Jiri Menzel, sin olvido


Por Don Quiterio

   La muerte reciente del realizador Jiri Menzel ha pasado sin pena ni gloria por los distintos medios de comunicación españoles.

    Toda una declaración de intenciones, sí, cuando se trata de una de las figuras clave de su país y uno de los cineastas más importantes que el séptimo arte ha parido, líder junto a Milos Forman de la ‘nueva ola’ checa y eslovaca experimental de principios de la década de 1960, que afronta en lo social, político y estilístico nuevas formas temáticas y narrativas a la vez que se opone al realismo socialista. Y es aclamado por comedias filosóficas agridulces que deben mucho a la tradición literaria checoslovaca.

  Nacido en Praga en 1938, Menzel se inscribe en la rama dirección de los cursos de la escuela de cine y televisión de la academia de artes escénicas de su ciudad natal, diplomándose al final del quinquenio 1957-62. En el seno de dicho centro dirige ya un par de cortometrajes –‘Domi zpanelu’ (1960) y ‘Umrel nam pan forster’ (1962)-, pero en los años inmediatamente siguientes a la obtención del diploma su actividad cinematográfica da un giro y se centra en el plano interpretativo, apareciendo en filmes de, entre otros compañeros generacionales, Evald Schorm, Ján Kádar, Elmar Klos, Ján Rohac, Vladimir Svitacek, Ján Curik, Antonin Mása, Milan Vosnik, Hinek Bocan, Antonin Moskalik y Vera Chytilová, de la que también es ayudante de dirección en ‘Hablemos de algo diferente’ (1963).

  Es en 1965 cuando dirige un episodio (‘La muerte del Baltasar’) de la comedia colectiva ‘Perlitas en el fondo’, verdadero testimonio fílmico de toda una generación del cine checo (Ivan Passer, Jan Nemec, Jaromil Jires o los mencionados Schorm y Chytilová), que adapta varios relatos cortos de Bohumil Hrabal, novelista checo que sabe mezclar costumbrismo y surrealismo. Tanto le gusta Hrabal a Menzel que un año después le adapta por segunda vez en ‘Trenes rigurosamente vigilados’.

  Crónica agridulce de las cuitas sexuales de un virginal aprendiz ferroviario de una pequeña ciudad durante la ocupación nazi, ‘Trenes rigurosamente vigilados’, en su combinación de comedia, tragedia y farsa, erotismo y sátira, naturalismo y absurdo, hasta formar una mezcla idiosincrática y seductora, es una sensible reflexión sobre la difícil transición de la adolescencia a la edad adulta, un “despertar a la primavera” que se verá trágicamente interrumpido. Y con un protagonista que recuerda a Buster Keaton, con su mirada soñadora y los ojos bien abiertos, de par en par.

  Vuelve a versionar una de sus obras en ‘Alondras en el alambre’ (1969), mirada mordaz e implacable a las purgas comunistas de 1950, protagonizada por el mismo actor de ‘Trenes’, el también cantante Václav Neckár. Vuelve de nuevo a Hrabal en ‘Tijeretazos’ (1981), sobre sus recuerdos de infancia, y en 2006 con ‘Yo serví al rey de Inglaterra’, los avatares de un hombrecillo que sale de la cárcel tras servir a los nazis durante la ocupación, una tragicomedia política de intransferible tono donde el cineasta repasa varias décadas de la historia checa en una agitada combinación de drama y humor sostenida por hirientes dardos que apuntan a todas las esferas sociales. Aunque rueda alguna película de intriga, como ‘Crimen en el café’ (1968), Menzel prefiere siempre comedia, muchas veces absurda, personal y combativa, con la que trata con ingenio temáticas sociales, históricas, individuales o colectivas, ambientadas en la ciudad o el campo. Otros títulos suyos a destacar son ‘Un verano caprichoso’ (1967), ‘El buscador de oro’ (1974), ‘Los hombres de la manivela’ (1978) y ‘Mi dulce pueblecito’ (1986). Dirige su último filme en 2013, ‘Dosajni’, en torno a los preparativos de un montaje de ópera de Mozart.

  De su larga carrera como actor, con más de setenta créditos en su currículum, destacan algunas películas propias, pero también otras de cineastas como Constantin Costa-Gavras (‘La petite apocalypse’, 1993) o Juraj Herz (‘El incinerador de cadáveres’, 1972). Su último papel, ‘Sin olvido’ (2020), es el de un hombre que en su vejez busca venganza por la muerte de su padre a manos de un soldado nazi, un viaje a la memoria del holocausto que no renuncia a algún momento de comedia. “¿Debe un hijo pedir perdón por la villanía de su padre? ¿Quién soporta un mayor sufrimiento, el vástago de un martirizado o el descendiente de un asesino? ¿Cuál es nuestra responsabilidad por lo que sucedió durante la guerra en nuestro país? ¿Por qué aceptamos las tendencias neofascistas en la sociedad?”, se interroga el director del filme, Martin Sulik.

  Sin apretar a fondo el pedal del dramatismo, pero lejos de la comicidad excéntrica con la que Paolo Sorrentino trata el tema del holocausto en ‘Un lugar donde quedarse’ (2011), Sulik bucea en la memoria del genocidio eslovaco uniendo al heredero de un criminal de guerra y al hijo de una de sus víctimas mediante una ‘road movie’ que no entiende el humor como atajo, sino más bien como la única herramienta capaz de exhumar los restos más profundos de la barbarie.

  Menzel, en última instancia, siempre plantó cara a los totalitarismos con una sonrisa, señal de inteligencia, y desarrolló su accidentada y espaciada carrera a partir de textos ajenos, en un país fuertemente atenazado por la censura. En cualquier caso, dijo en una ocasión que se trabajaba mejor dentro de unos límites, sin defender la censura: “Cuando acabó el control del estado y todo el mundo pudo hacer lo que quería, rápidamente se vio que no había tanto genio reprimido. Muchos tontos quedaron al descubierto”.

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