Solo se vive una vez: Ceesepe, símbolo de la movida


Por Don Quiterio

    Nuestra cultura ha convertido a la muerte en un tabú, una conversación de mal gusto. Pero, como nos recuerda Heidegger, la única certeza de nuestra existencia es la mortalidad de nuestra condición.

   Somos seres arrojados al mundo. En el principio está nuestro final y en el final está el principio, como decía el sabio Heráclito. A la edad de los sesenta años, la muerte ha llamado a la puerta de Ceesepe, que fuera colaborador de ‘El pollo urbano’ (ver uno de sus trabajos para esta revista en la ilustración adjunta) y amigo de nuestro gran jefe Dionisio Sánchez. Cofundador de la revista ‘Cascorro factory’, fue uno de los referentes gráficos de aquella posmodernidad llamada ‘movida madrileña’, una etiqueta acaso inventada por el gran Paco Umbral al amparo del aroma de la cultura de la transición, tan a la contra y posmoderna. Eran los años ochenta del siglo veinte, junto a compañeros de viaje de distintos puntos de la geografía española, como El Hortelano –otro colaborador pollero-, Eduardo Haro Ibars, Miquel Barceló, Eusebio Poncela, Ana Curra, Javier de Juan, Nazario, Mariscal, Alaska, Gabinete Caligari, Ouka Lele y así. Un ejército integrado por dibujantes, pintores, cineastas, músicos o fotógrafos que dieron forma visual a la fiesta convirtiendo la capital en un alivio contra la neurosis de la dictadura recién acabada. Perteneció, ante todo, a ese movimiento insurgente, contractual, ‘underground’, que emerge, en efecto, tras el fallecimiento del dinosaurio en 1975. Una generación que edita sus propios tebeos y publicaciones varias (‘Disco exprés’, ‘Star’, ‘El canto de la tripulación’, ‘El víbora’, ‘Madriz’, ‘Bésame mucho’, ‘La luna’). La movida, sí, un sueño subterráneo de España en un crucial momento de su trayectoria, del viejo orden al horizonte de libertad. Un estallido de creatividad e ilusión con una juventud iconoclasta que creyó que otro mundo era posible y terminó deambulando por el bulevar de los sueños rotos. El fracaso de una revolución utópica que acabó siendo absorbida por el mismo enemigo que nació para combatir.

  A los dieciséis años se afinca en Barcelona, donde se inicia en el mundo de la viñeta con los responsables de ‘El rollo enmascarado’, un cómic (o comix, como se decía entonces) autoeditado y todo un referente de la época. Regresa a Madrid en 1979 y empieza a firmar su obra como Ceesepe, un anacrónico derivado de escribir las iniciales de su nombre y apellidos, Carlos Sánchez Pérez. Buen dibujante (y acaso mediocre pintor), desarrolla una forma singular de fabricar escenas y ambientes que beben de los trazos de vanguardias como el futurismo o el cubismo, pasadas por un filtro lúdico a medio camino entre la historieta y el grafismo. Ácrata e irredento, construye su imaginario mezclando elementos del pop, especialmente interesado por Peter Phillips, con referencias puntuales a las visiones del cabaret de Toulouse-Lautrec o atmósfera de ensoñación que recuerda a Chagall. La obra de Ceesepe, principalmente figurativa, muestra una fiesta abarrotada, un ‘horror vacui’ de cuerpos que se entrelazan, bailan, se besan en un estado de frenesí. Las imágenes se vertebran mediante espirales y zigzagueos que saturan de energía y de decenas de historias un simple golpe de vista. Sus figuras muestran cuerpos espigados, casi manieristas, que parecen a punto de doblarse y de romperse. Para Pedro Almodóvar hace los carteles de ‘Pepi, Luci, Bom… y otras chicas del montón’ y ‘La ley del deseo’. Y portadas para discos de Golpes Bajos, Ketama, Pistones o Kiko Veneno. Tantea con la escritura, la televisión y la dirección de cortometrajes. Como cineasta, esto es, se le deben piezas como ‘El día que muera Bombita’, ‘Amor apache’ o ‘No hables más de mí’, a veces en colaboración con el fotógrafo y compañero de fatigas Alberto García-Alix.

  También han muerto los aragoneses Tomás Sancho Vázquez y Marisa Porcel. El primero, fotógrafo en la órbita de Antonio Calvo Pedrós, nacido en el pueblo turolense de Olalla –cosecha del 52-, ha sido uno de los pioneros del vídeo en esta tierra nuestra, especializado en reportajes de bodas, comuniones y otros eventos familiares o sociales, siempre con su inseparable cámara Sony Betacam. La segunda, turiasonense, ya septuagenaria, ha tenido una prolífica carrera en el mundo de la interpretación, tanto en teatro (en obras de Víctor Ruiz Iriarte, Miguel Mihura o Carlos Arniches) como en cine y televisión. Para la pequeña pantalla interviene en series como ‘El barquito de papel’, ‘Historias para no dormir’, ‘Cañas y barro’, ‘Curro Jiménez’, ‘El español y los siete pecados capitales’, ‘Aquí no hay quien viva’, ‘Médico de familia’, ‘Los ladrones van a la oficina’, ‘Estamos en obras’, ‘Canguros’, ‘La forja de un rebelde’, ‘Brigada Central’, ‘La que se avecina’ o ‘La familia Mata’. Participa en más de treinta películas desde 1966, año en que debuta con ‘Las viudas’, de Julio Coll, poniéndose luego a las órdenes de directores como el oscense Carlos Saura (‘La prima Angélica’, ‘Ana y los lobos’, ‘El jardín de las delicias’), Manuel Gutiérrez Aragón (‘Habla, mudita’, ‘Camada negra’, ‘La mitad del cielo’), Francisco Regueiro (‘Carta de amor de un asesino’), Jorge Grau (‘La siesta’), Chicho Ibáñez Serrador (‘¿Quién puede matar a un niño?’), José Luis Cuerda (‘El bosque animado’), Pedro Olea (‘Un hombre llamado Flor de Otoño’), Gonzalo Suárez (‘Parranda’) o Antonio Giménez Rico (‘Soldadito español’).

  En ‘¡Se armó el belén!’ (José Luis Sáenz de Heredia, 1969) trabaja con el también turiasonense Paco Martínez Soria, pero se hace muy popular, al final de su carrera, por su papel de Pepa en la serie cómica de Alberto Caballero ‘Escenas de matrimonio’ (2004), donde comparte pantalla con el actor Pepe Ruiz, que da vida a su marido, Avelino, y juntos interpretan a un cómico matrimonio de avanzada edad caracterizado por sus constantes reproches y discusiones, algo así como los Roper españoles, aquel clásico de la Thames Television. El tremendo éxito les lleva a protagonizar una suerte de continuación en la serie ‘La sopa boba’. Hija de actores (Pedro Porcel y Asunción Montijano), inicia su carrera en la compañía de su padre y posteriormente en las de Isabel Garcés, el teatro María Guerrero y el Español, especializándose en el género humorístico, algo que no le cuesta debido a la vis cómica que le caracteriza.

  A los noventa años de edad ha fallecido el dramaturgo (‘Entre mujeres’, ‘Esmoquin’, ‘Violines y trompetas’), novelista (‘Carta a nadie’, ‘El stress’), guionista y productor de cine madrileño Santiago Moncada, con casi un centenar de películas rodadas en España, Estados Unidos, Italia, Alemania, Francia e Inglaterra. Expresidente de la SGAE y de su fundación, sus libretos fílmicos son tan mediocres como pretenciosos. Entre sus trabajos se pueden mencionar ‘Las leandras’ (Eugenio Martín, 1969), adaptación del homónimo original de Muñoz Román y González del Castillo, con el zaragozano Antonio Garisa (tío del arriba firmante) en su típico papel de cómico secundario; ‘Manos torpes’ (Rafael Romero Marchent, 1969), wéstern entre el espagueti y la paella con el clásico tema de la venganza, y música del turolense Antón García Abril; ‘Black story’ (Pedro Lazaga, 1971), desaprovechado relato de tiranías con música nuevamente de García Abril; ‘El pantano de los cuervos’ (Manuel Caño, 1973), mala copia de los filmes de Jesús Franco con el zaragozano Fernando Sancho de intérprete, quien repite en ‘Vudú sangriento’, otra película de Caño del mismo año; ‘Juego sucio en Panamá’ (Tulio Demicheli, 1974), thriller bastante patético con el zaragozano Carlos Ballesteros y un anciano Mickey Rooney, o ‘El límite del amor’ (Rafael Romero Marchent, 1976), vulgar melodrama erótico ambientado en tierras andaluzas con banda sonora –otra vez- de García Abril.

  Es precisamente el músico turolense quien participa en la versión fílmica de su obra teatral ‘Juegos de medianoche’, llevada a la pantalla en 1973 por Pedro Lazaga con el título ‘El amor empieza a medianoche’, con guion del propio Moncada y la actuación de Concha Velasco y Javier Escrivá. Ese mismo año coproduce y escribe el libreto de ‘La campana del infierno’, un curioso melodrama terrorífico dirigido por Claudio Guerín, en cuyo rodaje encuentra la muerte el realizador. Otra obra teatral suya es llevada a la pantalla por Ramón Fernández en 1987, ‘La chica de la piscina’. Santiago Moncada amplía su trayectoria con trabajos para realizadores como Javier Setó, Silvio Balbuena, Julio Coll, Mario Bava, Joaquín Romero Marchent, Pedro Mario Herrero, Adalberto Albertini, Juan Antonio Bardem, Sergio Martino, José Gutiérrez Maesso, Luis María Delgado, Javier Elorrieta, Angelino Fons, Gonzalo Suárez, Miguel Picazo, Leslie Martinson, Mario Siciliano, René Cardona júnior, Sebastián Almeida, José Ramón Larraz o Pedro Masó.

 Un abrazo final para el cineasta turolense (y operador de cámara) Esteban ‘Pimpi’ López Juderías, que está pasando una de las experiencias más amargas de su vida: la pérdida de un hijo. Y un recuerdo póstumo a las madres respectivas de nuestro gran jefe Dionisio Sánchez, del actor Luis Rabanaque y del periodista Luis Alegre. De esta última, Felicitas –como la criada de un cuento de Flaubert llevado varias veces a la pantalla-, el cineasta Javier Fesser la homenajea en su cortometraje ‘Bienvenidos’ (2014).  Unas madres, con sus tortillas de patata a cuestas, que vivieron y murieron con gran estilo. De sus melancolías, podría haber dicho Heidegger (o el mismísimo Heráclito), crecerá la hierba.

Artículos relacionados :