Los géneros cinematográficos en las jornadas mudas de Uncastillo

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Por Don Quiterio

     Una piedra es una piedra. De eso saben mucho los uncastilleros y los de las jornadas mudas del lugar, con ese galardón que representa la bocina del hermano mudo de los hermanos Marx. Uncastillo, el hermoso pueblo de las piedras, celebró, un año más -y van quince-, esa muestra con acompañamiento musical en directo.
    Un evento único en España que esta vez dedicó su programación a los géneros cinematográficos.

    Lo que nació, allá por el 2000 y gracias a la asociación cultural La Lonjeta, como un intento de recuperar la memoria perdida de la uncastillera Inocencia Alcubierre, actriz de cine mudo que protagonizó, entre otras, ‘Nobleza baturra’ (Juan Vilá Vilamala, 1926), ha evolucionado con los años hasta posicionarse como una cita singular en el panorama de las muestras dedicadas al cine en España, siendo uno de los pocos dedicadas al cine mudo en Europa.

    Desde sus inicios, la música en directo, en efecto, ha sido una de las señas de identidad de estas jornadas. En esta edición fueron muchos los músicos encargados de sonorizar las películas en directo. Y ahí lucieron su arte -ya fuera en piano, guitarra, saxofón, viola de gamba, chelo, violín, teclado electrónico, acordeón cromático, percusión o voz- Ángel Vergara, María José Menal, Joaquín Pardinilla, Mikel Andueza, Mikel Elizaga, David Aznar, Miguel Guallar, Jaime López, Ricardo Casas, Josetxo Fernández de Ortega, Rémy Gouffault, Thomas Gouffault, José Aurelio Ferrández, Ignacio Alfayé, Jonás Gimeno y Diego Galligo.

    Esta decimoquinta edición rindió homenaje a la diversidad y la riqueza de los géneros cinematográficos en el silente. El drama vino representado por el maestro Erich Von Stroheim y su ‘Avaricia’ (1924), esencia y grandeza trágica del frenesí barroco y la aspereza expresiva de su cine. Dedicado por Stroheim a su madre, este filme se inspira, bastante literalmente, en la novela ‘McTeague’, de Frank Morris, quien, junto con Stephen Crane y Theodor Dreiser, configura la escuela naturalista norteamericana. Narra la ascensión y caída de un dentista de clase obrera radicado en San Francisco, y el cineasta filma página por página el original literario, pero el estudio considera que el resultado es demasiado largo: mete la tijera y las casi nueve horas de duración se quedan en dos.

    “La vida no se reconstruye, se capta. Son verdaderos filmes realistas solo aquellos que se han rodado en los lugares de la acción”. Fiel a su convicción, Stroheim rueda el filme en los lugares descritos en la novela. Todo en el filme aparece marcado por la vida de una forma airada, casi agresiva. De la mano del humor más poético o la sátira más desesperanzada, el trágico relato, espantosamente cruel y humano a la vez progresa, sin grandilocuencias. No hay tesis. Nada es demostrado ni juzgado. Stroheim solo muestra, describe, nos adentra minuciosamente en los pliegues más recónditos de sus personajes. Maestro del trazo, un leve detalle le basta para dar silueta propia a un simple personaje secundario. Por la densidad sicológica y la complejidad descriptiva, Stroheim acerca el relato cinematográfico –por vez primera en la historia del cine- a las grandes narraciones noveladas al estilo de un Balzac o un Dostoyewski.

    Otro drama, en este caso costumbrista, lo pudimos ver en el filme ‘Pasionaria’ (Joan Maria Codina, 1915), protagonizado por la exótica bailarina española Tórtola Valencia, especializada en danzas orientales, en el papel de una joven repudiada por su padre tras ser violada, que marcha a América y triunfa. Este cortometraje, fotografiado por Juan Solá Mestres, está compuesto por el material que se ha conservado, correspondientes a varios fragmentos de la película original, y son las únicas imágenes filmadas de esta singular mujer que supo crear su propia leyenda, todo un referente de su disciplina en la época.

    El suspense estuvo presente, como no podía ser de otro modo, con el maestro Alfred Hitchcock y su película de 1927 ‘El enemigo de las rubias’, una intriga que cuenta el drama individual del inocente al que se le acusa. El protagonista es el nuevo inquilino de una pensión que tiene hábitos peculiares: sale por la noche en medio de la niebla londinense y guarda una imagen de una rubia y joven muchacha. La propietaria es una modelo de cabello rubio que está comprometida con un detective de la policía, pero comienza a sentirse atraída por el nuevo inquilino, quien podría ser el asesino en serie que toda la ciudad busca, Jack el destripador.

    El terror lo puso ‘Frankenstein’ en esta primera adaptación a la pantalla de la novela de Mary Shelley, dirigida por Searly Dawey y producida por Thomas Alva Edison en 1910. Fue rodada con cámara fija en plano general durante toda su duración y el realizador, al parecer, emprendió el proyecto pensando en la visión de la obra en el quinetoscopio. La historia, recuerden, sucede a principios del siglo diecinueve y un joven médico trata de crear al ser humano perfecto, pero termina creando un monstruo. Y el doctor lo crea en esta película en un caldero hirviendo. La toma se realizó quemando un muñeco que tenía un esqueleto como armazón y luego fue montada invirtiendo el tiempo, así parece que la sustancia se va adhiriendo a los huesos. Este recurso tiene que ver con el tratamiento mágico que hacen del fuego los alquimistas para ‘condensar’ el tiempo.

    Del cine fantástico se programó el inolvidable viaje ‘La conquista del Polo’ (1912), de Georges Méliès, el creador de la magia del cine, de las películas fantásticas, defensor incansable de la imaginación frente al realismo incipiente de los hermanos Lumière. Su barroquismo fantástico e imaginativo conjugado con una ingenuidad primitiva y exótica confiere a sus obras más ambiciosas un encanto envidiable, como es el caso de esta película basada en Julio Verne, acerca de un sabio que convence a otros para que hagan un viaje al Polo en aeroplano. Se ponen en marcha y atraviesan los espacios siderales y las constelaciones, representadas por bellas mujeres o por monstruos que atacan el avión. Al llegar a las regiones polares, surge de los hielos un fantástico gigante, el cual devora un explorador. Atacado por los expedicionarios, el gigante se ve obligado a vomitar a su víctima. Atraídos luego por el magnetismo polar, corren nuevas aventuras hasta su retorno triunfal.

    El humor y las risas aseguradas las proporcionaron Harold Lloyd en ‘Billy Blazes’ (1919), Buster Keaton en ‘El gran espectáculo’ (1922) y Charles Chaplin en ‘La quimera del oro’ (1925). La primera es una parodia de los wésterns de la época, un cortometraje dirigido por el gran Hal Roach con nuestro héroe convertido en un justiciero del oeste de una población minera y planta cara a un jugador poco escrupuloso que ha raptado a la hija del tabernero. La segunda la codirigió Keaton con Eddie Cline e interpreta todos los papeles de un cortometraje en el papel de ayudante en un teatro. Por su parte, ‘La quimera del oro’ está basada en hechos reales de la gran aventura americana y episodios de la búsqueda de oro en Alaska. En este país se desarrolla la acción, que muestra a Charlot indefenso y perdido en la nieve y en la bárbara sociedad atraída por el boom del oro. La escena de la cabaña es admirable, en la que Charlot come una de sus botas como si se tratase de un manjar exquisito y el gigante famélico le persigue, creyendo en su alucinación que es un pollo. También es admirable el tono general del filme, en el que se consigue dar a una aventura moderna la ingenuidad, la fragancia y poesía de un romance antiguo, de una leyenda o un cuento infantil.

    Del cine bélico se exhibieron tres cortos documentales reunidos por las filmotecas europeas con motivo del centenario de la primera guerra mundial, un conflicto que también se libró con imágenes, claros ejemplos de propaganda militar: ‘Los inicios de la guerra’ (1924), una producción holandesa con el desfile de la victoria en París; ‘Fabricación de municiones y de material de guerra’ (1916), un reportaje británico con mujeres trabajando en una fábrica de armas; y ‘Noticiario cinematográfico nº  32’, dirigido por Dziga Vertov con el discurso de Lenin ante los ciudadanos y arenga a las tropas rusas que marchan al frente.

    Del género documental se proyectó ‘A propósito de Niza’ (1929), filme francés de Jean Vigo filmado en esa ciudad durante el carnaval, de incuestionable intención satírica. Sensiblemente influido por los movimientos cinematográficos vanguardistas (uso del acelerado y del ralentí, imágenes simbólicas, montaje de contrastes), la obra superó, sin embargo, el fetichismo técnico y el formalismo de los vanguardistas franceses por su profunda mordacidad y su despiadada visión de la burguesía que veranea en la Costa Azul francesa. Vigo denominó a esta su primera experiencia cinematográfica “punto de vista documentado”, y fue, de hecho, el primer documental social del cine francés, donde se posiciona a favor de un arte comprometido.

    El cine de animación lo puso el famoso gato Félix con su pelaje negro, sus ojos blancos y su amplia sonrisa, siempre metido en situaciones surrealistas. El primer cortometraje donde aparece el popular personaje animado es ‘Locuras felinas’ (1919), donde interpreta a un enamorado que descuida su tarea de proteger la casa de los ratones. También se vieron ‘Félix en Hollywood’ (1923) y ‘Félix se topa con caprichos’ (1924), respectivas aventuras sucedidas en el mundo del cine y en la cima de una gran montaña.

    Del cine erótico se exhibieron unos pequeños cortometrajes picantes realizados entre 1897 y 1906, recuperados gracias a la colaboración de las filmotecas de Zaragoza y Bolonia, curiosas películas muy teatrales y con añadidos, a menudo, cómicos y mímicos: ‘El sueño de Chrysis’, ‘Prohibido bañarse’, ‘El amor en todos los pisos’, ‘El baño de las cortesanas’, ‘La pulga’, ‘Baño imprevisto’ y ‘Jean Cireur’. Y dentro de la sección ‘Con banda sonora’, dedicada al cine sonoro sin diálogos o con especial vinculación al cine mudo, se proyectó ‘Juan y la nube’, de Giovanni Maccelli, premio ‘goya’ al mejor corto de animación en 2015.

    También se entregaron las clásicas bocinas de piedra, que en esta decimoquinta edición recayeron en Patricia Español (del festival Espiello de cine etnográfico y documental de Sobrarbe), Amparo Martínez (de la facultad de filosofía y letras de la universidad de Zaragoza por las sesiones ‘Cine mudo con pianista’) y, finalmente, el periodista Luis Alegre, el único que faltó a la cita, aunque sí apareció en el plasma, donde se excusó, dando las gracias y así, y de paso hizo propaganda de la pedanía que le vio nacer y de la casa de sus padres, fundada, al parecer, el mismo año en que se realizó el primer largometraje silente del cine español. Lo dijo en plasma, ya digo, enfundado en una camiseta con la serigrafía de un mozo Buñuel en pose de boxeador (amateur). “Mi paisano empezó en el mudo”, dijo también. Y se quedó tan pancho.

    El pedrusco, claro, lo guardaron para una mejor ocasión Carmen Giménez y Josu Azcona, organizadores de las jornadas mudas. Pero en la ya tradicional cena a la que acudimos todos los participantes y colaboradores –a la que siguió un concierto del grupo Vegetal Jam- se fabuló con llamar a Segundo de Chomón para que preparase un artefacto y lanzase la bocina en un hipotético ‘Viaje a Lechago’. La culpa la tuvo la piedra.

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