci o qué joven era Rafael de Urbino, pues su imagen está asociada a la de sus retratos. En cuanto a la captación de la personalidad o psicología del retratado, hay que tener en cuenta que la realización del cuadro exige varias sesiones de pose y que, en gran parte del proceso, la mano trabaja automáticamente hasta que surge un rostro de una maseta de pintura. Por todo ello, lo de tener una previa intención es muy relativo.

    «En los retratos estás fijando a la persona en el tiempo, supongo que por el valor icónico que tiene la pintura hecha a mano sobre la fotografía»

¿Diría que un pintor como usted es un contador de historias?

   De toda la vida me han encantado las historias, y ciertamente soy bastante contador de historias, pero esto ha sido común a los pintores, Picasso, Toulouse Lautrec, Goya, Rembrandt etc., que han sido contadores de historias.

Recupera aquella pintura suya de masas, de grupo, casi teatral, que hace pensar en El Grifo. ¿Cómo afronta esos cuadros?

    Cierto. La pintura de grupos y escenas que a mí me gusta practicar tiene su origen en el teatro, y su realización es parecida al teatro, pues necesitas modelos, disfrazarlos, componer la escena, la escenografía, incluso argumento para la escena. Es un trabajo complejo, en el cual -además de mi paso por grupos de teatro como El Grifo- también ha influido la pintura de los clásicos que era, en gran parte, una pintura teatral.

¿Se siente un hiperrealista o pintor de realismo mágico?

No me gusta la palabra hiperrealista. Considero al hiperrealismo como el ‘heavy metal’ de la pintura, aunque con mi tendencia al detalle reconozco que mis cuadros se acercan a ese lenguaje. Me considero más naturalista, y mi preocupación al pintar es más la luz y el color. Es en ese campo donde el pintor tiene mucho terreno por recorrer. En cuanto al realismo mágico, que practiqué en mis comienzos acercándome más al surrealismo, tiene un lenguaje más propio del dibujo o el collage que de la pintura; se basa más en juegos de imágenes.

¿Qué pasa por su cabeza y su corazón cuando pinta, qué siente?

     Cuando pintas, a veces pasan cosas con gran intención, y a veces trivialidades. Comienzas con una gran expectativa, en la que vas a realizar la obra de tu vida, algo fantástico. Hacia la mitad bajan las expectativas y hasta puedes sentir el desasosiego de que la obra se tuerza, hasta que un tiempo de trabajo después la abandonas para comenzar otra. Pasado otro tiempo, retomo el cuadro y lo modifico con unos ojos distintos a los del comienzo, incluso hasta puedo considerar que ya está acabado, o que no da para más.

Fuente: https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2020/02/24/ignacio-mayayo-el-hiperrealismo-es-el-heavy-metal-de-la-pintura-y-no-me-gusta-1360438.html

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