La mente humana es compleja, lo cual podría explicar la falta de progreso en las enfermedades mentales.
Enfermedades a las que, en mi opinión, se debería llamar, para ser más preciso, enfermedades del comportamiento, dado que este es generalmente el principal criterio para su diagnóstico.
Las personas que padecen dichas enfermedades se apartarían del comportamiento normal. Aunque nos podríamos preguntar cuál es el comportamiento “normal”, e incluso si hay un comportamiento normal. Es bien sabido que lo que una sociedad considera un comportamiento normal otra puede considerarlo anormal.
Ayer leía en la prensa nacional una entrevista con un sobrino nieto de Sigmon Freud, con 30 años de experiencia psicoanalítica ayudando a padres y niños, quien afirmaba que el llamado “Trastorno por Déficit de Atención” en los niños no existe. Según él, “no es un trastorno neurológico, es un invento de esta sociedad de la inmediatez en la que vivimos, y que nos lleva a la hipermedicalización de niños que son más movidos”. Afirmación que parece bastante lógica. Según él, si el niño se porta mal en la escuela y se mueve mucho, enseguida le dan la “pastillita de portarse bien”. Y continuaba “estamos creando en los niños una costumbre peligrosísima. Me refiero a la costumbre de que, frente a un conflicto, en lugar de tratar de pensar de donde viene, y qué solución tiene, en vez de encontrar algo en la dinámica personal y familiar de esa persona que nos ayude, se recurre a un elemento externo, una droga, para conseguir unas determinadas conductas. Insisto, estamos enfrentándonos a una preocupante hipermedicalización de la sociedad”.
Quizás estas observaciones puedan extenderse a muchas de las actitudes de nuestra sociedad ante las enfermedades mentales, que en realidad son definidas como desviaciones del comportamiento que se considera “normal”. Un problema con el que nos enfrentamos en esta actitud es la definición de normalidad. Por otra parte ¿podemos clasificar los comportamientos llamados anormales dentro de las categorías médicas actuales? Los datos moleculares en varias de las enfermedades mentales muestran alteraciones genéticas diferentes en la mayoría de los individuos diagnosticados como enfermos dentro de dichas categorías médicas.
Un ejemplo es la esquizofrenia. Se sabe que hay un componente genético importante que condiciona al individuo que la padece pero también hay numerosas evidencias de que dicho componente genético es diferente entre los enfermos. El problema de no encontrar un patrón de anormalidades genéticas comunes a todos los afectados por la enfermedad es un jeroglífico todavía por descifrar. Quizás, como apunta una famosa frase de Tolstoi, “Todas la familias son parecidas, cada familia es infeliz de una manera diferente”. Hay psiquiatras que reconocen que dicha frase puede aplicarse a las psicosis, y que hay muchas maneras en las que una persona puede convertirse en psicótica.
Estas observaciones no aplican solamente a la esquizofrenia, otra enfermedad del comportamiento es la enfermedad bipolar, también conocida como manía depresiva. Dicha enfermedad se caracteriza por presentar rasgos maniáticos y depresivos en los individuos que la padecen. Al igual que la esquizofrenia raramente un paciente presenta el mismo conjunto de síntomas. No solo eso, sino que, igual que en la esquizofrenia, las anormalidades genéticas observadas son muy variadas y diferentes entre los pacientes.
Debido esta gran variabilidad de los resultados obtenidos en la investigación sobre las enfermedades mentales, poco se ha progresado en el estudio de dichas enfermedades. Particularmente si comparamos dicho avance con el que se ha obtenido en enfermedades donde el diagnóstico es más cuantificable, como por ejemplo la diabetes y la osteoporosis. Quizás el problema para progresar en las enfermedades mentales radica en su clasificación, el diagnóstico de individuos como afectados por la misma enfermedad cuando los datos muestran que las bases moleculares entre los pacientes son muy diferentes. También es posible que este no sea el único problema. Cuando se define una enfermedad por el comportamiento de los individuos, el riesgo de mezclar causas diferentes es muy elevado. Las razones detrás del comportamiento de una persona no son solamente moleculares o físicas, sino también debidas al entorno y las experiencias del individuo. Esto hace la tarea de definir las causas del comportamiento de los enfermos mentales sumamente difícil. ¿Estamos ante una tarea imposible si utilizamos los criterios de diagnóstico actuales?
RECUPERENDO MATERIALES
Por Jesús Saínz Maza
Bebés seleccionados como herramienta terapéutica.
(Publicado en Marzo 2009)
Recientemente, en España, nació un bebé seleccionado para que no portara el defecto genético que afectaba a su familia y para que además fuera compatible para un transplante de tejidos con su hermano mayor. La familia había llevado a cabo para ello un diagnóstico genético del bebe, antes de implantarlo para su gestación. Dicha familia había tenido anteriormente un niño con una enfermedad hereditaria llamada beta-talasemia o anemia congénita. Esta enfermedad consiste en un defecto en la producción de las células en la sangre que portan el oxígeno y puede causar la muerte de los afectados en unos diez años.
Los padres se informaron de que si tenían un segundo hijo sin el defecto genético que causa la enfermedad y con un sistema inmune compatible con el de su hijo enfermo podían utilizarlo para un transplante de tejidos que podría salvarlo. Después de que la Comisión Nacional de Reproducción Asistida aprobara la solicitud, los padres recurrieron al el implante de un embrión seleccionado mediante diagnóstico genético: una técnica que permite comprobar si un embrión está libre de un defecto genético antes de transplantarlo al útero de la madre. Para ello el embrión obtenido mediante fertilización “in vitro” es examinado genéticamente para comprobar que no es portador de la enfermedad. La finalidad de todo este proceso es utilizar la sangre del cordón umbilical del bebé para un transplante al niño enfermo. Las células del bebé, una vez transplantadas, podrían ayudar al niño enfermo a producir células sanas y a curarlo de su enfermedad. Aunque este tipo de terapia no garantiza la cura, los expertos opinan que la probabilidad es muy alta.
Las posibilidades de este tipo de terapias son muy numerosas, sin embargo plantean problemas éticos muy controvertidos y, en mi opinión, muy difíciles de resolver. Imaginemos el potencial de conflicto para los hermanos, y sobre todo para el niño generado con la finalidad de curar a otro. Es muy fácil que pueda sentirse como un objeto que ha sido generado con la finalidad de utilizar sus tejidos. No es lo mismo cuando una persona adulta, en posesión del uso de razón, decide donar un tejido u órgano para salvar a otra persona. Obviamente un embrión, o un bebé, no disponen de esta capacidad de raciocinio y de tomar decisiones libremente. Pero siguen siendo personas y como tales tienen los mismos derechos que las demás. ¿O no? Ésa es la pregunta que yo me hago. Creo que todo el mundo estará de acuerdo en que no se le puede forzar a un adulto a ceder un órgano o tejido para un transplante. ¿Entonces, porqué a un bebé si?
El problema ético es difícil de resolver. Desde la posición de los padres es lógico que su mayor preocupación sea la de salvar a su hijo. Y es loable dicho deseo. Yo también considero que es lógico y deseable el utilizar los conocimientos científicos para salvar vidas. Pero es importante que se abra un periodo de discusión en el que participen amplios sectores sociales y expertos en temas éticos, legales y psicológicos que estudien los posibles problemas psicológicos que pueden tener estos niños diseñados para curar a otras personas. Por otra parte, considero muy importante que se genere una legislación que contemple las múltiples posibilidades de abuso a las que estas prácticas de selección genética con una finalidad práctica pueden abrir las puertas. Debemos ser cuidadosos con las posibilidades de discriminación genética. Esperemos que los progresos de la ciencia se utilicen solamente para ayudar al ser humano y que esto se haga en un marco legal que impida el generar dolor y sufrimiento en otros seres humanos.