Campanas de boda: El pollo urbano a La Cubana.


Por Javier López Clemente

Uno de los papeles que más me gusta en la representación de la vida es el de invitado a una boda. Ya saben: Traje gris perla, camisa blanca y corbata coral. Esperar a la novia en la escalinata de la iglesia mientras haces bromitas con el novio para aumentar su nerviosismo. Alcahuetear los trajes de las señoras y, mientras se celebra la misa, vermutear con los amigos y los primos más recalcitrantes de la pareja.


A mi me encantaría entrar en misa, con sus jotas, la homilía cañera del sacerdote, las lágrimas de la suegra y esas cuñadas que no tiene paciencia y comienzan a pelar al personal bajo sagrado. Si no asisto al espectáculo es porque no me gusta como está diseñada la escena cumbre. Al momento del si quiero, la búsqueda del anillo y el intercambio de las arras le falta un puntito de dirección, no puede ser que los actores principales den la espalda al público, eso resta emoción. La ceremonia ganaría mucho si los invitados pudieran ver la cara de los novios.

Sin embargo, para recibir a los esposos, frente a las nuevas modas de confeti y pétalos de rosa, me decanto por el clasicismo del arroz, un símbolo de abundancia y prosperidad. Pero la abundancia llega con el cóctel, la fritura de los entrantes, un pescado en salsa, cordero asado con patatas a lo pobre y que se besen los novios. Vinos de denominación regional, tarta, helado y que se besen los padrinos. Café, copa, puros para ellos, pitillos para ellas y que se besen los consuegros.

Un vals vienes para comenzar el baile. Corbatas anudadas a la frente, gintonics a banda, la abuela avienta el bastón y las tías de la novia que se me rifan para darle ritmo a pasodobles, rumbas y chachachás. Todo eso es un bodorrio: Un gran espectáculo donde me lo paso en grande.

Quizás por eso no me gustó la segunda parte de Campanas de boda de La Cubana, cuando la compañía derriba definitivamente la cuarta pared, enciende las luces de la platea y el cubana style se instala entre las butacas. En ese preciso momento se rompe el alocado ritmo de una representación que me recordaba a las comedias de puertas con entradas y salidas. La Cubana, durante la primera parte de la función, nos explican los preparativos de un bodorrio de alto copete que, aunque en los últimos tiempos algunas costumbres han cambiado, sigue un guión y una puesta en escena que todos conocemos al dedillo. Cada raza, nación, clan, grupo social, generacional, religioso ( y alargue la lista todo lo que usted quiera) tiene sus propios códigos y rituales, pero al final todos forman parte de la gran parodia de la vida. En el caso de una boda quizás entren otros factores en juego pero no se engañen, no deja de ser una más de las escenas que cada día interpretamos para sobrevivir en la maraña social.

La Cubana toma ese paralelismo entre realidad y ficción para lanzarse por un trepidante vodevil perfectamente sincronizado. Yo no necesitaba más. Me hubiera bastado con los colores chillones del vestuario, la multiplicación de escenas, las frases que cortan, interrumpen y se superponen unas a otras, la milimétrica coreografía para organizar un caos tan sugerente como un plano secuencia de Berlanga plagado de arquetipos.

El único pero a este genial galimatías estaría en limpiar alguna escena que detiene la velocidad de crucero de la función cuando el grito de ¡¡más madera!! ya está instalado en las butacas y la máquina avanza a todo trapo. Con esto bastaría, sin embargo en el ADN de La Cubana anida la participación del público en el espectáculo y eso, además de una excesiva pedagogía en cuanto a la manera hindú del casamiento y un arrebato de pamelas, varían la cadencia de la representación para detenerse en algunos momentos delirantes entre flores, bailes y un concejal venido a mucho menos. En cualquier caso estos pequeños peros son absolutamente personales porque la verdad es que todo el público lo pasó en grande participando de la función.

Mención aparte merecen los actores. A la cabeza Annabel Totusaus y Mont Plans que no paran de incendiar la máquina a la que se suben sus compañeros de reparto capaces de duplicar y triplicar personajes presentando multitud de matices, rostros, acentos, juegos corporales, canciones y todo mezcladito en el puchero del humor. Un trabajo brillante. Y lo tengo que decir aunque me salte la norma de desvelar lo menos posible de la trama y el argumento: Todavía no he salido del asombro de escuchar la versión Bollywood de Paraules d’amor de Serrat. ¿Se lo imaginan?

Campanas de boda cumple con los requisitos de la marca La Cubana para convertirse en un delicioso espectáculo en el que, además de pasarlo bien, encontraras las claves antropológicas de cualquier spanish bodorrio bizarro and all over the world. ¿Se puede pedir más?

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