A despecho del mundo


Por Jesús Soria Caro  

     Daniel Izquierdo nos ofrece una luz poética que ilumina las pasiones de la vida, el dolor, los recuerdos, la existencia de los antepasados, la sombra de las ideas que arden de utopía en el silencio de los libros.

    Las palabras son máscaras, sombras de lo real, el poema es la luz que desnuda su verdad de silencio. Sobra todo lo que podamos decir, porque la verdadera buena poesía es la que llega a los abismos más insondables del alma, cual buzo labordetiano. Así que, lector, en lugar de perderte en las sombras de estas palabras, acude a la iluminación que se desprende de los versos de A despecho del mundo. El silencio del poeta es el idioma de esa luz, la que ilumina las sombras platónicas de lo que aparenta ser lo vivido. Son versos que nos conducen por la gruta de la realidad, cruzando los sueños, hacia lo que verdaderamente es, aunque sea invisible.  Es en esa otra realidad que es iluminada, donde se oye, como decía Cernuda, ese grito que pasa disfrazado de luces, porque es la belleza del poeta, la de sus ideas, la que grita desde el silencio aquello que pudo ser y no fue, lo que amábamos y se desvaneció, lo que permaneció, piel de lo sublime, tatuado en la eternidad de nuestra alma, la utopía, todos aquellos imposibles que se acariciaron con la música de nuestros abismos.

   En el poemario hay mucho espacio para denunciar aquello que el mundo es en su deformidad, subyace lo que poeta soñó que debería ser, siendo los sueños más justos que la historia, siendo el poeta cómplice de Aristóteles cuando afirmaba: “la historia cuenta lo que sucedió, la poesía lo que debería haber sucedido”. Hay varios textos del poemario en los que se denuncian los totalitarismos. El poeta marca una correlación entre aquellas épocas de la barbarie y la realidad de nuestro mundo actual, aparentemente democrático, pero constituido por dictaduras blandas. “El papá de Irene” relata la deportación de un profesor en el nazismo, como murió en un vagón de tren su mujer dando a luz a la hija de ambos:

Al salir del café bávaro donde se reunía con la palabra

y su contratiempo,

la Gestapo lo detuvo […]

Cuentan las buenas lenguas

(suscriben las malas)

que antes del viaje a Auschwitz

dejó escritas estas palabras.

 

Palabras de cicuta y pan:

“Por fin acabó el miedo. Comienza la esperanza”

Con ella nació Iréne dos semanas más tarde;

con ella murió Edith en un vagón animal

mientras la niña lloraba.

 

Eso pasó hace tiempo

en un rincón del cosmos llamado Alemania.

Para que vayan luego los gendarmes del mundo

levantando muros donde la libertad izó su estatua. (Izquierdo, 2022: 23).

    “Bucle” tematiza la tiranía del poder, de los externos políticos, de las sociedades totalitarias. El título alude a que aquello que históricamente aconteció vuelve a suceder en el mundo actual. Hay otras formas de poder absolutas que nos anulan: la globalización, la dictadura de lo económico; el interés de los grandes organismos internacionales económicos. Ya se presagiaba en el poema anterior y aquí se consolida esta idea: el poder se viste con otros disfraces, pero su piel de tiranía, cuando se desnuda, es vislumbrada de la misma que la que fue:

Grita la educación pública al caer,

gritan los deseos al despeñarse,

gritan los quirófanos colapsados,

las listas de espera sin esperanza;

los sueños a las puertas del INEM, […]

En la calle gritan.

Estamos en Viena.

Cerca, muy cerca de Viena.

Corre el año 1944.

Andrev ama a una mujer.

Una mujer judía,

dolientemente bella, embarazada… Una mujer.

Llega la Gestapo.

Un día cualquiera llega la Gestapo: todo obscurece.

Detienen a sus padres,

a su hermana pequeña de siete años, la detienen a ella.

Su abuela, envuelta en sucios pañales improvisados,

salta por la ventana

silbando una canción de… cabaret.

Unos soldados jóvenes la han cogido en volandas,

han abierto el balcón y la han hecho volar. (Izquierdo, 2022: 25).

     “Acta diurna” poetiza el retrato de la intrahistoria, que forma parte del organismo de los grandes acontecimientos, siendo las pequeñas células de la historia. Lo más nimio lleva en sí el ADN del todo. La vida con cada instante y cada vivencia es poetizada en un texto que abre una mirada más amplia al dolor, al amor, la injusticia, a la pasión, a la historia conocida y a su subtexto, que son cada uno de estos pequeños relatos que hacen posible el gran relato de los libros de historia.

    En el poema “Melocotones” es hermosa la comparación entre la labor del agricultor, que recolecta melocotones, y el poeta que escribe versos. La naturaleza es el verso del cosmos o de Dios, una geometría perfecta, un ritmo sonoro, matemático, estético en el que cada elemento forma parte del todo, de la obra conjunta del absoluto:

Parece mentira cuánta Matemática, Poética e Historia

cristalizan a diario en los parpadeos cósmicos

de un melocotón.

Hasta qué punto dosifica el árbol frutal la métrica celeste […]

Mis amigos miman sus campos como un poeta cultiva

sus palabras y ara sus recuerdos

Igual que los poetas, podan adjetivos en la tarde, ramas

obsoletas. (Izquierdo, 2022: 42).

    “Cortázar y el amor” es un ejercicio poético brillante que describe el vacío amoroso del yo lírico, poetizándolo con metáforas que son los personajes y la vida de Cortázar. Hay una trasposición de la vida en lo literario, en la experiencia de los literatos. La idea implica ver la vida (ficticia) con la ficción real de la literatura y de quienes la compusieron, que son tan (ir)reales como sus obras y como quienes las leen, todos personajes de sus deseos…:

A los trece años, volviendo del colegio, me perdí

en París. La mano de ella fue para mí La Maga.

Cumplí algunos años más y conmigo Lucas, Manuel, las armas

secretas: la casa tomada.

A los dieciséis, lejos de Silvieta, lejos de París, me quise

Cronopio y resulté ser fama. […]

Llegué a la universidad, aguardé en secreto a otra Silvia

mundana.

Anclado en la espuma de Hugo y Diderot, las clases

eran miel y el tiempo una buhardilla.

Silvia se llamó Eulàlia y al darme la mano me habló

del daño, del conde Lautreamont y yo me asomé

a ella y descubrí en su euforia todos los enigmas

de la noche anegada, la prosa sensitiva, las estrellas

ingentes que pintara Van Gogh[…]

Cuando Julio Cortázar lloraba, engrandecía el cosmos.

Tres pérdidas me lo enseñaron, tres pérdidas.

Ninguna ganancia (Izquierdo, 2022: 43-44).

     “La última belleza” es un hermoso poema que aborda la vida de una poeta torturada, asesinada, que vio más allá del horror la posibilidad de una última belleza: la del cielo ancho, la de la belleza desnuda de la luz, del cielo, del infinito de la vida más allá del horror:

En el instante previo a su disolución, ante el umbral

de su propio cadáver, dicen que Irene Dubnow

acarició la mano de una niña gitana.

Señaló con los ojos a las nubes y borró (sin borrarlos) los

Alambres (y el óxido) de la ventana.

Tosiendo al olvido, dicen que elogió el paisaje y en su

halda su estética: endeble y extraña: qué lindo

es el azul, qué ancha la vida, qué ancha. (Izquierdo, 2022: 49).

 

     “La máquina de María” es un retrato poetizado de la música de la máquina de escribir de zambrano. Están personificadas las ideas de la filósofa. Se retrata cómo era el origen de la vida de sus palabras, acróbatas de lo imposible, de la belleza inalcanzable de la Razón poética:

María Zambrano recuperó la máquina antigua

Y la tornó panal y, con el tiempo, cera. Miel oceánica.

Con ella pegó, en la espalda “icariana” de la prosa

filosófica, las alas “dedalianas” de la poesía:

su poética ancha.

No pudo derretirla el sol, gracias al escrache de su viejo

teclado. Su voz revolucionaria. (Izquierdo, 2022: 61-62).

    De nuevo el emocionante homenaje a sus referentes intelectuales, pero sobre todo a sus antepasados, a sus abuelos, agradeciendo que todo lo que aprendió de la decencia, se lo debe a los autores que leyó y a sus abuelos, que sin haber estudiado tenían la sabiduría del bien:

Todo lo que sé de la decencia lo aprendí espiando a mis

mayores; leyendo a Dostoyevski, Irene Némirovsky,

Paul Celan. A Don Antonio Machado. Llorando

por las noches; escuchando a Schubert, Satie y

Dvořák; escalando la tapia de la ataxia para hurtarle a

escondidas tres limones, tres vidas, a la muerte […]

Mis yayos murieron sin saber quién fue “la” Arendt,

Su Eichmann en Jerusalén leído por ósmosis en plena

adolescencia. […].

Pero escucharon sus páginas, admiraban sus músicas

y leían sus cuadros con la clara decencia que da el

hambre y el frío.

Ni viviendo mil años rozaré la honradez que ellos sin

Schubert, Flaubert o Vermeer alcanzaron en vida… (Izquierdo, 2022: 65).

 

     Se cierra el libro, como se hacen las casas que fueron abandonadas, tema tan bien poetizado en el último poema del libro. Lo cierro, lo abandono con la promesa de volver. Sé que en sus páginas el silencio en blanco de la página fue sembrado de ideas, de sueños y yo como recolector, agricultor de recuerdos, amo a quienes nos precedieron, amo los libros, y a la poesía de Daniel Izquierdo. Me marcho de este libro, pero prometo volver, lo haré porque su último poema me trae ecos de Qué verde era mi valle de John Ford por su amor al pasado, a quienes lo habitaron, pero yo regresaré. Siempre se retorna al paisaje de los sueños, de quienes amamos, de la belleza inmortal de las ideas, porque todo esto es eterno …

——————–
Daniel Izquierdo Clavero (2022): A despecho del mundo, Zaragoza, Los libros del gato negro.

Artículos relacionados :