Gonzalo Suárez, vino y sardinas


Por Don Quiterio 

  Un buen comienzo es algo muy deseable, pero, a menudo, insuficiente. De hecho, un mal comienzo es una oportunidad para empezar de nuevo, y empezar es el acto más hermoso que existe.

     Algo así le ocurrió a Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) cuando conoció al cineasta turolense Luis Buñuel en una noche de vino y sardinas. Una noche maravillosa con el sordo de Calanda, al parecer, en la que se basó para escribir un artículo que el propio autor de ‘Viridiana’ supervisó, llegando a censurar algunos párrafos en los que no hablaba bien de algunos intérpretes.

  El asturiano, con una filmografía –muchas veces- resabiada, cargante y pomposa, acaba de recibir el premio Luis Buñuel en el reciente festival internacional de cine de Huesca y allí recordó ese encuentro con el aragonés, su sordera, su sentido del humor y su amistad con los actores, ya fueran solventes o mediocres. Un galardón que sirvió para proyectar su última pieza, ‘Alas de tiniebla’ (2020), un cortometraje sobre el origen de la noche basado en un cuento de Anne-Hélène Suárez Girard, la hija del director que se inspiró en un sueño que tuvo hace años, en el que “estaba dentro de un coche en medio de una carretera desierta y, de repente, veía descender del cielo a unas aves inmensas y oscuras”. En este trabajo resuenan las voces de Ana Álvarez, Charo López y José Sacristán combinadas con los dibujos de Pablo Auladell, quien también ilustra el anterior corto del cineasta, ‘El sueño de Malinche’ (2019), también visto en el certamen oscense.

  Después de rodar cortos como ‘El horrible ser nunca visto’ (1966) o ‘Ditirambo vela por nosotros’ (1967), Gonzalo Suárez debuta en la dirección de largometrajes en 1967 con ‘Ditirambo’, película perteneciente a la llamada “escuela de Barcelona” e interpretada por él mismo, a la que sigue ‘El extraño caso del doctor Fausto’ (1969), personal versión  del clásico de Goethe. Con ‘Aoom’ (1970), subtitulada ‘La muñeca asesina’, consigue una atractiva intriga en una mezcla de géneros. El humor, la tragedia y la aventura conforman un relato de amor imposible. Un actor, cansado de sí mismo y del mundo, consigue desligarse mentalmente del cuerpo que lo aprisiona y se proyecta en el de una muñeca. Extrañada de la desaparición, su amante emprende su búsqueda, con la ayuda de un excéntrico detective británico.

  Dos años después realiza casi seguidamente ‘Morbo’ y ‘Al diablo con amor’. El primero es un suspense sobre una pareja de recién casados que pasan la luna de miel en un remolque en el claro de un bosque, pero su relación va degradándose cuando ella se obsesiona con que les observan desde una casa cercana, hasta el punto de verse obligados a matar a sus dos únicos vecinos. Una turbia historia entre la soledad del campo y la amenaza de un caserón cercano, juguetonamente perversa, aunque algo malograda por la falta de capacidad cinematográfica de su autor. El segundo largometraje resulta incluso más alocado que el anterior, una aventura ambientada en la Asturias natal del realizador, con la misma pareja protagonista, Víctor Manuel y Ana Belén, quienes cantan y todo.

  En 1974 realiza también otros dos filmes, ‘La loba y la paloma’ y ‘La regenta’. El primero es una coproducción entre España y Liechtenstein, un limitadísimo híbrido entre drama experimental, thriller sicológico y cine de aventuras, con asesinatos y manicomios, traumas y estatuillas de oro. Por su parte, ‘La regenta’ es el drama de las pasiones de una mujer de la alta sociedad, atrapada en un matrimonio con un hombre mucho mayor que ella en el asfixiante ambiente de una ciudad de provincias (Oviedo) del siglo diecinueve. El productor Emiliano Piedra propone a Luis Buñuel y a Orson Welles adaptar la novela homónima de Leopoldo Alas ‘Clarín’, pero es finalmente Gonzalo Suárez el elegido, con una Emma Penella –esposa del productor- como la teóricamente joven y grácil protagonista, totalmente fuera de lugar para ese papel, sin la fragilidad y el misticismo del personaje original. El guion de Juan Antonio Porto se limita a glosar meramente el argumento de una obra extensísima, sin sacar  partido del tapiz de la época, del papel de la iglesia o del romanticismo vetusto.

  De 1976 son, asimismo, otras dos películas, ‘Beatriz’ y ‘Parranda’. La primera es la confluencia de varios cuentos de Valle-Inclán (‘Beatriz’, ‘Mi hermana Antonia’, ‘Rosarito’) para un relato atravesado por la religión y la superstición, las posesiones y el erotismo, en torno a un fraile que consigue escapar de unos ladrones gracias a una condena, pero la ambientación gallega no es suficiente para trascender los originales literarios, pese al morbo y las rarezas. Más interés ofrece ‘Parranda’, basada en la novela de Eduardo Blanco Amor ‘A esmorga’, una historia turbia y sórdida, de sexo, alcohol y muerte, ambientada en el Orense de la posguerra y a medio camino entre la fábula fantástica y el relato naturalista, sobre la juerga de tres miserables mineros asturianos que terminan en el cuartel de la guardia civil. Pese a la irregularidad y a que los personajes parecen no tener salida, el viaje es hipnótico.

  También quiere ser hipnótica ‘Reina Zanahoria’ (1977), donde Suárez trata de recuperar los planteamientos conceptuales y estéticos de sus comienzos, pero los resultados no son buenos. Con ‘Epílogo’ (1983), sin embargo, consigue una de sus mejores películas, el drama de dos escritores que han trabajado juntos y se separan porque están enamorados de la misma mujer. Pasados diez años, volverán a encontrarse tratando de hallar un final a su historia. Suárez vuelve a los personajes que fundamentan su mitología, Ditirambo y Rocabruno, y se lanza a una defensa de la libertad de la palabra. Un filme cargado de reflexiones sobre la imagen y la literatura (mucha, mucha literatura) y de obsesiones metalingüísticas, adornado con una colección de diálogos densos y sombríos. La secundaria Sandra Toral, en el papel de Ana, roba todas las escenas en que aparece.

  Entre estas dos historias, Suárez rueda un episodio de los ocho que conforman el filme colectivo ‘Cuentos para una escapada’ (1979), mediocres relatos infantiles codirigidos por Manuel Gutiérrez Aragón, José Luis García Sánchez, Miguel Ángel Pacheco, Jaime Chávarri, Emiliano de Pedraza, Teo Escamilla y Carles Mira. Y llegamos a la obra maestra de Gonzalo Suárez y a uno de los mejores filmes de la historia del cine español, ‘Remando al viento’ (1987), realizado dos años después de su adaptación para una serie televisiva de la novela homónima de Emilia Pardo Bazán publicada en 1886, ‘Los pazos de Ulloa’.

  Es ‘Remando al viento’ un envolvente drama literario que no es un filme meramente ilustrativo de unos segmentos de vida de unos literatos, sino del aprovechamiento de una situación generada a su alrededor para hablar de la creación y las relaciones del autor con sus hijos de la ficción, a los que nunca llega a controlar. Por las mismas fechas, tres cineastas (Ivan Passer, Ken Russell y el propio Suárez) ofrecen sus puntos de vista sobre la creación, esto es, del mito de Frankenstein en la legendaria velada, a orillas del lago suizo Leman en Villa Diodati, de Mary Shelley, Percy Bysshe Shelley, Lord Byron y John Luigi Polidori, en una noche del quince de junio de 1816. Esta versión, con una espléndida fotografía de Carlos Suárez –hermano del realizador-, es poética y romántica, onírica y sumamente sugestiva, un melodrama de tanto preciosismo visual como potencia narrativa.

  En ‘Don Juan de los infiernos’ (1991) efectúa Suárez una recreación personal de la figura de don Juan, que parte de múltiples referencias literarias y teatrales: Molière, Zorrilla, Tirso… Los pomposos diálogos lastran, en cierto modo, un filme de evidentes aciertos plásticos, de imágenes preciosistas tan firmes como elaboradas, con referencias a El Bosco, Dalí o el propio Buñuel, y en el que el cineasta presenta al héroe avejentado, cercano a su final y devorado por el paso del tiempo, como el ‘Casanova’ felliniano. Un año después dirige ‘La reina anónima’, una comedia de situaciones y de escenario único en la que impera la extravagancia textual y visual, con un diseño heterodoxo y unos personajes extravagantes. Al modo surrealista, la película acusa ciertas pedanterías y gratuidades que no la favorecen. El sordo de Calanda, de verla, saldría irritado.

  Libre adaptación del cuento ‘Una madre’, de Andersen, ‘El detective y la muerte’ (1994) es un filme de espesor metafórico, filosófico y literario, de atmósfera onírica, en torno a una trama medio negra, medio fantástica, cuyo floreo argumental y los imposibles diálogos no ayudan a la pretensión artística de thriller nocturno, sinuoso y pretendidamente seductor, además de fantasmagórico. ‘Mi nombre es sombra’, por su parte, es una coproducción entre España, Bélgica y Portugal realizada dos años después, desafortunada variante del mito Jekyll/Hyde a partir de un relato del propio autor.

  Con ‘El portero’ (2000) estamos ante una extraña mezcolanza de comedia, fútbol, wéstern a lo Peckimpah y drama de posguerra, con un Carmelo Gómez, vieja gloria del Real Madrid prebélico, reconvertido ahora en parador de penaltis por los pueblos de Asturias, y con una trama amorosa rara y otra política aún más rara entre la benemérita y los maquis. Y, finalmente, en ‘Oviedo express’ (2007), variante de un relato del gran Stefan Zweig, nos encontramos con una suerte de vodevil con la gente que debe interpretar una versión teatral de ‘La regenta’.

  “Hay pocas personas en el mundo a las que le siente mejor el premio Luis Buñuel”, comentó el periodista Luis Alegre en el festival de cine de Huesca, quien sostuvo que, aunque ambos directores son diferentes, se parecen en algo fundamental: “Son dos creadores deslumbrantes que han hecho lo que nadie ha hecho antes, y eso es lo que define a los genios. Suárez es un género en sí mismo, es refractario a cualquier tipo de etiqueta y ha inspirado y fascinado a muchos otros creadores”. Palabras lechaguinas, con vino y sardinas.

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