Por Don Quiterio
La filmografía del cineasta zaragozano Miguel Ángel Lamata no termina de arrancar. Aún no ha conseguido, maldita sea, meter un balón por la escuadra, pese a que sus cortos daban a entender un mayor manejo de la narrativa fílmica (‘Rencor visceral’, ‘¿Quién te pides?’, ‘Robando el rock and roll’).
Sus dos primeros largometrajes, ‘Una de zombis’ (2003) e ‘Isi/Disi: alto voltaje’ (2006), eran meros artefactos comerciales, faenas de aliño más o menos gamberras, más o menos macarras, tendentes al desmadre y a los estereotipos del cine más convencional, peor o mejor aclimatados. En su intento por encontrar un sitio dentro de la industria, Lamata cambia de registro en ‘Tensión sexual no resuelta’ (2010) y, especialmente, en ‘Nuestros amantes’ (2016), una suerte de comedias románticas demasiado livianas, extravagantes e impostadas, utilizando la ironía y el sarcasmo de un modo más bien inocente.
Ahora estrena en los cines ‘Los futbolísimos’ (2018), su quinto largometraje y otro cambio de registro, una película para niños rodada en varias localizaciones de la sierra madrileña, Guadalajara y Segovia que adapta la primera novela de la saga homónima, escrita por Roberto Santiago –productor y guionista del filme- e ilustrada por Enrique Lorenzo: ‘El misterio de los árbitros dormidos’. Son historias que recuerdan a las novelas de Enid Blyton o las de Jerry West, narradas en clave de humor y misterio –el eje vertebrador- y que han sido un auténtico éxito entre el público joven hasta sumar catorce entregas con más de dos millones de ejemplares vendidos. ¿Qué tienen estos libros para que tantos y tantos jóvenes lectores se hayan enganchado de semejante manera? ¿Qué tienen los pequeños protagonistas que les hace tan especiales?
Lamata, como en el original literario, cocina un cóctel de acción, aventura, comedia, romance, suspense, vínculo paternofilial y, por supuesto, la excusa del fútbol como incuestionable eje del ocio. Estamos ante las peripecias de una pandilla de niños y niñas que, para salvar del descenso y la desaparición a su equipo de fútbol escolar, se meten en todo tipo de problemas, en los que su ingenio y su camaradería son puestos a prueba. Los chicos se convierten en detectives, expertos investigadores, espías y aventureros con tal de mantener unido el equipo e intacta su amistad. ¿Por qué los árbitros de sus partidos caen víctimas de un sueño profundo en mitad del encuentro? ¿Son víctimas de una conspiración, de un complot, o es todo fruto de la casualidad? ¿Lograrán los chavales desenmascarar a los malos?
Nuestros jóvenes protagonistas firman un pacto secreto para poder mantenerse juntos. La moraleja es clara: no podemos vivir solos, necesitamos a los demás, a nuestros amigos, a la gente que nos quiere, y tenemos que portarnos bien con ellos para que ellos lo hagan con nosotros. O sea, la importancia de cuidar las relaciones personales como puente para alcanzar la felicidad. La película, pues, habla de la importancia del amor y el aprendizaje, de la amistad y la complicidad, de la solidaridad y el esfuerzo, para tratar de inculcar los valores de la deportividad a través del compañerismo, la lealtad, la superación, el sacrificio o la honestidad.
Con una eficaz banda sonora del músico getxotarra Fernando Velázquez, ‘Los futbolísimos’ intenta elaborar el toque de películas como ‘Los Goonies’ (1985), ‘La guerra de los botones’ (2010), ‘Súper 8’ (2011), ‘Los Cinco’ (2012) o ‘Zipi y Zape y el club de la canica’ (2013), pero se queda, ay, en el blando Mercero de la serie ‘Verano azul’ (1981). Lamata filma con estética de cuento infantil y añade vitaminas adolescentes, todo ello con la ayuda de un algo postizo equipo de nueve actores jovenzuelos (Julio Bohigas, Milene Mayer, Marcos Milara, Iker Castiñeira, Daniel Crego, Roberto Rodríguez, Samantha Jaramillo, Pablo Isabel, Martina Cabrera). Junto a ellos, once adultos se ponen a su servicio y completan el reparto, encabezados por Joaquín Reyes y Carmen Ruiz, quienes interpretan a los progenitores del protagonista infantil, el que siempre falla todos los penaltis. Ahí está el elocuente plano de un balón de fútbol en el punto de penalti, con una voz en off que dice: “Hola, me llamo Pakete. Y soy especialista en penaltis. En fallar penaltis”.
Acaso el cineasta zaragozano debiera haber dado a su filme, repleto de guiños cinéfilos (‘Tiburón’, ‘El resplandor’, ‘La jungla de cristal’, ‘Alien’), la tonalidad empleada por el alicantino Miguel Albadalejo en su adaptación de la novela infantil de Elvira Lindo ‘Manolito gafotas’ (1999). Esto, claro, son palabras mayores, porque a Lamata le falta el talento y la imaginación de ese cineasta que ha trabajado para Fernando Trueba, Montxo Armendáriz o Luis García Berlanga. Que no es moco de pavo. El aragonés, sin embargo, no sabe encajar los diversos elementos de tonos y registros, ni tampoco pasar del humor intrascendente a la crítica social. O del costumbrismo al surrealismo como hace el autor de ‘La primera noche de mi vida’. A Lamata, en fin, le falla el espíritu humanista y gentilmente irónico, la emoción contenida y el sabor agridulce.
Con un reparto plagado de rostros aragoneses (Jorge Usón, Jorge Asín, Gerald Filmore, Carlota Callén, Nacho Rubio, Raúl Sanz, Los Gandules, Samuel Miró o Laura Gómez-Lacueva) y la vista puesta en el público familiar, principal destinatario de este inofensivo -aunque simpático- divertimento, al filme le falta la grandeza del Rob Reiner de ‘Cuenta conmigo’ (1986) y su bien entendido canto nostálgico en el que se pueden mezclar calor y amargura, asombro y desolación. En las miradas de los chavales del cineasta estadounidense se lee la certeza de que les queda ya muy poco tiempo para llegar al mundo de los adultos. El zaragozano, por el contrario, evita complicarse la vida y, tal vez, trascender el original literario.
Resulta extraño, no obstante, que el texto base de ‘Los futbolísimos’ no lo haya filmado el propio escritor, Roberto Santiago, que también es director de cine, además de dramaturgo y guionista. De hecho, en su filmografía encontramos dos comedias referidas a este deporte, ‘El penalti más largo del mundo’ (2005) y ‘El sueño de Iván’ (2011). Pero hubiésemos estado en las mismas, a mi modo de ver. Porque Roberto Santiago, como realizador, es del mismo corte que Miguel Ángel Lamata: lleno de buenas intenciones familiares o deportivas, de previsible desarrollo y modestas pretensiones, de entretenimiento tan simplista, festivo y cándido como plano, pueril y repetitivo. Humor elemental, blanco e ingenuo, no apto para adultos.
Lo salva su falta de pretensiones, decía, pero qué triste resulta alabar un filme por sus carencias. Discutible mérito, desde luego.