Vodevil Romano


Por Fernando Gracia

    Cuando estudiábamos bachiller, allá por el pleistoceno, solo se mencionaban dos autores teatrales durante el largo imperio romano, Plauto y Terencio.

     Se supone que habría muchos más, pero por la razón que sea, incluido que de ellos se conservaron textos, ellos fueron los que han traspasado las centurias y resumen el acervo teatral de aquella época, que tanto influyó en lo que ahora somos.

     Miles gloriosus es una de las más conocidas de Plauto. Dicen que tiene unos 23 siglos, que ya es tener. La comedia de enredo, que tanto debió hacer reír a nuestros antepasados, nos llega ahora convenientemente a nuestros usos, incluidos insertos musicales, en la esperanza de que también nos riamos.

     Debo decir que, en líneas generales, lo consigue. Al menos el espectador permanece en una constante sonrisa, salpicada en unas pocas ocasiones con alguna abierta carcajada, lo que siempre es de agradecer.

     Se dice que en su tiempos, las retorcidas tramas de aquellos autores romanos necesitaban que al comienzo de la función alguien -incluso el propio autor- explicara la trama al respetable, seguramente poco letrado en su mayoría. No necesita de tal argucia este montaje que hemos visto en el Principal, porque a pesar de las idas y venidas del argumento, la adaptación de Antonio Prieto, a la vez intérprete de uno de los roles más divertidos, es lo suficientemente hábil como para que no nos perdamos.

     Carlos Sobera es el gancho de la función. La sala está llena, el hombre se mueve con oficio y buen hacer, no abusando de tics asociados a su imagen televisiva y dando la impresión en todo momento de estar muy a gusto.

     La función comienza bastante arriba y baja algo en intensidad en su segundo tercio, pero a mi modo de ver cumple con el objetivo de divertir, sin recurrir en exceso a la escatología o la procacidad, como parece ser ocurría allá por el doscientos y pico antes de nuestra era.

     Una puesta en escena sencilla y funcional, como ahora se llevan, un par de temas musicales pegadizos, uno a ritmo de chotis y otro claramente revisteril, adornan la trama. Alguno pensaría a priori que se iba a encontrar con un musical al uso, pero no es así. O sea, no es Golfus de Roma, también extraído de un texto de Plauto -Pseudelus- y felizmente servido con música de Stephen Sondheim.

     De vez en cuando se agradece echarse unas risas y servidor quedó suficientemente cumplido con esta propuesta, que no es lo de menos.

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