Italia: Divagaciones valdostanas

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Por José Joaquín Beeme

    Se quejaban, este año, de la poca nieve: para unas vacaciones blancas, pero sobre todo para el esquí de fondo que aquí es rey. Incluso en la altísima Chamois, que mira de frente al Cervino (esa eminencia picuda que recreó sir Frankie Crisp en su vergel de Friar Park, para gusto del beatle jardinero), son pocos los que cogen el teleférico.

Por José Joaquín Beeme
Corresponsal del Pollo Urbano en Italia
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    Siempre queda la escalada de cascadas heladas, que se cuentan por centenares en este valle afrancesado de la Italia alpina. Y para eso nada mejor que adentrarse en el Gran Paraíso, el parque nacional preferido por los audacescascatisti, rompehielos más que monteses. Su capital, Cogne, con su santo Oso (un pajarero irlandés que se aclimató a aquellas soledades), su enorme pradería que acoge todos los años una popular feria del ganado y sus sarrios pastando a pocos pasos, con su botánico de plantas alpinas y sus faldas de negra escoria, fue teatro de un raro experimento socializante a principios del XIX, cuando su alcalde, el médico César Emmanuel Grappein (1772-1855), colectivizó las minas de hierro inspirado por vientos ilustrados. Un utopismo de raíz católica que ha estudiado el economista Sánchez Hormigó, de la Universidad de Zaragoza, y que terminó, ay, como todos: defenestrando al padre de la idea. Al que no faltaba don profético: «En este siglo en que no hay más símbolo que el egoísmo, ni otro culto que el interés, ni más dios que el dinero, cuya máxima es ganar mucho y rápido, hacerse pronto con el botín, rebañar mientras se pueda, escamotear, pillar, sin importar los medios; en este siglo desdichado, lo digo con dolor, he sido perseguido por haber defendido la santa causa de los pobres, actuando conforme al Evangelio, esa gran ley social proclamada en el Calvario.» De esa época son testimonio la casa Grappein, que se quiere museo pero es objeto todavía de disputas hereditarias, la fuente-féretro con planchas forjadas en motivos egipcios y un incipiente parque de arqueología industrial, especie de ecomuseo minero por que suspiran los naturales. Bajo la ocupación alemana, Cogne sirvió también de base al editor Einaudi (hijo del primer presidente de la República y padre del pianista Ludovico) para estampar Il Garibaldino, hoja volante partisana, y hasta allí bajó, desde Marsella, el propio Pertini antes que un ataque de la Wehrmacht acabase con ese estadiolo libre. La Transilvania italiana, a pocos kilómetros, se materializa en días de niebla tras las colmilludas almenas de Fénis y, ya a las puertas de la val, el imponente fuerte de Bard, que Napoleón rasó a cañonazos porque entorpeció algún día a sus tropas, ha reconvertido sus pujos guerreros en exposiciones masivas y privilegiados apostamientos para interpretar la montaña. Pena que toda esta lengua de tierra, una vez punteada de mogotes castellanos, haya sido edificada y carreterizada hasta la exasperación: nuestros viajes han de ser, necesariamente, viajes en el tiempo.

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