José Enrique, un cooperante en Haití


Por Agustín Gavín

         José Enrique es un cooperante nicaragüense, ingeniero agrónomo, sandinista desengañado que lleva dos años enseñando en las comunidades de Thiote, se pronuncia ciote en criollo, un idioma que él domina y que es una mezcla…

…del francés y otros dialectos que llevaron los esclavos africanos que poblaron Haití. Les enseña a cultivar legumbres, fruta etc y sobre todo café que es lo que tiene más salida en el mercado . Son más de treinta mil haitianos diseminados por las montañas que parecen sacados de una película del Far West, que se autoabastecen de la ganadería y  la agricultura.

 
 Agustín Gavin
Corresponsal Internacional del Pollo Urbano
www.arapaz.org

     Conduce un viejo Land Cruisier a diez por hora por unos empinados caminos de piedra dando tumbos siguiendo a un desvencijado camión cargado de ayuda humanitaria, comida y material higiénico fundamentalmente, que hemos comprado en Thiotte. El camión de vez en cuando se para y hay que calzar las ruedas traseras con piedras para que pueda volver a arrancar, ya que el camino es lo que es  y menos mal que las piedras están secas. Como  el camión se cala con frecuencia por su antigüedad y por lo empinado del terreno cada tirón al arrancar es un susto para los que vamos detrás. No habría opción para esquivarlo: o camión o precipicio. Los apenas diez kilómetros de subida nos cuestan una hora y media.

    El sitio de reparto va a ser en  las aulas de las escuelas de la zona en uno de los pocos espacios diáfanos que hay entre los montes. Tres barracones que hacen el papel de aulas, se adivina por las pizarras, apenas hay  pupitres y los niños se tienen que llevar las sillas de casa. Es una suerte que se pueda repartir en un sitio cerrado.

   Las aldeas de seis o siete chozas, alguna casa de cemento y las tumbas de los que van falleciendo, jalonan un paisaje vertical sólo con ramas de monte bajo. No hay un cementerio en muchos kilómetros a la redonda, tampoco médico, hay comadronas para atender los partos y poco más.

    José Enrique nos cuenta que desde el terremoto del 2010, no hay luz, ni siquiera en Thiotte la capital. A las siete de la tarde, al anochecer, los más afortunados encienden generadores de gasoil, pero la mayoría tiene que recurrir a antorchas  y hogueras para poder ver algo o directamente irse a dormir, ese es uno de los motivos de la deforestación. A nosotros los frontales  de luz  que llevamos se nos hacen imprescindibles. A las cinco de la mañana ya amanecerá para todos.

    Después del terremoto, en el 2016 y 2017 llegaron dos huracanes seguidos el Irma y el Mattew y por si fuera poco una epidemia de cólera mató a 10.000 personas y enfermó a 600000.

   Como es de imaginar, el reparto de la ayuda en lotes es muy complicado porque el estado de necesidad deshace la propia estructura social, gritos y empujones, intentos de colarse o volver a colocarse en la fila.  Los líderes locales deben hacer un esfuerzo para controlar la situación, y al final sale todo bien después de cinco horas de reparto en las escuelas.

   Un camino, que no carretera, nos va a llevar Puerto Príncipe bordeando montañas, precipicios, lagos y la  frontera con la ahora añorada Republica Dominicana de dónde venimos. José Enrique nos va comentando las consecuencias de la deforestación salvaje que cuando llegan los huracanes hace estragos ya que el agua no es retenida y las montañas se convierten en cascadas arrastrando lo que encuentran a su paso.

    La corrupción generalizada se ha llevado por delante la ayuda internacional, el ejercito que se disolvió en su momento, ahora exsoldados que se quedaron con el armamento ejercen de asaltantes por los caminos cual bandoleros españoles en Sierra Morena hace dos siglos. La educación en su mayoría corre a cargo de diferentes comunidades religiosas que se han establecido allí. Con una de ellas estamos trabajando como socios.

    Haití es un estado fallido de manual de Noam Chomsky. Puerto Príncipe es un agujero negro de mugre y miseria en el planeta tierra. En la zona cero que asoló el terremoto, cuyo epicentro estaba a sólo quince kilómetros de la capital,  auténticos ríos de bolsas de plástico multicolores cubren lo que en otro tiempo debieron ser rías de agua de mar. Quedan casas a medio derrumbarse y los que nos llevan en los dos coches nos han prohibido bajar e incluso han echado los seguros de las puertas. En el hotelillo donde nos alojamos dos haitianos de su seguridad nos protegen con fusiles y no nos permiten la salida solos ni para ir al café de enfrente. Somos un bocado apetitoso para los secuestros express.

   En el año 2018 ha habido varias revueltas populares ante la amenaza del gobierno de subir el combustible, aconsejado por el Fondo Monetario Internacional. Hubo asaltos y pillaje en pequeños comercios, hubo muertos y heridos y la cúpula presidencial y un número indeterminado de grandes empresarios huyó en avión al aeropuerto de Santo Domingo durante un par de días hasta que se calmó la situación. Todo esto solo mereció una pequeña reseña en algunos medios de comunicación.

   Haití va hacia la nada si no es que está ya. A nosotros, cuando  después de ocho horas de autobús llegamos de vuelta a la Republica Dominicana,  nos entraron ganas de besar el suelo.

   Forges, en su viñeta del diario El País durante mucho tiempo estuvo poniendo una bombilla gráfica en la parte inferior que rezaba… “pero no te olvides de Haití”. Ahora, si viviera, igual ponía algo parecido a “Haití abandonado definitivamente a su suerte, a su mala suerte”.

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