Una gala en Zaragoza y un festival en Huesca


Por Don Quiterio

  La gala de entrega de los premios Simón, celebrada en la sala Mozart del auditorio de Zaragoza y con una ‘chillona’ Amor Pérez como maestra de ceremonias, dejó este año su habitual lista de premios, amor, glamur y humor, pero también tuvo un marcado carácter reivindicativo y fueron muchos los que pidieron igualdad…

…en el mundo del séptimo arte.

   Una fiesta femenina y, sobre todo, feminista. Sin embargo, resultó extraño que en esta séptima edición de los premios homenajeasen al actor y doblador zaragozano Gabriel Latorre (dio la voz a Christopher Lee), cuando la gala, digo, estaba dedicada al universo femenino. A no ser, demonios, que todo tuviese una doble intención, cosa poco probable, sobre todo conociendo a Susana Martínez, guionista del evento. O al presidente de la academia, Jesús Marco, que cada año se supera en sus discursos. Por el amor de dios. Estos chicos –o chicas, que no quiero líos- de la academia del cine aragonés (signifique lo que signifique “cine aragonés”) son un poco raros (o raras). En la edición anterior, por ejemplo, compitió la ‘Jota’ de Saura, un ejercicio de alto nivel creativo, y se fue de vacío. O como cuando el arriba firmante insistía, una vez y otra también, en la casi obligatoriedad de que Alfredo Castellón recibiera el galardón honorífico y que si quieres arroz Catalina. Hace poco nos dejó el realizador de ‘Platero y yo’ y ahora todo son loas, libros y audiovisuales a él dedicados. Lo dicho, estos chicos de la academia del cine aragonés son muy raros. Si hasta un año homenajearon a… ¡Fernando Esteso! Que no es moco de pavo, no, pues fue, al menos, una de las galas menos pretenciosas y más divertidas. Pero, bueno, bienvenido sea el reconocimiento, merecido, a Gabriel Latorre, que no cabía en sí de gozo y del que la filmoteca de Zaragoza ha programado una pequeña retrospectiva con sus películas ‘Nevando voy’ (Candela Figueira y Maitena Muruzábal, 2007), ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ (Pedro Almodóvar, 1988), ‘Soldados de Salamina’ (David Trueba, 2003), ‘La vida alegre’ (Fernando Colomo, 1987), ‘El año de las luces’ (Fernando Trueba, 1986), ‘Amantes’ (Vicente Aranda, 1990) y ‘La vaquilla’ (Luis García Berlanga, 1985).

  De peculiares facciones y profunda voz, Latorre se inicia en el teatro pero pronto se erige, desde finales de la década de 1980 hasta ahora, en uno de los secundarios más relevantes del cine español. Ha trabajado, además de los anteriormente referidos, para Juan Antonio Bardem, Pedro Olea, Rafael Monleón, Ricardo Franco, José Luis García Sánchez, Mario Camus, Tito Fernández, Miguel Hermoso, Adolfo Dufour, José María Forqué, José Antonio Páramo, Antonio José Betancor, Francisco Betriu, Pedro Costa, Antonio Mercero, Sánchez Valdés, Isasi Isasmendi, Terry Gilliam, Gonzalo Suárez o Jaime de Armiñán. “Seguro que alguno os suena”, dijo, con algo de soberbia. Al recoger el premio, nuestro emocionado (y cada día más orondo, por dios) protagonista dio las gracias a todos, y dedicó su premio a Santiago Fuster, a Santiago Meléndez y a sus padres, claro. También a Luis Alegre, que fue quien le introdujo en el circuito madrileño. El intérprete zaragozano, con más de setenta trabajos en cuarenta años de rodaje, y que con su sola presencia ‘llenó’ el escenario -ya digo-, dijo que el Simón de honor 2018, en efecto, “es muy de agradecer, aunque no siempre se triunfa del todo en la propia tierra, algo que siempre se ha dicho y he podido confirmar que es así”. Sin querer profundizar en el tema, sí afirmó que “mientras te vas a Madrid y todas las puertas se abren, no siempre ocurre lo mismo en otros sitios”.

  Como la gala de la academia del cine aragonés estaba dedicada a la mujer (la embajadora fue una conmovida Gemma Cuervo), y ya que el premio de honor fue para un hombre, qué mejor que haber galardonado un documental dirigido por una fémina en torno a otra. Dos por el precio de una: Vicky Calavia, en funciones de realizadora (o así), y María Moliner, a la que aquella le tiende su palabras del diccionario español de uso. Pero tampoco se llevó ningún premio, maldita sea, porque, sinceramente, ese artefacto audiovisual es de una mediocridad aplastante, un convencional reportaje televisivo que, salvo algunos (pocos) testimonios de ciertos expertos, nada dice, nada significa, nada importa. La importancia, en todo caso, del cine mal entendido. Y, además, competía con propuestas más atractivas, mejor acabadas. Ahí estaba, sin ir más lejos, el documento musical de Jorge Nebra ‘Local 7’. O ‘El viaje en la oscuridad de Rayers Sam’, de Orencio Boix. O ‘Gurs, historia y memoria’, de Verónica Sáenz. O el documental que se llevó el gordo, ‘Buscando a Djeneba’, de José Manuel Herráiz, quien narra su reencuentro con una joven maliense, albina, once años después de conocerla.

  El premio al mejor cortometraje (y al mejor guion) fue para Lucas Castán por ‘Los hombres de verdad no lloran’, y se quedaron sin la ansiada estatuilla Gaizka Urresti (‘Acogida’) y Miguel Casanova (‘Vergüenza’). Es un relato en torno a un niño con problemas físicos que no puede practicar hockey sobre hielo y los intentos de su padre porque cumpla sus sueños. La mejor dirección recayó en la realizadora Gala Gracia –omito el chiste fácil- por ‘El color de la sed’, pequeña gran pieza en torno a un ganadero de ovejas que ve cómo su rebaño sufre por la sequía, y que también fue premiada a la mejor producción (de Estela Rasal) y a la mejor fotografía (de Daniel Vergara). El resto de operadores candidatos (Fernando Gil, Jorge Bautista y Sergio de Uña) se fueron de vacío. La mejor interpretación se la llevó Carmen Gutiérrez por la serie ‘Grupo 2: Homicidios’, y se quedaron con las ganas Ana Soro, Jorge Usón, Juan Fernández y Laura Contreras. Del mejor montaje salió vencedor Antonio Hurtado por el largometraje ’11D: una mañana de invierno’, que recrea el atentado que destrozó la casa cuartel de la guardia civil de la avenida Cataluña de Zaragoza y segó las vidas de once personas, y nada pudieron hacer los otros candidatos (Jorge Nebra, Luis Calles, Toño Egea y Maxi Campo). La mañana invernal también obtuvo el premio de vestuario, sin opciones para Ana Sanagustín, Laura Sanz y Manuel Mercado. Y en la categoría especial del maquillaje y peluquería venció Ana Bruned (‘Las pesadillas de Cajal’), sin que Cristina Sánchez, Jaume Esteve y Luis Sorando pudieran hacer nada. Mala suerte, compañeros (y compañeras).

  Comentario aparte merecen los premiados trabajos ‘Grupo 2: Homicidios’ y ’11D: una mañana de invierno’, ambos dirigidos por Roberto Roldán, que se llevaron tres estatuillas en diferentes cometidos. Unos productos Henneo (factoría que se ha cargado el pequeño tejido audiovisual aragonés) donde unos policías, en el primer caso, utilizan métodos científicos para tratar de esclarecer hechos ocurridos en Aragón, al modo de un ‘CSI’ a la baturra (con, precisamente, Gabriel Latorre en el papel de inspector jefe). Y si la serie deja mucho que desear, la docuficción sobre el once de diciembre se antoja como un empacho castrense de mensajes beatíficos y subrayados marca de la casa, sobre la importancia del trabajo colaborativo, con personajes de una pieza en un ambiente familiar de los guardias civiles, entre el folletín y el más rancio costumbrismo, que parece una simple hagiografía o glosa o loa a la benemérita. Pero al gran poder hay que hacerle la rosca, por si acaso… Y premio va, premio viene. Así va todo, periodistas incluidos. Recuerden, si no, la sentencia de Thomas Jefferson: “Quien no sabe nada está más cerca de la verdad que quien tiene la mente repleta de falsedades y errores”.

  Y de los Simón al festival internacional del cine de cortometraje en Huesca. Si en la gala de la academia del cine aragonés homenajearon a Gabriel Latorre, el certamen oscense hizo lo propio con el actor José Sacristán (quien, por cierto, ha llegado a trabajar con el intérprete zaragozano en alguna de las películas antes reseñadas), siempre con su cara de acelga a cuestas. Para la ocasión, se estrenó su último largometraje, ‘Formentera lady’, el primero dirigido por el actor Pau Durà, en el que Sacristán interpreta a un viejo jipi que se instaló en la localidad del título durante la década de 1970. Esta reflexión sobre el pasado y las decisiones que tomamos sirvieron de broche al homenaje a un actor que el productor Pedro Masó le hizo debutar en la película del zaragozano Fernando Palacios ‘La familia… y uno más’ (1965). Con seis décadas de trayectoria, que abarcan más de ciento veinte películas y un buen puñado de series y obras de teatro, Sacristán ha participado en más de un título sabroso, con algún parón que otro. Hagan memoria: ‘Operación Mata Hari’, ‘Pierna creciente, falda menguante’, ‘Vente a ligar al Oeste’, ‘Mi mujer es muy decente, dentro de lo que cabe’, ‘Niñas… ¡al salón!’ y así. Pero este madrileño de Chinchón no solo hizo películas de título picante, pues en su haber figuran, del mismo modo, obras de mayor enjundia. Ahí están, para corroborarlo, ‘Asignatura pendiente’ (José Luis Garci, 1977), ‘Un hombre llamado Flor de Otoño’ (Pedro Olea, 1978), ‘El viaje a ninguna parte’ (Fernando Fernán-Gómez, 1988), ‘Un lugar en el mundo’ (Adolfo Aristaráin, 1992), ‘El muerto y ser feliz’ (Javier Rebollo, 2012) o ‘Madrid, 1987’ (David Trueba, 2012), por poner unos ejemplos. De su cine como director…  la callada por respuesta.

  También fue homenajeada la joven actriz Aura Garrido en este festival oscense, en una edición en la que se estrenaba en la dirección Rubén Moreno. ‘La huella’, del mexicano Carlos Andrade; ‘Miss Sueños’, del rumano Radu Potcoava, y ‘Waste nº 1 money’, del finlandés Jan Ijäs, obtuvieron sus respectivos premios Danzante de cortometraje iberoamericano, internacional y documental. Otros premios importantes recayeron en Felipe Gálvez (‘Rapaz’, Chile), Sebastián Cuevas (‘El camino de los perros’, Chile), Moisés Romera (‘9 pasos’, España), Jamille Van Wijngaarden (‘Catastrophe’, Holanda), Michael Podogil (Fucking drama’, Austria), Marco Scotuzzi (‘Magic Alps’, Italia), Kenneth Karlstad (‘Gutten er sulten’, Noruega) y Aleksander Pietrzak (‘Ja i mój tata’, Polonia). Un trabajo este último tan fascinante como raro, raro. Como los chicos (o chicas, que no quiero líos) de la academia del cine aragonés (signifique lo que signifique “cine aragonés”).

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