En la bóveda de tu mirada


Por Jesús Soria Caro

        Nos encontramos ante un original diálogo entre dos voces líricas, entre dos sujetos poéticos, ya sabe el lector que el yo poético es una mediación, un subterfugio literario, igual que lo puede ser el narrador en una novela.

     Si en este género narrativo se vuelca la mirada del autor sobre la realidad, en el caso del poemario que aquí nos convoca se produce una transfiguración en el verso del mensaje literario de estos dos excelentes poetas, de su creación que nos ofrece una mirada diferente. Se busca, como todo buen poeta debería hacer, una visión, una creación lírica que no debe quedar reducida a la experiencia del autor o autores, que debe ser universal y en la que los lectores, en su diferencia como seres ajenos a la biografía del autor, encuentren algo en esos símbolos que remuevan su introspección.

     Vamos así a ir recorriendo este poemario original, escrito a dos voces, entre Fran Picón y Belén Mateos, son los creadores de los personajes líricos: Ella y Él, ambos son dos perspectivas, que representan el eterno diálogo entre el hombre y la mujer, entre dos formas de sentir diferentes, pero complementarias. Ella en su primera intervención ofrece una hermosa imagen poética, es la de la ventana, la del exterior que resiste, sin embargo, ese dolor está dentro, aunque esta visión de lo femenino sabe ver a través de ese cristal en el interior del amado:

Hay lluvia en los cristales de tu piel,

lágrimas en el borde de tu vientre.

Hay sabor en el deseo acomodado a tu sonrisa,

perfume en el aliento, insomnio… (Mateos, Picón, 2024: 11).

      Él sabe que debe recorrer ese interior, que su yo social ha frecuentado más la dureza, pero que, gracias a ella, puede ver unas profundidades del sentir que le reconcilian con su ser, con su verdad, hay un abisal interior en el que debe bucear, imagen que tiene ecos de Miguel Labordeta.

…recorro con la mirada los rincones

más inaccesibles del misterio,

entre los peldaños huérfanos de tu pisada.

He buceado en el océano de mis pupilas

en el intento de saciar la sed de mi pecho

y hay un ansia desbocada en cada una de mis caricias (Mateos, Picón, 2024: 12).

      La separación, la ausencia del amado, la posibilidad de que no haya unión verdadera entre ellos, produce una oquedad en el sentir, el diálogo entre ambos es intuitivo, es el lenguaje irracional que nos recorre y no puede nacer en el pensamiento lógico, es el puente onírico al subconsciente como así afirmara Lacan, esto es lo que, según el prestigioso pensador anteriormente citado, sucede con muchas palabras, el poeta nos guía en ese viaje a lo subliminal. Belén Mateos crea un yo lírico que sabe caminar por lo invisible, lo intraducible de las dudas de quien ama y siente lejano a quien desea, sus versos nos emborrachan de belleza:

Presencio la oquedad en el lienzo

de tu ausencia,

impronta inconfesable de una tormenta,

sueño acurrucado

en la esquina del desvelo (Mateos, Picón, 2024: 13).

     La réplica de Él es forma de lo informe, es lo invisible que anida cuánticamente en la palabra, lo irracional cubierto de la razón.  Mantiene el mismo pulso, cruza ese puente invisible del subconsciente que afirmaba Lacan, la voz del amado siente ese mismo abismo, el vacío, la necesidad del tú de la amada, lo incompleto del ser, la necesidad de hallar en la persona amada una complementariedad que sea parte de su yo. Se nos ofrece lucidez ante ese vacío con el que el amor nos hiere, ante la posibilidad de que no sea saciado de forma completa:

en los andenes de tu cuerpo

transita aquel tren infinito de la espera,

del vacío entre mis dedos sin ti (Mateos, Picón, 2024: 14).

     Esa imposibilidad de que exista correspondencia entre la palabra y la verdad interior del sentir, que es incontenible dentro de la lógica del lenguaje da lugar a la sinestesia (imágenes en las que se entrecruzan ámbitos sensoriales), recurso de gran fuerza poética y expresiva que puede nombrar, evocar esos imposibles para el pensar, pero que existen en el sentir. Así lo encontramos en una de las intervenciones de Ella:

Hay un lienzo desnudo de palabra,

una mirada embebida de perfume.

Savia derramada en la lágrima de mi entereza (Mateos, Picón, 2024: 19).

Lo fugaz, el tiempo, la muerte de esa intensidad del amor se teme que esté condenada a desaparecer, se ansía que sea eterna, así lo encontramos en las dos intervenciones, respectivamente tanto de Él y de Ella:

tal vez el aroma a naturaleza se apague

en el artificio inconmovible de lo fugaz (Mateos, Picón, 2024: 20).

El reverso de la llama apaga la belleza del instante

deshace la densidad entre las sombras

y su penumbra nos sabe a tránsito (Mateos, Picón, 2024: 21).

     Para expresar esa oquedad entre el sentir y el decir, para evocar ese vacío que queda en los límites del lenguaje, se accede a un interesante metalenguaje. El lenguaje que habla de sí mismo sirve, aunque parezca únicamente un recurso metalingüístico, para evocar esos abismos insondables del sentir del amor. Así la amada dice: “abandono en la rutina/pronombre en el prefijo de la ausencia” (Mateos, Picón, 2024: 25). Él intuye que el juego del lenguaje es el del sentir, que sus metáforas, signos, laberintos de imágenes, llevan a ese encuentro del fuego del amor entre ambos pronombres, entre ambos interiores alcanzándose lo más esencial de su sentir: “Entre mi verbo y tu verso/un jardín de nenúfares”. Hay algo en el libro que recuerda a Pedro Salinas, al juego de desnudo interior entre el amado y la amada, el pronombre era el yo interior desnudado de apariencias que buscaba la verdad desnuda, oculta e interior que viste la amada de ropaje de apariencia externa. Nace el lenguaje del poema igual que nace un sentir nuevo, las imágenes son de gran belleza poética, las encontramos en la réplica de Ella:

Somos metamorfosis en la cuenca

de la memoria,

en el Génesis de una metáfora,

en la raíz insondable

de la noche. (Mateos, Picón, 2024: 27).

     El tiempo del amor es el de la eternidad, este es el que trasporta al ser en el devenir de la temporalidad sacándole de sus límites, llevándole a una epifanía, a un instante que cubre de intensidad lo vivido. El amor es un fragmento de eternidad, así ambos poetas  lo saben traducir al lenguaje del infinito, que es el de  la poesía:

Nunca un ahora ha sido eterno,

salvo en los confines imperceptibles

de tu mirada,

apenas un infinito en la partitura

de un pentagrama huérfano de voz,

si no es la tuya (Mateos, Picón, 2024: 34).

Ella sabe que el amor, a pesar de poseer la eternidad en el instante, tal vez no pueda ser preservado en ese mismo fulgor:

Es lo eterno voracidad,

arquitectura,

álamo desnudo en el segundo

que perdona ese instante

contenido en una semilla

de invierno (Mateos, Picón, 2024: 35).

     El Amor implica aniquilación de la frontera del yo, la apertura, la fusión en un nosotros, la ascensión a una totalidad en la que reside un nuevo ser, aquel que comprende en sí mismo también a la otredad amada, Él alcanza ese sentir sublime:

Descubrí tus ojos,

bajando una escalera en una bóveda de perdidos

y naufragué en tus pupilas,

y ya nunca fui más libre que en tu mirada;

me reabsorbo en el cristalino de tu cuerpo,

abandono la esencia del yo en la comisura del nosotros

y al sentirme tuyo me siento mío,

siendo uno, siendo tú, siendo yo, tan solo uno. (Mateos, Picón, 2024: 38).

    Y esa transformación mutua, simbiótica se cumple en una de sus últimas intervenciones, Él afirma: “Yo soy mí, tan solo si es contigo” (Mateos, Picón, 2024: 48). Todo el poemario ha cumplido su función, la búsqueda de la otredad, la fusión de un yo que es la integración de la alteridad dentro de uno mismo, la búsqueda introspectiva que completa el sentido del yo, reconocer en el otro a sí mismo, enseñanza que estaba ya en la famosa afirmación de Rimbaud de que el yo es el otro y en algunas prácticas espirituales como el budismo.

BIBLIOGRAFÍA
Mateos, Belén y Picón, Fran (2024): En la bóveda de tu mirada, Zaragoza, Olifante.

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