Solo se vive una vez: De musa de Chabrol a regalo de Buñuel


Por Don Quiterio

   Todo llega a su fin. Es una ley natural. El tiempo es inexorable y, se quiera o no, arrastra los acontecimientos hacia un abismo de finalidad. De la gran belleza al ataúd.

   Todo comenzó un ocho de noviembre de 1932 en Versalles, a las afueras de la capital francesa, y ahora ha llegado a su fin, pues acaba de morir en París, a los ochenta y cinco años. La actriz Stéphane Audran, que de ella hablo, siempre me ha recordado una suerte de Catherine Deneuve (‘Belle de jour’), pero acaso más perturbadora, con su rostro anguloso y su indiscutible carga erótica. Fue esposa en los años sesenta y setenta del gran Claude Chabrol, quien la dirigió en ‘Las ciervas’ (1968, oso de plata en Berlín a la mejor interpretación femenina), ‘La mujer infiel’ (1969), ‘El carnicero’ (1970), ‘Al anochecer’ (1971), ‘Relaciones sangrientas’ (1972), ‘Locuras de un matrimonio burgués’ (1976), ‘Laberinto mortal’ (1977), ‘Prostituta de día, señorita de noche’ (1978, premio César a la mejor actriz secundaria), ‘Pollo al vinagre’ (1984), ‘Días tranquilos en Clichy’ (1990) o ‘Betty’ (1992). Trabajó también para Jacques Becker, Bertrand Tavernier, Claude Sautet, Éric Rohmer, Samuel Fuller, Anatole Litvak, Peter Collinson, Orson Welles…

  Uno de sus papeles más memorables se lo regaló el calandino Luis Buñuel en ‘El discreto encanto de la burguesía’ (1972), una de las películas más surrealistas del maestro con ese grupo de burgueses que cada vez que intentan cenar algo ocurre que lo impide, y que obtuvo el premio Oscar en la categoría de mejor filme extranjero, un hito que volvió a conseguir la actriz quince años después con ‘El festín de Babette’, de Gabriel Axel. También el zaragozano José Luis Borau la llamó para protagonizar ‘Hay que matar a B’ (1973), donde el cineasta reflexiona, a través de una trama que tiene lugar en un imaginario país sudamericano, sobre los tejemanejes del poder en las sombras, nutriéndose del suspense y el romance, con una realización seca, aunque algo chata, que nos remite a la serie b estadounidense, el afán ilustrativo de las películas francesas de Constantin Costa-Gavras o los relatos italianos de Francesco Rosi.

  Quien igualmente ha llegado a su fin es el importante cineasta checo Milos Forman (‘Los amores de una rubia’, ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, ‘Hair’, ‘Ragtime’, ‘Amadeus’, ‘Valmont’), de la generación de Vera Chytilová, Karel Kachyna, Jan Nemec, Zbyneck Brynych, Evald Schorm, Jiri Menzel o Jan Kadár, exiliado a Estados Unidos –como Ivan Passer- tras la represión comunista por el levantamiento de la llamada Primavera de Praga. ‘Los fusilamientos de Goya’ (2006) cierra una filmografía llena de éxitos –comerciales y de los otros-, aunque este título es uno de sus peores trabajos, un burdo folletín con guion del buñueliano Jean-Claude Carrière, con quien el realizador de ‘¡Al fuego, bomberos’ (1967) codirige el primerizo cortometraje ‘La pince à ongles’ (1963). También colabora el guionista de Buñuel en el libreto de ‘Juventud sin esperanza’, que Forman realiza en 1971. Su ‘Goya’ lo rueda en el monasterio de Veruela, con decenas de figurantes de Casetas, Tarazona o Vera del Moncayo. Stellan Skaugard interpreta al pintor de Fuendetodos y Javier Bardem da vida a Lorenzo, el protagonista, en un reparto en el que aparecen igualmente José Luis Gómez y Unax Ugalde, entre otros intérpretes autóctonos. En los parajes de Veruela se rueda la escena en la que es juzgado el artista por la inquisición. ¡A la hoguera!

  El fallecido productor valenciano Josep Anton Pérez Giner participó en más de un centenar de películas: ‘El espanto surge de la tumba’, ‘Juguetes rotos’, ‘El bueno, el feo y el malo’, ‘Ocaña, retrato intermitente’, ‘Perros callejeros’, ‘El pico’, ‘El diputado’, ‘La muchacha de las bragas de oro’, ‘Asesinato en el comité central’, ‘Los ojos azules de la muñeca rota’, ‘El mariscal del infierno’, ‘La quinta del porro’, ‘La casita blanca’, ‘1492, la conquista del paraíso’… El músico turolense Antón García Abril compone la banda sonora de alguna de sus producciones, como ‘La noche de Walpurgis’ (León Klimowsky, 1970) o ‘La noche del terror ciego’ (Amando de Ossorio, 1971). También produce ‘Whisky y vodka’ (1965), del zaragozano Fernando Palacios, una película de consumo interpretada por Pili y Mili, las famosas gemelas zaragozanas Aurora y Pilar Bayona Sarriá descubiertas por Benito Perojo. Un productor, en fin, que tenía fama de gafe y que trabajó con directores como Eloy de la Iglesia, Sergio Leone, Paul Naschy (alias de Jacinto Molina), Ridley Scott, Bigas Luna, Joaquim Jordà, Vicente Aranda, Ventura Pons, Francesc Bellmunt, Antoni Verdaguer, Manuel Summers, Carlos Balagué, los hermanos Taviani…

  Otro que nos ha dicho adiós ha sido, precisamente, el hermano mayor de los Taviani, Vittorio. Ambos firmaron algunas obras de gran calado del cine italiano. Ahí están ‘Allonsanfan’ (1973), ‘Padre patrón’ (1977), ‘El prado’ (1980), ‘La noche de San Lorenzo’ (1982), ‘Kaos’ (1985), ‘Buenos días, Babilonia’ (1986), ‘Las afinidades selectivas’ (1996) o ‘César debe morir’ (2012). Y tenían un estrecho vínculo con el festival internacional de cine de Huesca, al que acudieron en 2007 para recibir el premio Luis Buñuel, que les entregó el hijo cineasta del maestro de Calanda, Juan Luis. Uno de sus cicerones por los vericuetos del certamen fue el añorado estudioso aragonés Alberto Sánchez Millán, gran apasionado de sus obras, y se les editó el libro ‘Después de la revolución’, escrito por el gran prosista -y amigo- Hilario J. Rodríguez.

  Las connivencias entre la mafia y los terratenientes, la lucha de clases y el desencanto de la iglesia, la opresión paterna en el medio rural y la vida en el ámbito carcelario son algunos de los temas que, a lo largo de seis décadas, han vertebrado el cine de Paolo y Vittorio Taviani. Mezclando denuncia, reconstrucción histórica, melodrama y valores civiles, en sus miradas hay ironía, implicaciones literarias y poéticas, algo que siempre ha caracterizado el estilo de los Taviani, fuertemente influenciados por Rossellini. Su último filme, ‘Una cuestión privada’ (2017), se inspira en una obra del novelista Peppe Fenoglio y está ambientado en la lucha partisana contra el fascismo durante la segunda guerra mundial, una experiencia dramática que los hermanos conocieron indirectamente por medio de su primer documental, ‘San Miniato’ (1954), sobre la matanza nazi en su ciudad natal. Así cierran un círculo, permaneciendo fieles hasta el final a su fe antifascista.

  También han fallecido Ángel Peralta y Ricardo Aguilar. El primero fue una figura del rejoneo, escritor, poeta, compositor de sevillanas, actor y, sobre todas las cosas, revolucionario e innovador del toreo a caballo. Fue el primer caballero en cortar un rabo en la Maestranza en 1971 y lidió más de seis mil toros en sus cincuenta y cinco años de triunfal carrera. En 2013 obtuvo la medalla de oro al mérito de las bellas artes. En 1958 protagoniza junto a Juanita Reina y Conchita Bautista la película ‘La novia de Juan Lucero’, del zaragozano Santos Alcocer, quien también la produce y escribe. Se trata de la ópera prima del cineasta, un endeble melodrama folclórico repleto de canciones, bailes y paisajes andaluces. Siete años después vuelve a participar en ‘Cabriola’, dirigida por Mel Ferrer y coprotagonizada por Marisol y por su caballo del mismo nombre, con un zapateado de Rafael de Córdoba. También escribió un guion pensado para Ava Gardner, ‘Centauro de las marismas’, que jamás se llegó a filmar. Escribió libros como ‘Cucharero’ (1995) o ‘La sabiduría de un jinete’ (2011), donde supo conjugar la técnica con los recuerdos, la prosa y el verso. Vean: “Quiero morir en La Puebla, / que así lo dice mi sino. / Y que vaya mi caballo / bien unido a mi destino / y que quede, del Centauro, / honda huella en su camino”. Y, efectivamente, allí ha dejado su huella, ahora cabalgando por el pueblo que le vio nacer. Lo versificó él mismo: “La muerte es como una criba, / el cuerpo se queda abajo / y el alma vuela hacia arriba”.

  Por su parte, el turolense Ricardo Aguilar (de segundo apellido Portolés, como Buñuel) fue un personaje peculiar, cinéfilo hasta la médula y vecino de portal de Dionisio Sánchez, director de esta revista pollera, en pleno casco histórico de Zaragoza. “El cine”, escribe la periodista y novelista Nieves Herrero, “formó siempre parte de su vida, era su oasis, su escondite fértil, su pasión. Compaginó su amor por el séptimo arte con la estomatología. Fue en Madrid, estudiando Medicina, cuando coincidió con José Luis Borau, Eduardo Ducay y Jesús Franco. Mientras se formaba como médico más amaba las artes plásticas. Ricardo era de esos grandes médicos con formación humanista que compartía tertulias donde el hilo común eran el cine y la literatura. Fueron años de asistir a rodajes con artistas internacionales, años de conversaciones con directores de cine, de compartir largas charlas de café”.

  La vida ya va siendo intermedios de luto. Entre uno y otro continúa una alegría corrosiva que a veces hasta te hace sentir culpable por celebrar como en aquella bacanal bailonga de ‘La gran belleza’ nuestra propia decadencia. La fiesta también deja restos de tristeza en los zapatos cuando se vuelve de madrugada a la cueva. La madurez era esto. Ver cómo escapamos de un ataúd sin que nos delate la ansiedad. Una putada. Porque la gran metáfora de la muerte es la nada.

Artículos relacionados :