Solo se vive una vez: Uno, dos, tres…


Por Don Quiterio

  Se ha muerto Narciso Ibáñez Serrador, ‘Chicho’ para todo aquel que haya encendido la tele alguna vez en los últimos cincuenta años, y con él se va un pedazo de la memoria emocional de una España que también se fue.

    A Chicho le debemos que pusiera color a un país en el que no solo la televisión era en blanco y negro. Un pionero del terror, un género prácticamente virgen en el audiovisual español cuando decide tomarle el pulso a unos escalofríos que todavía se suscitaban con recursos poéticos y no con sobresaltos charcuteros. Hijo de actores y criado entre giras y escenario, Ibáñez Serrador revoluciona a mediados de los sesenta la televisión española (el zaragozano Alfredo Castellón es otro pionero de la época) con su serie ‘Historias para no dormir’, primer disparo de este todoterreno en el suspense, ya abordado por su admirado Alfred Hitchcock. Poco tarda en hacer lo propio en la gran pantalla, donde debuta con ‘La residencia’ (1969), un enorme éxito de taquilla cuyo guion firma Luis Peñafiel, seudónimo ocasional como escritor del propio Chicho, quien convierte un cuento de Juan Tébar en un truculento relato de horror para rendir un homenaje al terror gótico de la productora Hammer, aderezado con unas pinceladas de la hitchcockiana ‘Psicosis’. Al guion se le notan demasiado las costuras, pese a que la puesta en escena del director intenta que perviva un aire malsano y turbio, perturbador y osado, con unos movimientos de cámara de una elegancia digna de Max Ophuls.

  Fiel a su estilo, perpetúa un sello que lo consolida en 1976 con ‘¿Quién puede matar a un niño?’, su segundo y último largometraje para el cine, del que también es guionista, de un despojamiento casi documental que rehúye los escenarios cerrados y sombríos para explorar a plena luz del día la malignidad disfrazada de inocencia y urdir un universo de pesadilla. Pero este argumento, prometedor e interesante, queda desdibujado por cierta falta de imaginación y escaso brío narrativo de su realizador (que no se priva de su hitchcockiana aparición, faltaría más), quien dilata inútilmente la acción y plagia de todos los sitios imaginables, una suerte de variante ‘humana’ de ‘Los pájaros’. Tampoco ayuda el prólogo ejemplarmente demagógico, con unas escenas documentales de niños destrozados por distintas catástrofes.

  Este cineasta, director teatral, actor y creador de concursos televisivos (el ‘Un, dos, tres… ¡responda otra vez!’, presentado sucesivamente, desde 1972 y hasta tres décadas después, por Kiko Ledgard, Mayra Gómez Kemp, Miriam Díaz Aroca o Jordi Estalleda) siempre ha seguido los pasos de Ray Bradbury, Henry James, Robert Louis Stevenson o, sobre todo, Edgar Allan Poe, escritores a los que adapta frecuentemente. Pero de esto a presentarlo como una suerte de Orson Welles autóctono va un trecho. Merece la pena, eso sí, el documental de Marisa Paniagua y Carlos Muriana ‘Historias para recordar’ (2017), un repaso a la trayectoria vital y profesional de este autor a través de sus familiares y sus más cercanos colaboradores, entre los que se encuentran el cómico zaragozano Raúl Sénder y el presentador (también zaragozano) Luis Larrodera, quien se encargara de la última etapa del ‘Un, dos, tres’, ya a principios de este siglo veintiuno y reconvertido en una invitación a la lectura. Campana y se acabó.

  Uno, dos, tres… Caemos como moscas, ay. La reciente muerte de Ibáñez Serrador solo es el prefacio a la gente de las pantallas (grandes o chicas) que nos ha dejado de un tiempo a esta parte. Todos ellos relacionados, de un modo u otro, con Aragón, razón de esta sección titulada ‘Solo se vive una vez’. Por ejemplo, el valdealgorfino Gonzalo Borrás, catedrático de historia del arte en la universidad de Zaragoza y referente del mudéjar y de la defensa del patrimonio aragonés, que forma parte del núcleo fundador (Labordeta, Eloy Fernández Clemente, Guillermo Fatás, José-Carlos Mainer, Dionisio Sánchez…) de la mítica revista ‘Andalán’ (1972). Participa, como busto parlante, en unos cuantos documentales, siendo su última colaboración el reciente audiovisual ‘Goya y Buñuel, los sueños de la razón’, dirigido al alimón por Ana Revilla e Ignacio Lacosta, en torno a pinturas y grabados del pintor fuendetodino frente a fotogramas, recuerdos, documentos y libros del cineasta calandino, expresamente realizado para la exposición del mismo título celebrada en dos museos zaragozanos en busca de contactos, sintonías y afinidades en la obra de ambos creadores aragoneses. Junto a Borrás, aparecen igualmente los testimonios de Jean-Claude Carrière, Manuela Mena o Agustín Sánchez Vidal.

  Por su parte, el catalán y bigotudo Jaime Mir, Taxi Key para los amigos, era taxista en Barcelona, animador de discoteca y gran aficionado al ciclismo, cuyo potencial publicitario aprovechaba sin remilgos. Pero tuvo otra faceta de éxito notable: el cine. Actuó como secundario en más de cien películas, a menudo en ‘spaghetti westerns’, en el papel de un malvado mexicano (como el zaragozano Fernando Sancho), por su destreza con los caballos. Incluso dobló a Claudia Cardinale en una caída del caballo. Rodó con varias generaciones de actores y actrices, desde la zaragozana Carmen de Lirio hasta el también zaragozano Fernando Esteso, ya en películas eróticas.

  Cuatro, cinco, seis… Caemos como moscas, maldita sea. La actriz de eterna sonrisa Paloma Gómez fue la niña protagonista, junto a Jorge Sanz, de ‘Valentina’ (Antonio José Betancor, 1982), película basada en la novela del oscense Ramón José Sender que se rueda en escenarios aragoneses como Loarre o Albarracín, y posteriormente interviene en el filme del zaragozano José Luis Borau ‘Tata mía’ (1988) y en muchas series de televisión, entre ellas ‘Aída’, creada por el zaragozano Nacho García Velilla. También han fallecido Rosenda Monteros, actriz mexicana que interpreta en 1959 el personaje de Prieta en el filme de Buñuel ‘Nazarín’, lo que le permite descubrir la cultura española y le abre las puertas de la pantalla internacional, y el actor vallisoletano Cesáreo Estébanez, famoso por interpretar al sargento Romerales en la serie ‘Farmacia de guardia’, que trabajó a las órdenes de Vicente Aranda, Manuel Gutiérrez Aragón, Antonio Giménez Rico, Pilar Miró o el oscense Carlos Saura (‘Dispara’).

 

  Siete, ocho, nueve… También ha fallecido Juan José Alonso Millán, de prolija carrera, desde el teatro (como seguidor en la estela de Jardiel Poncela, Tono, Llopis o Miguel Mihura) al cine, pasando por la televisión y la ópera, además de escritor (alrededor de cincuenta libros) y colaborador de ‘La Codorniz’, ‘Sábado Gráfico’, ‘ABC’, ‘La Razón’ o ‘El Imparcial’. Es autor de abundantes guiones para la gran pantalla, algunos convertidos en emblemáticos títulos de la época del ‘landismo’ o el destape, en los años setenta, y otros en gamberras comedias populares de los ochenta, muchos de ellos unos bodrios de tomo y lomo. Trabaja para cineastas como Rafael Salvia, José Antonio Nieves Conde, Mateo Cano, Mariano Ozores, Antonio Mercero, Juan Bosch, Germán Lorente, Angelino Fons, Tomás Aznar, Ramón Fernández, Fernando Merino, Luis María Delgado, Francisco Lara Polop, José Ramón Larraz o Jesús Yagüe.

  El músico Antón García Abril, el director de fotografía  Raúl Artigot o los actores Antonio Garisa, Fernando Esteso y Raúl Sénder, todos ellos aragoneses, han trabajado en distintas películas con guiones de Alonso Millán: ‘El señorito y las seductoras’ (1970), ‘Préstame quince días’ (1971), ‘Casa Flora’ (1972), ‘Onofre’ (1974), ‘Perversión’ (1974), ‘Un lujo a su alcance’ (1974), ‘Virilidad a la española’ (1975), ‘Historia de S’ (1978), ‘La masajista vocacional’ (1980), ‘Préstame tu mujer’ (1981), ‘Le llamaban J.R.’ (1982), ‘J.R. contraataca’ (1983), ‘Juana la loca… de vez en cuando’ (1983)…

  Termino (campana y se acabó) con el uno, dos, tres. Uno: Joana Biarnés, la primera fotoperiodista española que captó con su cámara a importantes personajes como Buñuel, Dalí, Jackie Kennedy, Lola Flores, Audrey Hepburn, los Beatlesm o Roman Polanski. Dos: Alberto Cortez, el cantautor argentino de la vida cotidiana al que el cineasta oscense Lorenzo Montull homenajea en ‘Castillos en el aire’, una de las mejores piezas del audiovisual aragonés del siglo veintiuno. Y tres: Esteban Trigo, el aragonés (de Sariñena) que se introdujo de modo autodidacta en el mundo del cine, donde estuvo delante y detrás de la cámara. Como actor encarnó papeles secundarios hasta protagonizar ‘Últimas cartas de amor’ (2002), con guion propio y bajo la dirección de Octavio Lasheras. Trabajador bancario, escritor y referente del barrio de San José de Zaragoza, Trigo ha realizado vídeos documentales dedicados a Belchite y  la línea del Canfranc, más allá de sus cortometrajes, sus contribuciones a movilizaciones en defensa de la naturaleza y sus muchas grabaciones de eventos familiares, escolares y sociales.

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