De Jordi Sabatés a Emilio Casanova (o del piano acústico -y eléctrico- a Chomón)


Por Don Quiterio 

  Acaba de fallecer el pianista Jordi Sabatés, nacido en Barcelona en 1948 y todo un referente de la fusión del jazz, el funky, la música clásica, la canción de autor …

….en Cataluña, percusiones de claqué y africanas. Con él se nos va toda la nostalgia de mañana. Todos los ritmos. Hermano del guitarrista Ricky Sabatés, Jordi inicia su carrera profesional desde muy joven con Pau Riba y su legendario ‘Dioptria’, grabado en 1969, cuando forma parte de la banda Om con Toti Soler. En esta primera etapa participa como intérprete y arreglista en discos de Quico Pi de la Serra, Ovidi Montlor o María del Mar Bonet, antes de formar su propio grupo en 1971, Jarka, con el que edita ‘Ortodoxia’ y ‘Morgue o Berenice’. Más adelante trabaja con el contrabajista François Rabbath, la soprano Carmen Bustamante o los pianistas Santi Arisa, Chano Domínguez y Agustí Fernández. O el gran Tete Montoliu, con quien toca el piano acústico y eléctrico en el magnífico álbum ‘Vampyria’, de 1974.

   A lo largo de su vida realiza varias incursiones musicales en el mundo del cine y la literatura, como las obras inspiradas en ‘El señor de los anillos’, Murnau, Buster Keaton, Méliès o el turolense Segundo de Chomón. Él mismo habla de sus referentes y menciona también a Valle-Inclán, Gertrude Stein, Bob Dylan, Baudelaire, Lorca, Chopin, Nietzsche, Marilyn Monroe, Erik Satie, Debussy, Edgar Allan Poe, Mary Shelley, Lewis Carroll, Lovecraft, Kafka, Apollinaire, Charlie Parker, Oscar Wilde, Marcel Proust, Bessie Smith, Breton, Rimbaud, Mozart, Woody Guthrie, Màrius Torres, Scott Joplin o la Niña de los Peines. Pájaros, maldita sea, del más allá.

  Su carrera es un no parar y ya en el nuevo milenio hace la música para un documental dedicado a Bola de Nieve, que aparece en el disco ‘A propósito de Bola de Nieve’ (2008), para cerrar su trayectoria con el álbum ‘Maverick’ (2016). Entre ambos, y producido por Fundación Autor, se publica el deuvedé ‘Le piano magique’, una recreación de Jordi Sabatés a Segundo de Chomón, en un audiovisual dirigido por el zaragozano Emilio Casanova y estrenado en la filmoteca de Zaragoza en 2012, con la siguiente reseña publicada para la ocasión por el arriba firmante en este ‘pollo urbano’.

‘Le piano magique’, documental de Emilio Casanova

  Afirma Francisco Javier Millán, estudioso de la obra de Segundo de Chomón –y, por extensión, de todos los cineastas turolenses, aficionados o profesionales- y director de la revista cinematográfica ‘Cabiria’, que Aragón tiene un defecto terrible, que históricamente ha mandado a la mierda a sus creadores, y si son cineastas, más todavía. Al parecer, hace unos años, discutió con un profesor de la universidad de Barcelona al presumir con él de ser de la tierra de Segundo de Chomón. Y el docente le contestó, contundente: “Chomón es más catalán que aragonés, porque en Teruel solo nació, pero sus méritos los consiguió como barcelonés”.

“¿Qué habéis hecho por Chomón?”, le preguntó, desafiante, a Javier Millán. Y este le contestó: “Tenemos un instituto que lleva su nombre, y hasta una revista de cine”. La respuesta fue otra vez tajante: “En Cataluña hemos colocado placas donde vivió, organizado ciclos en el festival de Sitges, publicado libros y, sobre todo, hemos recuperado sus películas y también hemos hecho varios documentales”. Con Buñuel, dice Millán, pasa tres cuartos de lo mismo: “Si Buñuel lo tuvieran los catalanes habrían hecho oro con él, como ha ocurrido con Dalí, pero el complejo pueblerino aragonés, encubierto de bonachón, nos puede. Si es que Goya ya nos pintaba a garrotazo limpio…”.

  Para que no se diga, el veterano cineasta aragonés Emilio Casanova (Zaragoza, 1955), que ya había documentado en imágenes a Goya y Buñuel, se enfrenta ahora a la figura de Chomón (1871-1929) en ‘Le piano magique’ (2011), con el aclarativo subtítulo de ‘Jordi Sabatés recrea a Segundo de Chomón’ y el patrocinio –como no podía ser de otra manera- de la filmoteca de Cataluña, un documental que, ciertamente, no ahonda, ni es la intención, en su relación con el pueblo catalán, que le acogió y le dio alas. Al igual que Goya o Buñuel, a Casanova le interesa la figura de Chomón (como también le han interesado, en distintas épocas, las de Julio Alejandro, Ramón Acín, Antonio Saura, Ricardo Compairé o Pablo Gargallo, escultor aragonés –curiosamente- de un recorrido vital parecido al pionero cineasta), acaso por una trascendencia posterior, acaso por sus enormes posibilidades para fabricar un gran espectáculo visual.

  No es fácil construir con tanto caudal de intenciones, sin embargo, una narración compleja y sugestiva, y también ágil e interesante, que prenda en el espectador, y ahí peca Casanova en su ambición. Su audiovisual parece un manual académico –y academicista- en el que van sucediendo imágenes informativas unas detrás de las otras. El conjunto de imágenes, empero, no suma, más bien acumula datos, pequeñas piezas del turolense, y cuando todavía no se ha asimilado una acción la otra aparece de súbito y oculta la anterior (en la mejor tradición, en cualquier caso, de las fantasmagorías a las que se alude), no dejando que hagamos una degustación de cada momento, sin dejar reposar ninguna de la manifestaciones, con una sensación de urgencia forzada.

  El título del documento hace referencia al piano ‘mágico’ del músico catalán Jordi Sabatés, quien recrea a Segundo de Chomón con su acompañamiento visual y sonoro. Y, por supuesto, ensalza su mundo en movimiento, sus fantasías endiabladas, sus pequeñas transformaciones, sus alardes equilibristas, sus luchas fraticidas. De este modo, Casanova nos habla de este operador español de noble ascendencia francesa (De Chaumont) que estudia ingeniería y lucha en la guerra de Cuba. El cinematógrafo Lumière le llama poderosamente la atención desde sus primeras exhibiciones (como cuando el propio Casanova descubre las posibilidades del videoarte) e instala en Barcelona un taller para el coloreado a mano de películas.

 Chomón, en 1902, descubre el trucaje llamado ‘paso de manivela’, que utiliza en ‘Eclipse de sol’ (1905) y ‘El hotel eléctrico’ (1910). Pronto se convierte en habilísimo especialista de trucajes. La empresa Pathé, principal competidora de los filmes de trucos lanzados por Méliès, lo contrata en 1906 e interviene en gran número de producciones. Entre ellas, muchas cintas de fantasía y ‘La vida, pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo’ (1907), de Ferdinand Zecca, en donde utiliza, por vez primera, la cámara en movimiento (el llamado ‘travelling’), novedad técnica que perfecciona en el rodaje de la ambiciosa película italiana ‘Cabiria’ (1914), de Giovanni Pastrone, con la que también consigue sorprendentes efectos con el empleo de la luz artificial.

  Es, junto con Georges Méliès, el gran especialista en trucajes del cine primitivo. Y aunque sus primeras experiencias cinematográficas se sitúan en Barcelona, exiliado a Francia e Italia daría patentes muestras de su capacidad artesanal. De la etapa italiana del creador aragonés destaca también el mediometraje de muñecos animados ‘La guerra y el sueño de Momi’ (1916), fotografiado en blanco y negro y en color, un drama donde el pequeño protagonista, en compañía de su madre y su abuela, escucha encantado la lectura de la carta que el padre ha enviado del frente. En 1923, junto a Ernesto Zollinger, codirige otros dos mediometrajes: ‘La natura a colori’ y ‘Mimosa’. Tres años después, en esas sus incursiones, realiza los efectos especiales del ‘Napoleón’ de Abel Gance.

  En las casi quinientas películas en las que interviene Chomón (de nombre completo Segundo Víctor Aurelio de Chomón y Ruiz) como director, fotógrafo, realizador de maquetas o de efectos especiales, se fragua la importancia cultural del cine como espectáculo o como vehículo nuevo de expresión. El cine mudo español no cuenta con otro investigador de su talla, diluyéndose en buena parte sus hallazgos, mejor aprovechados por otras cinematografías. Realiza cortometrajes documentales, turísticos, taurinos, científicos, trucados, fantasmagorías, marionetas, cuentos populares o infantiles, temas cómicos, históricos, dramas, escenas de transformismo, muñecos animados o trucajes combinados.

  Así, entre 1901 y 1913, Chomón dirige numerosas películas de pequeño metraje, una filmografía articulada en muchos géneros y tendencias. De excursiones y visitas a Burgos, a Montserrat, al Tibidabo, a Toledo, a Zaragoza, a los Pirineos, a Gerona, a Barcelona. De viajes a la Luna, a Marte, a Júpiter, al centro de la Tierra. De animaciones de sombras, de siluetas, de carteles, de pajaritas, de juguetes. De las adaptaciones literarias con la compañía de Pulgarcito o de Gulliver, insertos o no en un país de gigantes. También de cocinas magnéticas, de teatros eléctricos, de bastones excéntricos, de estanques estancados, de rosas, esculturas y pantallas mágicas. De choque de trenes y forzudos, duendes y buceadores, hombres con muchas cabezas o simplemente con cabezas elásticas, brujos y brujas, hadas y trovadores, hechiceros, fantasmas, jueces, cocineros, diablos y carboneros, porteros y carceleros, santos y vagabundos. Y el mundo fantástico de los escarabajos y pollos, las abejas y mariposas, los caballos y burros, los monstruos o dragones.

   Casanova, en fin, nos habla del más importante pionero del cine español, inventor de técnicas como la doble impresión, las maquetas o el coloreado a mano. De hecho, se trata del primer realizador que ejecuta una película en color, prácticamente en los orígenes del cinematógrafo, y ha sido calificado como el Méliès español. Al igual que su colega de Montreuil, Chomón intuye pronto que el cine constituye un rico potencial para convertirse en fábrica de sueños. Este visionario, más imaginativo que de verdadero talento, comprende que las películas tienen el poder de capturar los sueños. Cuando el cine está en mantillas, Chomón es capaz de incorporar la magia, jugar con las ficciones, alimentar la fantasía y hacer que la mente del espectador volara por mundos desconocidos. Operador, inventor, director de fotografía y realizador, Chomón, el primer ilusionista del cine español, cae en el olvido hasta que su obra es rescatada por el aprecio de algunos colegas.

  Casanova intenta profundizar en las raíces culturales, estéticas y técnicas de Chomón. Lo hace mediante imágenes de sus películas, fotografías, dibujos, pósteres, aparatos originales, vestuario, maquetas y muy variada documentación. La revolución de Chomón –y la de Méliès- se fragua en las antípodas del cine documental de los hermanos Lumière, combinando el universo de Jean-Eugène Robert Houdeim, el padre de la magia moderna –no confundir con el gran Houdini-, con la cinematografía de Marey, impulsando así el cine como espectáculo.

  Sin los retos técnicos y narrativos que se plantea y resuelve, de manera tan rudimentaria como eficaz, es muy probable, puestos a exagerar, que los desafíos de Georges Lucas, Stanley Kubrick, Steven Spielberg, Ridley Scott y tantos otros magos del cine en el último tramo del siglo veinte no se hubieran superado. Y  Emilio Casanova, esto es, le rinde homenaje en ‘Le piano magique’. Un homenajeado que accede al cine en 1897, de la mano de su esposa Julianne, quien colabora como actriz en las primeras cintas de Méliès: en su taller aprende técnicas de iluminación, trucaje y coloreado, que, una vez en Barcelona, aplicará a sus primeras películas de producción propia.

  Con diseño gráfico de Rubén Cárdenas, el documental –en realidad, un interactivo producido en 2011 del que se extraen ochenta minutos- se inicia con una voz en off que nos introduce en la figura del pianista Jordi Sabatés -con quien ya participa Casanova en una de sus ‘Estampas’, ese álbum de personajes aragoneses-, para pasar rápidamente a la misma femenina voz en off  haciendo un pequeño recorrido por la vida y obra de Chomón, a través de los correctos textos de Adolfo Ayuso. A continuación, la pantalla la divide Casanova en dos partes: a la izquierda del espectador se encuentra el pianista, que interpreta las piezas del cineasta turolense –recreándose, sobre todo, con esas bailarinas que salen de unos gigantescos huevos de pascua-, y a la derecha se van sucediendo ciertas obras de su filmografía. A veces, en un guiño cenital al pionero, se incorpora, debajo de las piezas fílmicas, un primer plano alargado de las teclas del piano y las manos del arreglista. Sabatés, en efecto, acompaña musicalmente las imágenes silentes, que nos retrotraen a los primeros cinematógrafos, o a cualquier sesión, por no irnos tan lejos, de aquellas jornadas mudas de cine mudo en Uncastillo. Y estas imágenes silentes acompañadas al piano de Jordi Sabatés finalizan con el cierre de los cortinajes de un escenario cualquiera utilizado por nuestro protagonista, en un bonito epílogo de despedida al mago de las imágenes, al pianista que las acompaña y, claro está, al espectador.

  Yo no sé, como dice Millán, si Aragón tiene un defecto terrible con sus creadores. Sí sé que, al menos, lo tiene con los contemporáneos, en no quererlos ver con una mirada limpia, sin prejuicios. Hay mucho talento por ahí desperdigado, y nadie hace caso, mirando muchas veces para otro lado, por ignorancia o comodidad. Ya le ocurrió al mismísimo Segundo de Chomón, nuevamente recuperado en este interactivo de Emilio Casanova, que murió en el olvido de sus coetáneos mientras estos hablaban y escribían, pongo por caso, de Miguel Servet, otro adelantado a su tiempo (del que, por cierto, José Luis Corral, otro historiador zaragozano –de escritura-, rescata por enésima vez). Porque siempre habrá alguien que dentro de cien años -un suponer- escriba o filme en torno a la pintura de Alfonso Val Ortego. Como hace ahora Emilio Casanova con el pionero de Teruel.

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