De Margarita Lozano a Monica Vitti, con Buñuel al fondo


Por Don Quiterio

   Paco Rabal juega al tute con Silvia Pinal y Margarita Lozano en la escena final de ‘Viridiana’ (1961), una obra maestra llena de…

….surrealismo, humor negro, naturalismo, tragedia e irreverencia, la más grande de la filmografía de Luis Buñuel y también del cine español. Pocos como el calandino para burlar la censura con dobles sentidos. El filme arroja el más turbio claroscuro, tanto fotográfico como moral, que pudiera soñar Benito Pérez Galdós, en cuya novela ‘Halma’ se apoya. En la historia de la novicia Viridiana, en las pulsiones y obscenidades de su tío, en el trío junto a la sirvienta que interpreta Margarita Lozano –capaz de ser expresiva y poner cara de póquer-, en el tratamiento de la bondad y la perversión, en la seca y espinosa visión del mundo, en su aleación de lo terrible y lo poético, en todo, en fin, hay un golpazo del mejor Buñuel.

  Actriz eminentemente de teatro, el idilio con el cine de la recientemente fallecida Margarita Lozano la lleva a participar en ‘Los tarantos’ (Francisco Rovira Beleta, 1963), el clásico ‘Romeo y Julieta’ según la pieza teatral de Alfredo Mañas, donde drama musical, documento y flamenco en clave gitana se aúnan de forma veraz y honesta, y ‘Los farsantes’ (Mario Camus, 1963), crónica de las andanzas de un grupo teatral ambulante perseguido por la miseria e intolerancia de sus miembros, objeto de burlas de unos y de abusos por parte de otros, en una atípica y personal película de carretera basada en una novela de Daniel Sueiro, con alguna influencia buñueliana quizás (¡ese final!).

  Margarita Lozano, en esa década, trabaja frecuentemente en el cine italiano, aparte de aparecer en la serie de televisión española ‘Sospecha’. Lo hace, por ejemplo, de la mano de Sergio Leone en ‘Por un puñado de dólares’ (1964), una película que no es buena, pero lo parece, calco del ‘Mercenario’ de Akira Kurosawa, trasladando la época de los samuráis a la del oeste, donde reinventa el género del wéstern añadiéndole ‘pomodoro’ y cocinándolo como los espaguetis. Más interesante es su participación en ‘Pocilga’ (1969), de Pier Paolo Pasolini, la historia paralela de dos jóvenes marginados y el trágico fin de ambos.

  Más adelante, en los años ochenta, Margarita Lozano graba para televisión ‘Lorca, muerte de un poeta’, la discutible serie dirigida por Juan Antonio Bardem. Además, los italianos hermanos Taviani la llaman a filas para interpretar papeles en las maravillosas ‘La noche de san Lorenzo’ (1982), ‘Buenas días, Babilonia’ (1986) o ‘El sol también sale de noche’ (1990). Lo mismo hace Manuel Gutiérrez Aragón en ‘La mitad del cielo’ (1986), donde Margarita Lozano deja entrar, en su papel de abuela y bruja, sus fantasmas por los resquicios de un relato estético y subyugante, en el que las miradas se desdoblan y la realidad y la imaginación se funden, demostración palpable de que el realismo no tiene por qué ser garbancero ni lo social panfletario. Y el francés Claude Berri la llama para ‘El manantial de las colinas’ (1986), según la novela de Marcel Pagnol. En su etapa final, a la Lozano la hemos visto en ‘Octavia’ (2002), de ese Basilio Martín Patino como una suerte de cruce castellano entre Rossellini, Cassavetes y Angelopoulos, o en un filme del italiano Tinto Brass, al lado de Vanessa Redgrave y Franco Nero.

  Otra actriz recientemente fallecida, la italiana Monica Vitti, llamada al nacer Maria Luisa Ceciarelli, trabaja a las órdenes de Buñuel en ‘El discreto encanto de la burguesía’ (1972), la obra más surrealista de la última etapa del aragonés, donde un grupo de burgueses intenta iniciar el rito social de celebrar una cena de matrimonios, pero cada vez que lo intentan ocurre algo que lo impide, y ‘El fantasma de la libertad’ (1973), una película sin argumento aparente, pues cuando se inicia una acción, sea cual sea, la situación se desvía de pronto hacia otra diferente. A Buñuel siempre le gustó la Vitti, su ronca voz e innato garbo, su antidivismo y sensualidad, su belleza y bravura, esa imagen de aristocracia neurótica, enigmática, incapaz de relacionarse con otros. Y su mirada profunda, estéticamente perfecta desde cualquier ángulo.

  Musa (y cómplice) del esteta infinito Michelangelo Antonioni, quien la convierte en el rostro de ese cine de la incomunicación (o de la eternidad) que avanza por los cauces del hermetismo y la introspección, y reina de la comedia italiana, junto a Sophia Loren y Claudia Cardinale, la Vitti trabaja con directores como Mario Amendola, Joseph Losey, Vittorio de Sica, Ettore Scola, Dino Risi, Luciano Salce, Luigi Comencini, Mario Monicelli, Luigi Zampa, Tinto Brass, Franco Zeffirelli, Carlo di Palma o Roberto Russo. Y comparte cartel con actores de la categoría de Alberto Sordi, Nino Manfredi, Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi o Vittorio Gassman. Una actriz, esto es, que logra un equilibrio impresionante al aunar el cine de autor, de halo intelectual, con la comedia. Del adusto enigma al frenesí a la italiana, por así decir. Tan buena para el humor, en efecto, como para el drama de angustia existencial. Asimismo, dirige dos películas sin mayor importancia, ‘La fuggi diva’ (1983) y ‘Escándalo secreto’ (1990), esta última también de protagonista junto a un prendado Elliott Gould.

¿Alguna vez soñaría Buñuel con un trío formado por Margarita Lozano, Monica Vitti y él mismo, echando un guiñote? Hagan apuestas y jueguen una partida. Sin fruncir los ceños.

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